lunes, 7 de noviembre de 2022

La violencia aumenta

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Lo hemos comentado en varias ocasiones y no debemos dejar de hacerlo: la violencia aumenta cada vez más rápido. No me refiero a las guerras y demás ejercicios clásicos de la violencia. Me refiero a la que nos ronda en lo cotidiano, la que lleva a que una boda acabe con cuatro muertos y diversos heridos, la que lleva a violaciones por parte de menores como diversión, al acoso escolar..., a todas esas cosas a las que nos estamos acostumbrando y que forman ya parte de la vida cotidiana en barrios, colegios, familias.

No sabemos muy bien el origen, pero algunos piensan que los encierros por la pandemia trajeron el desquiciamiento de muchos. Estar encerrados, la convivencia forzosa, el roce continuo sin posibilidades de desahogo ha traído unas mayores dosis de violencia.

Pronto saltaron las cifras de la violencia doméstica. Era esperable, ya que la convivencia forzada de aquellos que son poco compatibles o directamente incompatibles. No hay unas leyes específicas de la violencia, pero está sí sigue ciertas tendencias en las que se percibe el aumento.

Los violentos se ceban en las víctimas, que no tienen muchas posibilidades de aislarse. Después, las tensiones nerviosas provocadas por la ruptura de los hábitos, se traduce en más intensidad en los conflictos hasta que finalmente se estalla contra la otra persona. Ha habido muchos más casos de violencia de género en este tiempo y parece que las nuevas condiciones disparan la crispación.

A la pandemia le ha seguido la presión económica y laboral, que también son formas que hacen crecer la tensión, que salta a la más mínima. En el caso de los jóvenes, no hay fin de semana que no haya reyertas con armas blancas, principalmente. El hecho mismo de salir a divertirse con las armas ya es un indicador claro del clima que se percibe como lo habitual.


Las noticias sobre este tipo de incidentes son constantes y se han convertido en habituales en los medios, que tratan ya de ellas como parte de la vida cotidiana, no como excepcionalidad. Parece que hemos asimilado que la violencia es la forma de resolver problemas.

Falla algo más que la educación, que lo va dejando como problema irresoluble y procura que la violencia no estalle en los centros, pero lo hace en el fin de semana.

Pero la cuestión no se refiere solo a los jóvenes. Han aumentado los casos de violencia entre personas mayores, entre ancianos que acaban resolviendo en asesinatos sus conflictos o ejercen la violencia en los lugares que comparten.

El caso del asesinato de la esposa en una pareja de británicos en Benalmádena, con él padeciendo Alzheimer, es otro de los casos que nos sorprenden estos días. Ha habido otros entre compañeros de habitación en una residencia. No, los mayores tampoco se libran.

¿Es una falsa percepción de la violencia como resultado de un aumento de la crispación por el empeoramiento de las condiciones de vida? ¿Estamos pagando algún tipo de estrés que se resuelve en violencia? ¿Nos crean los medios esta percepción al centrarse en demasía en la violencia? Quizá hay una mezcla de todo.

Pero lo que sí hay es una queja de la falta de atención, de cuidado, de observación de todo esto. Cuando se describe la situación, encontramos fallos de prevención, ignorancia de las posibilidades reales, como el caso de la mujer asesinada y a la que no atendieron debidamente aquellos a los que recurrió. No es un factor irrelevante, pues muchos de estos casos podrían evitarse con una mayor atención e investigación de las causas. Pero lo que tenemos como otra constante es la queja por la falta de personal, por el deterioro de la atención, que la crisis económica lleva a sus peores extremos.

Si aumenta la tensión sobre las personas y estas estallan con más facilidad, la falta de prevención es un enorme riesgo. Como suele suceder, la falta de recursos aumenta la falta de prevención, por lo que los casos crecen. La exposición constante a estas noticias sangrientas genera igualmente tensiones. En fin, todo rema en la misma dirección.


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