jueves, 26 de julio de 2018

El cuerpo, la memoria y los falsos recuerdos


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El siglo XIX fue el siglo del espacio, determinado físicamente  por el gran desarrollo de los transportes con el ferrocarril, con la aparición del automóvil. El espacio se redujo también por el efecto de la prensa, que daba cuenta del espacio lejano dándole forma, y del telégrafo, que permitía el contacto a distancia, como después iniciaría el teléfono. Toda esta reducción del espacio se intensificaría en el siglo XX con los automóviles adueñándose de las ciudades y carreteras y los aviones pulverizando el sentido de las distancias, que hasta poco tiempo antes se habían contabilizado por "jornadas" (tiempo) y no por kilómetros (espacio).
Con el espacio-tiempo con el que se abre el siglo XX, con la relatividad, los ojos se centran en la extraña naturaleza del tiempo, concepto esquivo que entra en contradicción con nuestra propia experiencia. Los comienzos del siglo XX están marcados por las teorías que nos hablan del tiempo y su relatividad, su capacidad elástica en función de la velocidad.
Con el tiempo se abre su dimensión humana, la memoria. Más allá de la crónica, un intento de objetivar los hechos en el tiempo, el interés se centra en el recuerdo, que es algo distinto. Puede que la naturaleza del tiempo —¿es ilusión?— se nos escape, pero nos queda el tiempo vivido, la memoria, y la historia, como registro de lo acontecido en común. Una y otra son formas de registro que necesitan de la acción —recordar, registrar— para convertirse en discursos, uno interior y otro objetivado en la escritura. La Historia, se nos ha dicho, comienza con ella, con los primeros registros que tratan de fijar lo que se pierde en el tiempo y en el olvido. El canto homérico, los monumentos, etc. son formas de fijar aquello que se nos deshace entre los instantes de la vida, aquello que ya no vuelve más que como recuerdo.
El siglo XX trabaja sobre la memoria y el tiempo, desde Proust a Bergson, de Joyce a Mann, de Cajal a Pinker o Damasio. El recuerdo pasa a ser esencial en la práctica del psicoanálisis freudiano, que nos trae junto a él la importancia del olvido.
El diario El País nos trae un interesante artículo con un equívoco título "Un 40% de las personas tienen recuerdos de la infancia falsos". Parece que los recuerdos falsos se circunscribieran al periodo de la infancia, algo que todos experimentamos que no es así, por un mínimo de auto observación que practiquemos.
La memoria no es una cámara ni un magnetofón. Es una registradora viva, llena de filtros y condicionamientos. Nada resulta más interesante que quitarnos el automatismo y reflexionar sobre nuestros recuerdos, por qué llegan cuando llegan, cómo se transforman en el tiempo.
Ligados a la "memoria" y el "recuerdo" (son dos cosas distintas) se encuentran el problema de la "consciencia", el denominado "problema mente-cuerpo", el de la naturaleza del "yo" y la relación de la memoria, la consciencia y el lenguaje. Todos ellos han sido abordados en distintos momentos de las culturas, puede que con nombres distintos y con perspectivas diferentes, de la religiosa a la filosófica. En el origen de cada cultura hay una narración de cómo se relacionan esas cuestiones: qué somos, que relación tenemos con nuestro cuerpo, qué es percibir y qué relación mantenemos con lo percibido, dónde vamos cuando dormimos.
Señala Daniel Mediavilla en el diario:

Hay gente que dice recordar el momento de dar sus primeros pasos o cómo estaba en la cuna con los pañales puestos. En un estudio reciente con más de 6.500 participantes publicado en la revista Psychological Science, el 40% tenía memorias de este tipo, que corresponderían a bebés de uno o dos años. Sin embargo, los estudios que han tratado de determinar cuándo se forman las primeras memorias autobiográficas que perduran hasta la edad adulta concluyen que no lo hacen antes de los tres o los cuatro años. Algunos estudios consideran incluso que esos recuerdos son más bien fragmentos y para hablar de algo parecido a una memoria completa habría que esperar a los cinco o seis años de edad.
Eso no quiere decir que los niños no acumulen recuerdos. Algunos investigadores han observado cómo una persona de seis años puede recordar algo que sucedió alrededor de su primer cumpleaños, pero a partir de una cierta edad, probablemente debido a cambios durante distintas fases del desarrollo cerebral, esas memorias desaparecen y no se pueden recuperar al llegar a la adolescencia. Este fenómeno es lo que se ha bautizado como amnesia infantil. Los recuerdos que perduran suelen formarse a partir de los tres o los cuatro años, cuando los niños comienzan a contar historias sobre sus propias vidas, algo que sugiere que esas memorias están relacionadas con la capacidad para utilizar el lenguaje.*


No se trata tanto de que un 40% de las personas tengan recuerdos que sabemos que son falsos en su infancia. Los recuerdos de la infancia pueden llegarnos después y manejarlos como experiencia vivida. Los colocaríamos allí donde se corresponden, biográficamente hablando. Podemos absorberlos desde las historias que nos cuentan, las fotografías que vemos. En la medida en que las creemos, podemos hacerlas nuestras e integrarlas en el conjunto.
La amnesia infantil es de todos, no solo de algunos. Por decirlo así: el otro 60% de las personas tampoco tiene recuerdos —verdaderos o falsos— de esa etapa anterior. "Falso" es un concepto demasiado rotundo cuando se habla de la memoria y los recuerdos. Es un exceso de ingenuidad hablar en estos términos y más en los recuerdos que se refieren a esas épocas tan alejadas. Hay factores como nuestra propia comprensión del mundo que afectan a la forma misma de recordar y, previamente, de percibir las cosas.
Los neurocientíficos le están complicando la vida a jueces, abogados y policías cuando se estudia de forma científica el funcionamiento de la memoria y la formación de los recuerdos. La precisión y estabilidad que se presuponía y requiere para sus trabajos se ve afectada por la realidad de nuestra humilde memoria, de nuestra percepción selectiva y del complejo juego entre lo que vemos y lo que hemos visto, entre lo que percibimos y lo que pensamos y creemos. Dejamos de lado el problema de la verbalización de la experiencia, que es de otra naturaleza, pero que cuenta en gran medida. Esto es especialmente señalado en los niños, ya que no poseen un lenguaje lo suficientemente complejo como para dar forma verbal a todos los aspectos de lo que perciben, su atención puede tener otros centros, etc.
Dejamos de lado también el problema de la sugestión. Me refiero a las personas que creen recordar ciertos acontecimientos que no les ocurrieron tras la exposición a casos similares en los medios o, de forma concreta, como fruto de ciertas terapias psicológicas que "encontraban reprimidos" recuerdos que se demostraban falsos. Esto era especialmente grave en las personas que decían haber recibido abusos en la infancia. En Reino Unido existe desde 1993 una British False Memory Society (BFMS) que fomenta el estudio de investigaciones sobre los recuerdos falsos. Se creó después que tras terapias regresivas, los pacientes creyeran haber recibido abusos durante su infancia.


Nada es sencillo, como saben los analistas de las autobiografías cuando contrastan datos y recuerdos o los recuerdos de distintas personas en los mismos puntos. Las percepciones son distintas y los recuerdos pueden serlo también. No es una cuestión de "relativismo", sino de la naturaleza propia de nuestra forma de recordar, acción de reconstruir ante la conciencia. No emerge cada vez el mismo recuerdo, sino que puede verse modificado por circunstancias específicas de nuestra condición.
En Ver, pensar, mirar (Anagrama 2013), la novelista y ensayista Sir Hustvedt escribe:

A veces los libros se entremezclan unos con otros en nuestra memoria. No hace mucho una amiga me contó que había vuelto a leer Trampa-22, ansiosa por releer su escena preferida. Nunca la encontró. Llegó a la conclusión de que se le habían mezclado dos libros en la cabeza. ¿Y el fragmento que tanto le gustaba? ¿A qué novela pertenecía? No pudo recordarlo. ("Sobre la lectura")**


El ejemplo es claro. No es una anomalía, sino una muestra clara del funcionamiento dinámico y creativo de la memoria en la construcción de los recuerdos. La expresión que usamos habitualmente —"juraría que..."— cuando algo no coincide con nuestros "claros" recuerdos, expresa nuestra incredulidad ante lo que comprobamos que no era como lo recordábamos. No está circunscrito a la infancia, donde el problema es de otra naturaleza.
En el artículo de El País se señala:

En el trabajo que se publica en Psychological Science, investigadores de la Universidad de la City de Londres trataron de explicar el origen de estas memorias ficticias. Como han mostrado en muchas ocasiones los estudiosos de la memoria, esta capacidad se parece poco a un sistema de grabación que recoge la realidad y más a la construcción de un relato que nos ayuda a tener una identidad con la que adaptarnos mejor a la vida.*

La palabra clave es el concepto de relato y el surgimiento a su hilo de ese "yo que recuerda. Nuestra cultura ha tenido como verdadera la metáfora del "fantasma en la máquina" y de un "yo" existente que va aprendiendo o recordando a lo largo de la vida. Es el "alma" en el "cuerpo", dos entidades de naturaleza diferente.
Lo que nos dicen hoy los científicos es otra cosa. No hay un yo previo, sino que es precisamente el relato el que hace surgir el yo biográfico. La amnesia infantil se produce porque no hay un "yo" que articule el relato asumiendo esas vivencias como propias. Es el yo el que da sentido al relato unificándolo a través del surgimiento de la memoria biográfica.
En las últimas década se ha producido lo que algunos han llamado el "giro narrativo" tratando de encontrar precisamente en el concepto de relato la cuestión de la relación entre la consciencia y la memoria, tratando de establecer el origen en el cuerpo como entidad generadora de señales del exterior que acaban dando forma a lo que llamamos un "yo".
El neurocientífico Antonio Damasio ha trabajado sobre estas cuestiones, ligando el yo al cuerpo y a las emociones primordiales que produce. En su obra Y el cerebro creó al hombre escribe algunas consideraciones esenciales en este caso:

La mente consciente se inicia cuando el sí mismo cobra sentido en ella, cuando los cerebros añaden el proceso que es el sí mismo a la mezcla que es la mente, al principio de una manera modesta, pero en lo sucesivo de una forma bastante firme. El sí mismo se construye siguiendo diferentes pasos que se fundamentan en la base que el proto sí mismo ofrece. El primer paso es la generación de sentimientos primordiales, las sensaciones elementales sentidas de la existencia, que surgen espontáneamente del proto sí mismo. El siguiente paso en la formación de esta identidad reflexiva es la del sí mismo central que se ocupa de la acción, esto es, en concreto, de la relación entre el organismo y el objeto. El sí mismo central se despliega en una secuencia de imágenes que describen un objeto que atrae al proto sí mismo y lo modifica, inclusive sus sentimientos primordiales. Por último, el tercer paso en la construcción del sujeto es el estadio del sí mismo que denomino sí mismo autobiográfico. Se trata de un sí mismo definido en términos de conocimiento biográfico que compete al pasado así como al futuro anticipado. Las múltiples imágenes cuyo conjunto coral define una biografía, generan impulsos del sí mismo central, cuya suma agregada constituye un sí mismo autobiográfico. (cap. 1, Esbozo de las ideas principales, IV)***


El "yo" (el sí mismo) no es algo que está dado, que viene dentro del cuerpo como en un recipiente: surge desde el cuerpo, por las informaciones que el cuerpo va dando al cerebro para que construya una imagen del mundo y que es mediada por los sentimientos "primordiales" (los básicos que dan forma a otros más complejos posteriormente). Ese "proto sí mismo" es el principio. Desde ahí solo se puede entender el proceso como una construcción por la interacción con el mundo que va alcanzando una enorme complejidad.
Cuando todo eso se articula en una forma narrativa disponemos de una historia propia, de un punto de referencia de la experiencia, de una mente consciente que es capaz de operar reflexivamente sobre sus propios recuerdos. Todo nace en el cuerpo, que no es una caja de transporte de la mente sino su fuente —el cuerpo tiene las puertas de los sentidos, como escribió el poeta Walt Whitman—.
Escribe Antonio Damasio sobre ese papel del cuerpo que va formando su propio yo:

Construir una mente capaz de abarcar el pasado que uno ha vivido y el futuro que ha anticipado, además de las vidas de otros que se añaden a la estructura, y, por si fuera poco, una capacidad para la reflexión, se parece a lo que sería interpretar una sinfonía de proporciones mahlerianas. Pero lo maravilloso, tal como ya se ha insinuado, es que la partitura y el director sólo se hacen realidad a medida que la vida se despliega. Los coordinadores no son míticos homúnculos sabios, encargados de interpretar cualquier cosa. Y a pesar de eso, los coordinadores ayudan a ensamblar un extraordinario universo de medios y a colocar un protagonista en su mismo centro. La gran obra sinfónica que es la conciencia abarca las aportaciones fundacionales del tronco encefálico, unido para siempre al cuerpo, y una imaginería mucho más vasta que el cielo, fruto de la cooperación de la corteza cerebral y las estructuras subcorticales, todo ello armoniosamente hilvanado, en un incesante movimiento hacia adelante que sólo el sueño, la anestesia, la disfunción cerebral o la muerte pueden interrumpir. (cap. 1, Esbozo de las ideas principales, V)***

La metáfora sinfónica le sirve a Antonio Damasio para representar esa idea de la totalidad del cuerpo en el yo que somos. La idea de armonía es esencial porque todo cuenta para ese resultado final, un yo que recuerda, que reflexiona sobre su pasado, presente y crea expectativas para el futuro. La memoria juega un papel fundamental en ese yo humano.
Más allá del cuerpo, hemos exteriorizado los recuerdos fijándolos. Una cultura es una memoria exterior, compartida, a la que accedemos a través de nuestra socialización, en donde aprendemos, memorizamos, la forma de relacionarnos con el mundo, con los demás, a interpretar lo que nos rodea en función de lo aprendido.
Hemos desbordado nuestras propias mentes a través del lenguaje, que nos permite no solo almacenar y clasificar, sino compartir con otros nuestras propias experiencias, nuestros propios recuerdos. El Arte es una manifestación obvia, pero también lo es la Ciencia, que es un depósito de conocimientos cuya experiencia podemos compartir.
No acabamos en nosotros mismos. Somos parte de la cultura, que es una forma de "yo compartido", expandido, común:

La marcha del progreso de la mente no termina con la aparición de los modestos niveles de sí mismo. A lo largo de toda la evolución de los mamíferos y, en especial, de los primates, la mente fue cobrando cada vez más complejidad, la memoria y el razonamiento se expandieron de forma muy particular, y los procesos del sí mismo ampliaron su campo de acción. El sí mismo central se mantuvo, pero de manera paulatina fue rodeado por un sí mismo autobiográfico que en su naturaleza neural y mental era ya muy distinto de aquel. En el momento en que eso aconteció fuimos capaces de utilizar parte del funcionamiento de nuestra mente para controlar el de las demás partes. Las mentes conscientes de los seres humanos, provistas de aquellos sujetos complejos que eran sus sí mismos, y apoyadas por capacidades mayores de memoria, razonamiento y lenguaje, engendraron los instrumentos de la cultura y abrieron el camino a nuevos medios de homeostasis en el plano de las sociedades y de la cultura. La homeostasis, dando un salto extraordinario, consiguió extenderse al espacio sociocultural. Los sistemas de justicia, las organizaciones políticas y económicas, las artes, la medicina y la tecnología son resultado de los nuevos dispositivos de regulación. (cap. 1, Esbozo de las ideas principales, VII)***


La homeostasis salta, nos dice Damasio, de la relación de "yo" con el "afuera" hasta constituirse en sistemas exteriores de regulación. Hay una continuidad pues entre el cuerpo y lo más básico y la complejidad creciente de nuestras culturas, cuya dinámica aumenta con la proximidad en la convivencia.
Las culturas cerradas se abren. Las normas se amplían para acoger las diferencias en sistemas armonizados. El equilibrio es un fin frente a las desestabilizaciones. Vivimos en un mundo en el que se tiende a la confluencia por esa anulación de las distancias que hemos producido. Podemos absorber la cultura ajena e integrarla en la propia a través de los viajes, las lecturas, los medios de comunicación, etc.
Las investigaciones sobre la memoria son investigaciones sobre cómo gestionamos la información que procede del exterior, cuya complejidad aumenta cuando surge esa consciencia que ya no se limita a vivir, sino a revivir, es decir, a recordar voluntariamente, a compartir los recuerdos con otros y a recibir los de los demás. No se puede hablar del ser humano, de la identidad, el yo o la memoria, sin tener en cuenta su dimensión social y sus implicaciones para nuestro propio desarrollo.
Los falsos recuerdos son una vía de estudio. ¿Quién recuerda en color las fotos o las películas en blanco y negro? Nuestro cerebro "colorea" lo que está acostumbrado a ver en las formas recordadas. La memoria ya no es solo cosa de poetas o historiadores. Forma parte del campo de estudio tanto del yo como de la cultura.


* "Un 40% de las personas tienen recuerdos de la infancia falsos" El País 25/07/2018 https://elpais.com/elpais/2018/07/23/ciencia/1532363183_072975.html
** Siri Hustvedt (2013) Ver, pensar, mirar. Anagrama.
*** Antonio Damasio (2010) Y el cerebro creó al hombre. Destino. Trad . Ferrán Meler

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