lunes, 22 de julio de 2019

Insoportable parchís

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cada vez es más perceptible el sesgo que la política española está tomando. Cada vez más los ciudadanos tenemos la sensación de que solo somos un medio para llegar a una mesa a discutir del futuro de sus señorías, de los excelentísimos señores y señoras que se ocupan de aparentar discutir sobre nosotros. ¿Pero importamos realmente? He puesto en cursiva el "realmente" para mostrar mi escepticismo sobre el hecho en sí. Por mucho que lo digan, es difícil que les creamos.
Nada hay más deprimente que escuchar los interminables telediarios, desayunos, post informativos en los que, durante muchas horas al día, toda una serie de profesionales de la información hacen abstracción de cualquier cosa que pase en el mundo para dedicarse a una noble tarea: intentar adivinar las intenciones de nuestros políticos, interpretar sus más nimias palabras o sus más complacientes silencios. Horas y horas, días y días.
España, nuestro país (hay que recordarlo), salió de una dictadura larga y aburrida; salió además de la ser un país aislado y vuelto hacia sí mismo, asumiendo una vocación europeísta que se encuentra entre las más intensas de una Europa tensa. Salimos con un acuerdo general que dio lugar a una constitución (hay que recordarlo también) en la que todos cabíamos, salvo las reservas mentales de algunos. Nos enfrentamos a momentos delicados como el terrorismo de ETA, una verdadera lacra, y un intento de golpe de estado que tuvo el rechazo generalizado. Hay que recordarlo todo porque nuestra tradicional mezcla de optimismo y pesimismo, nos vuelve ciclotímicos y aquejados de olvidos clamorosos y recuerdos intensos como si fueran de ayer por parte de personas que nos los han vivido, pero les da igual.


Ahora tenemos en pleno una nueva generación, la de los que rondan los 40 años, es decir, los que nacieron con la democracia encima de la mesa. Están en todos los partidos. Ya no hay excusa. La política está prácticamente en sus manos. Son los más listos, los más guapos y los mejores políticos, según la versión oficial. Todos han estudiado mucho, nos dicen, aunque hay demasiado currículum chapucero, sacado en el tiempo libre que les dejaba el partido, al que habían llegado jovencitos. La gran mayoría solo ha hecho lo que está a la vista: plató, rueda de prensa, foto, discutir. No dan para mucho más.
En su artículo titulado La insoportable levedad del ajedrez, Xosé Hermida se despacha a gusto con todos ellos:

Estas nuevas vicisitudes a las que se enfrenta la democracia española suelen interpretarse como resultado de la fragmentación de los partidos. Más allá de eso, asoma también una forma novedosa de acción política en la que parece que sentarse a una mesa, sacar documentos y discutir programas se ha convertido en una antigualla. Lo que más se escucha en estos días son palabras como ajedrez y relato, dos de los mantras de los asesores de comunicación. La política entendida como un descarnado juego de fuerzas cuyo único fin es construir un discurso de éxito para consumo de la audiencia.
La batalla ya no se juega en largas reuniones de gente armada de planes y estadísticas. El ajedrez político del siglo XXI se dirime en las redes y en los platós de televisión. Un caso ejemplar lo ofrecen las versiones dadas por los protagonistas de una de las últimas conversaciones telefónicas entre Sánchez e Iglesias. De creer a ambos —y ninguno ha desmentido la versión del otro— ni Iglesias le habría dicho a Sánchez que se disponía a convocar una consulta entre sus bases ni Sánchez le habría comentado a Iglesias que preparaba una oferta para incluir en el Gobierno ministros de Podemos “con perfil técnico”.



Se puede expresar de diferentes formas, pero creo que se ajusta bastante al perfil de los políticos que tenemos delante. No son únicos; no tenemos el privilegio de la chapuza política, solo una versión a la española, la que nos toca.
Obsesionados con la imagen, su único capital, son incapaces de entender que su obligación es hacer que el país funcione y se acerque a la armonía del entendimiento. Por el contrario, como viven de la división y la trifulca, necesitan crear nuevo problemas con los que enganchar a la sociedad para que les siga como los ratones al flautista
Hemos creado escenarios, por lo que necesitamos actores. Los guiones se los escriben los asesores de comunicación, los que están con la toalla y el agua en el rincón jaleando cada intervención. Esto solo funciona con lo que la lingüista Deborah Tannen llamó La Cultura de la Polémica (1999) hace veinte años. Todo pasa por los medios, es decir, todo tiene espectadores. No se actúa para el que se tiene enfrente, sino para el que está al otro lado de las pantallas por las que circula la vida política, la deportiva, la artística... todo. Los efectos en estos campos han sido la degradación de los valores, la comercialización, el partidismo, la llamada a la violencia. El activo principal es el rapto emocional del otro.
Esto actúa como filtro y el moderado es desplazado por el histriónico, por el que tiende a polarizar a la sociedad. No llegamos a los extremos de Trump porque nuestro sistema político es diferente. Aquí hemos optado por hacer parcelas más pequeñas. Todavía hace unos días salía algún genio de la política diciendo que en España todavía espacio para algunos otros agentes político diferentes. Es la misma estrategia de colocación de los productos en los supermercados.


No sé cuál será el resultado del debate de investidura que ha comenzado hace unas horas. No está en mis manos y por ello mi pensamiento solo va en contra del conjunto, del sistema que hemos creado para acceder al poder. El espectáculo ha sido bochornoso y aburrido hasta la desesperación. Las discusiones sobre consejerías y ministerios deberían hacerles sonrojar de vergüenza si tuvieran capacidad para ello.
Vuelvo al principio: son hijos de la democracia que tanto costó. No se trata de una cuestión de canas sino de responsabilidad ante la sociedad española en su conjunto. La obligación del poder político en una sociedad democrática es siempre organizar la convivencia, no forzar hasta el límite las polaridades. Y es, sin embargo, esto lo que se ha ido haciendo.


Cada vez son más las sociedades en las que vemos que se implanta la violencia en las calles como forma habitual de "practicar" la política. No es el mejor camino. Solo lleva, como ha ocurrido, a la aparición de los extremismos desgarradores.
Mucho me temo que el articulista ha pecado de demasiado optimista al hablar de "ajedrez" como juego político. Es demasiado juego, intelectualidad, para unos políticos que se pierden ellos mismos el respeto y a la ciudadanía. Es más bien un insoportable parchís a golpe de encuesta.



* Xosé Hermida "La insoportable levedad del ajedrez" El País 22/07/2019 https://elpais.com/politica/2019/07/21/actualidad/1563737023_374109.html

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