Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
razonamiento de Creel nos presenta algunas de las paradojas de la comprensión y
de las formas de interpretar a los demás. Lo que nos parece moderno de su pensamiento y actitudes,
es lo mismo que les debió parecer extravagante a sus contemporáneos.
Si Wang Ch’ung, pensador moderno, pudiera llegar a nuestro presente a través de un agujero de gusano temporal, se sorprendería al ver la importancia creciente que algunos dan al Fengshui (literalmente “viento-agua”), o al tiempo que dedican a las distintas formas de adivinación, lucrativo negocio que va desde la lectura de la mano a la salida de los supermercados hasta esos deprimentes videntes y echadores nocturnos del tarot que completan nuestro ciclo diario de estupidez televisiva.
Ch’ung quería que la gente dejara de creer en tonterías o de imitar y seguir a otros para evitar ser manipulados. Hoy, aunque nos quejemos, muchos se lanzan de cabeza a las tonterías más increíbles sin miedo al ridículo. El crecimiento monstruoso de los estantes dedicados a estas cosas en las librerías es una prueba fehaciente de este regreso voluntario a los pasados más tontos y oscuros de todas las culturas. Hemos conseguido la síntesis de la estupidez global, la multitontería. Todo aquello que sirvió para engañar y explotar durante milenios está de moda en nuestro orgulloso mundo moderno. El tarot en alta definición y 3D, el fin del mundo maya, Nostradamus y un sin fin de cosas que llenan nuestras cabezas y vacían nuestros bolsillos. Y tienen efectos secundarios, claro. Algunos venden sabiduría antigua, cuando ya algunos antiguos inteligentes —que los había, como Wang Ch'ung— llamaban a muchas cosas por su nombre: tonterías. Nada hay más antiguo que la New Age. Ch'ung estaba equivocado en muchas cosas, claro, pero en él anidaba el deseo de ser lo menos tonto posible, que es el auténtico motor minoritario de la Humanidad.
En su obra sobre la historia del pensamiento chino, el gran
sinólogo de la Universidad de Chicago, Herrlee G. Creel (1905-1994), expresó el
siguiente razonamiento:
El hecho mismo de que gran parte
del pensamiento de Wang Ch’ung aparezca para nosotros tan razonable indica que
probablemente parecería absurdo, si no incomprensible, a muchos de sus
contemporáneos. (234)*
Se refería Creel a la tendencia crítica del pensamiento de
Wang Ch’ung (27-97 d.C.), filósofo de la dinastía Han, cuya obra era
profundamente discordante con las formas y maneras de su época: creía que no
había que seguir literalmente a los clásicos e imitarlos sin más, sino buscar ideas
propias; ser claro y comprensible, en vez de críptico, rebuscado o pedante; y,
finalmente, consideraba que había que dar más importancia a la comprensión del presente,
afirmando que gran parte de lo que la historia contaba era falso. Siendo
confucionista, Wang Ch’ung no dudó en criticar aquello que no le parecía
consistente de Confucio. Además, era mecanicista y para él el ser humano era el
resultado accidental de las fuerzas de la Naturaleza; no creía en los avisos
del Cielo ni en la adivinación, y afirmaba que una vez muerto no quedaba nada,
ni tan siquiera fantasmas. Concluye Herrlee G. Creel: «Todo esto es asombroso por su aire de modernidad.» (214)
Herrlee G. Creel |
Lo
interesante del caso es la elevación al nivel casi de una demostración del razonamiento sobre la
excentricidad del pensamiento de Wang Ch’ung. La modernidad del pensamiento, desde nuestra perspectiva actual, es
—para Creel— la justificación de la incomprensión pasada. La idea es interesante
si no se lleva al extremo de pensar que toda
extravagancia es signo de modernidad futura. En ocasiones es, al contrario, una vuelta al pasado.
Stendhal
decía que no escribía para su tiempo, sino para el lector futuro, guiado por el desprecio que su época poco heroica le
merecía y la esperanza de que, con el tiempo, la situación mejorara. Sin
embargo, a diferencia del novelista, Wang Ch’ung no tenía pretensiones de
futuro, sino una profunda vocación de actuar sobre el presente. Ch’ung no
quería ser moderno, sino actual; no quería ser considerado
extravagante, sino que consideraba que eran los otros los que vivían en el
error. Las críticas a la imitación irreflexiva, a la creencia en las
intenciones de la naturaleza guiando a los humanos, a la adivinación, y a la
aceptación de una historia mítica y fantasiosa como real, son todos ellos
rasgos de la auténtica modernidad del funcionario Wang Ch’ung. Según esto, nosotros no deberíamos creer en nada de lo
criticado entonces. Deberíamos pensar como él.
Si Wang Ch’ung, pensador moderno, pudiera llegar a nuestro presente a través de un agujero de gusano temporal, se sorprendería al ver la importancia creciente que algunos dan al Fengshui (literalmente “viento-agua”), o al tiempo que dedican a las distintas formas de adivinación, lucrativo negocio que va desde la lectura de la mano a la salida de los supermercados hasta esos deprimentes videntes y echadores nocturnos del tarot que completan nuestro ciclo diario de estupidez televisiva.
A Wang
Ch’ung le hubiéramos parecido increíblemente antiguos por todas estas cosas. La tontería siempre ha sido un
lucrativo negocio en todas las épocas. Según el razonamiento de Creer, donde algunos
habrían estado muy a gusto sería en la época de la dinastía Han, cuando las
supersticiones de este tipo eran consideradas como parte de lo cotidiano. Lo
que entonces era normal, hoy es extravagante.
Pero, mucho me temo, este gusto actual por la extravagancia —que va de los
druidas celtas al fengshui pasando por todo tipo de disparates— no tiene
nada que ver con el espíritu crítico del filósofo, sino todo lo contrario.
Su extravagancia entonces surgía de la soledad de su
razonamiento crítico, mientras que nuestra extravagancia actual surge, por el
contrario, de la imitación acrítica y exótica de aquello que nos muestra como diferentes a los ojos de los demás. Si
Ch’ung hubiera sido un extravagante voluntario —como es nuestro caso—, no se
hubiera molestado en hacer demostraciones sobre la inexistencia de los
fantasmas o de la ausencia de voluntad de la naturaleza o los dioses en el
control de nuestra vida. Gracias a esa distancia de las creencias comunes, pudo
describir el ciclo del agua y realizar interesantes observaciones sobre los eclipses,
entre otras muchas cosas. Fue un solitario espíritu crítico rodeado de una época que se consolaba con la ignorancia que les habían legado. No querían pensar por sí mismos.
Ch’ung quería que la gente dejara de creer en tonterías o de imitar y seguir a otros para evitar ser manipulados. Hoy, aunque nos quejemos, muchos se lanzan de cabeza a las tonterías más increíbles sin miedo al ridículo. El crecimiento monstruoso de los estantes dedicados a estas cosas en las librerías es una prueba fehaciente de este regreso voluntario a los pasados más tontos y oscuros de todas las culturas. Hemos conseguido la síntesis de la estupidez global, la multitontería. Todo aquello que sirvió para engañar y explotar durante milenios está de moda en nuestro orgulloso mundo moderno. El tarot en alta definición y 3D, el fin del mundo maya, Nostradamus y un sin fin de cosas que llenan nuestras cabezas y vacían nuestros bolsillos. Y tienen efectos secundarios, claro. Algunos venden sabiduría antigua, cuando ya algunos antiguos inteligentes —que los había, como Wang Ch'ung— llamaban a muchas cosas por su nombre: tonterías. Nada hay más antiguo que la New Age. Ch'ung estaba equivocado en muchas cosas, claro, pero en él anidaba el deseo de ser lo menos tonto posible, que es el auténtico motor minoritario de la Humanidad.
La
enseñanza final es que el razonamiento de Herrlee G. Creel sobre la modernidad de Wang Ch’ung es relativo,
porque probablemente se hubiera sentido hoy también incomprendido por muchos.
Mientras que él luchó con las armas de su inteligencia —con poca fortuna— contra
la ignorancia, hoy hacen gran fortuna
precisamente los que fomentan la estupidez sacándole provecho. En eso, nada ha
cambiado.
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