Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
siglo XIX fue el siglo del espacio, determinado físicamente por el gran desarrollo de los transportes con
el ferrocarril, con la aparición del automóvil. El espacio se redujo también por
el efecto de la prensa, que daba cuenta del espacio lejano dándole forma, y del
telégrafo, que permitía el contacto a distancia, como después iniciaría el
teléfono. Toda esta reducción del espacio se intensificaría en el siglo XX con
los automóviles adueñándose de las ciudades y carreteras y los aviones
pulverizando el sentido de las distancias, que hasta poco tiempo antes se
habían contabilizado por "jornadas" (tiempo) y no por kilómetros
(espacio).
Con el
espacio-tiempo con el que se abre el siglo XX, con la relatividad, los ojos se
centran en la extraña naturaleza del tiempo, concepto esquivo que entra en
contradicción con nuestra propia experiencia. Los comienzos del siglo XX están
marcados por las teorías que nos hablan del tiempo y su relatividad, su
capacidad elástica en función de la velocidad.
Con el
tiempo se abre su dimensión humana, la memoria. Más allá de la crónica, un
intento de objetivar los hechos en el tiempo, el interés se centra en el
recuerdo, que es algo distinto. Puede que la naturaleza del tiempo —¿es
ilusión?— se nos escape, pero nos queda el tiempo vivido, la memoria, y la
historia, como registro de lo acontecido en común. Una y otra son formas de
registro que necesitan de la acción —recordar, registrar— para convertirse en
discursos, uno interior y otro objetivado en la escritura. La Historia, se nos
ha dicho, comienza con ella, con los primeros registros que tratan de fijar lo
que se pierde en el tiempo y en el olvido. El canto homérico, los monumentos,
etc. son formas de fijar aquello que se nos deshace entre los instantes de la vida,
aquello que ya no vuelve más que como recuerdo.
El
siglo XX trabaja sobre la memoria y el tiempo, desde Proust a Bergson, de Joyce
a Mann, de Cajal a Pinker o Damasio. El recuerdo pasa a ser esencial en la
práctica del psicoanálisis freudiano, que nos trae junto a él la importancia
del olvido.
El
diario El País nos trae un interesante artículo con un equívoco título "Un
40% de las personas tienen recuerdos de la infancia falsos". Parece que
los recuerdos falsos se circunscribieran al periodo de la infancia, algo que
todos experimentamos que no es así, por un mínimo de auto observación que practiquemos.
La
memoria no es una cámara ni un magnetofón. Es una registradora viva, llena de
filtros y condicionamientos. Nada resulta más interesante que quitarnos el automatismo
y reflexionar sobre nuestros recuerdos, por qué llegan cuando llegan, cómo se
transforman en el tiempo.
Ligados
a la "memoria" y el "recuerdo" (son dos cosas distintas) se
encuentran el problema de la "consciencia", el denominado
"problema mente-cuerpo", el de la naturaleza del "yo" y la
relación de la memoria, la consciencia y el lenguaje. Todos ellos han sido
abordados en distintos momentos de las culturas, puede que con nombres
distintos y con perspectivas diferentes, de la religiosa a la filosófica. En el
origen de cada cultura hay una narración de cómo se relacionan esas cuestiones:
qué somos, que relación tenemos con nuestro cuerpo, qué es percibir y qué relación
mantenemos con lo percibido, dónde vamos
cuando dormimos.
Señala
Daniel Mediavilla en el diario:
Hay gente que dice recordar el momento de dar
sus primeros pasos o cómo estaba en la cuna con los pañales puestos. En un
estudio reciente con más de 6.500 participantes publicado en la revista
Psychological Science, el 40% tenía memorias de este tipo, que corresponderían
a bebés de uno o dos años. Sin embargo, los estudios que han tratado de
determinar cuándo se forman las primeras memorias autobiográficas que perduran
hasta la edad adulta concluyen que no lo hacen antes de los tres o los cuatro
años. Algunos estudios consideran incluso que esos recuerdos son más bien
fragmentos y para hablar de algo parecido a una memoria completa habría que
esperar a los cinco o seis años de edad.
Eso no quiere decir que los niños no acumulen
recuerdos. Algunos investigadores han observado cómo una persona de seis años
puede recordar algo que sucedió alrededor de su primer cumpleaños, pero a
partir de una cierta edad, probablemente debido a cambios durante distintas
fases del desarrollo cerebral, esas memorias desaparecen y no se pueden
recuperar al llegar a la adolescencia. Este fenómeno es lo que se ha bautizado
como amnesia infantil. Los recuerdos que perduran suelen formarse a partir de
los tres o los cuatro años, cuando los niños comienzan a contar historias sobre
sus propias vidas, algo que sugiere que esas memorias están relacionadas con la
capacidad para utilizar el lenguaje.*
No se
trata tanto de que un 40% de las personas tengan recuerdos que sabemos que son falsos en su infancia. Los recuerdos de
la infancia pueden llegarnos después
y manejarlos como experiencia vivida. Los colocaríamos allí donde se
corresponden, biográficamente hablando. Podemos absorberlos desde las historias
que nos cuentan, las fotografías que vemos. En la medida en que las creemos,
podemos hacerlas nuestras e integrarlas en el conjunto.
La
amnesia infantil es de todos, no solo de algunos. Por decirlo así: el otro 60%
de las personas tampoco tiene recuerdos —verdaderos o falsos— de esa etapa
anterior. "Falso" es un concepto demasiado rotundo cuando se habla de
la memoria y los recuerdos. Es un exceso de ingenuidad hablar en estos términos
y más en los recuerdos que se refieren a esas épocas tan alejadas. Hay factores
como nuestra propia comprensión del mundo que afectan a la forma misma de recordar
y, previamente, de percibir las cosas.
Los
neurocientíficos le están complicando la vida a jueces, abogados y policías
cuando se estudia de forma científica el funcionamiento de la memoria y la
formación de los recuerdos. La precisión y estabilidad que se presuponía y requiere
para sus trabajos se ve afectada por la realidad de nuestra humilde memoria, de
nuestra percepción selectiva y del complejo juego entre lo que vemos y lo que hemos visto, entre lo que
percibimos y lo que pensamos y creemos. Dejamos de lado el problema de la
verbalización de la experiencia, que es de otra naturaleza, pero que cuenta en
gran medida. Esto es especialmente señalado en los niños, ya que no poseen un
lenguaje lo suficientemente complejo como para dar forma verbal a todos los
aspectos de lo que perciben, su atención puede tener otros centros, etc.
Dejamos
de lado también el problema de la sugestión. Me refiero a las personas que
creen recordar ciertos acontecimientos que no les ocurrieron tras la exposición
a casos similares en los medios o, de forma concreta, como fruto de ciertas
terapias psicológicas que "encontraban reprimidos" recuerdos que se
demostraban falsos. Esto era especialmente grave en las personas que decían
haber recibido abusos en la infancia. En Reino Unido existe desde 1993 una
British False Memory Society (BFMS) que fomenta el estudio de investigaciones
sobre los recuerdos falsos. Se creó después que tras terapias regresivas, los
pacientes creyeran haber recibido abusos durante su infancia.
Nada es
sencillo, como saben los analistas de las autobiografías cuando contrastan
datos y recuerdos o los recuerdos de distintas personas en los mismos puntos.
Las percepciones son distintas y los recuerdos pueden serlo también. No es una
cuestión de "relativismo", sino de la naturaleza propia de nuestra
forma de recordar, acción de reconstruir ante la conciencia. No emerge cada vez
el mismo recuerdo, sino que puede verse modificado por circunstancias específicas
de nuestra condición.
En Ver, pensar, mirar (Anagrama 2013), la
novelista y ensayista Sir Hustvedt escribe:
A veces los libros se entremezclan unos con
otros en nuestra memoria. No hace mucho una amiga me contó que había vuelto a
leer Trampa-22, ansiosa por releer su
escena preferida. Nunca la encontró. Llegó a la conclusión de que se le habían
mezclado dos libros en la cabeza. ¿Y el fragmento que tanto le gustaba? ¿A qué
novela pertenecía? No pudo recordarlo. ("Sobre la lectura")**
El
ejemplo es claro. No es una anomalía, sino una muestra clara del funcionamiento
dinámico y creativo de la memoria en la construcción de los recuerdos. La
expresión que usamos habitualmente —"juraría que..."— cuando algo no
coincide con nuestros "claros" recuerdos, expresa nuestra
incredulidad ante lo que comprobamos que no era como lo recordábamos. No está
circunscrito a la infancia, donde el problema es de otra naturaleza.
En el
artículo de El País se señala:
En el trabajo que se publica en Psychological
Science, investigadores de la Universidad de la City de Londres trataron de
explicar el origen de estas memorias ficticias. Como han mostrado en muchas
ocasiones los estudiosos de la memoria, esta capacidad se parece poco a un
sistema de grabación que recoge la realidad y más a la construcción de un
relato que nos ayuda a tener una identidad con la que adaptarnos mejor a la
vida.*
La
palabra clave es el concepto de relato y el surgimiento a su hilo de ese
"yo que recuerda. Nuestra cultura ha tenido como verdadera la metáfora del
"fantasma en la máquina" y de un "yo" existente que va
aprendiendo o recordando a lo largo de la vida. Es el "alma" en el "cuerpo",
dos entidades de naturaleza diferente.
Lo que
nos dicen hoy los científicos es otra cosa. No hay un yo previo, sino que es
precisamente el relato el que hace surgir el yo biográfico. La amnesia infantil
se produce porque no hay un "yo" que articule el relato asumiendo
esas vivencias como propias. Es el yo el que da sentido al relato unificándolo a través del surgimiento de la
memoria biográfica.
En las
últimas década se ha producido lo que algunos han llamado el "giro
narrativo" tratando de encontrar precisamente en el concepto de relato la
cuestión de la relación entre la consciencia y la memoria, tratando de
establecer el origen en el cuerpo como entidad generadora de señales del
exterior que acaban dando forma a lo que llamamos un "yo".
El
neurocientífico Antonio Damasio ha trabajado sobre estas cuestiones, ligando el
yo al cuerpo y a las emociones primordiales que produce. En su obra Y el
cerebro creó al hombre escribe algunas consideraciones esenciales en este caso:
La mente consciente se inicia cuando el sí
mismo cobra sentido en ella, cuando los cerebros añaden el proceso que es el sí
mismo a la mezcla que es la mente, al principio de una manera modesta, pero en
lo sucesivo de una forma bastante firme. El sí mismo se construye siguiendo
diferentes pasos que se fundamentan en la base que el proto sí mismo ofrece. El
primer paso es la generación de sentimientos primordiales, las sensaciones
elementales sentidas de la existencia, que surgen espontáneamente del proto sí
mismo. El siguiente paso en la formación de esta identidad reflexiva es la del
sí mismo central que se ocupa de la acción, esto es, en concreto, de la
relación entre el organismo y el objeto. El sí mismo central se despliega en
una secuencia de imágenes que describen un objeto que atrae al proto sí mismo y
lo modifica, inclusive sus sentimientos primordiales. Por último, el tercer
paso en la construcción del sujeto es el estadio del sí mismo que denomino sí
mismo autobiográfico. Se trata de un sí mismo definido en términos de
conocimiento biográfico que compete al pasado así como al futuro anticipado.
Las múltiples imágenes cuyo conjunto coral define una biografía, generan
impulsos del sí mismo central, cuya suma agregada constituye un sí mismo
autobiográfico. (cap. 1, Esbozo de las ideas principales, IV)***
El
"yo" (el sí mismo) no es algo que está dado, que viene dentro del
cuerpo como en un recipiente: surge desde el cuerpo, por las informaciones que
el cuerpo va dando al cerebro para que construya una imagen del mundo y que es
mediada por los sentimientos "primordiales" (los básicos que dan
forma a otros más complejos posteriormente). Ese "proto sí mismo" es
el principio. Desde ahí solo se puede entender el proceso como una construcción
por la interacción con el mundo que va alcanzando una enorme complejidad.
Cuando
todo eso se articula en una forma narrativa disponemos de una historia propia,
de un punto de referencia de la experiencia, de una mente consciente que es capaz
de operar reflexivamente sobre sus propios recuerdos. Todo nace en el cuerpo,
que no es una caja de transporte de la mente sino su fuente —el cuerpo tiene las
puertas de los sentidos, como escribió el poeta Walt Whitman—.
Escribe
Antonio Damasio sobre ese papel del cuerpo que va formando su propio yo:
Construir una mente capaz de abarcar el
pasado que uno ha vivido y el futuro que ha anticipado, además de las vidas de
otros que se añaden a la estructura, y, por si fuera poco, una capacidad para
la reflexión, se parece a lo que sería interpretar una sinfonía de proporciones
mahlerianas. Pero lo maravilloso, tal como ya se ha insinuado, es que la
partitura y el director sólo se hacen realidad a medida que la vida se
despliega. Los coordinadores no son míticos homúnculos sabios, encargados de
interpretar cualquier cosa. Y a pesar de eso, los coordinadores ayudan a
ensamblar un extraordinario universo de medios y a colocar un protagonista en
su mismo centro. La gran obra sinfónica que es la conciencia abarca las
aportaciones fundacionales del tronco encefálico, unido para siempre al cuerpo,
y una imaginería mucho más vasta que el cielo, fruto de la cooperación de la
corteza cerebral y las estructuras subcorticales, todo ello armoniosamente
hilvanado, en un incesante movimiento hacia adelante que sólo el sueño, la
anestesia, la disfunción cerebral o la muerte pueden interrumpir. (cap. 1,
Esbozo de las ideas principales, V)***
La
metáfora sinfónica le sirve a Antonio Damasio para representar esa idea de la
totalidad del cuerpo en el yo que somos. La idea de armonía es esencial porque
todo cuenta para ese resultado final, un yo que recuerda, que reflexiona sobre
su pasado, presente y crea expectativas para el futuro. La memoria juega un
papel fundamental en ese yo humano.
Más
allá del cuerpo, hemos exteriorizado los recuerdos fijándolos. Una cultura es
una memoria exterior, compartida, a la que accedemos a través de nuestra
socialización, en donde aprendemos, memorizamos, la forma de relacionarnos con
el mundo, con los demás, a interpretar lo que nos rodea en función de lo
aprendido.
Hemos
desbordado nuestras propias mentes a través del lenguaje, que nos permite no
solo almacenar y clasificar, sino compartir con otros nuestras propias
experiencias, nuestros propios recuerdos. El Arte es una manifestación obvia,
pero también lo es la Ciencia, que es un depósito de conocimientos cuya
experiencia podemos compartir.
No
acabamos en nosotros mismos. Somos parte de la cultura, que es una forma de
"yo compartido", expandido, común:
La marcha del progreso de la mente no termina
con la aparición de los modestos niveles de sí mismo. A lo largo de toda la
evolución de los mamíferos y, en especial, de los primates, la mente fue
cobrando cada vez más complejidad, la memoria y el razonamiento se expandieron
de forma muy particular, y los procesos del sí mismo ampliaron su campo de
acción. El sí mismo central se mantuvo, pero de manera paulatina fue rodeado
por un sí mismo autobiográfico que en su naturaleza neural y mental era ya muy
distinto de aquel. En el momento en que eso aconteció fuimos capaces de
utilizar parte del funcionamiento de nuestra mente para controlar el de las
demás partes. Las mentes conscientes de los seres humanos, provistas de
aquellos sujetos complejos que eran sus sí mismos, y apoyadas por capacidades
mayores de memoria, razonamiento y lenguaje, engendraron los instrumentos de la
cultura y abrieron el camino a nuevos medios de homeostasis en el plano de las
sociedades y de la cultura. La homeostasis, dando un salto extraordinario,
consiguió extenderse al espacio sociocultural. Los sistemas de justicia, las
organizaciones políticas y económicas, las artes, la medicina y la tecnología
son resultado de los nuevos dispositivos de regulación. (cap. 1, Esbozo de las
ideas principales, VII)***
La homeostasis
salta, nos dice Damasio, de la relación de "yo" con el
"afuera" hasta constituirse en sistemas exteriores de regulación. Hay
una continuidad pues entre el cuerpo y lo más básico y la complejidad creciente
de nuestras culturas, cuya dinámica aumenta con la proximidad en la
convivencia.
Las culturas
cerradas se abren. Las normas se amplían para acoger las diferencias en
sistemas armonizados. El equilibrio es un fin frente a las desestabilizaciones.
Vivimos en un mundo en el que se tiende a la confluencia por esa anulación de
las distancias que hemos producido. Podemos absorber la cultura ajena e
integrarla en la propia a través de los viajes, las lecturas, los medios de comunicación,
etc.
Las
investigaciones sobre la memoria son investigaciones sobre cómo gestionamos la
información que procede del exterior, cuya complejidad aumenta cuando surge esa
consciencia que ya no se limita a vivir, sino a revivir, es decir, a recordar
voluntariamente, a compartir los recuerdos con otros y a recibir los de los demás.
No se puede hablar del ser humano, de la identidad, el yo o la memoria, sin
tener en cuenta su dimensión social y sus implicaciones para nuestro propio
desarrollo.
Los
falsos recuerdos son una vía de estudio. ¿Quién recuerda en color las fotos o
las películas en blanco y negro? Nuestro cerebro "colorea" lo que
está acostumbrado a ver en las formas recordadas. La memoria ya no es solo cosa
de poetas o historiadores. Forma parte del campo de estudio tanto del yo como
de la cultura.
*
"Un 40% de las personas tienen recuerdos de la infancia falsos" El
País 25/07/2018
https://elpais.com/elpais/2018/07/23/ciencia/1532363183_072975.html
** Siri
Hustvedt (2013) Ver, pensar, mirar. Anagrama.
***
Antonio Damasio (2010) Y el cerebro creó al hombre. Destino. Trad . Ferrán
Meler
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