Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo
hemos comentado en varias ocasiones y no debemos dejar de hacerlo: la violencia
aumenta cada vez más rápido. No me refiero a las guerras y demás ejercicios
clásicos de la violencia. Me refiero a la que nos ronda en lo cotidiano, la que
lleva a que una boda acabe con cuatro muertos y diversos heridos, la que lleva
a violaciones por parte de menores como diversión, al acoso escolar..., a todas
esas cosas a las que nos estamos acostumbrando y que forman ya parte de la vida
cotidiana en barrios, colegios, familias.
No
sabemos muy bien el origen, pero algunos piensan que los encierros por la
pandemia trajeron el desquiciamiento de muchos. Estar encerrados, la
convivencia forzosa, el roce continuo sin posibilidades de desahogo ha traído
unas mayores dosis de violencia.
Pronto
saltaron las cifras de la violencia doméstica. Era esperable, ya que la
convivencia forzada de aquellos que son poco compatibles o directamente
incompatibles. No hay unas leyes específicas de la violencia, pero está sí
sigue ciertas tendencias en las que se percibe el aumento.
A la
pandemia le ha seguido la presión económica y laboral, que también son formas
que hacen crecer la tensión, que salta a la más mínima. En el caso de los
jóvenes, no hay fin de semana que no haya reyertas con armas blancas,
principalmente. El hecho mismo de salir a divertirse con las armas ya es un
indicador claro del clima que se percibe como lo habitual.
Falla
algo más que la educación, que lo va dejando como problema irresoluble y
procura que la violencia no estalle en los centros, pero lo hace en el fin de
semana.
Pero la
cuestión no se refiere solo a los jóvenes. Han aumentado los casos de violencia
entre personas mayores, entre ancianos que acaban resolviendo en asesinatos sus
conflictos o ejercen la violencia en los lugares que comparten.
El caso
del asesinato de la esposa en una pareja de británicos en Benalmádena, con él
padeciendo Alzheimer, es otro de los casos que nos sorprenden estos días. Ha
habido otros entre compañeros de habitación en una residencia. No, los mayores
tampoco se libran.
¿Es una
falsa percepción de la violencia como resultado de un aumento de la crispación
por el empeoramiento de las condiciones de vida? ¿Estamos pagando algún tipo de
estrés que se resuelve en violencia? ¿Nos crean los medios esta percepción al
centrarse en demasía en la violencia? Quizá hay una mezcla de todo.
Pero lo
que sí hay es una queja de la falta de atención, de cuidado, de observación de
todo esto. Cuando se describe la situación, encontramos fallos de prevención,
ignorancia de las posibilidades reales, como el caso de la mujer asesinada y a
la que no atendieron debidamente aquellos a los que recurrió. No es un factor
irrelevante, pues muchos de estos casos podrían evitarse con una mayor
atención e investigación de las causas. Pero lo que tenemos como otra constante es la queja por la falta de
personal, por el deterioro de la atención, que la crisis económica lleva a sus
peores extremos.
Si
aumenta la tensión sobre las personas y estas estallan con más facilidad, la
falta de prevención es un enorme riesgo. Como suele suceder, la falta de
recursos aumenta la falta de prevención, por lo que los casos crecen. La
exposición constante a estas noticias sangrientas genera igualmente tensiones.
En fin, todo rema en la misma dirección.
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