Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La situación Libia tiene forzosamente un punto de inflexión con la declaración de la Liga Árabe, ayer en Egipto, de apoyo de una zona de exclusión aérea sobre Libia. Es la segunda señal importante en veinticuatro horas. La primera ha sido el reconocimiento de la Unión Europea de los alzados como legítimos representantes del pueblo libio. Es el reconocimiento político que legitima a unos y deslegitima a Gadafi, lo deja definitivamente en evidencia y aislamiento internacional.
La segunda señal es muy importante en clave regional ya que supone el respaldo de la Liga Árabe, reunida ayer en El Cairo. En la sede egipcia de la Liga, miles de personas portaban banderas libias tricolores y pancartas apoyando las medidas solicitadas para evitar que los aviones de Gadafi vuelen bombardeando impunemente. La medida tiene trascendencia bélica, pero también política. Se han vencido las reticencias externas (las internas son otra cosa) de los países que, por acción u omisión, mantenían el apoyo a Gadafi. Puede que eso no le importe mucho al enloquecido dictador, pero seguro que a los que tiene a su alrededor sí. Tienen algo en qué pensar en adelante.
Desde el punto de vista de los alzados la medida es trascendental porque tiene un efecto militar de gran alcance: la separación de los frentes. No es solo la impunidad de la cobertura aérea para masacrar a los que tiene sitiados abriendo camino a los carros y a la infantería, sino la unión entre puntos ocupados. Sin apoyo aéreo, cada plaza tomada pasa a estar aislada.
En estos días hemos estado oyendo permanentemente la misma historia: se conquistan, se pierden y se reconquistan las ciudades. Aquí no están combatiendo dos ejércitos regulares, sino dos tipos distintos de organizaciones con dos objetivos y estrategias distintos. Los rebeldes han cubierto un primer objetivo esencial: resistir hasta lograr el reconocimiento internacional y el apoyo a su causa por parte de la Liga Árabe. Son dos batallas ganadas por ellos y perdidas por Gadafi. Lo decíamos anteriormente: la fuerza de Gadafi es su debilidad. Cada bombardeo, cada muerto, le restan posibilidades de salida y merman sus fuerzas en el medio y largo plazo. Gadafi avanza hacia la nada.
Con el apoyo de la Liga Árabe, las posibles maniobras de Siria y Argelia —denunciadas por los alzados— pasan a tener también un riesgo mayor. Con este apoyo institucional, los países más activos en contra de Gadafi pueden exigir a los vergonzosos colaboradores de un régimen asesino que cesen sus acciones si no quieren convertirse en cómplices del gobierno que ha logrado reunir más rechazos internacionales en los últimos tiempos: la Naciones Unidas, la Unión Europea y la Liga Árabe.
Todos esos rechazos, son apoyos a la causa del pueblo libio que, con un ejército destartalado, con civiles corriendo de un lugar a otro con furgonetas, incapaces de marcar el paso, mal armados, se han mostrado con una firmeza extraordinaria en su deseo de liberarse de un tirano infame. Los que le han abrazado al pie de los aviones para recibirle en sus países, vivirán toda su vida con la imagen de esa vergüenza.
El ritmo acelerado que Gadafi había impuesto estos días a la acción militar era un intento de llegar a la reunión de El Cairo de ayer con una ventaja sustancial que hiciera dudar a los países árabes. Sin embargo, esas acciones se han vuelto en su contra.
Hay una última lectura en clave del conjunto de los países que ahora mismo tiene conflictos sociales pidiendo más libertades o cambios: quien utilice el ejército contra su pueblo queda deslegitimado. Los muertos de Libia pueden haber salvado muchas vidas.
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