Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Cada
vez es más perceptible el sesgo que la política española está tomando. Cada vez
más los ciudadanos tenemos la sensación de que solo somos un medio para llegar
a una mesa a discutir del futuro de sus señorías, de los excelentísimos señores
y señoras que se ocupan de aparentar discutir sobre nosotros. ¿Pero importamos realmente? He puesto en cursiva el
"realmente" para mostrar mi escepticismo sobre el hecho en sí. Por
mucho que lo digan, es difícil que les creamos.
Nada
hay más deprimente que escuchar los interminables telediarios, desayunos, post
informativos en los que, durante muchas horas al día, toda una serie de
profesionales de la información hacen abstracción de cualquier cosa que pase en
el mundo para dedicarse a una noble tarea: intentar adivinar las intenciones de
nuestros políticos, interpretar sus más nimias palabras o sus más complacientes
silencios. Horas y horas, días y días.
España,
nuestro país (hay que recordarlo), salió de una dictadura larga y aburrida;
salió además de la ser un país aislado y vuelto hacia sí mismo, asumiendo una
vocación europeísta que se encuentra entre las más intensas de una Europa
tensa. Salimos con un acuerdo general que dio lugar a una constitución (hay que
recordarlo también) en la que todos cabíamos, salvo las reservas mentales de
algunos. Nos enfrentamos a momentos delicados como el terrorismo de ETA, una
verdadera lacra, y un intento de golpe de estado que tuvo el rechazo generalizado.
Hay que recordarlo todo porque nuestra tradicional mezcla de optimismo y pesimismo,
nos vuelve ciclotímicos y aquejados de olvidos clamorosos y recuerdos intensos
como si fueran de ayer por parte de personas que nos los han vivido, pero les
da igual.
Ahora
tenemos en pleno una nueva generación, la de los que rondan los 40 años, es
decir, los que nacieron con la democracia encima de la mesa. Están en todos los
partidos. Ya no hay excusa. La política está prácticamente en sus manos. Son
los más listos, los más guapos y los mejores políticos, según la versión
oficial. Todos han estudiado mucho, nos dicen, aunque hay demasiado currículum
chapucero, sacado en el tiempo libre que les dejaba el partido, al que habían
llegado jovencitos. La gran mayoría solo ha hecho lo que está a la vista:
plató, rueda de prensa, foto, discutir. No dan para mucho más.
En su
artículo titulado La insoportable levedad del ajedrez, Xosé Hermida se despacha
a gusto con todos ellos:
Estas nuevas vicisitudes a las que se
enfrenta la democracia española suelen interpretarse como resultado de la
fragmentación de los partidos. Más allá de eso, asoma también una forma
novedosa de acción política en la que parece que sentarse a una mesa, sacar
documentos y discutir programas se ha convertido en una antigualla. Lo que más
se escucha en estos días son palabras como ajedrez y relato, dos de los mantras
de los asesores de comunicación. La política entendida como un descarnado juego
de fuerzas cuyo único fin es construir un discurso de éxito para consumo de la
audiencia.
La batalla ya no se juega en largas reuniones
de gente armada de planes y estadísticas. El ajedrez político del siglo XXI se
dirime en las redes y en los platós de televisión. Un caso ejemplar lo ofrecen
las versiones dadas por los protagonistas de una de las últimas conversaciones
telefónicas entre Sánchez e Iglesias. De creer a ambos —y ninguno ha desmentido
la versión del otro— ni Iglesias le habría dicho a Sánchez que se disponía a
convocar una consulta entre sus bases ni Sánchez le habría comentado a Iglesias
que preparaba una oferta para incluir en el Gobierno ministros de Podemos “con
perfil técnico”.
Se
puede expresar de diferentes formas, pero creo que se ajusta bastante al perfil
de los políticos que tenemos delante. No son únicos; no tenemos el privilegio de
la chapuza política, solo una versión a la española, la que nos toca.
Obsesionados
con la imagen, su único capital, son incapaces de entender que su obligación es
hacer que el país funcione y se acerque a la armonía del entendimiento. Por el
contrario, como viven de la división y la trifulca, necesitan crear nuevo
problemas con los que enganchar a la sociedad para que les siga como los ratones
al flautista
Hemos
creado escenarios, por lo que necesitamos actores. Los guiones se los escriben
los asesores de comunicación, los que están con la toalla y el agua en el
rincón jaleando cada intervención. Esto solo funciona con lo que la lingüista
Deborah Tannen llamó La Cultura de la
Polémica (1999) hace veinte años. Todo pasa por los medios, es decir, todo
tiene espectadores. No se actúa para el que se tiene enfrente, sino para el que
está al otro lado de las pantallas por las que circula la vida política, la
deportiva, la artística... todo. Los efectos en estos campos han sido la
degradación de los valores, la comercialización, el partidismo, la llamada a la violencia. El activo principal es el rapto emocional del otro.
Esto
actúa como filtro y el moderado es desplazado por el histriónico, por el que
tiende a polarizar a la sociedad. No llegamos a los extremos de Trump porque
nuestro sistema político es diferente. Aquí hemos optado por hacer parcelas más
pequeñas. Todavía hace unos días salía algún genio de la política diciendo que
en España todavía espacio para algunos otros agentes político diferentes. Es la
misma estrategia de colocación de los productos en los supermercados.
No sé
cuál será el resultado del debate de investidura que ha comenzado hace unas
horas. No está en mis manos y por ello mi pensamiento solo va en contra del
conjunto, del sistema que hemos creado para acceder al poder. El espectáculo ha
sido bochornoso y aburrido hasta la desesperación. Las discusiones sobre
consejerías y ministerios deberían hacerles sonrojar de vergüenza si tuvieran
capacidad para ello.
Vuelvo
al principio: son hijos de la democracia que tanto costó. No se trata de una
cuestión de canas sino de
responsabilidad ante la sociedad española en su conjunto. La obligación del
poder político en una sociedad democrática es siempre organizar la convivencia,
no forzar hasta el límite las polaridades. Y es, sin embargo, esto lo que se ha
ido haciendo.
Cada
vez son más las sociedades en las que vemos que se implanta la violencia en las
calles como forma habitual de "practicar" la política. No es el mejor
camino. Solo lleva, como ha ocurrido, a la aparición de los extremismos
desgarradores.
Mucho
me temo que el articulista ha pecado de demasiado optimista al hablar de
"ajedrez" como juego político. Es demasiado juego, intelectualidad, para unos políticos
que se pierden ellos mismos el respeto y a la ciudadanía. Es más bien un insoportable parchís a golpe de encuesta.
* Xosé
Hermida "La insoportable levedad del ajedrez" El País 22/07/2019
https://elpais.com/politica/2019/07/21/actualidad/1563737023_374109.html
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