Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Leo en
la web de RTVE.es un artículo firmado por Laura Gómez con el titular "El
auge de los establecimientos 'solo para adultos': ¿aumenta la niñofobia?".
Parece ser que proliferan los establecimientos hosteleros (esos que ahora se
llaman de "ocio") y de otro tipo que han decido que la infancia no
forma parte de sus negocios. Los niños son ruidosos mientras que, por ejemplo,
las anheladas comidas o cenas de empresa, despedidas de soltero, etc. no lo
son.
Explican
que hay gente que por el hecho de pagar considera que "tiene derecho"
a decidir quiénes entran o no en el local, quienes está a su vista o lejos. Los
hosteleros, claro, se pliegan porque el tipo de sociedad a la carta que hemos
creado el cliente mayoritario manda y las familias se han ido reduciendo,
considerándose cada hijo un grado más de deterioro, casi una perversión.
Me
recuerda esas noticias que aparecieron no hace mucho de turistas rurales que
protestaban porque los gallos cantaban al amanecer y otros más recientes en el
que consiguieron hacer callar las campanas de la iglesia del pueblo porque les
molestaban, los vecinos reaccionaron y protestaban ante el hotel frente a la
iglesia. Supongo a los turistas urbanos, el sonido de las protestas les resultaba
más familiar y les permitía conciliar el sueño.
Junto
con los demonios del mercado (o haces lo que quiero o me voy a otro lado, como
reza una campaña publicitaria), que plantean exigencias desde la perspectiva
del cliente —que siempre tiene razón— creo que existen varios factores en lo
que respecta a nuestras percepciones de los "niños" y la idea misma
de "familia".
Por un
lado, los niños son fuente de ingresos para todos aquellos que los han
convertido en objeto de algún tipo de venta. Se les presiona de forma descarada
desde la publicidad con todo tipo de mensajes para que ellos mismos sean los
que presionen en las familias para conseguir aquello que se les ofrece. Se ha
tenido que regular toda esta presión mediática porque sobrepasaba en muchos
aspectos lo admisible. Ahí no se ponen más problemas y los niños son objeto
claro de desembarco comercial.
Estamos
percibiendo la sociedad a través de los filtros egoístas del mercado. Eres lo
que rentas y así se te trata. Si alguien consigue clientes anunciándose
como "lugar libre de niños" tendrá más y les cobrará un plus de
tranquilidad, por decirlo así, asegurándoles que no tener niños cerca hay que
pagarlo, que tiene un coste.
La
pandemia nos está mostrando el poder de las patronales de este tipo de
sectores. No se habla de otra cosa en nuestros informativos. Todos nuestros problemas son bares y mesones,
restaurantes y chiringuitos, hoteles y paradores.
El tema, en cualquier caso, no es nuevo. Se viene detectando desde hace ya varios años (el titular anterior de Libre Mercado es de 2018 y el posterior de ZEN, de 2016). No es un problema, pues, de la pandemia sino nuestro, algo que aflora como sociedad y contra lo que no combatimos, como tantas otras "malas costumbres" que se van quedando por falta de resistencia.
La perspectiva egocéntrica de mercado —yo pago, yo mando— podemos imaginarla, pero
cuesta más adentrarse en otro tipo de factores, aquellos que inciden en
factores de tipo sociológico.
En el artículo se señalan diferentes perspectivas más allá de la todopoderosa hostelería:
"Nos parecería una auténtica aberración
no dejar entrar a una persona por su color de piel". Así de contundente se
muestra la psicóloga Verónica Pérez, que habla incluso de niñofobia. Y lo
argumenta: se trata de niñofobia porque esta se define como la exclusión de la
infancia de muchos espacios "que no tiene como fin su protección de
lugares peligrosos o inadecuados", sino que se debe a que la presencia de
los niños molesta, fastidia y sobra.
Por su parte, al presidente de la Asociación
para la Defensa del Menor (Aprodeme), Francisco Cárdenas, no le agrada el
concepto de "fobia" y se limita a hablar de "problema de
convivencia". La psicóloga y fundadora de la asociación Crianza
Respetuosa, Belén Fernández, lo achaca a una "falta de perspectiva de
infancia". Pero, pese a la disparidad de juicios en cuanto a la palabra
adecuada a la hora de hablar de la discriminación de la infancia, todos
reconocen la prohibición de la entrada a los niños como algo injusto. ¿Lo es
realmente?
La
pregunta final abre una serie de perspectivas que se pierden por los recovecos
legales y por los principios aplicados, muchas veces de mala manera. Que se nos
diga que se aplica el viejo "derecho de admisión" a los niños es una
aberración realmente, porque este se aplicaba a aquellos, individualmente, que
con su comportamiento pudieran crear algún tipo de conflicto o problema. En el
caso de los niños no es individual sino colectivo, da igual cómo seas. Tampoco
se puede aplicar una línea de edad porque un restaurante o un hotel no son
espacios de los que se deba proteger a la infancia. Aquí se hace lo contrario,
los adultos "se protegen" de los niños, lo cual vuelve a ser un
prejuicio y una aberración que se admite por la ley del mercado, como señalamos
anteriormente.
No gusta la palabra "niñofobia", pero es real. Hemos desarrollado un sociedad en la que la familia es un concepto romántico, de raíces y pertenencia, a lo Toretto, pero no es cada vez más difícil la convivencia social o incluso dentro de las mismas parejas, muchas de las cuales optan por no tener hijos porque la forma de vida que han desarrollado es poco compatible con sus ideales. Incluso la pareja misma se ve sometida a estas presiones cuando se reclama un "espacio" por cada uno de los integrantes.
En muchos países esto se ha convertido en una realidad, en un mundo sin niños, ya sea por lo reducido de los ingresos de los jóvenes, las malas condiciones de trabajo que lo dificultan o, sencillamente, porque es más cómodo estar sin ellos. A estas personas les resulta molesta su presencia y al ir creciendo (volvemos al mercado) pueden imponer sus condiciones que otros aceptan. Si el cartel "Solo adultos" les permite concentrarse, ya tienen su espacio garantizado.
No hay una visión social de lo que implican todas estas maneras que estamos admitiendo como buenas. La verdad es que vamos a la deriva sin referencias. Los conflictos se nos acumulan (¡cuidado con las confluencias de conflictos!) porque hay pocas líneas que nos marquen el camino dentro de esta especie de todo vale mientras sea rentable.
Percibir
a los niños como "ruidos molestos" es una forma de asentar un tipo de
aprendizaje con consecuencias en el futuro. Ya tenemos muchas a la vista,
aunque tratemos de ignorarlas. Todo este conflicto intergeneracional que se
muestra en batallas como las de los botellones no surge espontáneamente. Son
resultado de una serie de prácticas sociales que hemos ido desarrollando con
esas mezclas entre señales de que puedes tener todo a tui alcance pero luego se
te percibe como un elemento desagradable. Eso tiene consecuencias.
Algunos de los entrevistados en el artículo hablan de problema de "convivencia", aunque habría que preguntarse de quién con quién. Si recuerdo un "mandato" de mi infancia era "¡que no te tengan que llamar la atención!". Nuestro concepto bélico de la vida nos está llevando a ser islas de varios tamaños contra las que chocan las olas ajenas. Quizá tendremos que empezar a aprender a convivir y asumir que los gallos cantan y los niños ríen, lloran y corren. Lo estamos cimentando casi todo en el dinero y no es un buen camino. El dinero no compra todo y, especialmente, educa muy mal.
Somos unos de los países más viejos, con un mayor envejecimiento de la población y, por ello, tenemos una de las cifras de hijos más bajas. Ahora los niños molestan. Recordemos el verso del poeta W. Wordsworth: "El niño es el padre del hombre". Hay que ser muy absurdo para ignorar que los adultos de mañana son los niños de hoy y que los adultos de hoy han sido alguna vez niños, aunque algunos no lo recuerden o parezcan.
Es precisamente una consecuencia de todo esto que no nos gusta: la prolongación de la falta de madurez más allá de lo razonable. Si la madurez se caracteriza por algo es precisamente por su capacidad de ponerse en el lugar de los demás. Pero nadie quiere salirse de su pequeña embarcación mental a la deriva. "Si no tengo hijos, ¡no voy a aguantar los de los demás!" Triste y, sobre todo, un oscuro futuro.
* Laura
Gómez "El auge de los establecimientos 'solo para adultos': ¿aumenta la
niñofobia?" 18/11/2021 https://www.rtve.es/noticias/20211118/auge-establecimientos-solo-para-adultos-ninofobia/2221920.shtml
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