Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De
todas las decisiones sobre el COVID-19 la más controvertida es la decisión
sobre el uso de las mascarillas en los interiores. Ni los expertos ni la calle
están de acuerdo; solo los políticos tienen mucha prisa en llegar a ellas.
Evidentemente no es por razones sanitarias, sino políticas: se trata de vender
que se ha hecho bien y que ha llegado el momento de la "normalidad".
Para ellos, la normalidad es un mundo sin mascarillas. Sin embargo, es dudoso
que esto ocurra en un corto plazo.
Todos
los movimientos llegados desde las autoridades políticas han estado supeditados
a los intereses económicos sobre los sanitarios. La teoría es sencilla: los
políticos son responsables de la situación económica general, mientras que los
ciudadanos son responsables individuales de su propia salud. Todas las medidas
últimas se han centrado en este principio. Como referencia, cada día escuchamos
más las bondades del sistema británico, uno de los peores de toda Europa en
cuanto a los resultados. Desde el principio Boris Johnson apostó por algo tan
neoliberal como el propio cuidado, la "inmunidad de rebaño" y todo
aquello que dejaba en las personas la responsabilidad.
Al
final hemos acabado teniendo a Johnson como referencia —la peor referencia— para
justificar todo lo que vamos a hacer en cadena, incluido el despido de los
sanitarios que se contrataron para frenar las avalanchas que se produjeron. Una
vez más, se comete el error de confundir el deseo y la realidad, pensando que
por el hecho de negar la realidad esta deja de existir.
En ABC leemos lo ocurrido hace unos días en el Congreso:
Un mandato para unos, un anhelo para otros. El Congreso de los Diputados ha aprobado este jueves la moción consecuencia de interpelación de Ciudadanos (Cs) sobre la eliminación de las mascarillas en interiores. El texto ha salido adelante con los votos del PSOE, que se posicionó a favor después de que los liberales aceptasen una enmienda que modificaba el segundo punto del articulado de la iniciativa. El cambio, no obstante, hace que la ambigüedad se imponga a la hora de interpretar sus consecuencias.
Cs lleva semanas batallando por el fin de la obligatoriedad de las mascarillas en interiores, dado el alto porcentaje de vacunación contra el Covid-19 en España y la mejor situación epidemiológica pese a la todavía alta incidencia acumulada.
El Gobierno ya no comunica los contagios ni muertes diarios, en un paso evidente hacia la 'gripalización' del virus. Por ello, el partido de Inés Arrimadas considera que es el momento de dar un paso adelante y, como han hecho otros países europeos, terminar con el uso imperativo de este elemento de protección.
Este jueves, en las votaciones, la moción de Cs, con la enmienda del PSOE incluida, se ha aprobado con 187 votos a favor, 63 abstenciones y 94 en contra. Solo la han rechazado el PP y el PNV, que creen que aún es pronto para prescindir de las mascarillas. Aun así, la interpretación del resultado de la moción difiere entre Cs y el PSOE.
El primer punto del texto reclamaba
al Gobierno lo siguiente: «Eliminar la obligatoriedad del uso
de mascarillas en interiores, en línea con la evidencia científica, con la
situación epidemiológica y con la perspectiva». El segundo añadía: «Establecer,
de forma acordada con el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional
de Salud, un calendario claro de desescalada de todas las medidas de
contención de la pandemia de Covid-19 aún vigentes con el
objetivo de ofrecer certidumbre a familias y empresas».*
La idea de "gripalización" se presenta una y otra vez pese a las enormes diferencias. De la gripe sabemos, mucho; del COVID bastante menos. Desde el principio el coronavirus ha sorprendido a los expertos que no tenían registros de un virus tan amplio en sus consecuencias, con secuelas sorprendentes en sus manifestaciones y duración. Por mucho que lo queramos considerar o tratar como una "gripe", lo cierto es que la gripe no tiene la variedad de síntomas, no pierdes el gusto por meses, la movilidad, el habla, no tienes dolores por el cuerpo durante años, por citar solo algunos. Los expertos siguen descubriendo efectos de la enfermedad conforme pasa el tiempo.
La capacidad de mutar y de reinfección también son dos elementos que vamos descubriendo momento a momento. Lo ocurrido en China es un ejemplo de que en cualquier momento se pueden volver a disparar las cifras. Las que hemos tenido en España hasta hace unas pocas semanas son una barbaridad, en gran medida, producidas por la bajada de nuestras defensas frente al virus. Todavía resuena la "llegada de las sonrisas" de la ministra Darias y el ascenso posterior de los contagios.
Una cosa es convivir con el virus y otra muy diferente ignorarlo, tratarlo como si no existiera. Convivir con el virus es, sobre todo, aprender a estar prevenidos, no a golpe de decreto sino de sentido común. Lo que se ha hecho desde el gobierno es eliminar los mecanismos de conteo, jugar con las cifras, con las pruebas diagnósticas, etc., un ejercicio, en suma, de camuflaje contable de la realidad. Lo hemos hecho de una forma u otra debido a nuestra necesidad (política y económica) de mostrarnos como "saludables". Pero la realidad de los hechos es contundente.
En la prensa de un país que vive también del turismo, leo hoy mismo que se han producido ayer 558 casos y 8 muertes. Con esas cifras —es un país que duplica con creces la población española— se pueden permitir "relajar" lo que nunca fue riguroso. Una fuente de ese país me informa del fallecimiento de un familiar directo por Covid-19 tras una estancia de un mes en una UCI. Cuando fue a recoger el certificado de defunción, el motivo que aparecía oficialmente no era el coronavirus. Al protestar, la repuesta fue que si quería tener un certificado oficial de defunción no había más respuesta que esa. Cuando comentó el caso con otra persona, esta le dijo que le había ocurrido lo mismo. Sencillamente, allí solo mueren las personas que el gobierno considera "prudente" comunicar. Con cifras muy pequeñas de vacunación, con una masificación en varias ciudades y una falta de condiciones sanitarias, esos 8 muertos son solo una forma de propaganda, una manera atractiva para que les vaya el turismo. Cuando regresan contagiados a sus países se les dice que "lo habrán cogido por el camino". Afortunadamente, aquí no resulta tan sencillo hacer esto, pero se pueden ignorar los datos reales si sencillamente no se recogen, que es por lo que se ha optado.
La excusa de las tasas de vacunación y de los efectos menos graves es realmente insólita. La variaciones en las vacunas ha sido mínimas en los últimos meses porque se frenó al llegar a ciertas tasas, pero hemos tenido muchísimos casos hasta hace pocas semanas. La idea de que se trata de mantener las UCI descongestionadas es una idea de un cinismo pragmático realmente notable, ya que todo se justifica no por la salud sino por la disponibilidad de recursos, que finalmente se acaban reduciendo. Los movimientos por la sanidad pública y los propios sanitarios lo denuncian de continuo. Se han hecho todo tipo de ejercicios malabares para justificar la falta de recurso, planteándose la sanidad como una especie de fuelle. Lo cierto es que el envejecimiento de nuestra población es un hecho, que se les ha amontonado en residencia, muchas de ellas sin control alguno, y cuando enferman se les envía a la Seguridad Social, que es quien acaba asumiendo atención, tratamiento y gasto. La residencias privadas son de pago, pero gasto lo pagamos todos. Con la pandemia, todo esto ha salido de forma escandalosa a la luz. Todavía hoy sigue apareciendo en la prensa que se investiguen las circunstancias de por qué se les murieron tantos "clientes".
Lo de "ofrecer certidumbre a las familias", señalado en el artículo de ABC, es realmente un chiste malo, pues no habrá certidumbre, sino lo contrario. El no saber si la persona que tienes al lado está contagiada, con síntomas leves o si es asintomático, no genera certidumbre alguna., Por contra, obligará a que la gente se tenga que proteger más ante el desconocimiento de las condiciones de las personas que tienes al lado.
Los casos suben de nuevo, pero solo preocupan las UCI y los fallecimientos, que siempre son "llamativos". Queda la cuestión de los contagios repetidos —que ya sabemos existen—, la duración protectora de las dosis recibidas y la definición de qué es una "persona vulnerable".
Y otro problema, ¿cómo se combinan las personas vulnerables con las que no lo son en los espacios obligados, como el transporte o los espacios de trabajo? La respuesta es compleja porque hay gente que trabaja con grupos cuyos porcentajes de contagio son altos, como ocurre en la enseñanza. ¿Habrá que discutir en cada oficina, en cada aula, en cada ascensor, en cada vagón de metro o tren, en cada autobús, etc. quién se debe poner la mascarilla? Eso, de nuevo, como ya ha ocurrido en varias fases, lleva al conflicto entre los ciudadanos, que deben defenderse ante aquellos a los que les da igual. Los ejemplos de este comportamiento los conocemos todos.
La prisa por retirar la mascarilla es complicada y conflictiva.
Lo mismo que ha ocurrido con la idea de que no sea obligatoria en exteriores,
ha dejado que muchos sigan (seguimos) con ella por el doble motivo de la seguridad
y de la falta de confianza. Volvemos al principio: uno puede decidir tirarse
desde una azotea, y es cuestión suya; pero no llevar mascarilla con una
enfermedad contagiosa grave es una falta grave contra los que nos rodean. La
pandemia ha sacado a la luz la responsabilidad de muchas personas, pero también
la grave, en ocasiones agresiva, irresponsabilidad de muchos otros.
En los
países asiáticos mucha gente se pone mascarillas por respeto a los demás. Es el
enfermo quien se preocupa de no contagiar a otros. Lo que estamos viendo aquí
es justo lo contrario: yo soy asintomático y no me privo de nada, yo ya lo he
pasado y me da igual, etc. Este es el comportamiento egocéntrico que ha sido
recogido muchas veces en declaraciones ante cámaras y micrófonos. Y este es el
comportamiento "normal" que se va a desarrollar gracias al deseo de
nuestros políticos de anticiparse a la realidad con el deseo y los intereses.
El verano se acerca. Ya habrá tiempo de recuperarse
en invierno, en los que deberemos viajar para que salgan las cuentas en puentes, fines de semana, ir a las
rebajas, "black friday", navidades, cabalgatas, carnavales... y todas
esas cosas por las que merece la pena enfermar o morir.
En algún momento habrá que retirar la mascarilla, evidentemente; pero mucho me temo que los ciudadanos acabarán tomando sus precauciones al margen de las instrucciones que les parezcan poco fiables o prematuras.
* Juan
Casillas Bayo "El Congreso insta al
Gobierno a eliminar mascarillas en interiores pero sin poner fecha" ABC
31/03/2022
https://www.abc.es/espana/abci-congreso-insta-gobierno-eliminar-mascarillas-interiores-pero-sin-poner-fecha-202203311634_noticia.html
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