Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
noticia la reproduce la revista Mente & Cerebro, recién llegada a nuestros
quioscos, en su número de julio-agosto. Está fechada en origen en 2017 y su
titular es "Jóvenes obsesionados con la perfección" entremezclando
tres conceptos como son la juventud, la obsesión y la perfección. La
"juventud" puede ser establecida mediante la fijación de unos
límites; la "obsesión" puede ser descrita a través de sus síntomas,
pero es la idea de "perfección" la que nos define como sociedad. Es
el objeto hacia el que nos dirigimos, por el que hacemos o dejamos de hacer
ciertas cosas, el que nos causa la infelicidad de no alcanzarla.
Sorprende
más lo trivial de este "ideal de perfección" establecido socialmente
como meta de las personas. Aquí analizamos muchos problemas o cuestiones cada
día, pero ese ideal es algo que envuelve a la sociedad en su conjunto. La
perfección no es un valor absoluto sino un estado idealizado de algo que valoramos
por encima de otras cosas y, sobre todo, algo que nos sirve para juzgar a los
demás y a nosotros mismos, lo peores jueces en una obsesión.
Nos
dicen en la revista:
Un cuerpo sin defectos,
calificaciones excelentes y un gran círculo de amigos: los jóvenes de hoy en
día aspiran, más que los de generaciones anteriores, a tener un proyecto de
vida ideal. Thomas Curran, de la Universidad de Bath, y Andrew Hill, de la
Universidad Saint John de York, han constatado que la mayoría buscan el
perfeccionismo.
Los psicólogos revisaron datos
de más de 41.000 estudiantes de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido
procedentes de 164 muestras llevadas a cabo desde los años ochenta del siglo
pasado hasta 2016. Todos los sujetos habían respondido a un mismo cuestionario
que abarcaba tres facetas del perfeccionismo: el deseo de no tener defectos, la
presión externa y las expectativas irrealistas sobre los otros. Curran y Hill
descubrieron que los estudiantes de hoy en día muestran valores superiores en
los tres aspectos. Entre 1989 y 2016, la sensación de presión social aumentó un
33 por ciento; la búsqueda del propio perfeccionismo, un 10 por ciento, y las
expectativas irrealistas hacia los demás, un 16 por ciento.*
No
tenemos acceso al cuestionario en sí, pero los datos son claros. Muestran algo
además que podemos percibir a través del trato con ellos en nuestras aulas,
tutorías y demás encuentros.
Se nos
ha ido imponiendo una corriente deshumanizadora que solo nos valora por los
resultados en determinados aspectos, en el rendimiento, como a las máquinas. La
palabra "eficiencia" está en boca de todos y se usa como un signo de
"modernidad". ¡Quién iba a decir que tratar a los demás como objetos
iba a ser "moderno"! Pero, desgraciadamente, es así. Y nos lo habían
advertido.
Constantemente
se nos dice desde las altas instancias educativas, sociales y políticas, que el
objetivo es alcanzar la "eficiencia", que no se educa a las personas
para ser personas, sino a personas para que dejen de serlo, para que se conviertan
en piezas eficientes al servicio de objetivos que pueden ser medidos con dos
decimales. La ideología de la "gestión" se ha ido apoderando de
nosotros como una ideología que presume de no serlo, pero que lo es hasta
grados enfermizos. Es esa presión la que se siente.
La idea
prefabricada de perfección se nos ha impuesto y se mide cada día a través de
sistemas constantes de evaluación. La persona es desmembrada y no se la juzga, sino evalúa. El matiz es importante e implica esa separación de
factores, resaltando unos para determinados fines, ignorando otros por no ser
pertinentes.
Nos
explican en el texto:
Los psicólogos responsabilizan a las redes
sociales de esta tendencia. La generación milenial se siente cada vez más
coaccionada al percibir que se la compara continuamente con los demás, aunque
también podrían desempeñar un papel destacado el pensamiento competitivo que
fomentan las instituciones educativas (por ejemplo, conseguir las mejores
notas) y el hogar familiar. Así, los padres se muestran más temerosos y se
comportan de manera más controladora que antaño, conducta que transmiten a sus
hijos. De este modo los jóvenes desarrollan expectativas más altas y un mayor
miedo a cometer errores.*
Dicho
así, contado desde las mismas directrices, parece sencillo. Las "redes
sociales" son el nuevo infierno sartreano, son un denso "los
otros" que nos condiciona y limita, que percibimos como opresión. Los
ideales desinhibidores de antaño, la liberación de la dependencia de los demás,
se han convertido en una presión angustiosa en la que el miedo al estigma, al
rechazo, a no estar en la corriente principal, causa estragos psicológicos.
Nunca ha habido tal capacidad de manipulación, de control social.
Lo que
se señala de las familias es la vertiente de proximidad. La misma presión que
se percibe fuera es realizada dentro de la propia unidad familiar que ven a los
hijos como una "inversión" que se debe rentabilizar. Constantemente
recibimos desde los medios los consejos de los expertos sobre cómo controlar
las familias y cómo deben de ser tratados los "hijos" para evitar ser
"protegidos". El control de las familias forma parte de la
transmisión social del propio entorno controlador. Las redes siembran
impunemente el acoso de todo aquel que es diferente o se muestra débil. Nada
puede pararlas y aumentan la presión existente sobre las personas en las
propias escuelas. Muchas veces la presión es intolerable y estallan, abandonan,
etc. Las tasas de abandono escolar o universitario se disparan.
La
precariedad —que forma parte de la ideología reinante— introduce el miedo a los
errores que no son perdonados en nombre de esa eficiencia que debe ser
mantenida como ideal de la maquinaria social en la que se insertan las piezas
humanas. El sistema se deshumaniza y, como novedad, presume de ello. La
introducción de mecanismos automáticos de toma de decisiones basados en datos
evaluables nos garantiza que nada es personal, solo el resultado de los
procesos de búsqueda de la perfección.
Los
alegatos sociales —¡los artistas siempre dando la nota!— sobre la imperfección
sirven de muy poco. A veces, se alaba la imperfección de la naturaleza como
motor de la evolución, la imperfección como modelo de la propia ciencia. Pero
la máquina social tiene su propia retórica de la eficiencia y la zanahoria de
la perfección frente al burro del progreso personal.
Vemos
mucho sufrimiento personal en muchos jóvenes. Los percibimos como inseguros,
algo que siempre ha ocurrido. Pero ahora esos mecanismos se usan para la
manipulación. El miedo, la inseguridad, etc. son poderosos factores que pueden
ser manipulados socialmente.
La
presión sobre ellos —instituciones educativas, familias, empresas...— es
grande. Se les dice que es por su bien, para estimularles, pero en realidad se
trata de desarrollar los mecanismos del miedo que traen el conformismo.
No nos
engañemos: esto no desaparece con la juventud. La juventud es el periodo en el
que se aprende la dureza del sistema que ha quedado deshumanizado. Si tienes
suerte, pasarás de explotado a explotador de los miedos de los demás como
alternativa de supervivencia. No alcanzarás la perfección, pero te sentirás
angustiado por ello, que es de lo que se trata. La culpa, la angustia, el
miedo... y del otro lado la trivialidad.
*
"Jóvenes obsesionados con la perfección" Mente & cerebro, nº 91
julio-agosto 2018 p. 5
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