Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Introducir la Ciencia en el campo del Ministerio de Economía
es una pirueta pragmática que echa por tierra las doctrinas de la Filosofía de
la Ciencia, pero que pone suelo a una dura realidad sobre la que aterrizar. Hoy
la Ciencia se hace con dinero, con
inversiones, en la mayor parte de los campos. Su introducción en el sistema general
de la eficiencia, modelo mental y
social de la inversión, hace que esta se mueva hoy en una dirección distinta a
la que los libros muestran. La Ciencia Básica, Aplicada y Tecnología que se
enseña teóricamente, el camino que va del científico puro, que busca “principios”
y “leyes”, al ingeniero que los convierte en aparatos, se prolonga hoy con la
figura del empresario que los vende. Quizá “prolongar” transmita una idea equívoca
sobre un continuo inexistente. Las figuras del empresario y del inversor se han
insertado en todos los ámbitos dando lugar a un mapa diferente. La implantación en
todos los tramos de la idea de rentabilidad hace que los criterios y la
viabilidad se enfoquen de modo muy distinto en cada nivel. La Ciencia pura, en
teoría, se guía por el deseo de saber; desde el momento en que ese “saber” necesita financiación, los requisitos y prioridades pasan a ser otros y extra
científicos. Antes se intentaba llegar al “conocimiento”; ahora se busca llegar
a la “patente”. Y eso se aplica de los genes a la tetina del biberón.
Lo que se trata de poner bajo el paraguas del ministerio de
Economía es realmente la Investigación, que es el campo real de trabajo del científico. La Investigación hoy es tanto el
camino hacia la Ciencia como el camino hacia el “producto”, el resultado
tecnológico final que se pone en el mercado. La Investigación requiere inversión y cada vez es más difícil
convencer para que se invierta si no hay una rentabilidad posterior. Hay
inversiones que se realizan desde el ámbito privado y otras desde el público
con objetivos diferentes, que van desde el beneficio directo a través de la
explotación de los resultados de la investigación hasta los que buscan la
estimulación de sectores y recogen los frutos de forma indirecta y diversa.
Entre la financiación estrictamente privada, empresarial, y la pública hay todo
un camino largo de posibilidades y objetivos.
El otro día nos llegaba la noticia de que España ocupa el
puesto número 39 en el ranking de la innovación mundial*, un puesto
verdaderamente bajo para lo que podríamos aspirar como país. Al contrario de lo que ocurría en el filme de Alfred Hitchcock, Los 39 escalones, aquí no hay secretos que robar, ni centro de investigación que saquear por peligrosas organizaciones de espías. Estamos
por detrás de países como Portugal, Irlanda, República checa o Hungría. Los espías tienen 38 países más interesantes por delante. Aquí vienen de vacaciones, a descansar.
Ese puesto representa de forma rotunda el deterioro que
España ha sufrido en estas dos décadas producido por su propia ceguera de
futuro. La década del “milagro español” —lo hemos repetido en muchas ocasiones—
ha sido una oportunidad perdida. La soberbia del “¡que inventen ellos!” se
paga. Las personas que deciden trabajar en este campo acaban emigrando o
descubriendo los horrores de un país que no acaba de entender que el futuro es
una elección a medio y largo plazo y no el
pájaro en mano que nos define psíquicamente. La década del crecimiento ha
sido la del beneficio sin siembra o, si alguno lo prefiere, sin diversificar
las semillas. ¿Resultado? El que tenemos delante: los mejores se van rumbo a
los países que han escogido otros modelos de desarrollo.
En vez de hacer un país sólido, hemos hecho un país de paso, un país para que pasen por
aquí. La imagen de Bienvenido Mr. Marshall
de los coches pasando de largo frente al pueblo castellano disfrazado de
andaluz, desgraciadamente se ha convertido en una realidad constatable. Hemos
pasado del agricultor que miraba al cielo, al empresario que mira al cielo, de salvar la cosecha a salvar la temporada, a la España de sacar al santo.
En nuestros comercios vendemos de todo, pero casi nada está
hecho aquí y, lo que es peor todavía, casi nada está inventado o descubierto
aquí. No necesitamos ni fábricas ni laboratorios, solo comercio. Puestos a
elegir, hemos elegido ser fenicios.
Existe un término en inglés para describir este estado, NIH
(Not Invented Here). Tiene un sentido
irónico y peyorativo y trata de describir precisamente la actitud del país que se
limita a utilizar las innovaciones o inventos de otros. El NIH es asumir que
basta con copiar o vender lo que otros hacen. Es el ¡que inventen ellos! asumido como doctrina y futuro.
Protestas en Reino Unido por los recortes en investigación |
Cuando se señala que España debe crecer y que los que tienen
la capacidad de hacerlo lo están haciendo, pero que eso es insuficiente para el
conjunto, se está expresando precisamente el abandono de los sectores de
investigación conectados con los de la producción. Lo que ha fallado aquí estrepitosamente
es la inversión, que ha emprendido el camino más rápidamente rentable. Mostrar la
importancia de invertir en investigación y producción es la labor de los
gobiernos, que sí tienen la responsabilidad directa de diseñar un futuro para
los ciudadanos, un escenario social.
Los ciudadanos encuentran trabajo (o no) en aquellos
sectores en los que se está produciendo una demanda laboral, que es el
resultado de la inversión en unos determinados sectores, que a su vez es el resultado de una política
crediticia que financia a unos y no a otros. Tampoco ha funcionado la financiación bancaria, que ha puesto
difíciles las cosas a los proyectos a largo plazo y muy fáciles a los cortoplacistas, con los consabidos
resultados contaminados que ahora
tenemos delante.
Deseosos todos de rentabilizar las inversiones en los
sectores de recogida inmediata (financieros) o a corto plazo (construcción,
turismo…), la financiación para la investigación en nuestras empresas ha brillado
por su ausencia (con las mínimas, heroicas y honrosas excepciones que se quiera).
De hecho, el tipo de empresa que tenemos no requiere investigación ni innovación más que en un sentido
rudimentario. Simplemente cierras la tienda y pones otra cosa. El resultado es ese escalón 39 de la escalera innovadora mundial y la emigración
generalizada de los mejor preparados, que se van a otros países (Alemania,
China, Brasil…) en los que aprovechan sus cualidades, o quedan condenados al
subempleo en nuestros chiringuitos, telecomercios o cualquier otra posibilidad laboral
de este estilo.
Cualquier intento de crear un país con una economía estable —y
no un globo permanente en el que todos estén rezando para que no se pinche, al
pairo de una economía mundial vivida siempre como un tsunami— tiene que partir de
un modelo de futuro en el que la cultura del NIH, la del “No inventado aquí”,
pase a segundo término o se lance ya definitivamente a la papelera de la Historia.
La inversión tiene que ir a la investigación en el seno de
las empresas capaces de crear puestos de trabajo porque lo que produzca se
puede colocar en muchos mercados. Es elemental, pero difícil de aplicar cuando
se gana más dinero especulando en bolsa o en terrenos en los que construir o
comprando barato en países y revendiendo aquí, o hay millón y medio de microempresas —de una sola persona—, más otras muchas pequeñas y medianas que sobreviven de mala manera. No quieren investigadores, quieren becarios. Una gran parte del dinero que va a subvencionar proyectos se pierde porque no llegan al sector productivo —por falta de conexión o por falta de interés—, sino que es la forma de subsistir los investigadores. Imagino que la reforma ministerial tratará de paliar este problema, pero servirá de poco si el empresariado español no apuesta por otros sectores diferentes a los actuales.
Nos hemos quedado con la mitad de la teoría del emprendedor
de Schumpeter; aquí no hay “destrucción creativa” (innovación), solo
destrucción de empleo. Hemos dejado fuera la innovación que trae la
investigación. La Teoría del emprendedor individual parte del deseo de lucro y
no se diferencia cómo se canalice o por sus resultados sociales. Una Teoría de
los países emprendedores, en cambio,
debe asumir que el modelo no pasa solo por el lucro, sino por la mejora social
en su conjunto. Y esto no se logra con subempleos, mini empleos, economía
sumergida, becarios, bajas incentivadas, despidos, etc., que es el modelo
chapucero que hemos desarrollado para beneficio de unos pocos y deterioro
general del país.
Lo que España necesita realmente son políticos, empresarios,
sindicatos, y científicos que sean
capaces de pensar en todo el tablero y
en el mayor número de jugadas posibles por adelantado, que jueguen con blancas
y no se dediquen simplemente a esperar a que otros muevan sus fichas. Hasta el
momento, cada uno ha pensado en su propia pieza y en el siguiente movimiento.
Así ya no se puede funcionar en un mundo global. Ni local. El éxito de España se reconocerá el día en que veamos una película donde una organización de espías intente robarnos secretos.
Así ya no se puede funcionar en un mundo global. Ni local. El éxito de España se reconocerá el día en que veamos una película donde una organización de espías intente robarnos secretos.
* “España ocupa el puesto 39 en el ranking mundial de
innovación”. Cinco Días 5/02/2012 http://www.cincodias.com/articulo/empresas/espana-ocupa-puesto-39-ranking-mundial-innovacion/20120105cdscdsemp_4/
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