viernes, 6 de enero de 2012

Reflexiones blancas (al hilo de la cultura)

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Tienen interés las reflexiones desesperanzadas de Blanca Portillo, la actriz y ex directora del Festival de Teatro de Mérida, entrevistada por el diario El País*. Independientemente del caso concreto, de la Comunidad Autónoma —la de Extremadura— en la que se ha dado, las consecuencias que ha sacado de su breve trayectoria vinculada con la administración son extensivas a muchas otras situaciones por toda España: la dependencia económica y el uso instrumental de la cultura en nuestro país.
Cultura se entiende nada más que en dos niveles: el económico y el político. Según esta concepción, la “cultura” es esencialmente una actividad constante, no un estado creciente. Es algo que se hace, que genera gastos e ingresos, que se incluye en un presupuesto y a cuyo frente se designa a alguien. La cultura es “evento”, algo que ocurre en el tiempo y el espacio con un coste determinado y un rendimiento medible en unidades de diverso tipo: dinero, rentabilidad política, imagen institucional. Se puede medir por la taquilla o por el número de páginas que lo han recogido en la prensa, por el número de personas que han asistido a su presentación, etc. Es una actividad con un presupuesto y un visto bueno.


La cultura no es el Teatro, entidad genérica, ni la Literatura o cualquier arte. Es un festival que dura dos semanas, una representación que dura dos horas, que necesita diez mil carteles que se encargan a una imprenta, etc. Ha desaparecido la cultura en beneficio del “evento cultural” que es el compañero del “evento deportivo” —para muchos es lo mismo, confunden cultura y espectáculo, desconociendo a Debord—, el gran beneficiado por las cifras y la atención mediática.

La reducción de la cultura a evento es el gran drama de la ignorancia por un lado y el de la dependencia por otro. Tenemos en estos momentos las generaciones más incultas desde hace décadas: en teatro, en cine, en música, en pintura… El proyecto cultural español se frustró en los años ochenta aceptando sucedáneos de cultura, y el amiguismo como síntoma de genialidad. Nuestra pobreza cultural actual en todos los campos no es más que el síntoma del parasitismo de la atención que requiere esta sociedad. Que miremos algo genera dinero; nuestro trasero en un asiento, también.
La cultura se ha hecho dependiente de la administración y la administración lo es del clientelismo político. La queja de Blanca Portillo, como ella misma señala, va más allá de los partidos políticos: “Todos, los representantes de ambos gobiernos, lo sabían, estaban al tanto de los desmanes del festival. No les pilló por sorpresa y nadie lo destapó. Aunque la verdad es que creo que deberíamos hablar más de personas que de partidos políticos.”* Efectivamente, no es cuestión ideológica —todos lo comparten—, pero hace ya tiempo que la ideología quedó al margen de muchos asuntos de los políticos y la cultura de muchos de los artistas. El escándalo de la SGAE lo ha dejado claro.

Los ayuntamientos y las autonomías —por manos de sus responsables—  tienen unos presupuestos, un dinero que gastar en “cultura”. Lo que exigen es “visibilidad” mediática, poder tener sus informes de prensa en los que aparezca claramente que el partido, alcalde, consejero es quien ha financiado el evento. Y al hilo de ese dinero disponible, han surgido una fauna de emprendedores culturales dispuestos a ofrecer todo tipo de eventos para que ese dinero se gaste. Tienen ideas sobre cómo gastarlo, desde concursos de poesía hasta festivales de teatro, gastronomía, lo que haga falta y hasta que se agote el presupuesto.
En muchas ocasiones, el dinero local ha servido para hacer más provinciana y localista nuestra cultura, centrarse muchas veces en mediocridades cuyo único mérito es haber nacido en nuestra aldea, ciudad, pueblo, provincia o autonomía. En estos genios locales se ha centrado nuestro concepto de cultura, para mayor gloria de nuestros políticos que así han podido justificar la grandeza del terruño y adular el ego individual y colectivo de todos los que creen que como en casa, nada. Así hemos invertido en ediciones, exposiciones o representaciones de nuestros autores castizos, convirtiendo la cultura en cosa paleta. Otros, en cambio, juegan la baza cosmopolita. Se cambia la boina patria por la de la rive gauche y asunto concluido.


La idea de cultura se enfoca como un sector productivo más y se evalúa en función de su rentabilidad económica, número de empleos que genera, etc. El resultado de este desastre conceptual es la más absoluta ignorancia porque se acaba confundiendo cultura con entretenimiento, y conocimiento con diversión. No tenemos una sociedad más culta, solo más entretenida. La cultura es una excusa para el gasto o para la atracción turística, que viene a ser lo mismo muchas veces. No se entiende de otra manera. Los empeños en conseguir capitalidades de la cultura para las ciudades no es más que una competencia por colgarse una etiqueta que atraiga dinero y espectadores.

Las consecuencias las podemos detectar todos los días en las riadas de alumnos que nos llegan a la universidad, desprovistos de cultura, en el sentido profundo del término, inmersos durante años en los espectáculos con los que se ha sustituido. Son carne de cañón del consumismo cultural, de la moda disfrazada de cultura. Han crecido sumergidos ya en un concepto de cultura-espectáculo que se les mete en las escuelas y se camufla como actividad cultural. No es más que negocio con un ligero barniz. La cultura es selección o no es nada.
Blanca Portillo —que tiene todos mis respetos porque sus aventuras han sido Shakespeare o Dürrenmatt— ha descubierto, con desesperación, que el teatro no le importaba realmente a nadie, que no era más que la excusa para gastar un dinero que estaba ya mal repartido de antemano y que su principal defecto fue intentar saber dónde iba cada euro, algo sobre lo que no debería haber preguntado. Ella debía ser solo la cara.
Una cultura basada en la financiación sin un esfuerzo educativo que enseñe a valorar lo que es realmente valioso, culturalmente hablando, está condenada al espectáculo en el peor sentido de la palabra. Dependerá siempre del número de participantes como criterio. La única forma de que la gente demande más y mejor cultura es invertir en educación, en calidad de la formación. Solo estando mejor educado, se puede exigir y apreciar la riqueza cultural. Sin embargo, nos hemos llenado de bocas y bocazas que preconizaban que cultura era todo y que todo valía lo mismo, con ellos al frente, claro.
¡Pobre cultura! ¡Y pobres nosotros!

* "La triste confesión de Blanca Portillo" El País 4/01/2012 http://www.elpais.com/articulo/cultura/triste/confesion/Blanca/Portillo/elpepicul/20120104elpepicul_1/Tes



2 comentarios:

  1. ... entonces de los Medios de Comunicación Públicos "ni hablamos", ¿no?.
    Porque llevamos una retahíla que parece que somos los culpables de la deuda universal ... eso sí, en Andalucía, que nadie quite "la copla" o a "JuanYMedio" ... que eso es servicio público.

    Una triste referencia: http://mediospublicos.blogspot.com/2012/01/ccoo-exige-un-acuerdo-para-renovar-y.html

    U otra:
    http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Consejo/RTVE/plantea/regatear/Gobierno/elpepisoc/20120105elpepisoc_4/Tes

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  2. De cualquier institución financiada de manera pública, incluidos los medios de comunicación, que gaste mal, despilfarre o malverse, se debe hablar hasta que se aclare lo que se tenga que aclarar, que es de lo que se quejaba Blanca Portillo, de que nadie estaba interesado en aclarar algo que todo el mundo sabía, según sus propias palabras.
    Lo que no entiendo bien es el "nosotros" del comentario -¿la cultura, la Autonomía, la administración...?-, porque se dice al principio -esa era mi intención- que no es cuestión de "una autonomía" sino de una situación muy generalizada por toda España. De hecho, solo se menciona a Extremadura en que es el Festival de Mérida y se ponen ejemplos de otros casos. En otras ocasiones se ha hablado de los medios cuando ha venido a cuento.Y seguro que habrá ocasión de hacerlo.
    Los artículos no deben ser salomónicos más que hasta allí dónde pueden serlo. No es su función ir señalando a otros solo para que parezca que no se está solo en el despilfarro. Citar que otros hacen mal las cosas no cura ninguna herida, delito o error, ni debe ser tampoco consuelo.
    Gracias por el comentario. Un saludo. JMA

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