lunes, 21 de marzo de 2011

El amor mal entendido de los dictadores


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los periodistas han sido llevados, como si de una visita turística se tratara, a observar los destrozos causados por el impacto de un misil de la Coalición en el recinto de Gadafi. Los guías han señalado que estas acciones, a pocos metros de la jaima en que Gadafi recibe a sus invitados, pueden causar muertes entre las mujeres y los niños, acampados allí permanentemente, que se han ofrecido a dar su vida por amor al líder de la revolución verde.

 El amor es la obsesión patológica de Muamar el Gadafi. Ya tuvimos ocasión de señalarlo anteriormente, no basta que le obedezcan: tienen que amarle. Y ¿existe acto más amoroso que la entrega de la vida? El amor es invocado de forma constante y refleja el ideal de entrega que requiere a los que están bajo su mandato.
Alá, Muamar, Libia ubes! (Dios, Gadafi, Libia y nada más)" es el grito que se escucha entre sus fieles. Muamar, entre Libia y Dios; Muamar, el más próximo a Dios. ¿Existe un acto más cobarde que rodearse de mujeres y niños para evitar los bombardeos? Muamar, el casi divino, lo ha pedido y ellos lo hacen.
Cuando la guerra de Irak, los movimientos pacifistas de América y Europa organizaron desplazamientos para actuar como escudos humanos* y proteger a la población civil. Fue un movimiento por una causa noble, evitar las muertes de civiles iraquíes, aunque no tuvieran ninguna simpatía hacia su régimen. Muchos de ellos regresaron rápidamente al ver que los objetivos en los que se pretendía emplazarlos no tenían nada que ver con sus fines humanitarios**. Sus generosos intentos de proteger al pueblo iraquí se vieron frustrados por la falta de aprecio que el régimen tenía por su propio pueblo.
Algunas dictaduras van más allá de la obediencia y exigen, también más allá del amor, la muerte. Convierten la muerte en el acto supremo del amor. Para llegar a ese extremo necesitan llenar durante años las paredes de todas las casas de todos los pueblos, las pantallas de todos los televisores, de las imágenes del dictador. El dictador narcisista está omnipresente en cabezas y corazones; necesita verse reflejado en los ojos de su pueblo, ver el brillo del deseo. No se puede concebir el mundo sin él. Más allá del totalitarismo político, se encuentra está forma de unión mística con el dictador, locura de amor, que basa en el sufrimiento el gozo, en el sacrificio el éxtasis. Pero más allá de la muerte, no hay gozo. Solo para el que queda vivo.
Causa una gran tristeza y repulsa ver que las familias que se sientan a las puertas del palacio de Gadafi no son las familias de sus hijos, los beneficiados del régimen, los que han estudiado en las más caras universidades del mundo, los que han gozado de los mayores privilegios a lo largo de su vida, sino los de siempre, los amantes seducidos, los que apenas tienen nada, y que el amor de su líder asciende a la condición  de sacos terreros. Ofrecen al líder su vida y sus imágenes futuras de cuerpos destrozados. A él le importa más lo segundo que lo primero.
Aunque lo hagan por lo que ellos entienden como amor, las muertes que se produzcan estarán penalmente en el haber del coronel Gadafi. Los pueblos que aman a sus dictadores son víctimas de esa ceguera, del aislamiento monocorde en el que durante años se ven condenados a vivir.
Los que aman a sus pueblos de verdad no quieren su muerte sino su bienestar, trabajan para que sean más libres, más cultos cada día. Se sacrifican por sus pueblos y no piden a sus pueblos que se sacrifiquen por ellos. 
Un líder político saldría y pediría a las mujeres y niños que abandonaran aquel lugar y se pusieran a cubierto. Es obvio, pero no siempre.
 
* WebIslam 10/02/2003 http://www.webislam.com/?idn=835
** “Nuestra acción en Irak ya no tenía sentido” SwissInfo 25/02/2003 http://www.swissinfo.ch/spa/index.html?cid=3234334



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