Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
héroe es una propuesta, un muestrario de lo que nos parece admirable y admisible.
El héroe está en el límite, más allá de nosotros, por eso nos parece
extraordinario su comportamiento. El héroe representa el ejemplo hacia el que se nos propone camina. Por eso hay que tener
cuidado con los héroes que elegimos, con aquellos con los que nos identificamos
porque se pueden volver contra nosotros.
The New
York Times nos muestra una historia digna de ser llevada al cine por un Francis
Ford Coppola o por un Oliver Stone, la del Jefe de Operaciones Especiales de la
Armada norteamericana, el SEAL Edward Gallagher, declarado no culpable de una
serie de crímenes de guerra que sus subordinados denunciaron pero de los que
solo se ha podido probar uno de ellos, inevitablemente aceptado por el héroe,
su fotografía triunfal ante el cadáver de un joven combatiente de Estado Islámico, agarrado el pelo con una mano, su cuchillo de caza en la otra. Herido, denunciaban, le había apuñalado repetidamente en el cuello para que se desangrara. Le debió causar un enorme placer hacerlo.
La
historia del héroe absuelto por falta de pruebas está hoy en la prensa y, una
vez más, muestra la división de la sociedad norteamericana respecto a sus
propósitos y méritos. En la era Trump todo está cuestionado, en un sentido u
otro. Es el trastocamiento de los valores, el mundo del revés, la oscuridad
llamativa.
En The
New York Times nos informan de las acusaciones y su origen:
The chief was turned in by his own platoon last
spring. Several fellow SEALs reported that their leader had shot civilians and
killed the captive Islamic State fighter with a custom hunting knife during a
deployment in Iraq in 2017. He was also charged with obstruction of justice by
threatening to kill SEALs who reported him.
In the SEALs, Chief Gallagher had a reputation
as a “pirate” — an operator more interested in fighting terrorists than in
adhering to the rules and making rank. When members of his platoon reported his
actions to superior officers, fissures were revealed in the polished image of
the SEALs and the unwritten code of silence among members of the secretive
force, who see themselves as a brotherhood.
Some of the platoon members who spoke out were
called traitors in a closed Facebook group and were threatened with violence.
In court, some said they had started carrying weapons for self-defense.
From the beginning, the Navy portrayed the
murder case in particular as a simple one with eyewitnesses to the crime and a
culprit whose text messages appeared to admit guilt. But the military
repeatedly stumbled in investigating and prosecuting the chief.
The SEAL command initially downplayed the
platoon members’ reports about the chief, and did not start an investigation of
the alleged crimes for more than a year, allowing the trail of evidence to grow
cold. The lead prosecutor was removed from the case in May after he was caught
improperly attaching tracking software to email messages sent to defense
lawyers, leaving his replacement with just a few weeks to catch up before
trial. And a key witness changed his story on the stand to favor Chief
Gallagher.*
Los argumentos de la defensa —es lo suyo— se han encargado
de mostrar a sus subordinados como unos conspiradores celosos de su jefe,
incapaces de seguir su ritmo y hartos de sus exigencias. Es malestar habría
llevado a que le acusaran de los múltiples crímenes, que incluyen la muerte de
civiles por el placer de hacerlo. Las peticiones de pruebas —grabaciones,
vídeos, fotografía...— de los disparos hechos sobre civiles reducen la guerra a
un absurdo espectáculo. Lo que la guerra da precisamente es la impunidad al
crimen, que es lo que tratan de explicar. El Jefe Gallagher disfrutaba con lo
que hacía y hacía más de lo que tenía que hacer. Por lo único que le han
condenado es por la vanidad de no resistirse a hacerse una foto triunfal
humillando un cadáver, su foto con el trofeo de caza, la hecha para enseñársela
a los amigos y que vean lo poderoso que es, cómo tiene un trabajo en que están
en sus manos la vida y la muerte.
Es comprensible la inmediata simpatía que despertó en su
Comandante en Jefe, el presidente Trump, quien ya advirtió que lo indultaría en
el caso de que fuera condenado. No sorprende pues ya lo hizo con su amigo, el sheriff
fronterizo que patrullaba cazando inmigrantes, al que perdonó y abrazó en la
Casa Blanca.
A Trump le gusta proponer sus héroes, que son rápidamente
aceptados y aclamados por aquellos que le siguen y cuyos sueños colma. Pero la
peligrosidad de sus propuestas proviene precisamente de los valores que
encarnan.
El Jefe de Operaciones Gallagher es un ejemplo más —otro— de
cómo se pierde el liderazgo moral. Las tautologías del "gran trabajo"
y del "hacen su trabajo" son el espejo circular del absurdo. No se trata
de hacerlo bien sino de que hagan lo que hagan es su trabajo y por ello está
bien.
Estados Unidos ha podido elegir: ponerse del lado de los
SEAL que se sentían indignos bajo el mando de un jefe que exhibía su crueldad perversa,
que necesitaba —según los testimonios— disparar sobre civiles o apuñalar en el
cuello a un herido en el suelo para fotografiarse con el cadáver o estar del
lado del Jefe. Puede que los jueces no hayan podido hacer más con el material
que tenía. Le han declarado "no culpable", que no es lo mismo que
inocente.
Pero Trump no ha necesitado pruebas. Simplemente ha
considerado un "buen trabajo" lo hecho por Gallagher y decidió
ponerse de su lado y respaldarle por su trabajo anterior. Curiosa práctica esta
de lavado de crímenes por lo que haya podido hacer antes, probablemente lo
mismo cuando ha tenido ocasión.
Nos cuenta The New York Times el ascenso de Gallagher al Olimpo
heroico:
Chief Gallagher emerged from the courthouse
beaming, hugging his wife and brother as photographers thronged around his
legal team.
Bernard Kerik, the former New York police
commissioner who put the team together, said it was time to stop second-guessing
the men and women fighting overseas.
“Let them do their job. Eddie Gallagher did his
job,” Mr. Kerik said. “He’s a hero. He’s a hero in the eyes of every American
who followed this case.”*
El trabajo del héroe. La América que no entiende o que no le
importa sigue ciega ante su debacle moral. Nada es más ciego que el dogmatismo
nacionalista, que eleva todo a una cuestión orgánica, descerebrada: el falso
patriotismo. En él, los males se transforman en virtudes y un criminal en un
héroe. "Su trabajo" se puede camuflar de muchas maneras, pero no
puede esconder el placer que le produce la fuerza y la prepotencia que considera
que no existen reglas para el que viste un uniforme.
El empeño en convertirlo en un "héroe", en una
víctima de sus inferiores dice mucho de la perversión moral que vive el
nacionalismo patriotero en los Estados Unidos y que se está extendiendo por el
mundo. Los crímenes con uniforme son menos crímenes; el que mata injustificadamente
merece medallas y honores.
Los Estados Unidos se están quebrando por la mitad entre los
que reivindican una americanidad violenta, armamentista, que se exporta al
exterior, y los que se sienten avergonzados por la exaltación de la violencia y
la amenaza constante de apuntar hacia ti con toda la artillería de que se
disponga. Es un punto más en la pérdida del liderazgo moral.
Los nuevos héroes, condición que se reclama para personajes
que matan en la frontera o salen de ellas para dar forma a sus taras (como
Gallagher), son una carga para el futuro de una Norteamérica que algún día
despertará de la sesión de hipnosis colectiva en la que se encuentra y verá con
horror el templo del Walhalla que ha creado para sus héroes.
Muchos los eligen hoy como sus héroes. Nos les importa lo que hayan hecho, solo que lo han hecho dentro de un uniforme. Quizá mañana los tapen con vergüenza.
* Dave
Phillips "Navy SEAL Chief Accused of War Crimes Is Found Not Guilty of
Murder" The New York Times 2/07/2019
https://www.nytimes.com/2019/07/02/us/navy-seal-trial-verdict.html
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