Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¿Es
nuestro destino estar pensando siempre en la siguiente ola? La experiencia nos dice
qué debemos hacer para evitar salir del valle en el que estamos actualmente. Pese a ello, los medios se han llenado estos días de preguntas y de respuestas variadas sobre lo que se considera inevitable, la sexta ola. Sí, la ola llegará, pero puede hacerlo de muchas formas.
España
está tratando de gestionar la infrecuente situación de harse comportado mejor
que los vecinos europeos, los que en estos momentos están con cifras disparadas,
en algunos casos no vistas desde el indicio de la pandemia, como es el caso de
Alemania, algo que se nos repite cada día con los datos en la mano y los gráficos en pantalla. Pero el temor generalizado es que está situación actual no dure, se invierta de nuevo dejándonos maltrechos y confinados.
Estados Unidos acaba de abrir sus puertas a los turistas. Nosotros,
desgraciadamente, dependemos del turismo para vivir. El atractivo de unas
cifras bajas, también por desgracia, tiene un efecto llamada del que es difícil
librarnos. Cuanto mejores sean nuestras cifras, más turistas llegarán,
incrementando las malas cifras y haciendo que se vayan a sus países en cuanto que esto ocurra. Ya
ha pasado en varias ocasiones con regiones españolas que, tras anunciarse la
baja incidencia del virus en ellas, incrementaban el turismo interior y pasaban en poco
tiempo a tener unas cifras más altas de contagios. Quedaban en ese momento con las UCI llenas y con las
playas, montañas y restaurantes vacíos. Se han formado así ciclos de bajadas y subidas
en función del aumento de visitas y de contagios.
Las estimaciones de la U. de Washington para la sexta ola |
Los
expertos y los medios ya dan por descontada la sexta ola. Especulan que con la
llegada del frío la gente se quedará en interiores, que se reúne y cierra las
ventanas favoreciendo así los contagios. Los elementos sociales, como el aumento de
los contactos por las festividades, igualmente, son motivo de contagio. Los
primeros brotes, recuerden, se dieron en funerales, donde la gente se abrazaba
y besaba para volver de nuevo a sus localidades de origen. Se llevaban así los
virus con ellos y los transmitían. El virus aprovecha nuestras formas de
contacto, ya sean familiares o turísticas; son nuestros traslados los que lo
mueven. La ola somos nosotros.
Esta
misma mañana se planteaba en un informativo el factor de transmisión de los
niños, señalando los expertos consultados que los niños son "súper
transmisores" de las enfermedades como la gripe, que tienen poco efecto
sobre ellos pero que "se lo pegan" a todo el mundo. Los contagios,
muchas veces, llegan a las familias con una sonrisa infantil.
Sí, la
sexta ola se da por hecha, pese a que tenemos unos de los indicadores más
bajos de Europa, que es donde se concentra ahora el problema, según nos dicen.
Se pondera mucho el buen resultado aquí de las campañas de las vacunaciones y se
señalaba ayer que la inmensa mayoría de los que se encuentran en las UCI están
sin vacunar. Con más del 80% vacunado, ese resto que queda se expone mucho más
por la mayor gravedad de los síntomas. Lo que los demás pasan de forma leve,
les lleva a la UCI y a algunos a la tumba.
La
sexta ola se teme porque coinciden el invierno con sus fríos y sus locales sin
ventilar, a lo que se añaden las reuniones familiares sin mascarillas y otras
celebraciones de amigos o públicas. Un factor importante añadido es que no
sabemos realmente cuánto tiempo nos durará la inmunidad. El habernos vacunado
por edades conlleva un problema añadido: la pérdida de defensas se puede
producir en grandes grupos. Aunque no todas las personas sean iguales, sí habrá
una mayor proximidad en los grandes grupos de edad, por lo que es de temer que
la pérdida o debilitamiento de las defensas se produzca también en grupo, en
fechas similares. Aunque hablan de ocho meses de defensas, solo se está
planteando, la dosis de refuerzo para los mayores de 70 años, que es donde se da
la mayor mortandad. El grado de caída de las defensas es un factor importante
que todavía desconocemos por lo reciente de las vacunaciones.
Algún
día, con distancia, se señalará lo increíble de este proceso científico,
avanzando a tientas a velocidades impensables respecto a otras enfermedades que se ha tardado años y años en poder salir de ellas. Por eso se lleva tan mal que
mucha gente no acabe de entender que es lo que se pide de ella.
Ese 20%
de la población que no se vacuna ha elegido un camino absurdo e insolidario que
no tiene nada que ver con la "libertad" sino con la
"estupidez", algo que no solo les afecta a ellos sino que expone a
todos los demás. Supongo que toda sociedad tiene un número parecido (o mayor)
de este tipo de personas. Cada país está afrontando el problema desde distintas
medidas, más o menos duras según sus propias situaciones. Si hay algún
negacionismo absurdo, es el del COVID-19. ¿Cuántos muertos hacen falta para
entenderlo?
Nuestra
sexta ola llegará por un factor o, lo más probable, por la suma de varios de
ellos. Si tenemos en cuenta que ya lo damos por hecho, esto implica una cierta
fatalidad. Parece que es inevitable precisamente porque así lo hemos asumido.
Las medidas son sencillas, conocidas y para todos. Todo depende, en gran
medida, de nuestra capacidad de sacrificio y de interiorizar como normalidad la
presencia del virus y no lo contrario. Hay que dar márgenes a los que
investigan y a los que se dejan la piel en hospitales y demás centros de salud,
atendiendo mayoritariamente a los que decidieron que la enfermedad no existía,
que no iba con ellos.
Hay
muchos intereses económicos en que nos movamos, en que vengan unos y otros, por
lo que cada día escuchamos muchos cantos de sirena para bajar la guardia. Pero
deberíamos haber aprendido ya cómo funciona esto. No hay que bajar la guardia, hay mantener las medidas que sabemos eficaces: la mascarilla allí donde sea
necesaria, mantener distancias y ventilación. Con la vacuna en el 80%, cada
punto que se avance será una gran victoria; cada punto de aumento en la
incidencia, un retroceso.
Si hemos podido tener buenas cifras, ¿por qué seguir mirando este mar de lo inevitable con la llegada de las olas? Creo que se nos trata de hacer pensar que todo es inevitable, pero entre lo inevitable y el desastre inevitable pueda haber enormes diferencias. Algo hacemos bien y hay que seguir con ello. Hay "olas" y hay "tsunamis". Qué sea lo que nos llegue es cuestión nuestra.
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