Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nos tienen asustados a todos. Entre el súper apagón y el coronavirus somos como la rodaja de mortadela entre dos trozos de pan. Esta cosa angustiosa de si llega la sexta ola y de si lo viviremos a oscuras nos tiene acongojados y está produciendo extraños efectos.
Hace
unos días, la televisión nos regalaba ya con la celebración navideña en un
pueblo y nos explicaba que eran los primeros del año en hacerlo, seguido a
pocas horas por otro pueblo decidido a hacer lo mismo. Hay un componente de
acelerar el consumo para dar salida a muchas cosas que se pueden quedar en los
cajones, pero sobre todo hay un cierto temor a quedarse sin navidad con esto de
las subidas de los indicadores, que ayer ya sobrepasaba los 90. Subimos ya de
diez en diez y pronto lo haremos de veinte en veinte si sigue estos así.
Y el caso es que no acabo de entenderlo bien. Cuando vi a todas aquellas gentes reunidas en la plaza del pueblo para celebrar el encendido con una gran fiesta no pude dejar de hacerme una pregunta: ¿cuántos están adelantando además de la navidad el contagio? No sé si entendemos bien las cosas. No es la Navidad lo que trae los contagios, sino las reuniones. Da igual que sean el 25 de enero, el 7 de julio o el 1 de mayo. No son las fechas, sino las reuniones. Son las medidas que se toman lo realmente eficaz, no los momentos. Es cierto, que una mayor expansión del virus aumenta las probabilidades en las reuniones, pero también lo es que con más reuniones aumenta la probabilidad de expansión del coronavirus.
En el
diario ABC de hoy encontramos el siguiente titular "El miedo a las
restricciones desata la fiebre por celebrar la Navidad en noviembre".
Obsérvese que el "miedo" es a las "restricciones", no a los
contagios. Hemos cambiado de enemigo: no percibimos un mal en el coronavirus
sino en la forma de evitarlo. Esto supone un enorme retroceso, que —no lo
niego— puede tener su lógica en el aburrimiento, en nuestra economía de la
celebración y en la pérdida de confianza. Pero todo esto, que puede ser cierto,
no sirve para evitar los contagios, sino para más bien lo contrario. Tras hace
un repaso de cómo se anulan festejos en diversas partes del mundo, nos dicen en
el diario:
Lo cierto es que las previsiones de no hace
muchas semanas de que este año se recuperarían sin problemas las fiestas
navideñas en todo el planeta se diluyen ahora en lugares donde se ha encajado
la sexta ola. Así ocurre en gran parte de Europa, por ejemplo, mientras España
lo observa desde el alero. Eso sí, el miedo a quedarse sin esa Navidad añorada
de 2019, como ocurrió en la de 2020, ha cundido. En nuestro país, a pesar de
que la incidencia acumulada y la situación hospitalaria no hacen presagiar una
intensa oleada de coronavirus, algunas comunidades han empezado a ponerse
serias en la exigencia del pase Covid para los locales. Y con ello sí se
podrían ver de nuevo afectadas (o con nuevas limitaciones, precisa José Luis
Yzuel, presidente de la Federación de Hostelería de España) los encuentros de
estas fechas. Por eso se han adelantado al mes de noviembre, ratifican los
hosteleros.
«No son solo comidas y cenas de empresa, son
reuniones con amigos y encuentros con compañeros de trabajo, quedadas porque
queremos recuperar ‘ese verse y ese tocarse’», añade el empresario maño. Estas
fechas se han marcado con números rojos en el calendario para despedir 2021.
«Será un buen final de año –remacha Yzuel–, con un buen nivel de reservas. Así
la hostelería cicatrizará parte de las heridas de la pandemia; con medidas que
nos abocaron a la ruina».*
Me
parece muy loable que la hostelería intente salir de la ruina, pero hay muchos
que intentan salir de las UCI y otros que ya no pueden salir de ningún lado. Adelantar
y fomentar festejos no es la perspectiva adecuada para lo que es el problema
principal, la salud de millones de personas por todo el mundo.
Por
algún extraño y perverso motivo, los representantes patronales no han dejado de
tener un micrófono delante para quejarse de lo
suyo. Y "lo suyo" no es otra cosa que el reunir el mayor número
de personas y que consuman, una descripción somera pero ajustada. Este fomento
de la añoranza del abrazo, del
tocarse, tiene algo de impúdico cuando lo que se está pidiendo es que se
mantengan distancias de seguridad. Incluso ese incluyente "nosotros"
en el que el empresario y el consumidor se funden en un abrazo verbal.
Las restricciones tienen un sentido. No son las enemigas. El miedo a que en un ambiente social caldeado por la propia crisis no encontremos el "desahogo" de las múltiples variantes del ocio que tenemos en este país (de la cabalgata al chiringuito, del prostíbulo a la cena de empresa, etc.) parece pesar.
Aquí no habla nadie de fábricas o empresas. Es el "ocio" el que plantea los problemas. La "neoliberal" Madrid, centro de las patronales, ha decidido que mejor que restricciones (que les debe parecer muy autoritario) es hacer "cribados masivos", es decir, facilitar a la gente la reunión creando el sentido de que estás libre. Es más fácil decirlo que hacerlo, especialmente cuando la gente se dirige allí donde hay menos restricciones, no donde hay más cribados. Tal como ha ocurrido ya antes en la ciudad se generará un flujo de turismo de riesgo en el que todos aquellos que quieran y puedan podrán venir a la ciudad a hacer lo que no pueden hacer en sus países. Algunos lo llaman "liberalismo" y una "libertad".
El otro miedo, el del apagón, fomentado desde distintos medios, como comentamos hace unos días, también empuja a comprar y celebrar antes del fin del mundo y acelerar las compras y rebajas. Es una especie de "milenarismo" que presiona para gastar y disfrutar antes de ese temido apocalipsis cuya reacción emocional es lanzarse a las calles tras el paso por el supermercado.
Hay un tercero, el de la cadena de suministros. Además de restricciones y apagones, corremos el riesgo de llegar a la tienda y que no haya juguetes o papel higiénico, que nos llegue el whisky británico porque no hay relevo generacional en los camioneros o por cualquier otra cosa, que la falta de papel impida encontrar el libro que pensábamos regalar... Y así hasta agotar el muestrario de crónicas de muertes anunciadas cada día. Todas estas noticias provocan la escasez por temor a quedarse sin algo y, no lo olvidemos, el alza de los precios y la inflación galopante. Lo escaso, real o imaginario, vale más.
Veremos los resultados. Es una pena que el simple anuncio de que puede haber medidas de control suscite estas reacciones contrarias que no hacen sino que se cumpla la profecía. Hicimos bien en celebrar la Nochevieja en noviembre, dirán algunos ante unas Navidades con cifras disparadas. No acaban de entender que serán esas celebraciones las que aumenten los contagios. Tendremos papel higiénico para varios años... si es que el mundo aguanta.
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