martes, 9 de noviembre de 2021

La sexta ola

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


¿Es nuestro destino estar pensando siempre en la siguiente ola? La experiencia nos dice qué debemos hacer para evitar salir del valle en el que estamos actualmente. Pese a ello, los medios se han llenado estos días de preguntas y de respuestas variadas sobre lo que se considera inevitable, la sexta ola. Sí, la ola llegará, pero puede hacerlo de muchas formas.

España está tratando de gestionar la infrecuente situación de harse comportado mejor que los vecinos europeos, los que en estos momentos están con cifras disparadas, en algunos casos no vistas desde el indicio de la pandemia, como es el caso de Alemania, algo que se nos repite cada día con los datos en la mano y los gráficos en pantalla. Pero el temor generalizado es que está situación actual no dure, se invierta de nuevo dejándonos maltrechos y confinados.

Estados Unidos acaba de abrir sus puertas a los turistas. Nosotros, desgraciadamente, dependemos del turismo para vivir. El atractivo de unas cifras bajas, también por desgracia, tiene un efecto llamada del que es difícil librarnos. Cuanto mejores sean nuestras cifras, más turistas llegarán, incrementando las malas cifras y haciendo que se vayan a sus países en cuanto que esto ocurra. Ya ha pasado en varias ocasiones con regiones españolas que, tras anunciarse la baja incidencia del virus en ellas, incrementaban el turismo interior y pasaban en poco tiempo a tener unas cifras más altas de contagios. Quedaban en ese momento con las UCI llenas y con las playas, montañas y restaurantes vacíos. Se han formado así ciclos de bajadas y subidas en función del aumento de visitas y de contagios.

Las estimaciones de la U. de Washington para la sexta ola

Los expertos y los medios ya dan por descontada la sexta ola. Especulan que con la llegada del frío la gente se quedará en interiores, que se reúne y cierra las ventanas favoreciendo así los contagios. Los elementos sociales, como el aumento de los contactos por las festividades, igualmente, son motivo de contagio. Los primeros brotes, recuerden, se dieron en funerales, donde la gente se abrazaba y besaba para volver de nuevo a sus localidades de origen. Se llevaban así los virus con ellos y los transmitían. El virus aprovecha nuestras formas de contacto, ya sean familiares o turísticas; son nuestros traslados los que lo mueven. La ola somos nosotros.


Esta misma mañana se planteaba en un informativo el factor de transmisión de los niños, señalando los expertos consultados que los niños son "súper transmisores" de las enfermedades como la gripe, que tienen poco efecto sobre ellos pero que "se lo pegan" a todo el mundo. Los contagios, muchas veces, llegan a las familias con una sonrisa infantil.

Sí, la sexta ola se da por hecha, pese a que tenemos unos de los indicadores más bajos de Europa, que es donde se concentra ahora el problema, según nos dicen. Se pondera mucho el buen resultado aquí de las campañas de las vacunaciones y se señalaba ayer que la inmensa mayoría de los que se encuentran en las UCI están sin vacunar. Con más del 80% vacunado, ese resto que queda se expone mucho más por la mayor gravedad de los síntomas. Lo que los demás pasan de forma leve, les lleva a la UCI y a algunos a la tumba.

La sexta ola se teme porque coinciden el invierno con sus fríos y sus locales sin ventilar, a lo que se añaden las reuniones familiares sin mascarillas y otras celebraciones de amigos o públicas. Un factor importante añadido es que no sabemos realmente cuánto tiempo nos durará la inmunidad. El habernos vacunado por edades conlleva un problema añadido: la pérdida de defensas se puede producir en grandes grupos. Aunque no todas las personas sean iguales, sí habrá una mayor proximidad en los grandes grupos de edad, por lo que es de temer que la pérdida o debilitamiento de las defensas se produzca también en grupo, en fechas similares. Aunque hablan de ocho meses de defensas, solo se está planteando, la dosis de refuerzo para los mayores de 70 años, que es donde se da la mayor mortandad. El grado de caída de las defensas es un factor importante que todavía desconocemos por lo reciente de las vacunaciones.



Algún día, con distancia, se señalará lo increíble de este proceso científico, avanzando a tientas a velocidades impensables respecto a otras enfermedades que se ha tardado años y años en poder salir de ellas. Por eso se lleva tan mal que mucha gente no acabe de entender que es lo que se pide de ella.

Ese 20% de la población que no se vacuna ha elegido un camino absurdo e insolidario que no tiene nada que ver con la "libertad" sino con la "estupidez", algo que no solo les afecta a ellos sino que expone a todos los demás. Supongo que toda sociedad tiene un número parecido (o mayor) de este tipo de personas. Cada país está afrontando el problema desde distintas medidas, más o menos duras según sus propias situaciones. Si hay algún negacionismo absurdo, es el del COVID-19. ¿Cuántos muertos hacen falta para entenderlo?


Nuestra sexta ola llegará por un factor o, lo más probable, por la suma de varios de ellos. Si tenemos en cuenta que ya lo damos por hecho, esto implica una cierta fatalidad. Parece que es inevitable precisamente porque así lo hemos asumido. Las medidas son sencillas, conocidas y para todos. Todo depende, en gran medida, de nuestra capacidad de sacrificio y de interiorizar como normalidad la presencia del virus y no lo contrario. Hay que dar márgenes a los que investigan y a los que se dejan la piel en hospitales y demás centros de salud, atendiendo mayoritariamente a los que decidieron que la enfermedad no existía, que no iba con ellos.

Hay muchos intereses económicos en que nos movamos, en que vengan unos y otros, por lo que cada día escuchamos muchos cantos de sirena para bajar la guardia. Pero deberíamos haber aprendido ya cómo funciona esto. No hay que bajar la guardia, hay mantener las medidas que sabemos eficaces: la mascarilla allí donde sea necesaria, mantener distancias y ventilación. Con la vacuna en el 80%, cada punto que se avance será una gran victoria; cada punto de aumento en la incidencia, un retroceso.

Si hemos podido tener buenas cifras, ¿por qué seguir mirando este mar de lo inevitable con la llegada de las olas? Creo que se nos trata de hacer pensar que todo es inevitable, pero entre lo inevitable y el desastre inevitable pueda haber enormes diferencias. Algo hacemos bien y hay que seguir con ello. Hay "olas" y hay "tsunamis". Qué sea lo que nos llegue es cuestión nuestra.



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