Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Quedan
en el aire francés dos cuestiones: el
peso de la abstención habida y su reparto posterior en la segunda vuelta y el
grado de obediencia de aquellos que han votado para llevar sus votos a ambos
candidatos, Macron y Le Pen. ¿Los que se han abstenido en la primera vuelta, lo
harán en la segunda? ¿Los que han participado en la primera, lo seguirán
haciendo en la segunda y, además, en el sentido que les han recomendado? Estas
dos preguntas son la clave del destino francés, aunque uno tiene más
posibilidades que la otra, pero nada es seguro.
El sistema de partidos ha sido históricamente construido por una combinación
entre ideología y aparato, es decir, es una organización específica cuyo
objetivo es reunir a los votantes en torno a un ideario determinado. Los
partidos políticos han ido relativizando el peso ideológico y se han hecho más pragmáticos, lo que hace que su imagen
se diluya en beneficio de la unidad personalizada, el candidato. Parafraseando a McLuhan, el candidato es el mensaje. Y esto ocurre en dos sentidos, el del
apoyo y el de la negación. Estás dispuesto a votar a un candidato y no tienes la más mínima intención de votar a otros. Ahí reside en gran parte el peligro en Francia.
En
RTVE.es se dedica al análisis del futuro de los votos de Jean-Luc Mélechon (21,95%),
el tercer candidato más votado tras Macron (27,6%) y Le Pen (23,41%):
Más de una cuarta parte de las personas que afirmaban que iban a votar por Mélenchon en la primera vuelta anticiparon que se decantarían por Le Pen en caso de un duelo entre ella y Macron en la segunda vuelta, según las encuestas de las últimas semanas.
El líder de Francia Insumisa ha afirmado que entiende el "enfado" de sus seguidores tras los resultados de la primera vuelta de los comicios, pero ha insistido en que eso no debe conducir a "cometer errores que serían irreparables".*
Que el 25% de los votantes de un partido de izquierda estén dispuestos a votar a una candidata de la extrema derecha solo puede significar que son anti Macron como parte de esa ideología personificada. Su deseo real es sacarlo del Elíseo, aunque para ello tengan que "cometer errores irreparables", por usar la expresión de Mélenchon. El mismo artículo de RTVE.es señala que Mélenchon ha dicho que no cometan errores, pero no ha dicho expresamente que voten a Macron´, algo que sí han hecho otros. ¿Lo hará en los próximos días o está invirtiendo en su candidatura para la siguiente elección? Demasiada incertidumbre ante un futuro complicado.
En las últimas décadas, el pragmatismo de los partidos ha ido centrando en los líderes el foco de interés, dejando progresivamente el peso ideológico. Esto ha fomentado el crecimiento de partidos, muchas veces como escisiones de grandes partidos, a la vez que su debilitamiento. En ocasiones, algunos políticos han creado partidos personales, con la maquinaria necesaria para poder conseguir su escaño y poco más. En otras, el peso personal ha apostado por objetivos mayores aprovechando el tirón personal, como Berlusconi en Italia, por ejemplo. También Italia ha vivido la desfiguración del mapa político y la creación de un mapa personalizado.
La tendencia a la fragmentación tiene un límite, llegado al cual se produce el movimiento contrario, agrupaciones de múltiples partidos que eligen entre ellos a los líderes que deben ser "mostrados" y utilizados como banderín de enganche. Tenemos ejemplos claros de esto en España.
Lo que sí parece claro es la crisis del modelo de partido, los cambios en su funcionamiento interno respecto al pasado y la forma de proyectarse hacia la opinión pública.
Los partidos políticos son ahora un claro ejemplo de organizaciones que funcionan mediante el análisis de las respuestas de la opinión pública. Los constantes sondeos sobre cómo reacciona la opinión ante cada paso dado permite evaluar las decisiones inmediatas. Ya no se trata de saber "qué quiere la gente", sino de saber "qué quiere la gente cada día", para lo que se dispone de bien organizados estrategas con acceso continuo a las fuentes de datos sobre las intenciones de voto. Se trata de crear después el mensaje que confirme lo que la gente espera tratando de mantener una perspectiva acorde con las expectativas creadas.
Las grandes oscilaciones que ha producido la guerra de Ucrania en las intenciones de voto en Francia nos muestra la alta variabilidad de los electorados, que pueden girar en un momento dado ante una noticia determinada.
Francia, entre otros países europeos, desarrolló leyes para prevenir las entradas de hackers —rusos, esencialmente— cuya función era alterar los resultados electorales con este tipo de informaciones a las que son especialmente sensibles. Este tipo de reacción protectora nos da cuenta de lo fácil que resulta actuar sobre el cuerpo electoral planificando momentos clave en los que incidir. Un atentado, por ejemplo, puede dar un giro electoral y llevarte a perder una elección cuyas encuestas te daban ganador unas pocas horas antes.
La situación francesa es preocupante. Es una de las grandes democracias europeas y un pilar esencial de la Unión. La llegada de un partido de extrema derecha al Elíseo, de un partido con sólidos contactos con la Rusia de Putin, que lo ha financiado (le deben ocho millones de euros a los bancos rusos), es preocupante en un momento en que Europa está amenazada directamente por la guerra y sus efectos en cadena.
Los imprevisibles vaivenes en el tablero de juego de la política hacen que cada elección europea sea mirada con temor a un giro que pueda dar al traste con lo que ha costado tanto crear. El ejemplo claro en es Brexit, en donde la ligereza de los dirigentes de la derecha británica sacó al país de Europa. Las consecuencias las vemos todos los días. Una Europa débil ante las amenazas en sus puertas es el peor escenario y el que todos temen.
Que la suma de las dos ultraderechas francesas supere el 30% de los votos, que haya una fuerte abstención en las presidenciales no son buenos augurios porque marcan un línea peligrosa. Los triunfos en países como Hungría o Polonia de grupos populistas de corte nacionalista hacen ver que el modelo se está deteriorando y que lo seguirá haciendo si no se ponen las medidas necesarias. Estas han de llegar de la inspiración realmente democrática de los partidos. Hasta el momento, la respuesta ha sido intentar absorber las demandas que los populistas predican, lo que no es un buen camino. Por primera vez en España, el ultraderechista Vox ha entrado en un gobierno regional. Lo ha hecho sustituyendo la combinación anterior con un partido centrista al que han ido desmigando entre la derecha y la ultraderecha.
Queda una segunda vuelta en Francia. Es la oportunidad de evitar que ese porcentaje de Marine LePen aumente y que la idea francesa de Europa no cambie. Los tiempos están muy complicados para añadirle más aventuras peligrosas.
El voto de ese 25% de la izquierda de Mélenchon que se muestra proclive a apoyar a Marine Le Pen parece una aventura excesiva ante los márgenes que la democracia francesa se puede permitir. También dice mucho sobre el extraño sistema político que hemos creado y sus consecuencias. Cada vez queda más claro a quién favorece la excesiva fragmentación del marco de los partidos políticos.
* "Mélenchon aglutina el voto de izquierda con más del 21% y su electorado será clave en la segunda vuelta" RTVE.es 11/04/2022 https://www.rtve.es/noticias/20220411/elecciones-francia-melenchon-voto-izquierda/2330122.shtml
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