miércoles, 11 de julio de 2018

Maldita perfección

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La noticia la reproduce la revista Mente & Cerebro, recién llegada a nuestros quioscos, en su número de julio-agosto. Está fechada en origen en 2017 y su titular es "Jóvenes obsesionados con la perfección" entremezclando tres conceptos como son la juventud, la obsesión y la perfección. La "juventud" puede ser establecida mediante la fijación de unos límites; la "obsesión" puede ser descrita a través de sus síntomas, pero es la idea de "perfección" la que nos define como sociedad. Es el objeto hacia el que nos dirigimos, por el que hacemos o dejamos de hacer ciertas cosas, el que nos causa la infelicidad de no alcanzarla.
Sorprende más lo trivial de este "ideal de perfección" establecido socialmente como meta de las personas. Aquí analizamos muchos problemas o cuestiones cada día, pero ese ideal es algo que envuelve a la sociedad en su conjunto. La perfección no es un valor absoluto sino un estado idealizado de algo que valoramos por encima de otras cosas y, sobre todo, algo que nos sirve para juzgar a los demás y a nosotros mismos, lo peores jueces en una obsesión.
Nos dicen en la revista:

Un cuerpo sin defectos, calificaciones excelentes y un gran círculo de amigos: los jóvenes de hoy en día aspiran, más que los de generaciones anteriores, a tener un proyecto de vida ideal. Thomas Curran, de la Universidad de Bath, y Andrew Hill, de la Universidad Saint John de York, han constatado que la mayoría buscan el perfeccionismo.
Los psicólogos revisaron datos de más de 41.000 estudiantes de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido procedentes de 164 muestras llevadas a cabo desde los años ochenta del siglo pasado hasta 2016. Todos los sujetos habían respondido a un mismo cuestionario que abarcaba tres facetas del perfeccionismo: el deseo de no tener defectos, la presión externa y las expectativas irrealistas sobre los otros. Curran y Hill descubrieron que los estudiantes de hoy en día muestran valores superiores en los tres aspectos. Entre 1989 y 2016, la sensación de presión social aumentó un 33 por ciento; la búsqueda del propio perfeccionismo, un 10 por ciento, y las expectativas irrealistas hacia los demás, un 16 por ciento.*


No tenemos acceso al cuestionario en sí, pero los datos son claros. Muestran algo además que podemos percibir a través del trato con ellos en nuestras aulas, tutorías y demás encuentros.
Se nos ha ido imponiendo una corriente deshumanizadora que solo nos valora por los resultados en determinados aspectos, en el rendimiento, como a las máquinas. La palabra "eficiencia" está en boca de todos y se usa como un signo de "modernidad". ¡Quién iba a decir que tratar a los demás como objetos iba a ser "moderno"! Pero, desgraciadamente, es así. Y nos lo habían advertido.
Constantemente se nos dice desde las altas instancias educativas, sociales y políticas, que el objetivo es alcanzar la "eficiencia", que no se educa a las personas para ser personas, sino a personas para que dejen de serlo, para que se conviertan en piezas eficientes al servicio de objetivos que pueden ser medidos con dos decimales. La ideología de la "gestión" se ha ido apoderando de nosotros como una ideología que presume de no serlo, pero que lo es hasta grados enfermizos. Es esa presión la que se siente.
La idea prefabricada de perfección se nos ha impuesto y se mide cada día a través de sistemas constantes de evaluación. La persona es desmembrada y no se la juzga, sino evalúa. El matiz es importante e implica esa separación de factores, resaltando unos para determinados fines, ignorando otros por no ser pertinentes.
Nos explican en el texto:

Los psicólogos responsabilizan a las redes sociales de esta tendencia. La generación milenial se siente cada vez más coaccionada al percibir que se la compara continuamente con los demás, aunque también podrían desempeñar un papel destacado el pensamiento competitivo que fomentan las instituciones educativas (por ejemplo, conseguir las mejores notas) y el hogar familiar. Así, los padres se muestran más temerosos y se comportan de manera más controladora que antaño, conducta que transmiten a sus hijos. De este modo los jóvenes desarrollan expectativas más altas y un mayor miedo a cometer errores.*


Dicho así, contado desde las mismas directrices, parece sencillo. Las "redes sociales" son el nuevo infierno sartreano, son un denso "los otros" que nos condiciona y limita, que percibimos como opresión. Los ideales desinhibidores de antaño, la liberación de la dependencia de los demás, se han convertido en una presión angustiosa en la que el miedo al estigma, al rechazo, a no estar en la corriente principal, causa estragos psicológicos. Nunca ha habido tal capacidad de manipulación, de control social.
Lo que se señala de las familias es la vertiente de proximidad. La misma presión que se percibe fuera es realizada dentro de la propia unidad familiar que ven a los hijos como una "inversión" que se debe rentabilizar. Constantemente recibimos desde los medios los consejos de los expertos sobre cómo controlar las familias y cómo deben de ser tratados los "hijos" para evitar ser "protegidos". El control de las familias forma parte de la transmisión social del propio entorno controlador. Las redes siembran impunemente el acoso de todo aquel que es diferente o se muestra débil. Nada puede pararlas y aumentan la presión existente sobre las personas en las propias escuelas. Muchas veces la presión es intolerable y estallan, abandonan, etc. Las tasas de abandono escolar o universitario se disparan.

La precariedad —que forma parte de la ideología reinante— introduce el miedo a los errores que no son perdonados en nombre de esa eficiencia que debe ser mantenida como ideal de la maquinaria social en la que se insertan las piezas humanas. El sistema se deshumaniza y, como novedad, presume de ello. La introducción de mecanismos automáticos de toma de decisiones basados en datos evaluables nos garantiza que nada es personal, solo el resultado de los procesos de búsqueda de la perfección.
Los alegatos sociales —¡los artistas siempre dando la nota!— sobre la imperfección sirven de muy poco. A veces, se alaba la imperfección de la naturaleza como motor de la evolución, la imperfección como modelo de la propia ciencia. Pero la máquina social tiene su propia retórica de la eficiencia y la zanahoria de la perfección frente al burro del progreso personal.
Vemos mucho sufrimiento personal en muchos jóvenes. Los percibimos como inseguros, algo que siempre ha ocurrido. Pero ahora esos mecanismos se usan para la manipulación. El miedo, la inseguridad, etc. son poderosos factores que pueden ser manipulados socialmente.
La presión sobre ellos —instituciones educativas, familias, empresas...— es grande. Se les dice que es por su bien, para estimularles, pero en realidad se trata de desarrollar los mecanismos del miedo que traen el conformismo.
No nos engañemos: esto no desaparece con la juventud. La juventud es el periodo en el que se aprende la dureza del sistema que ha quedado deshumanizado. Si tienes suerte, pasarás de explotado a explotador de los miedos de los demás como alternativa de supervivencia. No alcanzarás la perfección, pero te sentirás angustiado por ello, que es de lo que se trata. La culpa, la angustia, el miedo... y del otro lado la trivialidad.



* "Jóvenes obsesionados con la perfección" Mente & cerebro, nº 91 julio-agosto 2018 p. 5



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