Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Suelo
ir escuchando música en mis idas y venidas en Metro y tren cuando tengo que ir
a Madrid. La música tiene el doble efecto de relajar y de aislarte de un
entorno en el que a la gente le gusta que la oigan en sus conversaciones, ya
sean en personal como telefónicas. Ese aislamiento me permite concentrarme en
la lectura y alejarme de las distracciones de las conversaciones, que pueden incluir
a personas a más de veinte metros. Creo que no se enseña en las escuelas a
mantener tonos que no molesten y hay gente en los trayectos que mata el
aburrimiento aprovechando para llamar. ¡Qué tiempos aquellos en los inicios de
los móviles en los que la gente salía a hablar al espacio entre vagones en los
trenes! Ha aumentado el desprecio por los que tenemos cerca y, en igual medida,
pero a la inversa, el sentido de la intimidad, que se ha reducido a la nada a
tener de las conversaciones que te obligan a escuchar.
Pero
hace dos días no llevaba la música y desde el otro lado del pasillo del tren
comenzaron a llegarme las voces de dos mujeres del otro lado del pasillo.
Levante la vista y solo podía ver a una de ella, mientras que la otra permanecía
oculta por el respaldo de su asiento. La que yo veía desde el mío hablaba de
las noticias que había visto en la televisión sobre Ucrania. Mencionaba imágenes
de niños que yo había visto esa misma mañana durante el desayuno, temprano. Se
mostraba muy emocionada con la descripción del horror de lo que le mostraban.
Pronto
saltó la voz de la otra mujer. Donde la otra voz mostraba emoción, la nueva
mostraba dureza y hablaba acelerada:
—¡A mí
todo esto me parece un paripé! —explicó. ¡Tanto que dicen que el presidente
está escondido porque le amenazan y está todo el día recibiendo visitas! ¡Un
paripé que se han montado entre ellos!
Y así siguieron
el resto del trayecto, la una emocionada por lo que veía y la otra escéptica y
firme en sus argumentos. Todo era un paripé. Cuando fui hacia la puerta traté
de fijarme en ella. Eran dos tipos muy distintos. El pelo recogido en una,
sencillez general, mientras que la oculta mostraba un pelo blanco con un
moderno corte a flequillo, bien trajeada, con estilo, varios anillos en sus
manos y un bolso de marca.
Hoy las
noticias nos hablan de la visita de Antonio Guterres, el Secretario General de
Naciones Unidas, a Kiev a encontrarse con Zelenski tras haber pasado antes por
la larga mesa del Kremlin. Los edificios que les mostraron en su visita a la
capital Ucraniana fueron bombardeados de nuevo esa misma tarde. ¿Casualidad o una nueva forma de
comunicación rusa, una advertencia?
Me
imagino que en el siguiente trayecto, la mujer escéptica insistirá en sus
argumentos para convencer a su compañera de viaje de que todo se trata de un
"paripé". Lo hará todos y cada uno de los días en que regresen juntas
porque ella ejerce una forma de liderazgo
que necesita ser escuchada y convencer de sus posiciones a su interlocutora.
Esta, por su parte, es una persona que cree en lo que ve y siente empatía por
el sufrimiento que se le muestra. Para la negacionista de la guerra, por
contra, las ideas previas le hacen distanciarse de las emociones que las
imágenes provocan y les aplica un cinturón de descreencia mostrando así su
dureza. A ella, nadie la engaña.
Creo
que estas situación es el reflejo reducido al ámbito de lo personal mínimo, dos
personas, de la guerra informativa que padecemos. Rusia, en el ámbito macro, el
máximo, niega todo, discursos e imágenes: nada es verdad. Ellos no invaden, no
bombardean ciudades, no masacran, no ejecutan, no cavan fosas comunes. No
necesita explicación alternativa, le basta con la negación de la existencia. Todo es paripé.
Según
la línea que une el Kremlin con la señora escéptica del tren de Cercanías, todo
es un montaje: Ucrania se bombardea ella misma y ellos tratan de salvarla de la
peste de neonazis, corruptos y gais. Los rusos, por su parte, aceptan en su
mayoría y de buen grado lo que se les transmite oficialmente. Es lo que llevan
cientos de años haciendo en una combinación trono-patriarca de Moscú que en
ocasiones ha sido sustituida por el por el líder de turno del Partido Comunista
y que ahora vuelve a la combinación Putin-patriarca.
En el
paripé, por supuesto, se incluyen los miles de medios de información de todo el
mundo que están informando sobre el terreno. La señora escéptica, me imagino, solo ve Russia
Today, la única cadena que en su opinión es objetiva porque dice lo contrario a
los demás, algo que siempre le ha gustado porque le permite ejercer su
liderazgo en el lugar de trabajo llevando siempre la contraria a lo que sus
compañeros dicen. Ella sabe; los demás están manipulados.
Llevar
la contraria suele ser un fuerte rasgo de personalidad. Todos conocemos a
personas que dirán B cuando digamos A y viceversa. Es lo que se llamaba antes
el espíritu de la contradicción y que hoy se manifiesta a través de los
circuitos informativos de las redes sociales, en las que se lanzar mensajes
contrarios para que sean recogidos por esas personas a las que les gusta votar,
discutir, apostar por aquella postura minoritaria que le permita la
confrontación.
Las
posturas escépticas y negacionistas tiene bastante parecido, pero orígenes
diferentes. El negacionista tiene una estrategia para la negación; el escéptico
contumaz solo el llevar la contraria para mostrarse superior a los demás, a
los crédulos. En ocasiones se combinan las dos posturas, sin duda.
En los
medios de comunicación algunos ejercieron este tipo de postureo escéptico intentando distanciarse y llamar la atención.
Ellos eran incrédulos, que es su manera, como la señora del tren, de decir que
a ellos nos les engañan, que ellos comprenden que los medios pueden ser
manipulados y desarrollan diversas teorías ante los ojos perplejos de quienes
les escuchan.
Este
escepticismo inicial con el temor de la manipulación ha ido decayendo porque
cada vez es más difícil sostener que en Ucrania no ocurre nada, como hace
Putin, que vende nueva estrategias y viejas amenazas en cada intervención
pública, en cada encuentro con dirigentes del mundo que intentar convencerle.
Putin
ha controlado siempre la disidencia, de Navalni a las Pussy Riot. Rusia es un
país que no ha relajado la represión a lo largo de su historia. Me imagino que
la mayoría de los represores zaristas pasaron a afiliarse a la represión
comunista, tal como la represión comunista acabó en las filas de Putin, él
mismo un dirigente de la KGB.
Un
triste destino el del pueblo ruso, con una riqueza cultural asombrosa —basta
con contar artistas, escritores de Pushkin y Dostoievski, a Tolstoi y
Lermontov, a Bulgakov... a tantos autores queridos que dieron cuenta de su
"alma" contradictoria, turbulenta, explosiva... muchas veces desde
exilios lejanos, como mi admirado Turgéniev, a teóricos de todos los campos, como
Bajtin o Lotman en el estudio de la Cultura, como Lev Vigotsky en la Psicología
del Lenguaje... Tantos otros que pudieron crear frente a las barreras
oficiales, castrantes de la imaginación, impositoras de estilos oficialistas,
modelos que había que seguir a cualquier precio.
Cada
día es más difícil negar el horror, el abuso, la ferocidad. Cuando Rusia
descubra el alcance de la barbarie que se está haciendo en su nombre solo podrá
hacer dos cosas: llorar su ceguera o seguir defendiéndola, asegurando que todo
es una conspiración de sus enemigos eternos.
Puede
que algún día vuelva a coincidir con estas dos extrañas en el tren, escuchar es tensa
negociación sobre qué es verdad y qué es mentira. Espero que para entonces el
pueblo ucraniano haya dejado de sufrir esta sangría y que pueda disfrutar de su
suelo —hoy lleno de minas y muertos— y vida en paz con los supervivientes y los más de cinco millones de exiliados.
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