Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
política española se está haciendo más compleja cada día, una complejidad,
además, que poco tiene que ver con la política en sí y más con prácticas de
patio de vecindad, por no decir de patio de escuela. El problema es que esto
engancha. Es la confluencia entre una serie de géneros y una confección final
de culebrón.
Vayamos
al principio. En el principio un mito, el del bipartidismo. Es falso. En España
hubo un inicio de democracia con 500 partidos. Las primeras elecciones barrieron del panorama
a todos los que tuvieron menos votos que militantes y empezaron a unirse. Los
partidos de la izquierda y los independentistas, que habían surgido antes y
durante el franquismo, sobrevivieron medianamente bien. Aquello que se llamó el
Centro fue una concentración de personalidades y tendencias. Duró lo que duró.
En
realidad, en España no ha existido nunca un bipartidismo gracias al mapa
autonómico y ha sido frecuente que los grandes partidos tuvieran que gobernar
con los nacionalistas, dentro y fuera de las Comunidades.
Lo del
bipartidismo ha sido un invento favorecido sobre todo por los de la llamada
"Nueva Política", que se prometían romper la hegemonía de los dos
partidos que cubrían centro derecha —los populares— y el centro izquierda —los
socialistas—. Ambos partidos habían pasado por diversas transiciones y fusiones
a lo largo de la historia política tras el franquismo. La tendencia hacia la unidad llevó a acuerdos, a repartos y fusiones.
Cuando llegaron los "nuevos", lo hicieron desde los márgenes de los partidos —Vox, Podemos— y desde su interior, como relevos generacionales, Sánchez y Casado. Partidos nuevos y nuevas caras, todos iban a cambiar lo que había, que al parecer no gustaba a nadie.
Se deshicieron de los cadáveres políticos con noches de los cuchillos largos. Los
periféricos se pelearon entre ellos, especialmente por la izquierda,
discutiendo el liderazgo fuerte, cuando no autoritario de sus jefes. Un día eras fundador de un partido y otro estabas en la calle. Unos se
fueron a casa y otros trataron de dar la batalla desde posiciones autonómicas,
como Más Madrid. Todos estos líos y muchos otros más dieron lugar a eso que iba
a ser una bendición, la "nueva política", y que ha generado
desconcierto y frustración en muchos, porque ha acabado como la
"vieja", pero mucho más sangrienta. Alguno ha traído nuevas maneras de insultar y poco más.
El
último "invento" de esta política renovadora es el "cainismo",
que llevaba mucho tiempo inventado, por lo que es un "revival" o una
"operación nostalgia". Hartos de pelearse con sus enemigos
exteriores, que les deben pillar lejos, han decidido pelearse entre amigos,
familiares y allegados.
Por la
izquierda, en el gobierno, las peleas que nunca existieron entre las
vicepresidentas a cuenta de la reforma laboral se han resuelto, según algunos
analistas, con vestidos rojos y blancos y luciendo sonrisas, lo que además de
ser machista es un engañabobos. Hemos asistido a todo tipo de explicaciones pacifistas que
no convencen a nadie, pero que les sirven para enfundar de momento sus cuchillos y a los
periodistas para desenfundar sus plumas. Sangre y tinta corren en paralelo. Los medios próximos a los partidos se ceban en estos casos de los contrarios, mientras que otros ponderan el buen clima existente en los afines.
El último
episodio —por el momento— lo estamos viviendo con el PP madrileño, que es
la forma que algunos tienen de devolverles el "favor" por lo de las vicepresidentas. La "nueva
política", como hemos podido ver, tiene más de culebrón que de otra cosa, de telenovela
familiar en la que unos y otros se pelean y se dan pellizcos retorcidos en
los brazos mientras esbozan sonrisas. Aquí se trata de demostrar que tú estás unido a los tuyos (aunque no sea acierto), mientras que los otros se llevan fatal.
Tenía
razón McLuhan, "el medio es el mensaje". La "nueva
política" se da en un escenario nada reflexivo, pasional y discutidor
hasta el infinito. Las ideas escasean y las palabras son ladrillos y afilados
cuchillos lanzados contra próximos y distantes. Debe producir subidones de
adrenalina, como si estuvieran haciendo "puenting" todo el día. Se llevan a casa el puñal, del que no se separan ni para dormir.
La política —por llamarla algo— española muestra ese lado feo, poco elegante de la zancadilla, de la retirada a medias, forzada y de mala gana, del te espero en la calle. Malos hábitos, malas prácticas, muchos falsos abrazos y palabras grandilocuentes lanzadas al tendido. La política española —derechas e izquierdas— vive de estas escenificaciones y poco más. Escenificaciones de unidad o de rupturas, según toque. Es la tensa espera entre elecciones, ya sean nacionales o autonómicas, que todas hacen subir la adrenalina. Las buenas gentes se van a casa hartos; los que se quedan, ya saben qué les espera por delante: elegir capitán y prepararse para las batallas para conseguir el liderazgo, una apuesta fiel. Las primeras victorias son siempre en casa.
Me
llama la atención el titular del diario El País tomando palabras de García Egea
contra uno de esos diablillos en la sombra, Miguel Ángel Rodríguez: "García
Egea a Rodríguez: “No tienes derecho a enfrentar a Casado y a Ayuso. No te lo
permitiré”"*. Es toda un una declaración contra el fuego amigo. Parece que en la política española actual mueren más
de tiros por la espalda que de frente.
* Elsa
García de Blas y Juan José Mateo "García Egea a Rodríguez: “No tienes
derecho a enfrentar a Casado y a Ayuso. No te lo permitiré” El País 7/11/2021
https://elpais.com/espana/2021-11-07/garcia-egea-a-rodriguez-no-tienes-derecho-a-enfrentar-a-casado-y-a-ayuso-no-te-lo-permitire.html
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