domingo, 8 de julio de 2018

Irrealidad


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cuando los partidos pierden el poder suelen hacer muchas tonterías; más que las que les hicieron perderlo. Si llevan algún tiempo —mucho tiempo—ؙ en el poder, las reacciones suelen seguir ciertos patrones que reflejan los males acumulados. El Partido Popular se enfrenta a sí mismo, a su historia, en estos momentos en los que se ha producido un extraño recambio. Ha sido extraño en dos sentidos a) no se había producido una moción de censura ganadora en España; y b) los aliados en la moción están condenados a no entenderse. El objetivo era sacarlos del poder... y lo han hecho.
Tras la pérdida del poder, entre esas tonterías que realizan, los partidos se suelen pelear. El poder siempre une por temor a ofrecer debilidad hacia el exterior y se guardan las rencillas y las discordancias hasta tiempos en los que nadie pierda nada —les parece que no hay mucho que perder—, tiempos de rabia en los que desahogarse con los compañeros poco deseados. Esto es más claro en España que en otros sitios, de los que nos enteramos cada día de sus discrepancias, como ocurre en Reino Unido o en Alemania o pasó antes en Francia, por ejemplo. En España se lleva la procesión por dentro hasta que la procesión se transforma en un encierro de Sanfermines, todos corriendo atropelladamente para que no les pille el toro.
Lo que está haciendo el PP se asemeja mucho a esto. Tras el desgaste de la crisis económica,  de tener que tomar medidas ante el desafío del "procés", viene ahora el autodesgaste. Es el momento al que más temen los partidos. Y hacen bien.


"Renovarse o morir", explicaba el dicho. Pero en política "renovarse" puede tener muchas interpretaciones, incluso por parte de los "muertos" previos, zombis que se ponen en pie con la esperanza de ser los "renovadores". Es el caso de Aznar que se ha puesto al servicio del partido por si la renovación es amplia.
"Renovarse" es volver a barajar y echar las cartas sin cambiar de baraja, como se está haciendo ahora. El PP lleva años negándose a ver la situación y, me da la impresión, que sigue sin entenderla. Es difícil encontrar relevos entre desconocidos cuando se han cuidado durante años de que existiera en el partido órganos de renovación del pensamiento y sobre todo, órganos mediadores con la realidad que hicieran comprender a los políticos aislados cómo respiraba la calle.
El PP ha vivido de ser la única alternativa existente a la derecha y el centro en España. Eso les ha dado una falsa sensación de confianza que se vino abajo cuando Ciudadanos, un partido con desparpajo empezó a acoger su electorado y a algunos dirigentes locales de fino olfato que siempre quieren estar en el candelero.
Rota la seguridad de ser únicos, el partido no ha sabido gestionarse como posibilidad real, sin llegar a entender que los problemas acumulados no podían barrerse más tiempo debajo de la alfombra.
Los contendientes lanzados a la arena para conquistar el trono vacío del partido están hundiendo más sus posibilidades. La falta de entrenamiento interno para debatir las cuestiones de futuro, pasado y presente, hace que hayan seleccionado el peor modelo de todos: tratar a sus compañeros como si fueran la oposición. Es casi una respuesta condicionada por los años en que —todos los partidos— se dedican a arrancar la piel a tiras de sus oponentes.
Primero ha sido la frustración del número de militantes, engordado hasta el escándalo con el que el PP se defendía ante sus oponentes. De los "ochocientos mil" mentados, no se murió ni uno solo durante décadas, ninguno se dio de baja; solo entradas y ninguna salida. Ahí estaban hasta que se les pidió salir de sus tumbas, recordar olvidos, olvidar vergüenzas y enfados, y solo llegaron unos pocos a dar señales de vida. Los "800.000" no podrán ser invocados más sin temor a la burla. Otro error.
Si malo ha sido esto, peor han sido las armas empleadas hasta el momento. No se sabe distinguir lo que es la renovación ideológica con la recriminación a aquello que el partido asumió como hechos de gobierno. Aquí quienes se llevan la peor parte son Cospedal y, especialmente, Pablo Casado, que han perdido el rumbo.
Lo que la sociedad española está pidiendo al PP es renovación, limpieza interna, normas claras para detectar y frenar a los sinvergüenzas que se han subido al carro y en los aledaños creando sus nichos de corrupción, en los que se han relevado unos a otros con total impunidad. Piden vigilancia dentro y fuera del partido. La contabilidad B ha sido responsabilidad propia; también no haber sabido proteger la administración introduciendo en ella a los indeseables que han acabado en los tribunales. No es el único partido con corrupción, pero eso no debería haber sido nunca un refugio o excusa.
Que Pablo Casado, el estudioso, salga ahora recriminando a Sáenz de Santamaría por el "procés" demuestra que no es la persona indicada para liderar nada porque sencillamente no sabe distinguir las cosas unas de otras. Eso no es algo que debería ponerse sobre la mesa en este proceso. Esos son los argumentos para los ataques desde fuera, pero nunca desde dentro. Al joven casado parece importarle poco los estropicios que cause.

Para ganar de nuevo en las urnas y recuperar el crédito político, que son dos cosas distintas, el Partido Popular tiene que hacer un ejercicio de humildad y conexión con la sociedad, no una nueva ronda de navajazos. Las energías deben ir hacia los que han hundido el crédito del partido en lo que les ha sacado del gobierno, la corrupción, y no el gobierno en sí.
La falta de conexión con la realidad nos ha mostrado a un Mariano Rajoy enseñando las cifras de la economía mientras que los jueces les mostraban las cifras de la corrupción a los ciudadanos. El PP no ha sabido sacar adelante lo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo: un plan para mostrar a todos —militancia, votantes y ciudadanos— que era capaz de sacudirse la porquería que le estaba cubriendo día a día. En este sentido, todos los que han estado dentro del partido se han mostrado incapaces.
Los costes políticos de esta incapacidad se han cobrado con la salida del poder. Ahora tiene por delante un complicado camino. Pero no parece que sea un camino difícil. No le va a ser fácil sacarse los sambenitos que les han desalojado del poder en una operación atropellada y de consecuencias poco claras para la gobernabilidad.
Lo que parece evidente es que el Partido Popular no ha comprendido la trascendencia de lo ocurrido. Con Rajoy en Santa Pola, en el caso de más rápida transformación de la historia de la política española, el equilibrio y las buenas formas han desaparecido como por arte de magia. No es esto lo que quiere ver la sociedad española.
Como señalaba una comentarista política en su columna, ¿dónde está la renovación si son los mismos que había? No es una renovación es una "sucesión", sino una "sucesión" fratricida que nada soluciona pues no hay herencia más pobre que la dejada.
La drástica reducción de los afiliados del partido debería haber sido una señal de que se ha estado jugando con peligrosas ficciones. Después de repetir todos los candidatos que "venían a unir", el espectáculo dice lo contrario. Incapaces de asumir una larga temporada de negaciones de la realidad, los candidatos parecen querer seguir haciendo lo mismo. No ha dado tiempo ni a un cambio de "look". La salida veloz de Rajoy les ha obligado a buscarse la vida.


Dice el editorial del diario El País (7/07/2018) que más que "elegir entre dos rivales", deben "reposicionarse" como partido. Tienen razón, pero creo que eso quedarse cortos. El PP debería 1) examinar sus estructuras de arriba abajo con el detector de problemas; 2) redefinirse ideológicamente tras la ideología "gerencial" en la que se han amparado; y 3) escuchar a la sociedad española en su conjunto para proponer un modelo real y no retórico sobre los grandes problemas sociales (educación, sanidad, desigualdad...). La sociedad ha cambiado tras la crisis económica y es mucho más sensible a estos problemas que nos afectan a todos. Ya no valen las grandes cifras, sino cómo se traducen en cada hogar.
Deberían sentarse a pensar qué han hecho tan mal como para poder poner de acuerdo a todos los que nunca se ponen de acuerdo. Sin embargo, parecen empeñados en elegir a aquel que le asegure con más claridad que lo han hecho muy bien. La estrategia de negar la realidad ha sido nefasta. Ahora se encaminan hacia la otra cara de la irrealidad con el mismo empeño.
Ya no están solos. Lo que pierdan puede ir a otros bolsillos, como ya ha estado ocurriendo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.