Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La vida
llena de falsos finales. Lo cierto
es que no sabemos cuándo se acaban realmente las cosas. Se ramifican y
complican en interminables secuencias de incierto regreso.
En realidad, la vida se parece más a esas películas de terror en la que los protagonistas arrojan una y otra vez al villano por la ventanilla o puerta del tren o coche, por la borda del barco, y este reaparece en cada ocasión más deteriorado su aspecto, pero inconmovible en su afán por destruirnos. Sí, hay muchas cosas en la vida que son así; reaparecen como en pesadillas de las que no se despierta nunca.
En realidad, la vida se parece más a esas películas de terror en la que los protagonistas arrojan una y otra vez al villano por la ventanilla o puerta del tren o coche, por la borda del barco, y este reaparece en cada ocasión más deteriorado su aspecto, pero inconmovible en su afán por destruirnos. Sí, hay muchas cosas en la vida que son así; reaparecen como en pesadillas de las que no se despierta nunca.
Nada
hay más difícil que aceptar el componente azaroso de la vida, su carácter
incontrolado. Una parte importante de lo que nos ocurre entra en ese campo de lo incontrolado. De ahí nuestra obsesión por la obtención de reglas y leyes que nos
permitan vivir en una calma engañosa pero tranquilizante. La misión de la
Ciencia es tratar de comprender el funcionamiento del mundo, de las leyes que
lo rigen, para poder aumentar nuestra seguridad y confianza. Tenemos más tranquilidad en
algunos campos, pero en otros, en lo social, apenas somos capaces de atisbar
leyes que nos permitan vivir sin sobresaltos.
Saint Simon |
El
hecho de que todo lo que hagamos tenga consecuencias es la primera de nuestras
dolorosas constataciones. El segundo hecho es que solo conocemos una pequeña
porción de esas consecuencias, Y el tercero es que una parte de esas
consecuencias, más tarde o más temprano, tendrá efecto sobre nosotros, aunque
no lo sepamos. Lo primero nos vuelve deterministas; lo segundo, escépticos; y
lo tercero, finalmente, fatalistas. La comprensión de todo ello, nos hace humanos.
Al
contrario de lo que algunos creen, esto no tiene nada que ver con la libertad. Da igual que ese acto inicial —no hay realmente actos iniciales— sea
libre. Lo importante es que precisamente desencadena todas esas otras reacciones desconocidas. Quizá
ser libre sea solo ser ignorante de porqué se actúa. Puede que seamos libres o
no, pero lo que está claro es que no somos omniscientes.
El conocimiento consiste, en este caso, en tratar de restablecer la conexión
entre el origen y sus consecuencias, entre las consecuencias que percibimos y lo
que las causó. No es tarea nada sencilla tratar de comprender las secuencias, los encadenamientos de
actos.
Gracias
a nuestra capacidad limitada de conocimiento —de encadenar demasiadas causas en
la secuencia— podemos vivir, pues nada sería más doloroso que comprender la
totalidad de las consecuencias de nuestros actos. Habría partes satisfactorias, claro, pero no soportaríamos conocer los efectos negativos de muchas otras. La fatalidad de la que hablábamos sería,
por ejemplo, descubrir que no es necesario ser malo para causar el mal. Es un
momento porque el que todos pasamos por la vida, una pérdida de inocencia, el
descubrimiento de las consecuencias insospechadas que algunos de nuestros actos
pueden tener. A veces regresan a nosotros en forma de felicidad causada
involuntariamente, pero en otras vuelven con la dolorosa comprensión de un daño
sin intención.
Edipo (de Chirico) |
La lección importante —y eso lo vio bien Milan Kundera— es que Edipo no dejó de sentirse responsable, libre. Prefirió la culpa responsable a lavarse las manos y renunciar a ser libre, es decir, a sentirse libre lo fuera o no.
Nuestra limitada capacidad de comprender nos protege del bloqueo de la acción al que nos llevaría comprender las consecuencias de todos y cada uno de nuestros actos. Esto no solo es característico de la tragedia, sino por ejemplo es la base del funcionamiento de la Economía. Si supiéramos todo lo que va a ocurrir se produciría una parálisis, un bloqueo de la acción. Por eso la eficacia real se centra en obtener el máximo rendimiento con el mínimo de información, un equilibrio inestable entre lo que sabemos y lo que no sabemos. Si sabemos qué número va a salir, no tiene sentido jugar a la ruleta.
Nuestra limitada capacidad de comprender nos protege del bloqueo de la acción al que nos llevaría comprender las consecuencias de todos y cada uno de nuestros actos. Esto no solo es característico de la tragedia, sino por ejemplo es la base del funcionamiento de la Economía. Si supiéramos todo lo que va a ocurrir se produciría una parálisis, un bloqueo de la acción. Por eso la eficacia real se centra en obtener el máximo rendimiento con el mínimo de información, un equilibrio inestable entre lo que sabemos y lo que no sabemos. Si sabemos qué número va a salir, no tiene sentido jugar a la ruleta.
Afortunadamente,
solo podemos comprender de forma limitada, imperfecta, lo que hacemos. Algunos
sacarán la moraleja —ya lo hicieron, como André Gide en su teoría del acto gratuito— de que es mejor actuar de
forma irreflexiva. No creo que sea el camino más adecuado, pues —de ser cierto
lo expuesto— no sería más que una forma de autoengaño. La creencia en la gratuidad
del acto sería un signo de nuestro desconocimiento de sus causas profundas.
Tampoco garantiza que no vuelva hasta nosotros transformado después de su viaje
a través de los otros. Hay muy poco que ganar por ese camino.
La
ilusión de que las cosas comienzan o acaban; la ilusión de que podemos conocer
y controlar los menores detalles de nuestras vidas, que, por cierto, son tan de
los otros como nuestras, pues en gran medida son respuesta a los que los demás hacen, forma parte todo ello de
nuestra propia vida y de la aceptación de sus extraños mecanismos. Creo que la
consecuencia más sensata es que puesto que no podemos controlar la totalidad de
los efectos de nuestras acciones, al menos pensémoslas dos veces. No es una
gran garantía, pero tranquiliza algo la conciencia, algo de lo que muchos afortunadamente no pueden prescindir.
Muy, muy interesante. Todos estos temas filosóficos me invitan a reflexionar. El azar, nuestro afán por controlarlo todo, las consecuencias involuntarias de nuestros actos y su relación con la tragedia griega. Temas de inagotable contenido que nos pueden llevar por muy diferentes caminos del pensamiento, pero que no por ello justifica la falta de reflexión en nuestras acciones. ¡Genial!
ResponderEliminarPues nada, Carmen, invitada. Para muchos dedicarle un ratito a pensar es un desperdicio, un deporte o un vicio, según se mire. Algunos incluso lo esconden muy bien no sea que se les note. Gracias por el comentario. Un saludo, Carmen. JMA
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