Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En el
Día Internacional contra la Violencia de Género los mensajes deberían ser
claros, unificados y contundentes. Y, sin embargo, no lo son.
La
cuestión se ha convertido en motivo político de conflictos cuando debería serlo
de unión. La lucha política acaba haciendo que haya empecinamientos y
cuestionamientos. La desunión política impide llegar a acuerdos frente a algo
que es pre político, una forma de violencia bruta y que se transmite a través
de modelos de comportamiento que se adquieren en familias, pero también en
otras instituciones sociales que hacen de las mujeres el objeto de la
violencia.
La
violencia va de lo físico a lo moral, que es la degradación de su imagen a
través de muchos mensajes que nos rodean, muchos de ellos con el beneplácito
general. Hace unos años había un consenso sobre la sexualización de los mensajes. Hoy vemos que de la publicidad a los
videoclips, de la presentación de los programas televisivos al cine, se ha
retrocedido en este aspecto.
Más
allá de las grescas políticas, que contribuyen a generar esa imagen impresentable
de desunión, lo más preocupante es la proliferación de la idea de que el
feminismo es una "ideología", por un lado, y el detectado incremento
del machismo sexista entre los jóvenes, que ven justificada la violencia. De
esto nos dan cuenta las encuestas y estudios, los análisis sociológicos
realizados con periodicidad. Apuntan en el mismo sentido, al aumento de
actitudes machistas, de violencia de género.
Pero la
violencia de género tiene unas raíces profundas y unas causas próximas; es una
conjunción de desajustes personales en la percepción de uno mismo y de sus
relaciones con los demás; es un desarrollo marcado por la violencia como modelo
de resolución de problemas o como forma de control del poder.
Su
aumento es correlativo a las causas que actúan, que van de la incontinencia a
la propia frustración personal. La violencia de género es una forma de
inmadurez que se esconde tras la fuerza; es el signo de una incapacidad. Sus
estallidos violentos son de impotencia real para llevar los problemas por
cauces de sensatez.
La
violencia de género se produce desde una desfasada visión del mundo. Cualquier
uso de la violencia lo es, pero en el caso de la violencia de género se produce
una visión transmitida por los entornos próximos que no se corresponde con los
modelos en los que nos reconocemos. Es una visión paralela. La violencia machista existe, lógicamente, porque
sigue existiendo el machismo y esto es un problema que
evidencia el fracaso del modelo educativo, incapaz de enfrentarse a los desvíos
que surgen tanto del ámbito social como del directo familiar. Muchos aprenden y practican sus primeros ataques machistas en el ámbito escolar; hacen lo que ven.
Escuela,
medios de comunicación, comportamientos violentos en el deporte, en la política, en cualquier
ámbito son granos que acaban germinando en las mentes de los que tienen
ya un terreno abonado por lo que les ha llegado por diversas vías.
Me viene a la mente el caso de los colegios mayores y sus insultos a las mujeres del colegio femenino frente a ellos. Se produjo al comienzo de curso. Los intentos de atenuar su significado real no sirvieron de mucho. Es probable que muchos de los que participaran se dejaran arrastrar por el efecto del grupo y su presión. Pero el hecho es que descubrieron que eran capaces de participar. Era un rito de iniciación en el machismo y una forma clara de infravalorar, de insultar a las mujeres.
Hay
muchos actos de este tipo y son la antesala a la normalización de unas formas
de violencia que acaban siendo físicas. No he escrito "reales" porque
la violencia simbólica es real. Lo es para quien la vive simbólicamente. El
hecho de que se transforme en una violencia física, en un ataque, agresión, en
forma de asesinato, paliza o violación es cuestión de que se produzcan las
circunstancias adecuadas. La semilla está echada.
De
todos los fenómenos que vemos dentro de la categoría, el más preocupante es el
de los ataque en grupo, ya sean violaciones o cualquier otra forma. Mucha de la
violencia se produce en la familia, en la pareja. Pero lo que está creciendo
son esas violaciones o ataques en grupo con agravante social: se hacen para
compartirlas en las redes sociales. Allí se cuelgan los vídeos o fotografías de
las víctimas.
Esto
representa una intensificación social de la violación, que se ha convertido
para ellos en una forma de "prestigio", lo que es muy preocupante por
lo que representa de retroceso. Ya no se trata de un ataque anónimo, sino de
una forma de escenificación que necesita de un público y de una víctima. Es un
ritual de violencia que se ejerce contra ella y cuya gratificación es la "admiración
pública" con el número de visitas.
Estamos
desligando la violencia de género de este tipo de otros marcadores sociales de
un embrutecimiento que avanza a grandes pasos y frente al cual no se encuentran
los frentes adecuados, los capaces de frenar este tipo de deterioro que se
detecta en las encuestas y estudios.
El
hecho de que las violaciones en grupo difundidas por las redes esté creciendo
nos dice que se ha incorporado al perfil del maltratador, del agresor, unas
características que antes no tenía: la bonificación de un público que se crea
para estas ocasiones.
Es esencial
profundizar en las causas y modelos de estas formas de violencia que se acaban
cebando en los que consideran inferiores, los débiles sociales (de inmigrantes
a cualquiera en el que perciban debilidad), y sobre las mujeres, que serían la
eternamente débiles, las víctimas ancestrales sobre las que depositar su
frustración transformada en reivindicación de su propia altanera impotencia.
Para
frenar estas dinámicas, es esencial la unidad, clara y precisa, frente a esto.
Hoy por hoy, nuestra desunión política nos incapacita para entender que hay
causas comunes, necesariamente comunes.
En el Día Internacional de la Violencia contra las Mujeres no hay motivo de celebración, solo de reflexión, de comprender qué hacemos realmente por evitarlo, algo para lo que es imprescindible tratar de entender las causas profundas que los causan y las superficiales que lo difunden. Tanto la indiferencia como el uso de tópicos dificultan poder erradicar o reducir estas formas de violencia que se han adaptado a nuestras sociedades mediáticas.
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