viernes, 5 de julio de 2019

Reset o ¿qué día tocaba la revolución?

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario El País nos trae hoy el artículo titulado "Cómo la tecnología cambia nuestros trabajos", firmado por Luz Rodríguez Fernández, Profesora Titular de Derecho del Trabajo (Universidad Castilla-La Mancha). Una vez leído el texto, de gran interés, debería rectificarse el título: "Cómo evitar que la tecnología cambie nuestros puestos de trabajo". Títulos alternativos podrían ser "Bastilla 2.0" o incluso "¿Soñaba María Antonieta con ovejas eléctricas?". Se me ocurren más de este tenor, pero es mejor dejarlo.
Todo escrito tiene un punto de vista, no ya de partida. El de la autora es evidentemente su percepción como jurista y, lo que le agradecemos, su preocupación por el futuro de las relaciones laborales. Quizá sería mejor decir, de la extinción de muchas de las relaciones laborales, ya que los datos apuntan hacia la desaparición de ingentes cantidades de puestos de trabajos.
Recoge la autora en la parte central de su artículo:

Para empezar, el Foro Económico Mundial nos habla de 5,1 millones de empleos netos que desaparecerán entre 2015 y 2020, dado que, aunque la caída de puestos de trabajo alcanzará los 7,1 millones, se crearán en ese mismo periodo de tiempo 2 millones de nuevos empleos. McKinsey mantiene que cerca del 50% de las actuales actividades laborales son susceptibles de automatización y que 6 de cada 10 ocupaciones tienen ya en el presente más del 30% de actividades que pueden ser automatizadas. Finalmente, la OCDE aporta una visión más optimista, cifrando en un 9% el total de los puestos con alto riesgo de automatización en el conjunto de los países de esta organización.
Por lo que se refiere a España, tenemos también diferentes perspectivas y datos. Con base en la metodología empleada por Frey y Osborne, la Fundación Bruegel ha calculado que el 55,32% de los puestos de trabajo de nuestro país pueden ser automatizados y, por ello, perderse para el trabajo humano. De su lado, el informe de la OCDE presenta los siguientes datos: el 12% de los puestos de trabajo tienen un riesgo de automatización alto, pero el 38% de los puestos de trabajo tienen un riesgo de automatización medio, con lo que nuestra mediana de riesgo de automatización se sitúa en el 35% de los actuales puestos de trabajo. El riesgo más alto de automatización se localiza en relación con los trabajadores que tienen el nivel de cualificación más bajo (un 56% de esos puestos de trabajo están en riesgo de automatización) y respecto de los trabajadores con rentas más bajas (el 25% de los puestos de trabajo en riesgo de automatización corresponden a trabajadores con el percentil más bajo de rentas y el 29% a trabajadores con el segundo percentil más bajo).*


¿Para empezar...? No sé si un pérdida de más del 55% de los empleos deja mucho para después.
La preocupación por el empleo es desde luego necesaria y la queja de su exclusión de la agenda política es más que justificada. Quizá los políticos se alejen por su capacidad de crearse puestos no automatizables en las distintas capas en que se ha establecido el poder. Creo que es la única profesión que tiene esa capacidad.
En los últimos días hemos tenido ocasión de ver las protestas en los Estados Unidos sobre otro proceso automatizado, la enseñanza. Las protestas contra los programas de la Fundación Zuckerberg, liderada por su esposa, han tenido eco en la prensa norteamericana y en todo el mundo.
La pregunta por los puestos de trabajo, su destino en un mundo automatizado es una pregunta de un escalón inferior. Quiero decir con ello que no se asciende más por los peldaños del mundo que tenemos. Enfocarlo desde los puestos de trabajo significa ya ver el problema desde un marco específico. El "trabajo" no parece un concepto evidente, pero no lo es tanto. Es, como casi todo, hijo de la Historia y sobre todo, de los historiadores, que son quienes nos lo cuentan. No en vano, Reinhart Koselleck tuvo que proponer un nuevo enfoque conceptual de la Historia para resolver ese problema de los conceptos y su variación semántica. "Trabajo" es un "concepto", como lo es "automatización". Por ello, somos nosotros los que le damos sentido y no la Historia que no es más que nuestro relato. "Trabajo", como otras palabras, está sujeto a polisemia, es decir, a variaciones en su significado, algo que lo le es propio per sé, sino que se construye y reconstruye desde la propia dinámica social.
El "trabajo", en efecto, como señala la autora del artículo se está convirtiendo en el centro de muchos debates sociales. Esto no significa que se tome ninguna medida al respecto. Para que eso se hiciera tendría que haber una consideración negativa de los efectos y estos no son igualmente negativos para todos. Es más, tienen lugar porque benefician a alguien, no sabemos cuántos, pero podemos imaginarlo.
Si hablamos de conceptos, no deja de sorprendernos lo dicho en el texto:

Lo anterior nos pone sobre la pista de algunas de las tendencias producidas por el avance de la tecnología que tendrán que integrarse en el debate y la toma de decisiones políticas sobre el presente y el futuro del trabajo. La primera es, naturalmente, el riesgo cierto de pérdida de empleo para algunos sectores de la población trabajadora y qué hacer frente a ello. La segunda es la necesidad de recualificación de grandes capas de la población para que no pierdan la carrera frente a la tecnología. La tercera, la necesidad de proveer de rentas a las personas que, pese al esfuerzo que pueda hacerse en educación y/o formación, no logren adecuarse a las exigencias del trabajo tecnológico y pierdan su empleo, así como la urgencia de reconsiderar en su conjunto el actual modelo de Seguridad Social. Y la última, pero no menos importante, el diferente impacto que tiene la tecnología sobre el empleo de la población trabajadora, en función de su cualificación y de sus rentas, que está produciendo una aguda bipolarización o fragmentación del mercado de trabajo y de la sociedad en dos: winners y loosers, por emplear una terminología muy al uso, del avance de la digitalización.*

La terminología muy al uso no deja de ser reveladora en su simplismo. Sin embargo, el fenómeno, en cuanto nos alejamos un poco para coger perspectiva, nos damos cuenta que es de una enorme trascendencia y con un futuro mucho más complicado (no solo complejo) de lo que aparece.
El hecho de que el artículo se haga desde una perspectiva jurídica en un marco de las relaciones laborales debería llevarnos a los conceptos básicos de "relaciones", por un lado, y "laborales" (y trabajo) por otro.
Las transformaciones previas al desarrollo de la sociedad industrial tenían otros fundamentos para las relaciones. También tenía sus "perdedores" (siervos, esclavos) y sus "ganadores" (nobleza). Las "relaciones", que también podemos considerar "orden" social, se fundamentaban en unos conceptos determinados cuyos límites procedían de fuentes de autoridad, las que sancionaban precisamente el orden existente, de Dios al Emperador.
Un mundo de "ganadores" y "perdedores" tiene también sus fuentes de autoridad en la medida en que suponen una especie de reparto. Lo que antes había que aceptar en nombre de Dios, ahora se hace en nombre de unas oscuras fuentes que surgen de gurús, visionarios, futurólogos, prospectivas, estimaciones, tendencias, etc. que juegan el papel de destino inamovible que auto justifican las situaciones presentes y las por venir. Ese es el papel de los "expertos" de diverso pelaje. La función de muchos de ellos es asegurar, desde su perspectiva, que lo que viene ha de llegar. Pongo el énfasis en "ha", en la función de promesa que tiene.
Hemos sustituido el pasado por el futuro absorbente, aquel que nos atrae si remisión y que el experto anticipa o denuncia. Pero la denuncia o la advertencia no sirven de remedio: el hecho de que pueda ser visualizado el futuro hace que este sea ya inevitable. El futuro es como un piano que te cae desde un octavo piso.


Ese futuro que nos llega desde diversas perspectivas y ángulos (el futuro es siempre un retrato cubista) es siempre menos que lo que realmente podemos llegar a percibir.
Pero lo que el futuro o sus predicciones nos escamotean es la pregunta sobre qué hago yo en la línea de caída del piano. Esa es la pregunta frente a lo inevitable: es inevitable que el piano me golpee si estoy debajo, pero ¿qué diablos hago debajo de la línea de caída, por qué no estoy en otro sitio? En este sentido, el futuro es un accidente laboral.
Cuando la sociedad comenzó a transformarse a mediados del siglo XVIII, las preguntas que surgieron eran precisamente sobre el por qué estoy aquí o, lo que es lo mismo, sobre el "contrato social".
La pregunta en cuestión era "¿por qué estamos juntos?" o "¿es mejor estar juntos o separados, que nos resulta más beneficioso?" La pregunta tiene mucho que ver con la sucesión de revoluciones que tuvieron lugar posteriormente. ¿Se la hace alguien hoy o ha desaparecido del panorama en un acto de malabarismo intelectual? Necesitamos un Jean-Jacques Rousseau que plantee las condiciones del nuevo contrato o ¿debemos aceptar sin más la idea de "ganadores" y "perdedores"?
Coincide el artículo que comentamos con otro ilustrativo y muy relacionado (el momento y el azar nos dejan estas conexiones). El titular es "¿Por qué dejé mi trabajo en la dirección de Google?" y nos cuenta los motivos expresados por la ex vicepresidenta de Comunicaciones de la empresa Jessica Powell.
Tras algunos detalles, se nos explica:

La historia de Powell es rara. Poca gente en Silicon Valley salta del puente de mando de sus barcos y cuando lo hacen son noticia. Son lugares demasiado grandes y confortables, que dominan y dirigen buena parte del mundo. Quién querría bajarse de ahí. Y, sobre todo, por qué. 
El trabajo de Powell era defender cada una de las decisiones técnicas que tomaban ingenieros visionarios para salvar el mundo de sus antiguallas humanas. Lo que no deja de ser verdad: servicios como el buscador, los mapas, el acceso a información, las opciones de relacionarse o comprar por Internet son lógicamente indispensables. Pero esas buenas intenciones están llenas de agujeros imprevistos por estos grandes cerebros: redes que sirven para el genocidio, vídeos que promueven el nazismo, acoso por todas partes y, sobre todo, una monocultura controlada por un tipo de gente que no comprende las necesidades del resto.**



Jessica Powell, nos cuenta, ha tenido un hijo, ha escrito una novela y se ha montado una empresa de música. No era ingeniero, era comunicadora empresarial —como bien se describe— la persona que debe ocultar la parte oscura del mundo con una sonrisa. Powell, parece, no logró poner la distancia suficiente entre lo que pensaba y lo que tenía que decir. Su trabajo no era otro que vender lo inevitable. Lo cuenta en esa novela que ha escrito que dicen que tiene mucho de autobiográfico.
El futuro, según nos cuentan, es cada día más difícil de vender porque el papel de celofán que lo envuelve se hace más transparente. El aviso de la experta en Relaciones Laborales y Derecho del Trabajo está bien, pero le acabará pasando (si no le ha pasado ya) que se hartará de que su trabajo acabé siendo justificar el orden injusto de un mundo en donde la codicia no tiene límite. No es otro el problema.
Si nos preguntamos qué hacemos en el lugar donde va a caer el piano, la siguiente pregunta es ¿quién arroja pianos? Y eso va al centro del conflicto. La sociedad ya no es una forma que busca la armonía o la convivencia. Hemos entrado en una jungla virtual en donde unos sectores absorben a otros dejando el suelo sembrados de cadáveres. La automatización produce y reduce. No es ella el problema en sí, sino la tendencia infinita a la reducción de costes y en donde todo es un coste reducible al ser evaluable. La salud, el descanso, la educación, etc. todo se convierte en motivo de ganancia para unos o de ahorro para otros. Los llamamos "recortes" y nos reducen los impuestos solo para que no vayan al fondo común, sino para que pueda perderse por el día a día. Los grandes comunicadores nos lo dicen con una sonrisa cada día. Le llaman darte libertad y dicen que los demás son cobardes, volviendo a ridículos planteamientos del liberalismo salvaje decimonónico, a cuya situación estamos empezando a asemejarnos.
Vivimos en medio un peligroso "americanismo", en parte impuesto a través de la tecnología" y en parte aceptado como forma de modernidad tecnocrática. Los Estados Unidos tienen muchos valores, pero también muchos defectos. Entre ellos un egocentrismo individualista convertido en ley, que ha convertido Educación, Sanidad y Trabajo en un conjunto en el que el término último es que da acceso a los otros dos, pilares de la vida y del ascenso social. En este sentido, es uno de los países más atrasados.
La prolongación de la vida conlleva, además, la necesidad de tener seguridad, más cuidados. Sin embargo, todos los mensajes que recibimos son alarmantes. La codicia hace que el dinero del futuro se diluya en el presente. La extensión de la forma norteamerica de ver y relacionarse con el mundo es peligrosa y es la que se vislumbra. 


La perspectiva de un mundo sin trabajo —y de trabajo precario y mal pagado— solo puede contemplarse de una manera, con preocupación y con responsabilidad. Dice Jessica Powell que Google sigue haciendo lo que hace porque no se resienten sus cuentas. Hasta el momento, el pensamiento trataba de buscar cómo hacerse rico; a lo mejor hay que empezar a pensar en fórmulas negativas, cómo evitar que otros lo sean.
Desgraciadamente, nuestras clases políticas acaban siendo un sector privilegiado que administra su propia seguridad. Los "winners" los necesitan para mantener el mundo en calma o para llevarse las culpas cuando la cuestión está muy tensa.
Mucho me temo que va a haber que empezar a buscar soluciones alternativas para ir personalizando el propio futuro, más allá de eso que llaman planes de pensiones. Habrá que empezar a crear "planes de trabajo" que permitan la vida y el derecho a la subsistencia y, a ser posible de la tranquilidad. Los síntomas sociales que hoy percibimos son los de un estado de angustia por el futuro.
Los populismos dan explicaciones extrañas y pasionales. Hace años comentamos aquí el ejemplar caso de un empresario suizo, un fabricante de navajas, que consiguió mantener en su pueblo el compromiso de décadas de su empresa con los miembros la zona. Usó su intelecto y el de sus empleados para que pudieran sobrevivir a la crisis y salir adelante. Lo hicieron. Pero no hay muchos así, ya lo que se vende es la falta de compromiso con los otros. Es lo que expresa con claridad el artículo sobre Powell, el éxito de "una monocultura controlada por un tipo de gente que no comprende las necesidades del resto". Tiene razón.


No es casualidad que uno de los campos en los que más se ha avanzado en automatización sea el de la cíberseguridad. En el fondo, todo el mundo piensa que esto estallará algún día. Como decía el filósofo Gianni Vattimo hace unos días en el mismo diario, espera morirse antes de ver cómo todo se va al diablo. La coincidencia de los artículos no es una casualidad; es la emergencia de los problemas a la superficie. Cada vez hay más voces diciéndolo. Sin embargo,como señalaba Luz Rodríguez, no está en las agendas políticas. Probablemente lo que ocurra es que la política misma debe ser renovada porque resulta incapaz (la queja es universal) de resolver esta cuestión capital.
Pero no deje que le engañen: no es la tecnología. Es un intento de responsabilizar a la herramienta de lo que hace quien la diseña para una función. La culpa no es del martillo, sino de quien lo levanta. Es la codicia, la creencia en el derecho sin límites a enriquecerse. Winners y Loosers, no necesitan más. Por mucho que se diga en inglés, no deja de ser un problema viejo como la humanidad, pero nunca fue tan complejo y extendido porque hoy somos un sistema único, global.
El trabajo se ha convertido en el centro de nuestra sociedades y de él depende casi todo. Es mucho más que una actividad. Si no se soluciona el problema y sigue creciendo, lo que nos espera (no deje que le cuenten otra cosa) es un colapso general, una crisis de la que esta vez se van a salvar muy pocos, una Bastilla 2.0 y un reset después.
Hay que dejar de pensar en cómo explotar a los otros y empezar a hacerlo en cómo salvarnos todos.



* Luz Rodríguez Fernández "Cómo la tecnología cambia nuestros trabajos" El País 5/07/2019 https://elpais.com/elpais/2019/07/03/opinion/1562170715_473763.html
** Jordi Pérez Colomé "Por qué dejé mi trabajo en la dirección de Google" El País 5/07/2019 https://elpais.com/tecnologia/2019/07/04/actualidad/1562193334_692960.html

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