Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Conforme
avanzan los incendios, los micrófonos se acercar a los desplazados, aquellos
que han tenido que abandonarlo todo para poder estar a distancia del fuego. Los
incendios se multiplican por toda España, imparables.
La
respuesta política deja en evidencia la incapacidad de hacer frente a lo que
está ocurriendo y las respuestas sobre las causas salen del margen, de técnicos
y ciudadanos que nos hablan del abandono en que se encuentra la España vaciada,
la España olvidada.
Los
recursos van allí donde hay votos, con poca fortuna para pueblo que ya carecen
de casi todo. Es la primera ley electoralista: invierte donde hay votos, Y en
España se hace este tipo de política con todo descaro. Carentes de casi todo,
de sanidad a educación, de bancos a farmacias, no iban a tener mucho interés en
unos pocos votos. La España vacía es también la España olvidada, dejada a su
suerte.
Y
entonces llegó el cambio climático.
Hay
diversas formas de negacionismo y una
de ellas es el olvido. Los políticos son urbanitas, desconocen el campo, no han
vivido en él, no tienen recuerdos más allá del ladrillo. Los debates sobre quién tiene las responsabilidades se
suman a otros debates improductivos pero reveladores del tipo de política
posible.
Incapaces
de invertir en algo que cuyo éxito es que no se produzca, como son los
incendios, han sido incapaces de prever lo que suponía "olvidar la España
olvidada". Negacionistas activos o pasivos, prefieren que el buen tiempo atraiga al turismo y no han
sabido (o querido) prever las consecuencias del cambio.
La dana
fue el primer aviso impactante; este es el segundo. Negarse a verlo solo es agravar las
consecuencias. España vive del (buen) tiempo y el tiempo ha cambiado.
A las
lluvias constantes del invierno y la primavera, nos dicen, sigue la
sobreabundancia de vegetación seca en verano, la que nadie limpia de campos y
montes dejados a su suerte. Campos abandonados en los que la maleza crece sin
control. Lo que los animales se comían cuando los sacaban a pastar hoy sigue
creciendo.
Nos
vienen diciendo desde hace años que donde hay burros no hay incendios. Son los que se
comen el pasto y evitan que se acumule y seque. Basta con llevarlos a las zonas de alrededores para que la
limpien reduciendo el peligro de incendio y haciéndolos más controlables en su
caso. El método no es caro y es ecológico. Otro tanto se dice de los rebaños de
ovejas, un método igualmente eficaz contra los incendios. ¿Pero quién se queda
con burros y ovejas en la España vacía y olvidada? Quizá, ante los destrozos,
alguien se dé cuenta del valor del sector.
Todo apunta, día tras día, a lo mismo: las olas de calor aumentan y son más duraderas, por lo que este panorama se va a seguir repitiendo mientras no se actúe sobre el problema. Como alguien dijo, los incendios se previenen en invierno. Es una gran verdad que nuestros responsables no acaban de asimilar. Acostumbrados a hacerse la foto, burros y ovejas no parecen los más favorecedores. Es preferible —como veíamos hace unos días aquí— construir un toro de 300 metros de altura en Alcorcón para atraer turistas que tener toros reales manteniendo limpios los pastos que el fuego se comerá por rayo, chispa o descuido.
Hace
falta cambiar la mentalidad y si no se hace desde la clase política, tendrá que
salir de la ciudadanía, que acabará organizándose alrededor de la prevención.
Esto no se puede repetir porque España en su totalidad no puede permitírselo.
La
obsesión turística por las llegadas masivas está causando protestas por sus
efectos. Pero los incendios son también causados por ese desvío efectista de la
presión del turismo, que son elementos de distorsión. Más preocupados por
organizar fiestas y celebraciones en verano, los responsables políticos no se
enfrentan a lo obvio, el fuego deshace cualquier perspectiva turística. Las
tierras calcinadas no son un atractivo; los fuegos se perciben como amenaza. La
España quemada, con temperaturas tórridas e incendios, y arrasada por las danas
en los barrancos taponados por colonias de chalets, no es un reclamo
turístico.
Si los
políticos que no han sabido (o querido, insistimos) ver el problema, han
silenciado a los expertos, que contratan bomberos solo por unos meses en los servicios anti
incendios, etc. no sirven, habrá que cambiarlos por otros y exigirles la
prioridad de actuaciones claras frente al problema del cambio climático y el
futuro de España, país especialmente expuesto por su suma de elecciones poco pensadas.
La gente exige propuestas y soluciones, anticipación y estudio del problema. Exige gente preparada, más allá de la falsificación de títulos universitarios. Gente que resuelva problemas y no que viva de lanzárselos unos a otros o de hacer chistes más o menos ingeniosos sobre las tragedias.
Burros,
ovejas, toros forman parte de soluciones tradicionales, pero funcionan. Ya lo
hagan bestias o seres humanos, lo cierto es que la España vaciada es un peligro constante si no se cuida, si no se la percibe como necesitada de cuidados e inversiones
todo el año.
Los
diversos desastres producidos exigen otro tipo de personas y de ofertas. La
gente lo va viendo más claro con cada nuevo problema que se acumula. El cambio
climático está en el origen y las sequías, los incendios, las lluvias
torrenciales, etc. han llegado para quedarse; no son algo pasajero, sino una
situación que nos va a acompañar nos guste o no.
La
meteorología ha pasado del final de los telediarios a su comienzo en titulares.







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