Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El incendio comienza con el fuego en un foco, crece, avanza y acaba consumiendo lo que le rodea hasta
dejarlo quemado. El incendio
se previene y combate. Si se coge a tiempo, es posible minimizar sus efectos.
Se establecen bocas de riego, cuarteles de bomberos bien situados, se limpian
los montes, se realizan cortafuegos… Siempre podrá haber fuegos accidentales,
de la misma forma que siempre caerán rayos. Los rayos caen de forma
imprevisible; los incendios comienzan, en su mayor parte, por la acción del
hombre, ya sea de manera fortuita o intencional. Existen imprudentes y existen
pirómanos. No se acusa a nadie por la caída de un rayo; sí se condena, en cambio, a los
que por imprudencia o criminalmente provocan incendios. A veces son los rayos la causa y a lo fortuito se puede sumar la dejadez preventiva. Cuando los montes y campos están limpios, cuando las bocas de riego están donde deben y los extintores en su sitio, ocurren incendios, pero es posible controlarlos, aunque procedan de rayos imprevistos.
Un teletexto circula como una cinta sinfín en la base de la
pantalla del televisor. Mientras las imágenes de lo que ocurre en el mundo
avanzan, la noticia de la degradación de las deudas de Francia y España, junto a otros países de la eurozona, pasa
una y otra vez como una pesadilla circular de la que no se puede escapar. A España la bajan dos escalones, según la valoración de S&P. Más leña al fuego.
Las noticias que nos asaltan todos los días (los colegios
que no tienen luz, las farmacias que no cobran, las amenazas de quiebra de
ayuntamientos…) no entran en la categoría de los rayos inesperados y sí en la de incendios.
La aparición sorprendente de muchas de estas noticias nos debería
hacer reflexionar sobre la ceguera a que se nos ha inducido para no ver la
situación de muchas instituciones y sobre todo —que es lo que me interesa— su
comportamiento cotidiano.
¿Cómo es posible que se haya
desarrollado tal ceguera nacional ante una situación que no se ha producido en
unas horas ni en unos días o meses? La situación que tenemos no es una cuestión
puntual, sino el resultado del ejercicio
sistemático del despropósito en el campo de la gestión y de la complicidad del
encubrimiento y del silencio en el de la comunicación con los ciudadanos. ¿Cómo es posible que,
existiendo toda una serie de mecanismos de control del gasto público —de
control de las cuentas públicas—, se haya producido un agujero —vamos a llamarlo “desviación”— como el que tenemos sin que
nadie se haya llevado las manos a la cabeza antes de que esto adquiriera tal
tamaño? ¿Quién desactivo, ignoró o detuvo las alarmas, las pequeñas y las grandes? Para desgracia de
nuestra inteligencia, solo nos lo
explican los responsables.
Hay fuegos que crecen lentamente y otros fulminantes, a la “velocidad
del rayo”. Es evidente que o habido una gestión enloquecida de todas las
administraciones en todos su niveles o
sencillamente el modelo de funcionamiento y de consideración de la realidad,
entendida como presente y futuro —lo que se puede gastar y lo que se podrá
pagar—, no ha sido el adecuado. Una posibilidad no excluye la otra: la mala gestión,
el mal modelo o ambos.
Desgraciadamente son muy pocas las voces que se han
escuchado en estos años avisando que el modelo que seguíamos no era el adecuado
o que se gestionaba imprudentemente. Sin embargo, han existido, desde dentro y
desde fuera, nacionales e internacionales. Pero chocaban con una pared, la de
la indiferencia interesada. El silencio ha beneficiado a unos y ha perjudicado
a todos.
No me consuela la excusa de que hay “crisis”. No se trata de
que haya crisis o no, si no de cómo se
llega a la crisis, en qué estado
la afrontas. Y nosotros hemos llegado a la crisis de todos en un estado
calamitoso, sin reservas y endeudados hasta las cejas. Mientras mirábamos a Grecia,
Portugal, Irlanda, Italia…, el fuego nos quemaba bajo los pies. ¿Quemarnos
nosotros? ¿Nosotros?
Y la pregunta —ingenua si se quiere— que surge entonces
es ¿por qué no lo han advertido?, ¿por qué no nos lo han advertido? Desgraciadamente no hay más que una respuesta
y muchas, demasiadas excusas. Hemos escrito
una nueva fábula, la de la Zorra y el Avestruz, que no es necesario contar por
evidente. Ellos no han querido mostrar sus deficiencias y a nosotros no nos ha interesado verlas.
Cada día salen más y más casos en los que el despilfarro, los gastos en inutilidades, en adular egos personales e institucionales, en cambiar despachos, coches oficiales, en colocar inútiles que no saben hacer cosas que deberían y por las que hay que contratar generosamente a otros, etc., van explicando el tamaño del agujero existente. Mientras escuchamos las noticias sobre recortes en colegios y hospitales, en ciencia y educación, escuchamos también casos vergonzosos de despilfarro o malversación en las instituciones. Me da igual que sea en cocaína que en informes inexistentes. Alguien que tuvo la posibilidad de pararlo no lo hizo.Con el dinero perdido en cada uno de esos casos, por muy puntuales que sean, se podrían haber hecho muchas cosas realmente útiles para todos o haberse quedado donde debería estar, en las arcas del estado.
Hay que cambiar la forma de hacer política, el tipo de
políticos que fomentamos y la forma de entender lo público, desde la administración y desde los mismos ciudadanos.
Lo que le falta a nuestro país es lo que no se ha conseguido fomentar en estos
años de democracia y se atribuía al desinterés frente al autoritarismo
dictatorial. Llevamos casi cuatro décadas de democracia en España. No hemos
conseguido crear un sentido de “ciudadanía” en la población y, en especial, en
las generaciones más jóvenes. No hemos conseguido alcanzar una madurez ciudadana de la que se derive
una moralidad pública consistente, que consista en velar por lo de todos y no
solo por lo propio. Los movimientos sociales de este año son, en parte, una reacción ante este desinterés.
Los países maduros —los que han logrado “ciudadanos— saben
que los malos gobernantes son malos para todos. No hemos conseguido interesar a
las personas en los asuntos públicos, que son los de todos. Por el contrario,
se ha fomentado la creencia en que la política es “un asco” y es “cosa de los
políticos”. Eso ha llevado a que nadie se preocupara del despilfarro o de la
mala gestión, dejándola en manos del advenedizo, del irresponsable o del
corrupto. Viven demasiados de la política,
en la política y alrededor de la política.
La política, convertida en profesión, tiende a convertirse
en mercado y mercadeo. La democracia es un estado de vigilancia permanente, de control
continuo y responsable. Es el interés de todos en la cosa pública, no solo
elegir, que es el acto final, un acto plenamente consciente y no automático.
En España no han caído
rayos, no tenemos esta situación incendiaria de forma repentina. Es el fruto de
la incapacidad de ver el humo, de sentir el fuego que ha hecho arder mucha
superficie y tardaremos mucho en apagar. Es importante tomar nota de los
pirómanos y quitarles cerillas y mecheros. O seguiremos jugando con fuego.
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