martes, 1 de marzo de 2011

Amor mercenario

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La entrevista que la ABC ha realizado a Muamar el Gadafi, la primera a un medio occidental, ya no deja lugar a dudas. Comentábamos que la verdadera locura del dictador se manifiesta en su creencia en que los que le rodean le aman. “Mi pueblo me ama”, dice, “¿por qué tendría que abandonar Libia?”. Y su risa estalla como estalló la de su hijo cuando le preguntaron lo mismo. Ambas risas suenan teatrales, de villanos, pero esconden un miedo que su consciencia se niega a admitir. Su supervivencia mental estriba en esa liberación de la risa. Da igual que insista en que en Libia todo está tranquilo y que no existen manifestaciones. La risa lo dice todo.

Su hijo, Saif El Islam, ha pasado de las amenazas con aquel dedo chulesco, de trajes de ejecutivo y corbata llamativa, de la postura indolente frente a las cámaras, a recibir a la prensa con jersey de comando. Ayer, un paso más, le veíamos encaramado en lo alto de un coche arengando a la gente, metralleta en mano. El hijo de Gadafi, que sabe mucho de comunicación, sabe que se comunica mejor a tiros y que así se “fidelizan” las audiencias. Por si las armas no son suficientes, Gadafi ha regalado 500 dinares a todos los libios que se mantengan fieles. La política es sencilla cuando se lleva practicando toda la vida.

Los Gadafi se encuentran inmersos en una gran oleada de amores apasionados, los de los mercenarios traídos de fuera y los agradecidos receptores de los 500 dinares. ¡Eso es amor!

Los libios —inexistentes para la familia Gadafi, sin capacidad de amar— se agolpan en las fronteras con Túnez y Egipto huyendo de una previsible batalla final en Trípoli. La presión hacia la capital hace que unos se dirijan, con riesgo, hacia el este, hacia el frente que avanza, mientras que otros optan por escapar hacia la más próxima frontera de Túnez. Allí se acumulan ante la impotencia de los tunecinos que reclaman ayuda para tratar de paliar el desastre que les llega. Es necesaria la ayuda urgentemente porque cuando la batalla final estalle, aquello será un infierno.

Miles de ciudadanos egipcios que trabajaban en Libia huyen en dirección contraria a su país y reclaman la repatriación acusando de ineficacia a sus propias autoridades por no encontrar la forma de devolverlos a casa. El Egipto lento todavía persiste y pronto habrá presiones en este punto. Son miles de familias que ven con impotencia cómo los suyos se agolpan en una frontera a miles de kilómetros de casa.

Turquía ha sido modélica en sus repatriaciones y ha ofrecido su ayuda a los países que lo necesitaran. Mientras haya espacio, sacarán gente de allí. Esa Turquía a la que ofenden permanente e innecesariamente —los últimos Sarkozy y Merkel—, está haciendo bien su trabajo. Los británicos, en su línea espectacular, realizan operaciones aéreas de rescate de sus trabajadores en el desierto. Algunos han realizado interminables viajes por el interior, sorteando a los mercenarios y a los controles de Gadafi hasta llegar a zonas controladas por los sublevados. Un inglés cuenta emocionado cómo fueron acogidos los cuatro miembros de su familia en Bengasi. Los llevaron a una casa, les dieron de cenar, cama y los acompañaron al día siguiente hasta el barco para salir de Libia. En las zonas controladas por Gadafi, en cambio, les roban el dinero y los móviles. Son dos formas de entender la vida. Afortunadamente, va ganado la primera. Una de las imágenes más impactantes que nos han llegado del drama libio es precisamente la de un hombre protegiendo con su cuerpo para evitar su linchamiento a uno de los mercenarios extranjeros llevados por Gadafi. Siempre es una lección que una de las personas a las que has ido a matar te salve la vida. Cada uno entiende el amor a su manera.



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