Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En el estado de Idaho se está debatiendo algo más que lo que
se ha discutido en los caucus de Iowa. Frente a los diversos grados de
mesianismo de los candidatos a la nominación republicana, en Idaho se discute
sobre otra cosa, tecnología y su reflejo sobre la educación*. Ante las
presiones estatales para que los alumnos y profesores utilicen tecnología en las
clases —ordenadores y clases on line—,
la comunidad educativa está dividida. El Estado está desarrollando redes, organizando cursos de
formación y la entrega de ordenadores para los profesores y tiene previsto hacerlo a ochenta mil alumnos.
El debate sobre el uso de la tecnología en la educación
tiene muchos niveles y todos deben ser considerados. Pero el primero de ellos es
que la “tecnología” forma ya parte de nuestro mundo y no debe quedar fuera del
aula ni como instrumento ni como objeto de estudio, como algo existente en
nuestro entorno. Ya planteó Marshall McLuhan en los sesenta que el aula se
estaba convirtiendo en un espacio aislado de su entorno, que cambiaba a una
velocidad mayor desde el punto de vista de las comunicaciones. La cuestión no
es “tecnología sí” o “tecnología no”, que es absolutamente anacrónica, sino
otro tipo de consideraciones, a nuestro juicio, más importantes.
La primera consideración es que toda enseñanza se apoya en
una tecnología de la palabra. Cuando estamos sumergidos en una de ellas —oral,
escrita—, nos parece natural y la
siguiente tecnología de las comunicaciones que llegue será considerada inicialmente
agresiva y doloroso su aprendizaje. McLuhan llamó a esto el “drama eléctrico”,
el paso de la tecnología de la imprenta al mundo electrificado que comenzó con
los medios masivos como la radio y la televisión, los medios globales y
globalizantes.
Lo que se debate ahora en Idaho es la introducción de la
tecnología como un programa general cuya finalidad no obedece a los fines
educativos sino a otros muy distintos. En primero lugar, las acusaciones de los
resistentes tienen una denuncia clara: las empresas tecnológicas son las que
financian la campaña electoral del gobernador Otter. Aquí se plantea siempre la
peculiaridad del sistema norteamericano: ¿financian al gobernador porque les
parece bien o al gobernador le parece bien porque le financian? Independientemente
de dónde vayan los bueyes, suele ser un rasgo común de esta polémica allí donde
se produce que la inversión va a la compra de ordenadores y material
tecnológico, no avanzándose en lo que es realmente la tecnología educativa, las
formas didácticas y los materiales adecuados. Los industriales y empresarios saben juntar piezas, pero no
saben educar. A ellos les da igual para qué utilices el ordenador. Esta
separación entre la producción de las herramientas y los materiales y contenidos educativos
es una de las grandes cuestiones pendientes porque estos no son tan rentables
como lo son las simples máquinas, cuyo proceso se ha abaratado al producirse
sus componentes en lugares como China. El material educativo no lo producen
los chinos, por ahora.
El gobernador Otter inaugurando redes de alta velocidad |
La segunda crítica que se hace es que este intento de
introducción de la tecnología digital no está al servicio de los estudiantes
como educandos sino del sistema productivo al que le interesa cierto tipo de
trabajador formado en el uso de las tecnologías. Esa es la tesis de Otter, gobernador del estado de Idaho:
For his part, Governor Otter said
that putting technology into students’ hands was the only way to prepare them
for the work force. Giving them easy access to a wealth of facts and resources
online allows them to develop critical thinking skills, he said, which is what
employers want the most.*
Evidentemente, el hecho de que sea deseable por los futuros
empleadores no lo convierte en negativo, pero tampoco en positivo. La
conversión del sistema educativo en cursos de formación de personal y no de personas
no es bueno socialmente. Y no lo es porque al sistema productivo no le
interesan las personas, sino su trabajo, una única dimensión frente a muchas
otras posibles. Si enfocas la educación desde el punto de vista productivo, te
sobra casi todo. Este es uno de los grandes males sociales producidos por este
enfoque: la ignorancia productora, saber lo necesario, lo demás es derroche. La teoría de la formación continua no es más
la aplicación a la educación de las necesidades de la producción, el reajuste a
las necesidades del sistema frente a cualquier otra consideración. La persona
pasa a ser formada según sus
necesidades, que nunca son las suyas sino las de sus empleadores. Richard Sennett lo vio y describió muy bien en La corrosión del carácter.
Las universidades, cuyas conexiones con el mundo productivo
se estrechan cada vez más en busca de financiación, nos hemos plegado en demasía
ante esta idea fragmentaria y utilitarista de la educación. La consecuencia es
la degradación constante que todos vemos.
Hay otro debate: el papel del profesor. Es corriente que se
ataque a estos —no siempre sin falta de razón— por negarse a aceptar la
tecnología. Existe un componente generacional muy fuerte en la cuestión tecnológica.
Su uso se ha ido intensificando en las nuevas generaciones y eso establece una
distancia muchas veces entre educadores y estudiantes, que dominan más que sus
enseñantes las herramientas. Se produce así una brecha profunda entre los que
tienen el control de los conocimientos y los que tienen las
herramientas, convirtiendo al recelo el ámbito de la
confianza, la educación.
El profesor cambia profundamente si desaparece la clase como
espacio físico de encuentro, como algunos temen. También desaparece el profesor
que se convierte en teleoperador. Si
la educación es un negocio, ¿por qué
no someterlo a los mismos procesos de transformación que otros sectores:
deslocalización, automatización, etc.? El crecimiento de la enseñanza on line en Estados Unidos —y no solo
allí— es grande. Muchas veces se hace bajo la idea profundamente idiota de que
el Estado manipula a los alumnos convirtiéndolos en siervos y el derecho de los
padres a decidir su servidumbre manteniéndolos en casa. Esto ya no es
característico del granjero perdido:
es lo que hace el segundo candidato republicano, Rick Santorum, partidario de
lo que se ha llamado en USA “Teacher vs Tutor”,
el derecho a recibir fondos educativos para pagar la educación particular en
casa**. Más allá del debate entre lo
público y lo privado, ha surgido lo aislado.
Se ha abierto un gran negocio, una
oportunidad, que muchos ven como productiva para un futuro on line.
La idea de convertir al profesor en un “orientador” o en un “gestor
de conocimientos” ajenos es de una gran simpleza, como lo es el pensamiento de
su origen, el sistema gerencial. El famoso lema de “aprender a aprender” deja
fuera, en segunda ronda, al educador, que tiene como función enseñar el auto aprendizaje, algo
mucho más barato para el empleador. Como contrapartida, el negocio de la
educación se traslada al “enseñar a enseñar”, es decir, a los cursos destinados
no a los alumnos tradicionales —que después aprenden por su cuenta u on line— sino a formar educadores. Este es el gran negocio que
se le ha abierto a la educación y ante el que muchos han sucumbido: los cursos
de formación de formadores, el gran negocio
de la pedagogía. La idea ya no es formar personas, sino mantener a unos y a otros
dentro del ciclo del consumo educativo permanente. Las universidades también
han sucumbido a esta tentación. La exigencia de cursos y cursillos para poder
acceder a determinados puestos, plazas u oposiciones es una de sus variantes. En un mundo vertiginoso, la gente está obligada por los cambios del mercado y el empleo a cambiar permanentemente. Para muchos este es el futuro deseable, lo inestable creativo. O angustioso.
El candidato Rick Santorum |
No se trata de un debate sobre lo nuevo y lo viejo
tecnológico. Se trata de un debate mucho más profundo sobre la consideración de
la educación como “industria educativa” y de la educación como formación para
satisfacer necesidades del mercado y el sistema productivo. Ese es el verdadero
debate, más allá de la instrumentalización, del gremialismo docente.
Lo importante es saber que estamos formando personas con
unas necesidades propias, descubriendo y construyendo sus personalidades a lo
largo de un proceso educativo en el que se producen formas de comunicación más
allá de la eficacia meramente funcional.
Lo que se debate en Idaho y en muchos otros lugares del
mundo va más allá de la financiación de una campaña electoral por la industria
de los ordenadores, de la obsolescencia de los viejos profesores, de la “híper tecnología”
de los más jóvenes y otras cuestiones puestas sobre el tapete. Lo que se debate
es para qué se aprende, cuáles son las prioridades personales y sociales. La educación puede perder
su rumbo entre libros o entre ordenadores, porque el problema real no es ese,
sino lo que hay detrás: el papel de la educación en la sociedad y sobre todo, el
tipo de sociedad que queremos.
Toda educación, es cierto, debe hacerse para el mundo en que
se vive. Pero también es cierto que toda educación debe enseñar a transformar ese
mundo en el que se está para hacerlo mejor.
* “Teachers
Resist High-Tech Push in Idaho Schools” .The New York Times 3/01/2012 http://www.nytimes.com/2012/01/04/technology/idaho-teachers-fight-a-reliance-on-computers.html?pagewanted=1&ref=general&src=me
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