Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Al
mundo no le es fácil sustraerse a los actos y palabras de Donald Trump, que es
algo más que presidente de los Estados Unidos. La variedad de titulares y
frentes nos hacen ser plenamente consciente que su presidencia establece nuevos
límites y funciones que anteriormente no habían sido explorados.
Lo primero
que el noticiario de RTVE.es nos contaba era el envío de dos submarinos nucleares
hacia Rusia y la amenaza sobre el fin de la guerra en Ucrania, sobre cuyo
desarrollo no ha dejado de actuar en una dirección u otra según soplaran los
vientos del momento.
Como
reconocen muchos, el problema con Trump no es solo lo que hace o puede hacer
sino la enorme incertidumbre que genera. En un mundo que se ha convertido en
"mercado", la incertidumbre es el mal que temen las corrientes de
intereses que lo recorren.
Nos quedamos
en lo anecdótico, como que se quede con una medalla deportiva o decir que no le
molestaría ser "papa", pero lo malo está tanto en lo que hace como en
lo que los demás piensan que pueda hacer. Ese es el rasgo más daño hace y por el
que le temen. Nada parece que pueda fijarle límites y él se mueve en todas
direcciones. El problema es que lo hace fuera del marco de su país y sus
efectos llegan hasta los confines del planeta en todos los órdenes.
Me
llama la atención un párrafo de Marshall McLuhan, profeta de tantas cosas, sobre
lo característico de la presidencia norteamericana en su "Comprender los
medios de comunicación. Las extensiones del ser humano" (1964). En el
inicio de la obra, señala que
Aparte de la monarquía, la Revolución Norteamericana no tenía ninguna institución legal medieval que descartar o erradicar. Por otra parte, muchos han sostenido que la presidencia estadounidense se ha vuelto mucho más personal y monárquica de lo que pudo ser nunca ningún monarca europeo.*
El
problema con Trump no es solo que sea "más personal y monárquica",
sino que a esa idea de poder "absoluto" se añade la imprevisión, por
no utilizar otras expresiones más duras que pongan en cuestión su forma de
funcionar. Siempre hemos sabido del "personalismo" de la figura
presidencial norteamericana, pero Trump le ha dado un peligroso sentido nuevo
cuando puede amenazar desde su propia percepción distorsionada del poder.
Antes
de que llegara por segunda vez al poder, nos llamó la atención una respuesta
que dio en 2002 a preguntas sobre su película favorita, Ciudadano
Kane. Quién seleccionó a Trump para hablar de Kane sabía lo que hacía.
Trump no entendía, según contestó, para qué servía el poder si no se
divorciaba; el poder es precisamente lo que te permite tener lo que quieres.
Me
pareció en su momento que la respuesta dejaba al descubierto la mentalidad de
Trump: ¿de qué te sirve ser presidente de los Estados Unido, el país más
poderoso del mundo, si no puedes conseguir lo que quieres? Y ese "lo que
quieres" no tiene límites ni matices.
Hoy Trump tiene el poder absoluto y, con él, posee la "verdad" absoluta, algo que se produce cada vez que nos explica el funcionamiento del mundo que controla. El mundo según Trump es sencillo: lo bueno es obra suya; lo malo de los demás.
Dos noticias superpuestas en el diario El País nos muestran dos caras de Trump: "EE UU envía dos submarinos nucleares a zonas cercanas a Rusia" y "Trump despide a su responsable de Estadísticas Laborales por los malos datos de empleo en julio". La primera, se nos dice, responde a las palabras despectiva que el expresidente ruso, Dimitri Medvédev, le ha dedicado. Trump, que no deja de insultar a media humanidad, responde enviando submarinos nucleares con el riesgo que supone de adentrarse en un conflicto. El despido de la responsable de las estadísticas del paro norteamericano, señala, forma parte de una conspiración política que supone aportar datos negativos. No es la primera vez que aplica estos argumentos conspirativos para tapar los efectos negativos que puedan producir sus acciones.
Ambas
noticias forman parte de esa mentalidad absolutista, arbitraria y sin límite
que le caracteriza y que McLuhan anticipaba como posibilidad. Al no tener esos
modelos autoritarios, el sistema presidencialista norteamericano se muestra en
toda su crudeza y arbitrariedad.
Una de las clásicas críticas al modelo democrático hacía hincapié en el peligro de "elegir mal", de que el "pueblo" fuera víctima de los demagogos. Trump se enfrenta diariamente a los poderes de equilibrio, de la prensa a los jueces, pasando por los que se le oponen en ambos partidos, contra los que arremete a la más mínima. Lo preocupante son los "apoyos" populares que cosecha y le siguen como a un iluminado,
Los grandes poderes
económicos tienen claro qué buscan y encuentran, aunque cada vez sea más
difícil tener planes con tanta variabilidad e incertidumbre. Pero ¿qué saca el
pueblo? Eso es lo que está poco claro y cuando las cifras del desempleo aumentan, según Trump, es
una conspiración.
Trump
no ve límites a sus actuaciones. El mundo es su escenario. Presiona, amenaza,
cambia de opinión constantemente. Eso no es bueno para nadie. Es lo que McLuhan supo ver como problema de la institución presidencial, que podía traer un "presidente absoluto". Había que esperar a que apareciera el peor presidente para comprobarlo.






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