Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El incidente
balear con la bandera española, el mundial, la clase de catalán, los alumnos y la profesora
es un síntoma de lo que ocurre en este extraño país en el que vivimos. La rabia
de la profesora es evidente: todos sus intentos de catalanizar las mentes de
sus alumnos se venía abajo ante el furor futbolero. ¡Toda una vida dedicada a
catalanizar y ahora esto!
Creo
que nadie ignora el poder del lenguaje, modelador de la realidad con su
sintaxis, con su aparato conceptual que divide y clasifica el mundo, que nos
une al grupo que lo comparte y nos distancia del que usa otra lengua. Ningún
descubrimiento. Por eso la rabieta de la profesora, formadora del espíritu
independiente, se produce como una frustración, como un signo de impotencia,
por un lado, y de poder por otro. Lo que Michel Foucault (¡vaya, lo mencionamos
dos veces en menos de siete días!) llamó el control de los discursos. Y la
primera forma de control donde conviven dos lenguas es imponer una. El
incidente con la bandera no es más que la consecuencia de una política y de la
resistencia a ella. Es una variante de la "prohibición de lugar", aquí no se pone la bandera española. El
aula es el lugar de forjar el orden lingüístico, primera fase del orden
político.
Pero el incidente de la bandera española en el aula de "catalán" es solo uno de los muchos que se producen y alguno de los que salen a la luz. Unos pocos días después tenemos otro ejemplo de control. Nos lo muestra el titular de Antena 3 "Polémica en las aulas de la Comunidad Valenciana: el valenciano puntúa más que un doctorado", tras el que se nos cuenta:
Nace una nueva polémica entre los sanitarios
por los baremos para las ofertas de trabajo en la Comunidad Valenciana. No
entienden en la comunidad autónoma que saber valenciano -idioma oficial en la
comunidad- valga el triple que un doctorado. Dicho baremo para acceder en 2023
otorga 15 puntos al valenciano y 5 al doctorado o un máster.
Los sindicatos han convocado concentraciones.
CSIF ha llamado a manifestarse contra esto el próximo día 30 de noviembre.
Según detalla acuerdo adoptado por la Conselleria en la Mesa Sectorial del
pasado 8 de noviembre, al valenciano se le otorgan hasta 15 puntos
(conocimiento oral o A2: 11; Grado elemental o B1: 12; Nivel B2: 13; Grado
medio o C1: 14; Grado superior o C2: 15). Mientras, a un máster universitario o
doctorado tan sólo se le otorga un máximo de 5 puntos.
Aitana Mas, vicepresidenta del Consell y líder de Compromís, destacó que es "importante que un sanitario sea capaz de entender el valenciano, por lo que se ha mostrado a favor de que el conocimiento de esta lengua puntúe más que una tesis doctoral en el baremo de méritos propuesto por la Conselleria de Sanidad a los sindicatos para la consolidación de plazas".*
El paso
siguiente, claro está, es que el sanitario contratado solo se dirige en
valenciano a sus pacientes. ¿Solo enferman los valencianos? Valencia tiene una
enorme población turística tanto del resto de España como extranjera. Esto está
fuera de dudas, por lo que una parte importante de su trabajo no es en
"valenciano", sino en la lengua que toque según el paciente.
Es una
forma más de proteccionismo, por un lado, al evitar que accedan a los puestos
de trabajo personas que no sean locales; pero es también una forma de promover
el sentido político selectivo valencianista. La lengua actúa como filtro y se va modelando todo según la conveniencia.
La diferencia lingüística es marcada como forma de expulsión de los que están al otro lado de la lengua que se atrinchera. Este tipo de políticas lingüísticas son las que han llevado a Rusia a Ucrania, sembrada de "rusófonos" creados por los propios rusos en sus oleadas anteriores. La lengua da identidad y más si es impuesta desde el poder, que va moldeando todas las instancias, de la educación a la sanidad, pasando por todas las administraciones públicas, los servicios, etc. y las empresas, que solo se ven favorecidas si hacen exhibición de su uso del valenciano o el catalán según donde toque.
La
rabieta antiespañola en el Colegio La Salle y los criterios de puntuación en oposiciones son manifestaciones de una
práctica constante: el poder de modelado de la educación y el sentido de su
control. Detrás de la lengua hay mucho poder y mucho negocio. Los que buscan
beneficiarse de eliminar a sus rivales más preparados imponiendo la lengua
saben lo que quieren, pero no lo que hacen. Con el valenciano se va a Valencia;
con un doctorado se va por todo el mundo.
Ese es
precisamente el juego que el poder realiza para controlar sus imperios locales. Las imposiciones de
lenguas siempre han sido características imperiales, pues la lengua se
consideraba propiedad de reyes y emperadores. Los límites de la lengua eran los
del imperio, por lo que se trataba de colonizar lingüísticamente primero para
controlar después. Ahora son los políticos locales o autonómicos los que poseen el control de las lenguas.
La
reacción enrabietada de la profesora es ilustra bien sus fobias y su sentido
del poder. Ella impone y controla a través de la enseñanza de la lengua. El
fútbol impone su poder por el otro lado.
El caso valenciano es lo mismo, solo que según una absurda pero poderosa forma de control a través de las oposiciones. Así se aseguran votos en un tiempo en el que cualquier ventaja competitiva es decisiva para obtener un empleo.
Todo esto no es nuevo. Se lleva produciendo mucho tiempo y tiene unos objetivos claros. Basta tirar de hemeroteca para comprobarlo.
*
Estíbaliz González "Polémica en las aulas de la Comunidad Valenciana: el
valenciano puntúa más que un doctorado" Antena 3 28/11/2022
https://www.antena3.com/noticias/sociedad/polemica-aulas-comunidad-valenciana-valenciano-puntua-mas-que-doctorado_202211286384d22f4a5f3000014931d7.html
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