miércoles, 23 de marzo de 2011

Edipo en Libia


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La situación en Libia sigue siendo un nido de rumores. Lo que se escucha es lo que se quiere hacer escuchar y lo que se ve es lo que se quiere enseñar. Gadafi ya ha lanzado su ofensiva propagandística incitando a los países de todo el mundo a que se rebelen contra sus gobiernos, a los países islámicos a que formen un ejército común. Gadafi es feliz con un micrófono en la mano, con las cámaras de todo el mundo frente a él. Percibe más amor y entrega a su alrededor.
Los gobiernos de los países implicados, por su parte, tratan de saber exactamente qué hacer y cómo llamarlo. Problemas tácticos, diplomáticos y semánticos. Sobre el tapete está también el problema —con la operación ya en marcha— de saber quién la lidera, en una especie de pase usted primero internacional. Parece que gana peso, por eliminación, la tesis francesa de implicar a los países árabes en una dirección política de las operaciones. No sé si están por la labor. 

La obsesión de todo el mundo es que esto no se convierta en un nuevo Irak. Eso no lo quiere nadie. Las obsesiones pueden ser muy malas consejeras. No hay dos situaciones iguales y puede que, por tratar de evitarla, se reproduzca una situación similar o peor. A veces el deseo de evitar la repetición de una situación, nos lleva directamente a ella.
El huir de la profecía es la que llevó a Edipo a caer en lo que trataba de evitar. Ha sido el temor a que se produjera un nuevo Irak lo que ha retrasado o paralizado las intervenciones para frenar a Gadafi. Cada hora de retraso, cada indecisión, cada duda,  ha sido aprovechada por el dictador libio para obtener posiciones favorables que harán más complicado su desplazamiento. Gadafi no tiene miedo a convertir su país en nada porque solo le importa él mismo. Esa es la ventaja que tienen los dictadores mesiánicos, les sobra el pasado. Para ellos la historia es algo que escriben con sus acciones y no algo que está escrito en los libros o periódicos. Ellos son el destino. Gadafi juega con blancas. Si los demás quieren evitar que aquello se convierta en Irak, ya le han marcado su estrategia y objetivo.
Mientras Gadafi sigue lanzando soflamas desde los balcones micrófono en mano, los juegos diplomáticos se complican unos y se resuelven otros. No favorece a nadie esta confusión que será aprovechada por Gadafi para ganar tiempo y crecer en su papel de víctima de conspiraciones internacionales.
El problema no es Irak; es Gadafi. Hay cosas que hay que hacer y cosas que hay que evitar. Las unas son tan importantes como las otras.  La experiencia es buena mientras no bloquea. Si no se entiende este principio, pueden estar condenados a repetir los errores que se trataron de evitar.

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