Comenzaron diciendo que les espantaban el turismo, que quién iba a querer ir allí a tomar el sol con sus playas llenas de inmigrantes, de fugados del desastre de un mundo que se derrumba sin remisión. Los que llegan a Lampedusa ya no tienen espacio ni agua ni comida, gritan "¡Libertad!"!y "¡Ayuda!". Los habitantes de la isla son unas víctimas más por proximidad al desastre, los primeros afectados, pero no son los únicos. Piden que saquen de allí a los que no caben, a los que duermen al raso, en la arena de las playas antes llenas de turistas que disfrutaban de las vistas de un mar tranquilo, de la paz de una isla de veinte kilómetros cuadrados, una balsa de piedra, un islote italiano a las puertas de África.
El drama de Lampedusa es el anticipo del drama por venir, del drama del desastre anunciado. Gadafi mismo ha estado amenazando a Europa con no frenar las corrientes de inmigrantes y provocar el desastre. No ha sido él solo. Lo han hecho anteriormente todos los gobiernos corruptos del norte de África como forma de presión para conseguir en cada momento lo que estaba en su punto de mira. Los inmigrantes se han considerado como una bomba viva, un envío envenenado contra la tranquilidad europea. Porque nada pone más nerviosos a los gobiernos de la Unión que ver sus calles llenas de magrebíes y subsaharianos, sentados en plazas públicas y malviviendo entre la explotación de las mafias y la explotación de muchos por sus nuevos patronos. Los que tienen la suerte de ser explotados, malviven dando gracias porque la situación de la que vienen es mucho peor.
Los países del sur europeo se enfrentan a las situaciones y las dejan crecer para que el resto de la Unión reaccione ante las dimensiones del problema. Italia y España son las más afectadas porque son las receptoras primeras de las remesas humanas. Los centros de acogida se saturan y no se sabe muy bien qué hacer con ellos ni humanamente ni políticamente ni laboralmente. Hay gente que ha comprendido la profundidad del drama humano al que asistimos y ayuda en lo que puede, pero no logran paliar el recelo general. Y los partidos extremistas crecen avivando el miedo hacia la inmigración. En su euforia electoralista, fuerzan a los demás a sumarse a los discursos radicales y el tono sube entre los que han sido moderados hasta el momento. Sus asesores les informan de que se captan más votos así, hablando del problema de los inmigrantes y no de la inmigración como problema. O ir más lejos y ver cuáles son los problemas que causan la inmigración.
Lampedusa es un símbolo del colapso europeo y de un modelo de política. La pequeña isla nos muestra el resultado de una forma de entender las relaciones basadas en la economía y en los mercados más que en las necesidades humanas. Vivimos una falsa globalización. Solo se han globalizado los aspectos rentables; es una globalización de maduras sin duras. En vez de ir apoyando el desarrollo de las zonas próximas, cuyo colapso nos afectaría directamente, se ha favorecido una política de inversiones en los denominados países o economías emergentes en los que se da un doble requisito, condiciones laborales extremas y bajos costes de producción. Occidente ya no tiene escrúpulos por colocar sus fábricas en dictaduras rentables.
El efecto de la corrupción de los gobiernos que ahora se derrumban presionados por la desesperación de sus pueblos es haber producido al otro lado de nuestra calle mediterránea millones de personas que no pueden ganarse la vida y viven en la miseria, sin libertad y sin trabajo. Una gran parte de culpa la tenemos nosotros porque nuestros gobiernos se aseguraron sus intereses —los nuestros— favoreciendo este tipo de políticas corruptas, considerándolas como realpolitik. Vamos a tener que ampliar el concepto de “comercio justo” al de “inversión justa” para asegurarnos que con el establecimiento de contratos no se engrosan los bolsillos de los dictadores, sus familias y la larga cadena de corrupción que va del primer funcionario al último. En algunos países ya han empezado por ahí, por meter en las cárceles a sus ex ministros y demás beneficiados, responsables primeros de la miseria de sus pueblos, a bloquear sus cuentas bancarias en nuestros bancos.
La pequeña isla de Lampedusa nos muestra el resultado de nuestra ceguera ante las dimensiones de un drama evidente, situado a unos cientos de kilómetros pero que nos hemos empeñado en considerar como distante. El mundo no se ha hecho pequeño; se han hecho pequeñas nuestras mentes.
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