Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Sociólogos, antropólogos, filósofos e intelectuales de todo color se preguntan desde hace dos décadas porqué ha dejado de interesarle la política a la gente o, al menos, porqué ha dejado de interesarle como antes lo hacía. Junto a este desinterés —o quizás por él— la política se ha ido llenado de descrédito ante los comportamientos de muchas de las personas que están en este campo. Los políticos suelen rechazar irritados esta acusación y señalan que la mayoría de ellos son honrados y trabajan por el bienestar de sus ciudadanos.
Nos llega la noticia de tres eurodiputados*, el ex ministro austríaco del Interior, Ernst Strasser, el ex ministro esloveno de Asuntos Exteriores, Zoran Thaler (ambos han dimitido) y del ex Viceprimer Ministro rumano Adrian Severin, que han cedido gustosamente al ofrecimiento trucado realizado por periodistas de un diario británico, el Sunday Times. Lo ofrecieron a sesenta eurodiputados y tres aceptaron. Los dos primeros ya han dimitido; el tercero lo niega todo. Los eurodiputados iban a recibir 100.000 euros anuales por defender los intereses de empresas en las actividades parlamentarias. En julio, un informe de Bruselas condenaba la falta de voluntad política de Rumanía para acabar con la corrupción y valoraba ligeramente los esfuerzos realizados por Bulgaria. España tiene bastantes casos abiertos.
Desde hace algún tiempo, desde 2009, la Eurocámara trata de sacar adelante un proyecto para clarificar los grupos de presión, los “lobbies”, que tratan que se legisle en su favor antes que a favor de los intereses generales. Lo más que se ha llegado a conseguir es la creación de un registro voluntario para que los lobbies se inscriban en el caso de que lo estimen positivo para sus propios intereses.
El desinterés y el descrédito de la política lleva a que a ella se acerquen no los que quieren servir a los intereses de sus ciudadanos, sino a los propios. El problema no es la política, el problema es nuestra dejadez. Desde hace años se ha ido elaborando un clima de rechazo de lo que supone la función pública y en favor del que cuida sus propios intereses. Se ha trasladado desde los Estados Unidos esa idea del parasitismo del funcionariado, de su inutilidad y de la privatización progresiva de todo. No seré yo el que diga que no existen malas prácticas en la maquinaria de los estados, pero sí se puede decir que sin una reivindicación de la función pública los estados están condenados a ser pasto de los lobbies.
La existencia de lobbies —una práctica norteamericana— supone que a los políticos los eligen los ciudadanos, pero los controlan las empresas; que son elegidos por unos programas políticos, pero que acaban cumpliendo los objetivos económicos de terceros y los suyos propios de enriquecimiento.
Desde hace mucho tiempo la idea de “bien común” pasó a ser considerada un romanticismo infantil. No era más que una entelequia, según algunos, una idea bonita que se disolvía en la realidad darwinista de la economía. No puede existir “bien común” porque no hay comunidad, insisten, solo intereses enfrentados. Lo que es bueno para unos, no lo es para otros.
Sin embargo, renunciar a la idea de “bien común” en la política es peligroso. Aceptar que las personas que eliges como ciudadano puedan estar al servicio de intereses puramente económicos y que la legislación se hace pensando en la rentabilidad económica de las empresas antes que en los intereses sociales lleva a la apatía que hoy tenemos.
En los países árabes que están saliendo de las dictaduras corruptas han comenzado por intentar desprenderse de la corrupción y los corruptos. De Egipto nos llega la imagen** de varios ex ministros y miembros relevantes del partido de Mubarak. Están en la cárcel para enfrentarse a los juicios por corrupción, por haber utilizado sus puestos para el enriquecimiento personal y el empobrecimiento general. La sociedad les pedirá cuentas. Los jóvenes que han padecido a esa gente deben dedicarse a la política para limpiarla, con la ilusión de que trabajan por la recuperada idea de bien común. Ahora viven un interesante debate sobre qué hacer con ellos, si ir por la vía penal o la económica. El argumento que esgrimen algunos es que muchos de ellos son empresarios y el país los necesita. ¡Vaya broma!
Las sociedades democráticas tienen que actuar firmemente contra los mecanismos de la corrupción porque no solo se llevan el dinero; se llevan las ilusiones y la fe en la política convirtiéndola en algo sucio a lo que los ciudadanos dan la espalda. Cada escándalo hace crecer el desinterés popular que acaba pensando que es cosa de sinvergüenzas. Y esto tiene un efecto llamada: si estamos convencidos de que la política es algo sucio, atraerá a los corruptos. Lo que los buenos rechazan, lo ocupan los listos.
La política es importante para todos porque es el espacio de la acción social, la garantía de nuestras libertades y la discusión de lo que es mejor para el conjunto. Entenderla de otra manera, como un mero negocio, ha sido y es siempre peligroso. Los tres eurodiputados cuestionados han sido ministros en sus países; desconocemos lo que hicieron allí, pero probablemente no fuera algo muy distinto de lo que estaban haciendo aquí. Solo trasladaron el negocio.
Hacen falta políticos que hagan ver que las instituciones de Europa no son un cementerio de políticos defenestrados en sus países o partidos. Por nuestro propio bien común. En la imagen inferior tenemos, esperando juicio, a los ministros egipcios de Turismo y de Vivienda, en el centro a un alto diregente del partido. Las cárceles de Mubarak por fin se ocupan por los que deben.
* “Tres eurodiputados sospechosos de corrupción” Euronews 21/03/2011 http://es.euronews.net/2011/03/21/tres-eurodiputados-sospechosos-de-corrupcion/
** http://www.news.com.au/world/egypt-ex-officials-to-face-trial/story-fn6sb9br-1226011710696
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