martes, 19 de abril de 2022

La falsa isla europea

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El dicho nos habla del "río revuelto" y la realidad nos impone saber quiénes son los "pescadores" beneficiados en esta dramática situación que vive Europa, la caída de un sueño de paz y prosperidad, un paraíso relativo ganado con la Unión tras el desastre de la II Guerra Mundial. Hoy la próspera Europa se encuentra rodeada de conflictos y uno ha estallado en su costado abriendo una importante grieta.

Hace tiempo que se vio que la mejor forma de defender Europa era evitar los conflictos que se creaban a su alrededor, pero no ha sido fácil por dos cuestiones, una de orden interior y otra exterior.

La de orden interno ha sido la aparición de movimientos que atentan contra la propia esencia de la Unión. En estas décadas se han producido un crecimiento de anti europeísmo de distinta naturaleza. Unos, como el Brexit, han logrado seducir a un país abandonando la Unión Europea. Ha sido una mezcla de populismo nacionalista, de miedos acumulados y de desastrosas estrategias de sus dirigentes que jugaron durante años con el miedo a la ruptura para conseguir más excepciones, como la libra, pero la mala estrategia de acosar permanentemente a Europa, de mostrarla ante sus votantes como un "mal" para así presionar en Bruselas, acabado estallando.


Hoy hay otras variantes del Brexit más ambiciosas. No buscan la estrategia de la salida sino dinamitar el conjunto desde dentro. Se presentan con distintos ropajes, pero van de la Hungría de Orbán a las propuestas de la ultraderecha francesa de Marine Le Pen. Entre ambos, toda una serie de problemas, muchos de ellos alentados y financiados desde Rusia, cuyo interés en desmembrar Europa nos es hoy evidente tras ser denunciado durante años. Pero la tranquila Europa no se deja avisar fácilmente de sus propios problemas porque no existe todavía la coordinación suficiente y porque sus propias bases democráticas tienden a producir gobiernos con enfoques diferentes que son difíciles de coordinar. A los intereses europeos se contraponen muchas veces los intereses locales, algo que no siempre es fácil de coordinar o entender.

Los conflictos exteriores debilitan a Europa de otra forma. Europa no es una isla, forma parte de un mega continente mayor incluso que la idea de Eurasia, ya que incluye África, desde donde se puede acceder a través de nuestro eje mediterráneo. Todos los conflictos acaban empujando hacia Europa, en algo más que una cuestión migratoria.

El éxito y paz europeos son una luz que atrae a los que no encuentran en su vida y futuro más que violencia y destrucción. El deseo de salir de la pobreza, de huir de la violencia, movilizan cada día a miles de personas que esperan la forma de entrar en el paraíso europeo que es cada vez menos paraíso. Esto acaba despertando la xenofobia, el racismo, la discriminación por las religiones y es aprovechado, además, como un arma, como una forma de presión sobre Europa. Lo vemos con las actuaciones de Marruecos, lo hemos visto en Libia, lo vemos con Turquía. Cuando se presiona a estos países, se limitan a levantar las barreras y dejar pasar a miles de personas hacia Europa, provocando conflictos internos que están en nuestra prensa y en los programas de los partidos populistas que exaltan los nacionalismos y la represión y rechazo de la inmigración.

Europa ha tratado de crear zonas que sirvan para detener este flujo constante mediante inversiones en infraestructuras en otros países, pero sirven de poco ya que muchas de ellas son aprovechadas por los autócratas que usan a los inmigrantes que les llegan de más al sur. Tampoco la violencia que viven les hace apetecible quedarse en sus países, por lo que emigrar es la única vía.

Curiosamente, estamos midiendo la situación con la vara de la pandemia. Hablamos de niveles previos a la "pandemia" en muchos sectores, pero no estamos teniendo en cuenta la otra pandemia, la guerra, con efectos a medio y largo plazo muy superiores. La ignoramos, sencillamente. Y Europa no se lo puede permitir, por más que los sectores del ocio, turismo, etc. que representan una paz que ya no existe sigan insistiendo en ello. España es especialmente vulnerable a esta ceguera interesada.

La situación ahora, con la cruenta invasión rusa de Ucrania, que ha provocado ya cerca de cinco millones de desplazados y decenas de miles de muertos, se complica cada día más todavía.

No es solo la emigración, hacia la que los europeos han mostrado solidaridad por las circunstancias. Putin presumía hoy en nuestros noticiarios de "haber ganado la guerra relámpago de la economía". Según el dictador ruso, el país se estabiliza económicamente mientras que a Europa se la come la inflación, produciendo más paro y pobreza. Europa, dice Putin, está padeciendo sus propias sanciones contra Rusia. Esto es solo una verdad en parte, propaganda, pero hará mella cuando nos demos cuenta que nuestra guerra es económica para no ser militar. A diferencia de los rusos, que deben aceptar como verdad absoluta lo que les dice Putin, los europeos se dividirán pronto ante los efectos de las sanciones, alentados por los pro Putin subyacentes, admiradores de su modelo fuerte de populismo. En la mente de Putin, el modelo de autoritarismo paternalista ruso es superior al liberal de Occidente precisamente porque se sustenta en la variación del poder a través de la alternancia política. Para él eso es debilidad, como lo es para todos aquellos países en los que los autócratas se hacen con el poder y no lo sueltan. Lo conservan eliminando la oposición y controlando los medios, como vemos perfectamente en otros países en un modelo cada vez más exitoso por el respaldo que se dan unos a otros. El problema no es de "fuera", sino que lo tenemos en países como Hungría o Polonia, sancionados por la UE por el retroceso de las libertades y la concentración de poderes.

Ayer nos daban la noticia de la difusión de un mensaje del Estado Islámico alentando a atentar en Europa aprovechando que los "cruzados" se están peleando entre ellos. La noticia no es intranscendente y debe haber puesto a los servicios secretos y policiales de la Unión en guardia. Forma parte de la estrategia del "río revuelto". El aumento de la conflictividad en Europa es una llamada a reactivar los conflictos. En estos días vemos cómo se producen ataques en diversos escenarios mundiales. Lo que ocurre en Ucrania hace que se recrudezcan los conflictos porque dejan de ser tan llamativos y pueden escapar de atención y sanciones rápidas. Un conflicto tapa otro conflicto y una Europa en medio de una crisis tenderá a ser menos vigilante en otros espacios.

La invasión devastadora de Ucrania y lo que trae y traerá consigo nos debería hacer más consciente de las debilidades y flaquezas de Europa. Tenemos más enemigos de los que pensamos y estos recurren cada vez más a la violencia, empezando por Rusia, que ha clausurado una época y una forma de relación.

Rusia está tratando de cambiar el estándar de las relaciones internacionales, una vez asentado interiormente su modelo autoritario, que ha sido mirado de forma poco crítica por los países que se sentían necesitados de sus materias y energía. Hoy parece claro que Rusia ha esperado hasta que esa dependencia era lo suficiente intensa con ciertos países, como Alemania, que quieren seguir con el juego de condenar a Putin, pero financiarle la guerra. Desde los titulares del diario El Mundo, Yulia Timoshenko, la ex primera ministra ucraniana advierte "La UE está financiando la futura guerra que Putin librará contra ella; es suicida". No le falta razón, pero ¿están los países europeos dispuestos al sacrificio bélico-económico? A la violencia rusa solo le falta un escalón, el nuclear, algo que Putin no descarta y con lo que amenaza. ¿Podemos seguir financiando esta amenaza dentro de Europa?

A esto hay que sumar que los diferentes enemigos de Europa sacarán provecho —ya lo están haciendo— mediante la negociación a la baja o la presión al alza. La situación de debilidad actual es rentable para muchos y nuestras necesidades de países ricos nos hacen más débiles, lo que se traducirá en crisis democráticas, económicas y sociales. Por más que nos guste pensar que vivimos en una especie de isla de paz, lo cierto es que ese sueño ha sido cortado bruscamente y no verlo es, en efecto, suicida.

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