Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El anuncio por parte de Twitter* de que ajustará sus
estándares de expresión a los límites que las autoridades y legislaciones de
cada país consideren pertinentes puede considerarse como la primera gran
censura global de la historia de las comunicaciones. El argumento del respeto a
las leyes locales esconde —en su vergonzante expresión— la anteposición de los
principios de expansión comerciales a la expansión de la universalidad de los
derechos humanos.
Olvidamos con frecuencia —y esto es parte del proceso de
transparencia tecnológica— que estos servicios que hemos integrado en nuestra
vida y en los que depositamos confidencias, fotos, escritos, en los que
establecemos diálogos y encuentros con otras personas de todo el mundo, son el
resultado principal del deseo de ganar dinero de unos pocos y no de los deseos de
libertad de sus usuarios.
La red global es el negocio global. Si se tiene que
disfrazar de cordero, lo hace. Las sucesivas manipulaciones realizadas por
algunas empresas que ofrecen estos servicios gratuitos son el aviso constante
de una regla: cuanto más asentado está un servicio entre los usuarios, mayor es
el riesgo de manipulación, ya que la tentación crece ante las perspectivas de
ganar más. Los dueños de estas empresas, por mucho que lleven camisetas de
manga corta y sandalias y coleta y piercing en una ceja, si es necesario, son
tan tiburones como el resto. Como en
cualquier otro sector, se trata de que crezca el número de usuarios y su
dependencia. Los dramas que se han producido este año pasado por las caídas de
servicios y la histeria entre los usuarios provocados por la perspectiva de
perder la información acumulada y las relaciones establecidas han mostrado lo
mucho que dependemos de estas megaempresas que controlan la mayor parte de las
comunicaciones.
A diferencia de otros tipos de servicios regidos por
derechos de los ciudadanos, aquí se rige todo por los deberes como clientes, es
decir, por aquellas estipulaciones que unilateralmente establece la empresa y
que debemos aceptar para crear una cuenta y acceder a los servicios que nos
brindan gratuitamente, aunque —como bien sabemos— resulten ganancias
multimillonarias de nuestra mera acumulación.
El aviso realizado por Twitter de su nueva política de
bloqueos de información es un aviso más, de gran gravedad, ya que supone un
pacto, dejando de lado a los millones de usuarios, con los gobiernos de los
países. En aquellos países en los que las comunicaciones están amparadas por derechos,
la situación no es preocupante porque no modifica en nada el deseo
intervencionista, que se supone inexistente, del estado en cuestión. Es obvio
que esta concesión no se hace pensando en estos países.
Pero es completamente distinta la situación en todos
aquellos países en los que sí existen restricciones, censuras y hasta
persecuciones y condenas por delitos de expresión. Cuando Twitter dice —con
gran cinismo— que se amoldará a lo establecido por las “entidades” responsables
en cada país para realizar sus bloqueos de mensajes. Tras esta aparente
aceptación de la “legalidad vigente” en materia de expresión de cada país, se
esconde el deseo de no ser bloqueado en su conjunto. Twitter antepone, como
empresa, la aceptación de las normas de cada país para asegurarse su parcela en
el mercado. Twitter bloquea para no ser bloqueado.
Esta auténtica real
politik de empresa no es más que la constatación de lo que podemos considerar
como el “modelo chino” de las comunicaciones. Es sabido que el pueblo chino no
dispone de acceso a Facebook ni a Twitter. El gobierno chino ha creado sus dos
servicios paralelos para que sus ciudadanos no recurrieran a un servicio que
ellos no pudieran controlar y censurar si
es necesario. En una dictadura como la china, el gobierno controla las
comunicaciones de sus usuarios. La consecuencia es, por ejemplo, un mercado
negro de conexiones que garantizan que las comunicaciones —teóricamente— no van
a ser controladas De forma clandestina,
muchos chinos tienen sus accesos como muchos de los ciudadanos del mundo, los
de aquellos países que tienen libertades, entre ella las de expresión. Son
canales, además, usados por la disidencia para poder organizarse, es decir,
aceleradores y coordinadores de los cambios. El ejemplo de los países árabes y
sus revoluciones es decisivo en este sentido, ya que permitió burlar las
censuras de los gobiernos de las dictaduras que controlaban las comunicaciones.
Los revolucionarios de algunos países habían establecido sus redes para burlar
los bloqueos previsibles, los cortes generales y los envíos masivos de
mensajes (sms) por parte del gobierno manipulando a la gente, como ocurrió en Egipto.
Un caso importante de esta política comercial por encima de la política de las libertades y
los derechos humanos lo constituye el controvertido caso de Google. China
bloqueaba la implantación de Google con la exigencia de censurar los contenidos
accesibles por sus ciudadanos. De forma polémica, Google creó Google China en
2005 sometiéndose a la política de censura del gobierno. Cuando los usuarios
buscaban términos censurados, el buscador les devolvía el siguiente mensaje: “Search
results may not comply with the relevant laws, regulations and policy, and can
not be displayed”. Este es exactamente el mismo planteamiento que
Twitter adopta ahora: amoldarserse a la legislación vigente.
Sin embargo existe una gran diferencia entre bloquear el
acceso a la información existente, que ya es malo, y el bloqueo de mensajes
entre personas, que es muchísimo más grave en todos los aspectos, ya que afecta
a otro tipo de derechos que son cercenados por la acción de la propia compañía. ¿La causa?: ampliar
el mercado.
La creación de Google China acabó mal —en 2010— ante las denuncias de los intentos del gobierno chino de acceder a las cuentas personales de gmail de disidentes y activistas de los derechos humanos o personas a las que simplemente les interesaba espiar y controlar. La empresa, por temor a las reacciones internacionales y en los propios Estados Unidos, aseguró que acabaría cerrando sus oficinas en China ante la imposición de tener que seguir censurando el buscador o no poder proteger la integridad del correo de sus usuarios. Los chinos dejarían de confiar en el servicio y los demás los acusarían de cómplices de una dictadura, que es en lo que realmente se habían convertido al acceder a las pretensiones del gobierno.
El caso de Twitter debe considerarse como un paso gravísimo
en el mismo sentido, el de convertirse por razones de mercado en aliados de
dictaduras o de culturas cerradas o regresivas en las que se asfixia la posibilidad del
oxígeno que la globalización de las comunicaciones abiertas permite. Desde el momento en
el que se establecen diferencias entre unos países y otros —según normas y "creencias"— en el acceso a la
información se rompe la globalización y se vuelven a levantar las fronteras —los
nuevos muros de Berlín, las nuevas murallas chinas— con las que aislar del
resto del mundo a los que desean acceder a una visión diferente a la que tratan de imponer sus gobiernos dictatoriales. Por eso, el argumento de ajustarse
a la “legalidad local” es nauseabundo porque esa legalidad puede ser cortar manos, azotar, lapidar, segregar, torturar, sexismo, pena de muerte, etc. y los delitos penalizados la simple crítica a los gobiernos u opinar de otra manera en cualquier aspecto. Siempre se
utiliza la misma falacia como justificación: esto servirá, nos dicen, para bloquear los contenidos de los neonazis, etc. Para eso ya hay fórmulas con todo el amparo jurídico si es necesario.
Lo que Twitter quiere es otra cosa, como era otra
cosa lo que buscaba Google: ampliar su mercado en 1.600 millones de chinos y
otros cientos de millones de personas que viven en países que tienen legislaciones
restrictivas sobre qué deben ver o no ver sus ciudadanos, cómo se deben vestir, etc. Con esto Twitter se
hace cómplice de las dictaduras, como también se hizo Google con su sumisión al gobierno chino. Perdieron
la ocasión de demostrar que el “libre mercado” es algo más que la ley del embudo.
El gran crédito político que las empresas de las redes sociales —Facebook, Google y Twitter, básicamente— han tenido como armas y herramientas favorecedoras de las libertades bajo las dictaduras, lo están perdiendo a marchas forzadas. Espero que esto les quede claro a muchos analistas y publicitas: no han sido facebook, twitter o google los que han realizado las revoluciones. Han sido las personas que se han servido de ellas. Y ahora pueden ser herramientas de las dictaduras, armas de represión, desde el momento en que secundan a los gobiernos autoritarios en su control social. De la dictadura política a la dictadura de los mercados, la del beneficio.
Los países emergentes económicamente no siempre lo son políticamente y, por el contrario, es su funcionamiento como dictaduras fabriles —países fábricas bien controlados— lo que les está haciendo emerger en muchos casos. Su gobiernos quieren que produzcan obedientemente y temen que la conjunción de la creación de mercados internos (lo que nosotros les vendemos) más la apertura a las informaciones exteriores acaben erosionando su control sobre las poblaciones. La mezcla de dictadura y corrupción económica que padecen por parte de sus tramas gobernantes no quieren arriesgarse a ser denunciadas a través de medios sin control. Por eso exigen la censura y las empresas se pliegan.
Lo grave del caso es que ya no se trata de que sean censuradas las comunicaciones por los gobiernos, sino de que son las propias compañías las que censuran para conseguir el beneplácito del gobierno y las bendiciones de sus accionistas.
En un mundo global, no hay más globalización que la universalidad
de los derechos humanos y esa es la que los usuarios de este tipo de servicios debemos
exigirles a unas compañías que pueden pisotearlos ellas mismas en beneficio de
sus accionistas. Los países tiene sus fronteras; las compañías no. Sin fines sociales reales, aceptan adaptarse a los "mercados" con tal de entrar en ellos. No les importa la gente, solo pactar con los que les dejan implantarse. Las dictaduras ya saben con quién deben sentarse a negociar.
Para parar esto, no hay más que una solución: que lo que ahora piensan que les va a beneficiar, les haga perder por otro lado. Y que decidan. Por mi parte, puedo
hacer dos cosas. Una ya la estoy haciendo, denunciarlo. La otra es borrar mi
cuenta de Twitter, algo para lo que les doy una semana, por si acaso rectifican.
* "Twitter bloqueará en algunos países los mensajes que violen normas o creencias" El País 27/01/2012
http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2012/01/27/actualidad/1327623769_089203.html
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