viernes, 6 de enero de 2012

Sullivan y la risa

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En mi cine particular me he programado Los viajes de Sullivan (Sullivan's Travels 1941), una de las más celebradas comedias del gran Preston Sturges. Nos cuenta la historia de Sullivan, un afamado y exitoso director de cine hollywoodiense, que harto de hacer cine insustancial decide —ante la oposición del estudio y amigos— disfrazarse de vagabundo y lanzarse a conocer el mundo de los más desfavorecidos. Ha vivido siempre en la opulencia y el éxito y desconoce ese mundo que quiere reflejar en películas más serias. Su creencia y confianza en el valor didáctico del cine como un arte serio y un lenguaje universal le hacen creer que viviendo de esta forma las desgracias ajenas—como observador disfrazado—, podrá dar cuenta de ellas fielmente. Con el personal del estudio siguiéndole los talones en una caravana, de una forma u otra, acaba siempre de vuelta en Hollywood, con todos los problemas resueltos, aunque a él le guste pensar que va por el mundo con diez centavos en los bolsillos.


Cuando cree que su historia ha terminado y se dedica, de nuevo disfrazado, a repartir billetes de cinco dólares entre los desfavorecidos que encuentra, es asaltado, golpeado y metido en un tren. Al despertar, aturdido, golpea a un vigilante del ferrocarril que le ha maltratado y es condenado a seis años de trabajos forzados en un penal inmundo, perdido en los pantanos, en el que es degradado, como el resto de los penados, y hasta torturado encerrado en un cajón. Mientras tanto, su asaltante falleció arrollado por un tren y todos creen que es él el muerto.

Una noche, el brutal y arbitrario jefe autoriza que los presos encadenados salgan del infame penal y se dirijan encadenados a una pequeña iglesia en la que se va realizar una sesión de cine para los humildes feligreses. El pastor dirige previamente a los asistentes un emotivo sermón en el que les recuerda que todos son iguales a los ojos de Dios y que no hagan sentirse inferiores a aquellos desgraciados invitados con sus miradas o actitudes. La entrada de los presos en la iglesia se produce con el cántico del espiritual “Go down Moses! Let your people go!”, que habla de la liberación del pueblo judío de Egipto donde estaba como esclavo, canto que sirvió también a William Faulkner para titular su novela “Desciende, Moisés”.

El genio de Preston Sturges nos muestra cómo en esa pequeña iglesia, perdida entre pantanos, pueden acoger a los que son más desgraciados que ellos con alegría. Su generosidad les lleva a transferir el deseo de redención de su canto a los demás, conscientes de que en su profunda pobreza hay todavía capacidad de reconocer a los presos que llegan la dignidad que se encuentra en todo esclavo en el lugar más olvidado del mundo. La humillación diaria que reciben se cambia en la salutación de los que les reconocen como hermanos en el sufrimiento común de la vida, como los que deben ser liberados de los nuevos y diversos faraones del mundo.
Todos aquellos humildes fieles de la comunidad y aquellos seres humanos que viven en la esclavitud de los trabajos forzados, se unen y transforman cuando comienza la proyección en la que durante unos minutos estallan en carcajadas ante unos dibujos animados, puro slapstick, que tienen por protagonista al perro Pluto. Sullivan asiste asombrado al efecto del cine sobre todos ellos. Y sobre él mismo que, incapaz de resistirse, se ve inmerso en aquel mar de risas provocado por las caídas y vicisitudes del perro de Disney. Después regresaran todos a sus desgraciadas y míseras vidas en el penal, a trabajar con el agua hasta las rodillas en el pantano, y a sus humildes trabajos los feligreses. Pero han reído, se han olvidado del mundo, de su sufrimiento e injusticia, durante unos minutos.


Cuando Sullivan regresa, ya no desea hacer películas serias, profundas, sino comedias que ayuden a la gente que sufre a olvidarse del dolor. Ha comprendido que no necesita explicarle a los que sufren cómo es su sufrimiento, que eso no era más que pura vanidad, que lo que ha de hacer es tratar de aliviarlo.
El título de la película de Sturges, Sullivan’s Travels, hace referencia clara a otros famosos viajes, los de Gulliver (Gulliver’s Travels) en los que el clérigo Jonathan Swift realizó una sátira de las conductas humanas. Preston Sturges no mandó a Sullivan a ningún mundo extraño, grande o pequeño, sino que le hizo conocer los otros muchos mundos que hay en este, los que desconocemos por lo estrecho de nuestras realidades. Su sátira es tan efectiva como la de Swift, pero tiene un componente importante en el debate sobre el fin del arte, que es común a todas las épocas y que todo artista digno de tal nombre se plantea: su relación con la realidad humana.

Las teorías que Sturges parodia en boca de Sullivan son las que hacen referencia a que la única forma de abordar la gravedad del mundo es la gravedad del arte. Por el contrario, el carácter de aprendizaje  —como si de un Bildugsroman se tratara— que tiene la experiencia vivida por el director le enseña otra cosa. Y a nosotros, porque el sutil juego puesto en escena por Sturges nos muestra el doble ángulo, el del director protagonista convertido en espectador privilegiado y protagonista inesperado de la vida, y el nuestro, que a través de una comedia, comprendemos su transformación y nos transformamos también nosotros. La risa no nos ha distanciado de los problemas, sino que nos ha llevado a ellos por otro camino.


Esa es la diferencia existente entre el escapismo —que nos esconde el mundo y a nosotros mismos en él—, la sátira —que nos lo revela a través de la comicidad— y la risa como emoción básica liberadora. También el arte serio puede ser escapista, sin duda. No es la seriedad del tema, como querían los clásicos y neoclásicos, lo que determina la gravedad del tono. Ni lo contrario. Sturges no ignora el drama humano;  discute sobre los lenguajes con los que describirlo. Y, sobre todo, reivindica la risa como emoción necesaria.
Como señala el sentencioso mayordomo de Sullivan: «The poor know all about poverty and only the morbid rich would find the topic glamorous.» Sturges no necesitaba hacer una película para decir que la pobreza es mala. Sí en cambio la hizo para hacer ver la vanidad que se esconde tras las pretensiones de algunos que disfrazan su cuerpo ante la imposibilidad de disfrazar su alma. La frivolidad no es reír, es quitarles a los demás el derecho a la risa; es la pretensión de enseñar a los pobres qué es la pobreza, a los que sufren qué es el sufrimiento desde un disfraz de vagabundo.

La secuencia de "Go down, Moses!":





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