miércoles, 9 de noviembre de 2022

El espejo del acoso

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El mito de la infancia se ha derrumbado ante una dolorosa realidad, el bullying. Fue construido ladrillo a ladrillo durante cientos de años; fue la romantización de la infancia. Contrapuesta a la vida adulta, la infancia parecía un tiempo feliz, armónico, un tiempo perdido y añorado. Un día se acababa y comenzaban las turbulencias de la adolescencia, también con sus propios mitos poetizados. Finalmente nos enfrentábamos al mundo de los adultos, el de la lucha continua, el del enfrentamiento a la dura realidad. Todo esto se ha venido abajo.

No sé si se trata de la caída de un velo o de la destrucción progresiva, del resultado del deterioro progresivo de nuestras sociedades modernas en las que se tienen demasiadas herramientas, acceso a demasiada información sin capacidad de procesarla. No sé si es un influencia descontrolada del mundo adulto sobre la infancia ante la imposibilidad de cerrarla a lo que ocurre en el mundo. Pero el hecho cierto es que tenemos un terrible problema personal, social e institucional.

El bullying es sobre todo un ejercicio de crueldad colectiva sobre el más débil; no es un choque circunstancial, sino una voluntad sostenida, programada y sistemática de destruir a una persona. El mundo de los adultos no escapa a esta crueldad, pero tiene sus mecanismos de respuesta, incluso legales. El mundo de la infancia, por el contrario, es el mundo de la crueldad impune (los menores aprenden rápido que se libran de casi todo) y una escuela de futura crueldad. No creo que los acosadores cambien de mentalidad o actitud, simplemente modifican sus métodos ante el riesgo de la pérdida de la impunidad.

El diario El Mundo nos trae un escalofriante reportaje, firmado por Carlos Guisasola, que nos muestra, sin ningún aparataje retórico, el sentido del acoso. Su título es "La angustia de las familias con niños acosados: "A mi hija le decían 'hoy eres mi sierva y no puedes jugar''". En el reportaje se nos habla desde la perspectiva de quien puede dar forma a lo que supone, la familia:

Un colegio cualquiera, una alumna más. El alivio por volver a casa, el nudo en el estómago por la incertidumbre de ese áspero mañana. La única certeza es que no será nada bueno. La pesadilla de una madre, la oscuridad para una niña de apenas seis años. Es sólo el principio. Es el tenebroso rostro del acoso escolar. Del bullying.

«Cuando empiezas a tener información, lo tratan como un tema puntual. Que tu hija venga con la agenda destrozada es un tema puntual. Que aparezca con un hematoma en el brazo, también lo es. Al menos para el colegio. Pero el acoso se prolonga en el tiempo. Y el resultado es que hay un niño o una niña que se queda fuera del grupo social. Y, que en ocasiones, hay implícito un consentimiento de otros mayores. Si no los paras, los niños no tienen límite».* 

Si la infancia no es ese mundo idílico, de juegos y risas, que nos muestran los anuncios de la televisión, sino un mundo más oscuro en el que ese mismo juguete o cualquier otro objeto puede ser el motivo de un sufrimiento infinito, del derrumbe de ese muro protector con el que se les rodea, ir al colegio supone entonces un terrible aprendizaje, la compresión dolorosa de lo que es el mundo real, de su crueldad infinita y, sobre todo, del desamparo. ¿Por qué los adultos se muestran tan felices y confiados cuando te envían a un infierno? ¿Qué has hecho para merecer ese trato?

Fallan, indudablemente, las instituciones en las que se dan. Lo hacen porque defender a un niño es acusar a otros y enfrentarse a esas familias en las que se han criado los acosadores. Estar de parte del fuerte es siempre más sencillo que defender al débil. Solo los casos más graves transcienden. Pero el sufrimiento del día a día, del aislamiento, de la burla está ahí.

Basta observar para comprender que cada vez hay más padres que se desentienden del comportamiento de sus hijos, que miran para otro lado. Les da seguridad que si sus hijos están en el lado sádico, van a estar protegidos, saben defenderse. Los que se dan cuenta del sufrimiento de sus hijos intentan paliarlo, pero no siempre funciona. Los cambios no son garantía de que no vayan a un sitio peor y abrir una guerra continua con la escuela, los compañeros, etc. es un desgaste que no todos asumen. Pronto se comprende que el acoso infantil es un reflejo de familias e instituciones, de la sociedad del exterior. El bullying aparece allí donde el individualismo ha acabado con la solidaridad y donde cuidar de uno mismo es la norma. ¿No es un equivalente a esas noticias que nos dicen de crímenes, ataques, etc. que se desarrollan ante la indiferencia de los adultos, en plena calle?

El bullying nos devuelve una imagen que no nos gusta; es una maqueta de la sociedad real. Hay que aprender a ser "duro", dicen algunos, "así es la vida". Pero eso siempre es una forma de inhibición. ¿Quién se atreve a señalar con el dedo a los acosadores? ¿Quién les dice a los cobardes que se suman al acoso que son, eso, cobardes? ¿Quién se lo dice a sus padres? Mejor mirar para otro lado y no meterse en batallas perdidas. Los que no sobrevivan... es cosa suya. 

Tres años de pesadilla (que aún no han acabado), borrando por necesidad los recuerdos de algunos días que fueron noches cerradas: «No sabes de dónde te vienen las tortas». Un cambio inesperado de clase. Las burlas. La acosadora que suma efectivos a su causa sin que a ella le salpique el asunto. «Era algo organizado como todos los procesos de bullying. El que acosa siempre está reforzado por el grupo». Unos vigilan al final de la jornada por si llega su madre, mientras otros, todos parte de ese grupo supuestamente privilegiado, persiguen a la víctima y la pegan como un simple entretenimiento.

«Siempre dejé claro a la comunidad educativa que no cambiaría a mi niña del colegio. Sin esperarlo, la cambiaron de clase y se quedó más sola aún. Tenemos miedo. Miedo a que se marque a nuestros hijos, y no nos damos cuenta de que ya están marcados. De que, hagas lo que hagas, el niño ya está marcado por el grupo».* 

El colegio, como centro de aprendizaje, se convierte en el transmisor de la negatividad: la brutalidad, la crueldad, la cobardía... Eso es lo que sale hacía una sociedad que habla pero no actúa, que tiene también esa imagen idealizada de sí misma, pero esconde su verdadera cara. ¿Los resultados? Los hemos comentado estos días: el aumento de la violencia juvenil, el aumento de los problemas mentales en la adolescencia, el aumento de los suicidios, de la soledad... Nos informan que en el ranking del acoso está en primer lugar México, seguido de Estados Unidos y con China en tercer lugar (ONG Bullying Sin Fronteras). No hace falta resaltar aspectos evidentes en cuanto a la violencia de uno u otro tipo en las sociedades señaladas. España, nos dicen en Save the Children, encabeza la lista europea. Los datos son de mayo de este año.

Los niños no desaparecen. Reaparecen en puestos en los que pueden seguir haciendo lo mismo ajustados a sus nuevas situaciones. Lo llamamos de otra forma, pero es lo mismo.  Llámalo "escrache", acoso laboral, violencia de género, la xenofobia y el racismo... son variantes de la fuerza sádica que se ceba en aquellos que considera débiles. Todo son variaciones de un mismo principio, la violencia como ley social, como imposición, de la violencia que reclama muchas veces el apoyo para reafirmar formas de liderazgo. 

Con unas teorizamos y pedimos respuestas claras. Pero hay otras que acaban siendo aceptadas o ignoradas. El que acosa hoy, lo hará mañana; quien maltrata hoy, lo hará igual en el futuro. Puede que cambie su objeto, pero es la misma fuerza destructiva que le asegura algún tipo de placer malsano.

"Los niños no tienen límite", nos decían en el artículo. Los adultos tampoco. El niño, como decía el poeta W. Wordsworth, es el padre del hombre. 

* Carlos Guisasola "La angustia de las familias con niños acosados: "A mi hija le decían 'hoy eres mi sierva y no puedes jugar''" El Mundo 9/11/2022 https://www.elmundo.es/madrid/2022/11/09/63654dd621efa0465f8b45d3.html

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