Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Cuando
los partidos pierden el poder suelen hacer muchas tonterías; más que las que
les hicieron perderlo. Si llevan algún tiempo —mucho tiempo—ؙ en el poder, las
reacciones suelen seguir ciertos patrones que reflejan los males acumulados. El
Partido Popular se enfrenta a sí mismo, a su historia, en estos momentos en los
que se ha producido un extraño recambio. Ha sido extraño en dos sentidos a) no
se había producido una moción de censura ganadora en España; y b) los aliados en la
moción están condenados a no entenderse. El objetivo era sacarlos del poder... y lo han hecho.
Tras la
pérdida del poder, entre esas tonterías que realizan, los partidos se suelen
pelear. El poder siempre une por temor a ofrecer debilidad hacia el exterior y
se guardan las rencillas y las discordancias hasta tiempos en los que nadie
pierda nada —les parece que no hay mucho que perder—, tiempos de rabia en los
que desahogarse con los compañeros poco deseados. Esto es más claro en España
que en otros sitios, de los que nos enteramos cada día de sus discrepancias,
como ocurre en Reino Unido o en Alemania o pasó antes en Francia, por ejemplo.
En España se lleva la procesión por dentro hasta que la procesión se transforma
en un encierro de Sanfermines, todos corriendo atropelladamente para que no les
pille el toro.
Lo que
está haciendo el PP se asemeja mucho a esto. Tras el desgaste de la crisis
económica, de tener que tomar medidas ante
el desafío del "procés", viene ahora el autodesgaste. Es el momento
al que más temen los partidos. Y hacen bien.
"Renovarse
o morir", explicaba el dicho. Pero en política "renovarse" puede
tener muchas interpretaciones, incluso por parte de los "muertos"
previos, zombis que se ponen en pie con la esperanza de ser los
"renovadores". Es el caso de Aznar que se ha puesto al servicio del
partido por si la renovación es amplia.
"Renovarse"
es volver a barajar y echar las cartas sin cambiar de baraja, como se está haciendo
ahora. El PP lleva años negándose a ver la situación y, me da la impresión, que
sigue sin entenderla. Es difícil encontrar relevos entre desconocidos cuando se
han cuidado durante años de que existiera en el partido órganos de renovación
del pensamiento y sobre todo, órganos mediadores con la realidad que hicieran
comprender a los políticos aislados cómo respiraba la calle.
El PP
ha vivido de ser la única alternativa existente a la derecha y el centro en
España. Eso les ha dado una falsa sensación de confianza que se vino abajo
cuando Ciudadanos, un partido con desparpajo empezó a acoger su electorado y a
algunos dirigentes locales de fino olfato que siempre quieren estar en el
candelero.
Rota la
seguridad de ser únicos, el partido no
ha sabido gestionarse como posibilidad real, sin llegar a entender que los problemas
acumulados no podían barrerse más tiempo debajo de la alfombra.
Los
contendientes lanzados a la arena para conquistar el trono vacío del partido
están hundiendo más sus posibilidades. La falta de entrenamiento interno para
debatir las cuestiones de futuro, pasado y presente, hace que hayan
seleccionado el peor modelo de todos: tratar a sus compañeros como si fueran la
oposición. Es casi una respuesta condicionada por los años en que —todos los
partidos— se dedican a arrancar la piel a tiras de sus oponentes.
Primero
ha sido la frustración del número de militantes, engordado hasta el escándalo
con el que el PP se defendía ante sus oponentes. De los "ochocientos
mil" mentados, no se murió ni uno solo durante décadas, ninguno se dio de
baja; solo entradas y ninguna salida. Ahí estaban hasta que se les pidió salir
de sus tumbas, recordar olvidos, olvidar vergüenzas y enfados, y solo llegaron
unos pocos a dar señales de vida. Los "800.000" no podrán ser
invocados más sin temor a la burla. Otro error.
Si malo
ha sido esto, peor han sido las armas empleadas hasta el momento. No se sabe
distinguir lo que es la renovación ideológica con la recriminación a aquello
que el partido asumió como hechos de gobierno. Aquí quienes se llevan la peor
parte son Cospedal y, especialmente, Pablo Casado, que han perdido el rumbo.
Lo que
la sociedad española está pidiendo al PP es renovación, limpieza interna,
normas claras para detectar y frenar a los sinvergüenzas que se han subido al
carro y en los aledaños creando sus nichos de
corrupción, en los que se han relevado unos a otros con total impunidad. Piden vigilancia dentro y fuera del partido. La contabilidad B ha sido responsabilidad propia; también no haber sabido proteger la administración introduciendo en ella a los indeseables que han acabado en los tribunales. No es el único partido con corrupción, pero eso no debería haber sido nunca un refugio o excusa.
Que
Pablo Casado, el estudioso, salga ahora recriminando a Sáenz de Santamaría por
el "procés" demuestra que no es la persona indicada para liderar nada
porque sencillamente no sabe distinguir las cosas unas de otras. Eso no es algo que debería ponerse sobre la mesa en este proceso. Esos son los argumentos para los ataques desde fuera, pero nunca desde dentro. Al joven casado parece importarle poco los estropicios que cause.
Para
ganar de nuevo en las urnas y recuperar el crédito político, que son dos cosas
distintas, el Partido Popular tiene que hacer un ejercicio de humildad y
conexión con la sociedad, no una nueva ronda de navajazos. Las energías deben
ir hacia los que han hundido el crédito del partido en lo que les ha sacado del
gobierno, la corrupción, y no el gobierno en sí.
La
falta de conexión con la realidad nos ha mostrado a un Mariano Rajoy enseñando las
cifras de la economía mientras que los jueces les mostraban las cifras de la
corrupción a los ciudadanos. El PP no ha sabido sacar adelante lo que tenía que
haber hecho hace mucho tiempo: un plan para mostrar a todos —militancia,
votantes y ciudadanos— que era capaz de sacudirse la porquería que le estaba
cubriendo día a día. En este sentido, todos los que han estado dentro del
partido se han mostrado incapaces.
Los
costes políticos de esta incapacidad se han cobrado con la salida del poder.
Ahora tiene por delante un complicado camino. Pero no parece que sea un camino
difícil. No le va a ser fácil sacarse los sambenitos que les han desalojado del
poder en una operación atropellada y de consecuencias poco claras para la
gobernabilidad.
Lo que
parece evidente es que el Partido Popular no ha comprendido la trascendencia de
lo ocurrido. Con Rajoy en Santa Pola, en el caso de más rápida transformación
de la historia de la política española, el equilibrio y las buenas formas han
desaparecido como por arte de magia. No es esto lo que quiere ver la sociedad
española.
Como
señalaba una comentarista política en su columna, ¿dónde está la renovación si
son los mismos que había? No es una renovación es una "sucesión",
sino una "sucesión" fratricida que nada soluciona pues no hay
herencia más pobre que la dejada.
La drástica
reducción de los afiliados del partido debería haber sido una señal de que se
ha estado jugando con peligrosas ficciones. Después de repetir todos los
candidatos que "venían a unir", el espectáculo dice lo contrario.
Incapaces de asumir una larga temporada de negaciones de la realidad, los
candidatos parecen querer seguir haciendo lo mismo. No ha dado tiempo ni a un
cambio de "look". La salida veloz de Rajoy les ha obligado a buscarse
la vida.
Dice el
editorial del diario El País (7/07/2018) que más que "elegir entre dos rivales",
deben "reposicionarse" como partido. Tienen razón, pero creo que eso quedarse cortos. El PP
debería 1) examinar sus estructuras de arriba abajo con el detector de
problemas; 2) redefinirse ideológicamente tras la ideología
"gerencial" en la que se han amparado; y 3) escuchar a la sociedad
española en su conjunto para proponer un modelo real y no retórico sobre
los grandes problemas sociales (educación, sanidad, desigualdad...). La
sociedad ha cambiado tras la crisis económica y es mucho más sensible a estos
problemas que nos afectan a todos. Ya no valen las grandes cifras, sino cómo se
traducen en cada hogar.
Deberían
sentarse a pensar qué han hecho tan mal
como para poder poner de acuerdo a todos los que nunca se ponen de acuerdo. Sin
embargo, parecen empeñados en elegir a aquel que le asegure con más claridad
que lo han hecho muy bien. La estrategia
de negar la realidad ha sido nefasta. Ahora se encaminan hacia la otra cara de
la irrealidad con el mismo empeño.
Ya no
están solos. Lo que pierdan puede ir
a otros bolsillos, como ya ha estado ocurriendo.
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