jueves, 4 de noviembre de 2021

Mujeres invisibles

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


La Vanguardia, a través de un artículo de Enrique Bolland, se hace eco hoy mismo de la situación de los grupos de mujeres que llegan a España para el trabajo de temporeras, para la recogida de la fresa especialmente, y de las trabajadoras del hogar, ambos grupos sometidos a explotación e invisibilidad.

El artículo de Bolland nos habla del encuentro que se está celebrado en Alicante, en Casa Mediterráneo, en el que estas mujeres y los grupos de apoyo denuncian esta situación en la que son engañadas sobre lo que se van a encontrar y el trato que van a recibir.

“Nos dijeron que tendríamos alojamiento gratis, un contrato de trabajo de seis meses y seis mil euros brutos; pero casi todo era mentira. Vivíamos quince chicas en dos habitaciones, con un baño. En Senegal no hace frío, no teníamos ropa adecuada. No hablábamos español. Solo teníamos interpretes los dos primeros días. Nos gritaban. La fresa era más importante que nosotros."

[...] Vienes con esperanza, y no encuentras lo que esperabas. ¿Por qué no te vas? No es tan fácil, a veces te arrepientes. Pero venir es más fácil que regresar".

 

Creo que estas palabras, dichas por Fatma, una de las mujeres que cuentan su experiencia, son bastante claras al respecto. Al comienzo de la pandemia se responsabilizó a los temporeros de ser los transmisores con sus idas y venidas, de un espacio de recogida a otro. La realidad es que las condiciones de vida, de hacinamiento y falta de higiene en la mayoría de los casos, así como la obligación de moverse, contrastaba con las medidas de prevención que se le pedían a la población. Pero, como bien señala Fatma, "la fresa era más importante que nosotros". Ellos tenían que moverse entre carencias. Algunos pidieron que se les aislara más para poder cumplir con su trabajo, que debía se hecho aunque se contagiaran entre ellos. Algo similar se pidió en una gran empresa cárnica de los Estados Unidos, con trabajadores inmigrantes: que se contagien entre ellos, que no salgan de la fábrica. El trabajo y el beneficio es lo primero.


Cada vez hablamos más de riqueza y menos de justicia, un valor a la baja y que tiene mucho que ver con la percepción del fenómeno de la inmigración. Hay grupos políticos y sociales que se empeñan en expandir la xenofobia y el racismo usando la excusa migratoria. En un país con un paro endémico, empleo precario y mal pagado, es fácil hacerlo, al responsabilizar al que viene de fuera de esa situación. Sin embargo, se les recluta con engaños porque son presa fácil para la explotación.

En el artículo toma la palabra una mujer marroquí, Rahma El Basraouri, señalando que la mayoría de estas mujeres vienen de su país y lo hacen cubiertas por un acuerdo entre ambos países. Sin embargo,

[...] El Basraouri denuncia que todas las mujeres que vienen cada año regresan con lo justo para sobrevivir y siguen viviendo en la extrema miseria. Las empresas exigen que las trabajadoras sean mujeres entre 18 y 40 años, que estén casadas, divorciadas o viudas y que tengan hijos menores de 14 años a su cargo.

"Este control sobre la vida privada de las mujeres es impensable en un estado de derecho que garantice la igualdad entre personas", lamenta El Basraouri. "Son requisitos discriminatorios que han sido aceptados por las autoridades. Y que no se aceptan más que para personas extranjeras". 

Y relata: "Cuando llegan, les quitan los pasaportes, viven en las fincas donde trabajan, en contenedores de obra con literas y un baño comunitario, en muchas ocasiones sin agua caliente. Entre seis y ocho mujeres por contenedor, alejadas de cualquier población, adonde solo pueden acudir una vez por semana".

La función de los requisitos es, evidentemente, evitar que nadie se quede. La existencia de lazos familiares, básicamente los hijos, son la garantía de que van a estar lo justo aquí. Y lo justo es el tiempo para la recolección.

Creo que no nos acordamos de la España emigrante, de los tiempos en que la gente se marchaba a países donde poder ganar lo que aquí no se ganaba, para volver. Habría que volver a ver "¡Vente a Alemania, Pepe!", una realidad olvidada bajo la máscara de la comedia. Habría que preguntar a los que se pagaban los estudios marchando a la vendimia en Francia, como conocí a algunos.


La injusticia tiene que ver mucho con la falta de memoria, tanto que se habla de ella. La justicia necesita del recuerdo para poder ponerse en el lugar del otro de forma real y no percibir a los que llegan sin recordar lo que provocaba el tener que marchar. Pero callamos y olvidamos, que son los requisitos para poder vivir explotando sin escrúpulos, solo con la vista del beneficio.

Estos días nos hablan del desprecio a los empleos tradicionales, de que no hay relevo  generacional. Son puestos que acaban cubiertos por la inmigración a la que no se trata, como denuncian estas mujeres, tal como se les promete.


25/07/2020

El caso que recordaré siempre de este periodo de la pandemia es el del abandono de una trabajado del campo, abandonado ante la puerta de un hospital en Murcia por sus jefes, debido a un golpe de calor. No se pudo hacer nada por aquel cuerpo que interesaba mientras servía y dejó de interesar, convirtiéndose en un "problema", cuando se derrumbó bajo el aplastante calor que padecimos todos, pero de cuya forma de combatirlo estaban excluidos. Trabaja o revienta. Otro inmigrante, el que le dejó en la puerta del centro de atención médica, era el "explotador oficial", su jefe directo, mientras que el dueño de las tierras se limitaba a contratar con él al grupo.

Retrocedemos. Las crisis sucesivas nos han endurecido y en vez de ser más solidarios, cerramos los ojos ante una realidad como la que denuncian estas mujeres, tanto las temporeras como las del servicio doméstico, de las que se ocupa la segunda parte del artículo citado: 

Si esto ocurre en un colectivo amparado por la legalidad, existe otro que, siendo aún más numeroso, permanece en una paradójica invisibilidad: las empleadas de hogar. Fatma Guisse lo explicó con claridad, "si hablamos de mujeres inmigrantes hay que hablar de las empleadas de hogar".

El 85% son inmigrantes, y más de 200.000 no tienen contrato, porque la mayoría están en situación administrativa irregular. "Y a veces estas obligada a aceptar lo que sea, porque tienes que enviar dinero a tu familia, tienes que pagar el alquiler. Incluso a veces prefieres trabajar como interna para camuflar tu situación irregular", explica Guisse.

Y todo eso te hace más invisible. "No te pagan bien, no te respetan, no puedes empadronarte, no puedes estudiar, si tienes formación no te sirve de nada porque tu preocupación es sobrevivir", añade.*

Los inmigrantes no votan. Los que les contratan abusan de ellos y los que están en el paro piensan que son ellos los que les quitan "sus" trabajos, aunque cuando están libres no los quieren, precisamente porque están bajo el estigma del esclavismo. Ayer mismo hablaban de los trabajos en la construcción, señalando que nadie los quiere, que se abastece de inmigración, como podemos apreciar pasando frente a una obra.

20/10/2021

Hace un par de días, un catedrático de Economía de una universidad en Cataluña hablaba de forma clara y directa sobre la crisis de los "microchips" para los automóviles. ¿No se pueden fabricar en España?, le preguntaban. "¡Claro que sí, hay cientos de empresas que podrían hacerlo!", pero fueron nuestros empresarios los que "deslocalizaron" el trabajo mandándolo allí donde se fabricaba más barato. Eso supuso la pérdida de puestos de trabajo porque, como decía un responsable de una gran compañía eléctrica estos días, "no se puede privar a los inversores de sus beneficios", aunque estos sean obtenidos con la destrucción de la industria, empresas y hogares, que se ven atacados por este beneficio protegido. "No es mi problema", responden.

"No es mi problema" es el lema de las sociedades contemporáneas. Se plantea en grupo o individualmente. Es el lema del egoísmo, de la insolidaridad, de la falta de respeto a los otros justificándolo con todo tipo de prejuicios y subterfugios. El "no es mi problema" justifica la explotación, el abuso de las personas, incluso su invisibilidad condenándolas al silencio. 

No quiero acordarme de ellas cada vez que me coma una fresa. Exploto a las personas y, como expresó Melania Trump, lo justificó diciendo que un niño inmigrante está mejor en una cárcel norteamericana que en su país, esos que su marido llamó "pozos de mierda", en ajustada metáfora a su sensibilidad poética.

Muchas veces son la pelota humana con la que juegan los países. Las mujeres marroquíes lo han sido en los conflictos últimos. Marruecos amenazó con no dejarlas regresar una veces, con no salir otras, sabedor de que con ello se creaba un problema para la recogida de la fresa y para el regreso después. Vienen, trabajan y se van; ni un minuto más. Ese es el pacto. No se merecen esto.


Sí, algunos justifican la explotación con ese "en su país están peor" o "si no les gusta, que se vayan, que ya vendrán otros", fórmulas que justifican todo. Sin embargo, el envilecimiento social que produce esta mentalidad es enorme. La injusticia no tiene límites, pronto se expande y te llega en forma diversas e inesperadas en su forma pero predecibles en su fondo. Crees que solo les afecta a ellas, pero te está destruyendo tanta inhumanidad.

La injusticia, la insolidaridad... son cánceres sociales. Es el demonio de la indiferencia que te acabará afectando por más que quieras pensar que todo es diferente, que nada es comparable. Estas mujeres han podido contar durante un par de días sus problemas en el mundo del "no es mi problema". Hay al menos alguien que les escucha antes que la oscuridad de lo cotidiano devore sus palabras.

 


* Enrique Bolland "Mujeres inmigrantes denuncian en Alicante el silencio ante la "esclavitud moderna" que sufren" La Vanguardia 4/11/2021 https://www.lavanguardia.com/local/valencia/20211104/7836721/mujeres-inmigrantes-denuncian-alicante-silencio-esclavitud-moderna-sufren.html


El Diario 2/08/2020

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