Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Puede que el mundo sea absurdo, como señalaba Albert Camus,
y que el destino alegre de Sísifo sea subir una y otra vez la roca por la
resbaladiza ladera. Puede que esa tarea no deba horripilar al ser humano que se
enfrenta así al sinsentido del universo y de la vida que en él se encuentra.
Pero a veces la ladera por la que hay que rodar pesadamente la roca es la
empinada joroba de alguien.
Hay dos cosas que la acción humana no debe aumentar en el
mundo: el sufrimiento y la necedad. Y tenemos el ejemplo constante de cómo
vulneramos este principio. Si el Cosmos no tiene sentido, es nuestro deber que lo
humano lo tenga.
El caso de la fotografía subida por un alumno a Facebook* y
de allí a la prensa mostrando a los estudiantes dando clase con mantas por el
frío existente en las aulas de un instituto de Castellón es un ejemplo más de
cómo los humanos nos distanciamos del resto de los animales de la creación no
mediante nuestra inteligencia, sino a través de la renuncia a ella. Al
contrario de lo que algunos piensan, nuestra estupidez no proviene de ser animales, sino de tratar de convertirnos
en máquinas. El absurdo es el contagio maquinal de lo humano. Lo más parecido
al continuo rodar de la piedra por la ladera, a su constante subir y bajar, es la
máquina más sencilla: un péndulo.
La precipitada expulsión —“de palabra”, dice la noticia— del centro por varios días del alumno que realizó la foto, decretada por la directora, se convierte en un ejemplo más de este comportamiento maquinal, palabra caída bastante en desuso, pero que deberíamos recuperar. El sentido peyorativo que antes tenía, se ha perdido por nuestro ilusionado y deseado parentesco con las máquinas que fabricamos. El “seréis como dioses” ha sido sustituido por el “seréis como máquinas”.
Si hubo una vanguardia que triunfó sin saberlo fue el
futurismo de Marinetti y su visión del “hombre máquina”, llevada a la realidad
a través del cyborg, en lo externo, y
del “protocolo” en lo interno. ¿Qué es un protocolo
sino el software de las
organizaciones, el programa del que no se puede escapar bajo riesgo de que te
despidan o te demanden? Un protocolo es trasladar la rigidez de la máquina al
cerebro del que lo aplica.
La reacción de la dirección del centro —que ha sido obligada
a readmitir al alumno expulsado por “defecto de forma”, según nos cuenta el diario
El País— es un ejemplo protocolario de cómo se excluye la
inteligencia (y algo más) de la acción humana.
Esa foto entra en una categoría e intención muy diferente y respetable: la denuncia pública y legítima de una situación, algo que no solo no debe ser sancionado o reprimido, sino que debe ser loado porque está velando por la salud suya y del resto de sus compañeros, incluido el profesorado. Es un derecho y un deber ciudadano. Esa directora, en vez de sancionar a los alumnos que se tienen que envolver en mantas, debería encerrarse ella misma como protesta o enviar esas fotos a la dirección superior para mostrar la realidad lamentable del día a día de su centro.
Al sancionar, la dirección ha hecho dos cosas: convertir en falta ajena su propia dejadez o
impotencia, tratando de anular la reivindicación de un hecho repudiable (como es la falta de medios por la que muchos otros se está manifestando en muchos lugares con su legítimo derecho); y convertir los
reglamentos, su dirección y el centro mismo en una maquinaria irracional que,
sobre todo, prescinde del sentido de la justicia. Se ha renunciado a la
inteligencia en beneficio de una racionalidad
maquinal ciega e injusta.
Si alguno de los jóvenes hubiera utilizado el móvil para
fotografiar un robo en el centro y esa imagen hubiera servido para identificar
a los ladrones y recuperar lo robado, supongo que a nadie se le hubiera
ocurrido aplicar el reglamento sancionándolo. Si se hubiera producido el primer
contacto de una delegación extraterrestre con la dirección del instituto en el patio
del centro castellonense, tampoco se le hubiera ocurrido a nadie (espero y
deseo) culparle por recoger esta exclusiva histórica en imágenes. Sí se le ha
intentado sancionar, en cambio, por mostrar con imágenes la situación de sus
compañeros en el centro, que la directora —al sancionar— ha sentido como algo suyo y no de la institución
superior responsable, que es quien ha recortado los fondos, no los hace llegar a tiempo o los destina mal. Al sancionar, ha
prolongado hasta ella misma esa responsabilidad asumiéndola.
El hecho es grave, como lo es cualquier ejemplo de injusticia
e irracionalidad en un entorno educativo, que es donde se supone que debería
animarse a las personas a querer ser más justas y cambiar el mundo a mejor. El
ejemplo que se ha dado es que los reglamentos se pueden interpretar por la “autoridad
competente” de forma unilateral, irracional y sumaria, del despacho a tu casa.
Tampoco es nada satisfactoria la decisión de la inspección
territorial, que ha declarado que no ha sido expulsado porque no se realizó
mediante un justificante, que es como decir que la declaración de un testigo no
vale porque está hecha con tinta verde, por ejemplo. Es la más diplomática,
pero significa no mojarse en el caso
—según ellos, no hay caso—, que es lo que tienden a hacer cada vez con más
frecuencia la mayor parte de las instituciones y personas que se vuelven maquinas. A esto lo llamamos "un tecnicismo" por algo.
Ahora, en ya en frío,
la decisión vuelve al centro, a los profesores y a los padres, en el que, nos
dice la prensa, ya han advertido que no habrá sanciones. Pero, no nos engañemos,
el mal está ya hecho. Se ha demostrado varias cosas, además de la
irracionalidad señalada. No me gusta ver que las instituciones dan mal ejemplo,
especialmente las educativas, y en este caso ha actuado de forma contraria a
como el sentido más elemental de la justicia indica que se tenía que haber
hecho. El retorcimiento o la aplicación maquinal de los reglamentos contra las
acciones que no nos gustan, porque nos dejan en evidencia, es una forma de
abuso institucional en el que unas normas que tienen una función se aplican
para recortar el derecho a protestar contra una situación claramente lesiva
para los alumnos. Esa imagen de los alumnos envueltos en mantas durante la
clase no despertó el sentido de la justicia o la indignación, sino la ira de
quien se ve puesto en boca de los demás por una actuación poco eficaz, aunque
no sea culpa suya. Sí lo es, en cambio, dar la cara ante los superiores para
proteger a las personas que dependen de ella. Me gustaría ver a esa directora
aplaudida por sus alumnos porque se ha encadenado ante el ministerio o la consejería
exigiendo unas mejores condiciones para los profesores y estudiantes de su
centro. Quizá a ella también le habría gustado verlo. Pero lo que vio en la
foto reproducida por la prensa fue su propia impotencia. Y reaccionó mal.
Albert Camus |
Cuando los reglamentos se aplican con justicia y sentido, las
instituciones defienden a los que están en ellas, y los que las rigen se preocupan
de las personas —en cualquier nivel—, las cosas suelen ir bastante mejor.
No hagamos más empinada
la ladera por la que todos los días debemos subir nuestra roca, porque no es
otra cosa que nuestra propia y absurda joroba.
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