Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
entrevista al físico Carlo Rovelli en el diario El País (del pasado 4 de julio)
es un refresco veraniego intelectual que merece la pena leerse con detenimiento
y degustarse pensando en las cosas dejadas caer. Dejemos hoy, con gran placer,
las tonterías de turno con las nos torturan cada día.
Plantea
Rovelli cuestiones que afectan tanto a la Ciencia como a la Cultura, suponiendo
que sean cosas distintas y no meras etiquetas simplificadoras en exceso. En entrevistador,
Marc Bassets, lo califica como además de físico de "primer orden" como
un "divulgador lírico", fórmula que tiene su encanto y se aprecia más
a lo largo de la lectura del texto.
"Poético",
"filosófico" y "científico" se aplican como entidades
diferentes, pero en ciertas escalas, los tres se fusionan ante la realidad del
universo, o mejor sería decir su misterio. Ni poetas, ni filósofos ni
científicos hacen otra cosa que tratar con los misterios, no hacen sino preguntarse
ante lo sorprendente. Cada uno se adentra en ellos por puertas distintas para
llegar a un fondo de luces y oscuridades, de destellos. Ningún verdadero
científico (no me refiero a los que tienen sexenios) deja de comprender la
realidad como misterio; ningún verdadero poeta (no me refiero a los que más
venden) da respuestas a lo que son solo preguntas que nos llevan a otra más; ningún
verdadero filósofo (no me refiero a los dogmáticos) considera que lo que hace
esté destinado crear verdades de la nada sino en indagar sobre el ser que se
pregunta y las preguntas que se hace. Es la era de la humildad, pero pocos lo
admiten.
La
entrevista a Rovelli gira en torno a una obra de reciente publicación, El orden
del tiempo (Anagrama). En las primeras preguntas, el físico nos sitúa en el problema
de nuestra capacidad para comprender:
PREGUNTA. ¿Disponemos de las palabras
adecuadas para explicar las complejidades de la física?
RESPUESTA. No, y este es el problema. Pero
toda la historia de la cultura consiste en aprender a decir cosas que éramos
incapaces de decir. En el libro hablo del texto de la Antigüedad que dice que
“abajo está arriba y arriba está abajo”. El autor se está peleando con las
palabras para decir que la Tierra era redonda, y que arriba y abajo
significaban cosas distintas en función de donde esté.*
"Comprender"
es poner límites, acotar. "Abrazar, ceñir o rodear por todas partes algo",
nos dice la primera acepción del DRAE. Se da por descontado en la pregunta que
se puede "explicar" sin "comprender". No es algo que sea
tan sencillo. Para "explicar" hay primero que "comprender",
ese "rodear, cercar al objeto o idea introduciéndolo en el lenguaje.
El
problema que plantea Rovelli en su primera línea de respuesta es crucial para
entendernos, para entender la dinámica de la cultura en un sentido amplio. El
lenguaje define nuestra capacidad de "comprender", no solo la de
"explicar". El problema de la explicación no es el de la comprensión,
por ejemplo, en el caso de "divulgación". Cuando el entrevistador
está pensando en las "complejidades de la física" y la dificultad de
ser expresada, Rovelli está pensando en la complejidad de la realidad, que es
algo diferente.
En
efecto, la lucha de la cultura (no dice de la Ciencia) es la de llegar a dar
forma a lo nuevo, a lo que permaneces fuera del espacio semiótico que es
nuestra semiosfera (por usar el
término de Yuri Lotman). Existe un dentro y un afuera de la Cultura. Por tener
un nombre (no todo lo tiene), el objeto o la idea se hacen manejables,
operables dentro del lenguaje.
Y eso
vale para las metáforas sobre los sentimientos, tal como hacen los poetas, o
para aquello que encontramos en las profundidades de la naturaleza. El lenguaje
(cualquiera de ellos, natural o formales) son herramientas para operar
simbólicamente, para "comprender" y luego para "explicar".
La
lucha con el lenguaje es doble. En primer lugar poner nombre a lo que no lo
tiene; para ello se ha de crear una categoría, una etiqueta, que nos permita
operar conceptualmente. Pero existe otra lucha, quizá más dura, que es la del
peso de la tradición en los términos. Lo que hemos creado en el primer paso,
puede volverse un problema en el segundo, cuando la necesidad de redefinir los
términos se convierte en una necesidad imperiosa. Los términos portan historia,
arrastran el pasado y su cultura. Avanzar implica dar nuevos sentidos o crear
nuevos términos.
Palabras
como "espacio", "naturaleza", "cuerpo", "movimiento"
etc. tienen un marcado acento cultural y se puede estudiar en el tiempo (otra
palabra complicada) y en el espacio cultural en el que se dan en sus
variaciones y cambios de sentido.
El
historiador de la ciencia Thomas S. Kuhn relata en su obra "El camino desde la
estructura", cómo pudo comprender el concepto de "movimiento"
cuando estudiaba su "física". Interpretaba "movimiento"
como una persona de su tiempo y no como Aristóteles lo hacía en el suyo. Como
una revelación, en un instante, en el tiempo en el que logro desprenderse del
sentido, pudo comprender que Aristóteles no era el físico mediocre que había
pensado, sino alguien con un sentido distinto del "movimiento", un
sentido no newtoniano:
Cuando el término «movimiento» se da en la
física aristotélica, se refiere al cambio en general, no sólo al cambio de
posición de un cuerpo físico. El cambio de posición, que es el objeto exclusivo
de la mecánica para Galileo y Newton, es para Aristóteles sólo una de las
varias subcategorías del movimiento. Otras incluyen el crecimiento (la
transformación de una bellota en un roble), las alteraciones de intensidad (el
calentamiento de una barra de hierro) y varios cambios cualitativos más
generales (la transición de la enfermedad a la salud). Por consiguiente, aunque
Aristóteles reconoce que las distintas subcategorías no son iguales en todos
los aspectos, las características básicas que son relevantes para el
reconocimiento y análisis del movimiento deben aplicarse a todos los tipos de
cambio. En un sentido esto no es meramente metafórico; se considera que todas
las variedades de cambio son semejantes, es decir, que constituyen una familia
natural única.**
También
Aristóteles debe ser "comprendido" culturalmente, en su
significación. El lenguaje quedaba marcado por los sentidos dentro de su espacio
cultural. La historia se encargó de dar nuevos sentido a las palabras para
poder "comprender" y "explicar". Hoy percibimos las
diferencias entre una concepción del movimiento como desplazamiento espacial y
la idea de cambio, transformación, evolución, desarrollo, etc. que se ha vuelto
a introducir por otras vías.
No son
solo las palabras. Las intuiciones de Einstein necesitaron de las geometrías de
espacios curvos para poder tomar forma. La matemática es una forma de lenguaje.
Tiene sus signos y sus gramáticas. Muchas veces hay que encontrar en ellas lo
que las palabras no alcanzan a expresar poder expresar.
El
problema del lenguaje común y los problemas que plantea para la investigación
científica se basa precisamente en esa carencia de precisión requerida para
poder fijar los conceptos con claridad. Para muchos, la matemática es el único
lenguaje que garantiza la posibilidad de la ciencia, tal como los filósofos se
acabaron metiendo en la lógica.
La
"pelea con las palabras" para poder producir un conocimiento que permita
avanzar a todos los campos que configuran la cultura, no solo la Ciencia, es un
hecho. Las sociedades que se conforman con las palabras recibidas no
evolucionan. Mucho menos aquellas que "sacralizan" el lenguaje para
convertir los sentidos en inmutables.
Las
palabras reflejan además experiencias directas que no se corresponden después
con nuestro conocimiento científico. Van por detrás, por decirlo así. De ahí la
necesidad de avanzar no solo en la investigación en sí sino investigar en los
lenguajes mismos.
Le
preguntan a Carlo Rovelli:
P. Su libro sugiere que nuestro lenguaje se
fundamenta en ilusiones: arriba y abajo, de pasado y futuro. ¿No habría que
inventar otro lenguaje?
R. No podemos salirnos del lenguaje, estamos
dentro de él. Hay que hacerlo con lo que tenemos. Y el lenguaje cambia:
palabras nuevas, significados nuevos.*
Lo
determinante de una sociedad es su elasticidad mental, creativa, innovadora...,
su capacidad de cambiar y describir ese cambio. Los enemigos de la cultura son
uno de sus fundamentos: los estereotipos, los tópicos, los clichés, todo
aquello que supone la simplificación estática. Todo lenguaje simplifica en un
sentido la realidad que describe. Por eso es la riqueza de los lenguajes la que
debe aproximarse a la complejidad de la vida.
Si
somos conscientes de esa necesidad de revitalizar el lenguaje, de comprenderlo
mejor para poder dar forma más clara y precisa a lo que podemos percibir a su
través, lo que se manifestará como un momento en el que el significado cambia
para amoldarse a lo que la intuición ha percibido y no ha tenido el concepto
con el que "rodearlo", "comprenderlo". Es en ese momento,
cuando se nota la carencia, cuando la creatividad se debe lanzar a encontrar
las formas adecuadas.
Por eso
son necesarios los científicos, los poetas, los filósofos, los artistas, etc.
todos aquellos con la capacidad y voluntad de repensarse, de reordenar, revisar
sus propias ideas y buscar la mejor forma de expresar lo nuevo.
"La realidad no es lo que parece" es el título de otra de las obras de Rovelli. Es esa realidad la que fijamos con nombre. Lo hacemos con la pretensión de fijarla, de que sea inmutable. Pero ella es dinámica y cambiante, creativa. Puede que sea así desde el origen, pero para nosotros, seres limitados, nos parece siempre nueva y cambiante si aprendemos a mirarla con nuevos ojos, sin querer encerrarla. Por eso, para describir el cosmos, la vida misma, hacen falta palabras vitales, capaces de cambiar ante los cambios para acoger lo nuevo y no sarcófagos de una realidad estática.
* Entrevista "Carlo Rovelli: “La
diferencia entre pasado y futuro es un juego”" El País - Babelia 4/07/2018
https://elpais.com/cultura/2018/06/27/babelia/1530115711_759225.html?rel=mas
** Kuhn, Thomas S. (2002) El camino desde la estructura: Ensayos filosóficos 1970-1993, con una entrevista autobiográfica. Paidós, Barcelona.
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