domingo, 10 de abril de 2022

El arte del desacuerdo

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


A veces los políticos se encuentran simplemente para poder decir que no están de acuerdo. Esa es la consecuencia que se puede extraer del encuentro entre Pedro Sánchez y el nuevo presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, un ejemplo claro de este tipo de planteamiento o estrategia. Desde la calle se pide el encuentro, hasta se ve con cierta lógica que se produzca, pero este no es más que una forma de manifestar lo más importante, el desacuerdo.

La política ha dado un enorme giro desde que se rige por el desacuerdo y su lógica. Su capa superficial, la comunicativa, es desde hace mucho tiempo una reinterpretación interesada  y caricaturesca de lo que dice el otro en boca propia. Si queremos saber qué dice el PP hay que escucharlo en boca del PSOE y viceversa. Los partidos quedan así liberados de tener que explicarse más allá de unos cuantos eslóganes tópicos o principios generales, que son los que sus expertos les dicen que caben en un tuit o retiene la mente del votante durante algún tiempo.

Sí, el desacuerdo es un principio esencial para entender el mecanismo que rige la política. Podría decirse que la parodia de sí mismo es aquel famoso estribillo de Groucho Marx, "¡Estoy en contra! Aunque cambies de opinión, ¡estoy en contra!" con el que mostraba el espíritu discordante de su personaje, el profesor Wagstaff,  en "Plumas de caballo" (Horse Fathers 1932).

En un sistema fragmentado como el nuestro, los partidos ven vedados los acuerdos porque eso significa ser objetivo de los partidos situados a su derecha y a su izquierda respectivamente. Es decir, cualquier acercamiento al opuesto o acuerdo es rentabilizado por parte del partido extremista que vigila su marcha día a día. Si el PP busca algún acuerdo, será aprovechado por Vox, que lo rentabilizará diciendo que el PP es traidor o flojo y que ellos son la verdadera respuesta. Por el otro lado ocurre lo mismo, dando lugar a fenómenos tan extraños como  que Podemos actúe a la vez como socio de gobierno y como oposición interior, para desesperación del PSOE, que tiene que aguantar las dos embestidas, la de la oposición y la de sus socios en cuanto que se descuida. El que se las ha llevado todas, claro está, es Ciudadanos cuyo empeño en ofrecerse a los pactos a derecha e izquierda ha hecho que lo pierda todo.

El relevo en el PP ha servido para poner en evidencia una vez más este mecanismo de sordera institucional. El presidente del gobierno y el nuevo líder de la oposición han salido diciendo lo mismo prácticamente, es decir, tratando de mostrar que el encuentro solo sirve para demostrar que el otro no atiende a nadie. Núñez Feijóo ha hablado de "frontón" mientras que el presidente del gobierno ha jugado a la condescendencia señalando las causas que han llevado al relevo en el PP y algún ministro ha aprovechado para hablar de la corrupción como de un clásico, comparándolo con "Ben Hur" en Semana Santa. Ocasión de hacer ingenio y no avanzar un milímetro en algo que el país necesita, darse un respiro para enfrentarse a los problemas que nos rodean o los que salen a la luz por nuestra absurda conducta, como ha ocurrido con la cuestión del Sahara, mantenida en secreto incluso (quizá habrá que decir especialmente) para los socios. Creo que es el ejemplo más claro de esta irracional forma de hacer política.

Una de sus peores consecuencias es el proceso selectivo que implica en los partidos, donde ya no se buscan personas con ideas o de talante negociador, sino justo lo contrario, ingeniosos contestadores (como lo de Ben Hur, que los medios repetirán encantados y deleitarán a las audiencias proclives a este tipo de fórmulas retóricas) y personas con cierto desparpajo para estar en la primera línea diciendo este tipo de sandeces. Los líderes tratan de forjar su imagen de dialogantes, personas de ideas, pero se rodean de toda esta artillería retórica cuya función es allanarles el camino con sus bombardeos.

La necesidad de una política con dimensión mediática actúa en contra del político discreto o moderado. El paso a la primera línea implica la necesidad de transformarse para ajustarse a las necesidades del nuevo rol.

La política necesita de la información, pero mucho menos de toda esta escenificación teatralizada. Los creyentes en el poder de la comunicación dan más importancia a los discursos que a los hechos, a las apariencias que a la realidad. Los "hechos" solo son perceptibles a través de los discursos que los describen y la "realidad" es siempre una alternativa a sí misma. Es comprensible que estos principios estén asumidos si le permitieron a Trump llegar a la Casa Blanca seduciendo a la primera democracia mundial. Aunque no hayamos llegado tan alto como Trump, los mecanismos son los mismos: todo es comunicación; quien controla la comunicación, controla el sistema. Vivimos en una especie de "cueva platónica" poblada por coloridas sombras que nos seducen, como sirenas, arrastrándonos a las urnas.

Hay ejemplos en todo tipo de grados de desacuerdo. Lo importante es mantener un rival, enemigo, opositor al frente, alguien sobre el que dirigir los peores sentimientos de las audiencias, convencerlas que son el origen de todos sus males. Los otros lo hacen todo mal y solo yo tengo una sencilla receta para cambiar nuestro destino.

Los efectos que este tipo de simplificaciones y polarizaciones son graves y distorsionan el sentido de la política, extendiéndose además como modelo a otros ámbitos en los que hacen también estragos impidiendo la colaboración de todos.

Tras los últimos cambios en la política española, llegamos rápidamente al mismo punto en el que nos encontrábamos: el desacuerdo. Los líderes han realizado una rápida escenificiación, encuentro y desencuentro. Raudos se han dirigido al país para notificarnos que no hay posibilidad de cambio porque hablar con el otro es como hacerlo como un muro, por un lado, mientras que desde el otro se señala que los cambios son ficticios y que todo sigue igual por más que se cambie de cara. Simplemente, todo cambia para seguir igual. Nunca antes han hablado tanto los políticos para decir tan poco.

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