Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Libia es la pieza de medida de las próximas décadas. Los acuerdos que aquí se han creado, los compromisos que se han alcanzado, y las posturas que se han mantenido serán decisivas para la constitución del futuro internacional. Qatar anunció ayer que participaría en las operaciones libias ante una situación intolerable. Los pueblos del Magreb también han manifestado su alegría ante lo que les parecía el abandono a su suerte de cientos de miles de personas. También lo han demostrado los pueblos de Túnez y Egipto desde el primer momento portando las renacidas banderas libias y acogiendo en sus fronteras a los que huían del terror.
La revolución de los países árabes es la segunda oleada de cambio masivo tras la transformación de la Europa del Este en los noventa. No son cuestiones sencillas porque engloban a países con circunstancias muy distintas, pero el futuro ha cambiado su tendencia. Hay una oportunidad, impensable hace unos meses, una confluencia de factores internacionales y nacionales, que no debe ser desaprovechada.
El acuerdo alcanzado por la Liga Árabe, la Unión Europea y las Naciones Unidas es más que un acuerdo histórico. Puede ser, si se gestiona bien, una línea de separación de un tiempo de otro, el paso de una forma de hacer política a otra. Esto no es un destino, es una posibilidad abierta, la ocasión de rectificar los efectos de los nefastos procesos de descolonización, de la misma manera que solucionar el conflicto con Israel será cerrar definitivamente las consecuencias de la II Guerra Mundial.
El intelectual marroquí Mohammed Abed Al-Yabri, profesor de Filosofía de la Universidad Mohamed V (Rabat), fallecido el año pasado, escribió: “el campo de una problemática no se limita a los problemas que expresa, sino que comprende todas sus potencialidades inexpresadas. Es por eso que una problemática no queda necesariamente comprimida en un perímetro espacio-temporal, sino que permanece susceptible de acoger en su seno toda una producción ulterior mientras no esté superada” (73). La Historia es el espacio en el que se resuelven o no las tensiones producidas en cada momento. Arrastramos el pasado como problema mientras no somos capaces de resolverlo; un problema mal resuelto condiciona permanentemente nuestro futuro.
En este sentido, la existencia de países que logren ser democracias plenas en el mundo árabe servirá para tener interlocutores capaces de actuar en beneficio del conjunto de las relaciones. Ya no reflejarán los intereses de sus dictadores, que unas veces juegan al panarabismo, otras al nacionalismo y otras al islamismo, sino que serán capaces de construir unas políticas internacionales y regionales basadas en criterios y principios distintos.
No se trata de vislumbrar utopías futuras. Se trata de aprovechar la oportunidad de mitigar recelos históricos y sentar unas bases de cooperación y coordinación distintas a las actuales. Para ello es fundamental que en estos países que afrontan, como Egipto y Túnez, nuevos procesos de regeneración democrática, surjan líderes capaces de mirar hacia adelante, con nuevas ideas y firmes principios, capaces de transformar sus pueblos y sacarlos adelante. Lejos de buscar “gobiernos amigos”, tal como se ha hecho hasta el momento para asegurar los intereses de cada uno, es necesario dar al término “amigo” un sentido más cercano al verdadero. Ellos ya se lo están dando al término “gobierno”.
Por favor, háganlo bien. Desaprovechar la oportunidad sería desastroso para todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.