Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En uno de los primeros diálogos platónicos, Ión, se preguntan los participantes sobre los efectos y
origen de la poesía y convienen en que hay algo especial en esa belleza de la palabra que se transmite
y emociona a los que la reciben. Señala Sócrates: “la musa inspira a los
poetas, éstos comunican a otros su entusiasmo, y se forma una cadena de
inspirados”.
No sé si Sócrates o Platón tenían en mente algo como lo
ocurrido con el ex presidente Jaume Matas y el periodista que le escribía los
discursos. Que alguien le escriba los discursos a un político, en principio, no
es un mal —sobre todo si el político es un pesado—, aunque ya nos dice bastante
del político en cuestión. Casi todos los políticos con sobrecarga de trabajo lo
hacen. Los pequeñitos también lo hacen para apuntalar su ego y sentirse
importantes. Si te los escribes tú, parece que queda cutre, que eres poquita cosa. Preguntar delante de la gente "¿ha llegado ya mi discurso?", en cambio, da cierto tono y prestigio, como "¿ha llegado ya el chófer?" y cosas así. Son frases que no deben faltar en el repertorio en cualquier cargo político que se precie.
Muchas veces los discursos se debaten por los consejos
asesores de los políticos señalando los puntos que se han de tratar y cómo ha
de hacerse y después se redactan por funcionarios o personas que los
desarrollan de forma más o menos retórica en función del estilo que le guste al
candidato o autoridad política. Los gabinetes de comunicación que todas las instituciones
tienen sirven para eso, para redactarles esos textos en los que han de hablar
de muchas cosas que desconocen, pero sobre las que han de opinar. Hoy le pedimos a un político que sepa transmitir, no escribir. Son un poco telegrafistas. Algunos incluso se sorprenden de las cosas que dicen.
En muchos ámbitos políticos es obligado que el discurso que
las autoridades lean sea escrito y aprobado por el ejecutivo, como es el caso
del discurso que la Reina de Inglaterra lee cada año. En general, los monarcas
tienen un control bastante estricto de sus discursos y suelen ser piezas muy
meditadas y por eso se siguen con atención y son revisados con lupa. Muchas
veces se sabe quiénes son las personas que los han redactado, sin que por ello
se les considere los ideólogos de nadie.
El caso de los discursos redactados por el periodista
Alemany para el ex presidente y ex ministro Jaume Matas no es, por tanto, una
novedad en ningún caso. La reprobable es la forma fraudulenta, con empresas tapadera, que la fiscalía, en
concordancia con los colaboradores de Matas, apunta. Según todos los indicios y
a falta de que se cierre el proceso, parece que no se hizo demasiado bien, por
atenernos a las presunciones, más que por otras cosas. También es reprobable —y
en eso no hace falta incidir en que sea inocente o no— las cantidades que se
han pagado por esos discursos políticos. Los interesados, en cambio, sostienen que era un precio de amigos. Pero sobre precios y gustos, ya se sabe.
En un político, el saber qué decir
va en el sueldo, como se suele expresar. Un político que no sabe hablar,
expresarse o convencer de algo a los demás es como un galgo que no sabe correr
o un violinista que no sabe qué es un violín. Es una inutilidad, por decirlo
claramente. Y como votantes nos sentimos estafados, claro. Suena tan indignante
como esos futbolistas que cobran un pastón y encima hay que motivarles con primas para que ganen. Pues a los
políticos igual. Si ellos no saben redactar, para eso están los gabinetes, pero
por eso ya cobran ellos su sueldo y no hay que desembolsar un céntimo más. Todo
esto forma parte de la cultura del
despilfarro que muchos de nuestros políticos han ido gestando en estos
años. Es un episodio más en ese sentido.
Pero lo que sí es realmente chocante —y que solo la teoría
platónica esbozada por Sócrates permite explicar filosóficamente— es la emoción
con la que el periodista Alemany comentaba los magníficos discursos de Jaume
Matas. El que el escritor se emocionara profundamente al escuchar los discursos
que el político rapsoda hacia públicos es una muestra doble del arte
interpretativo de Matas y de la sensibilidad crítica de Alemany, capaz de
apreciar este su propio trabajo en boca de otros. Pocas veces se ha visto un
distanciamiento crítico de tal calibre y talante.
Solo nos queda imaginar, para cerrar el círculo del entusiamo, la profunda
emoción que embargaría a Matas al leer los escritos del emocionado Alemany en
contestación a su interpretación de la obra original. De las Musas pasó a
Alemany, de Alemany a Matas y de Matas a Alemany, desde cuyos escritos,
finalmente, la emoción amplificada se extendería a sus lectores. Casi parece
una jugada de triangulación del Barça, un tiki-taka,
con remate final de Leo Messi.
En esta España quevedesca y cervantina, llena de buscones
Don Pablos y diablos cojuelos, Rinconetes, Cortadillos, Lazaros, Guzmanes, licenciados
Cabra e ilustres fregonas, emociona ver cuánta sensibilidad desperdiciada sigue
quedando, cuanto desapego del dinero y poder, cuánta humildad y entrega a las
causas de la patria. Y todo por cuatro perras.
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