Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Es una
obviedad: no hay turismo sin turistas. El gobierno puede reducir la distancia
de 1,50 a 1,20 metros por decreto porque controla los colegios, el aula, los
maestros y su "publico" es cautivo. Pero el turismo es otra cosa. Ya
puedes tener todo preparado y arregladito, pero si no te llega la materia
prima, el turista, poco puedes hacer.
La
pandemia saca a la luz nuestra extrema dependencia del turismo, es decir,
nuestra debilidad, pues depender de otros no es precisamente lo que llamaríamos
"fortaleza". Queda muy bien eso de "súper potencia
turística", pero en el fondo... Esto es como en la Liga, es mejor depender
de uno mismo, que de lo que hagan otros. Y para ganar esta liga se tienen que
producir muchas carambolas.
La
primera de ella es que el turista va a ver multiplicadas sus ofertas por medio
mundo. La crisis del turismo hace que se produzca una oferta competitiva
llevada al extremo con una serie de países de nuestro entorno. Luego hay
chalados de esos que aprovechan para irse a la India porque están los viajes
"tirados", como un señor que nos mostraban hace unos días en un canal
de televisión. Luego hay que rescatarlos si salen vivos. Italia, Grecia y
muchos lugares de Europa van a ser competitivos.
Todo lo
anterior es una mirada en las mejores condiciones, las de la pura competencia.
Pero eso es un mundo ideal que, por el contrario, está sujeto a serias
restricciones en la realidad.
Leemos
hoy en el diario El País:
La decisión del Reino Unido de restringir los
viajes a España —con cuarentena obligatoria y dos PCR a la vuelta— tiene en
vilo al turismo. El sector confiaba en que al menos las islas entrasen en la
lista verde británica, pero el pasado viernes todo se desmoronó. La ministra
Reyes Maroto trata de espantar los fantasmas e insiste en que los británicos
podrán venir de vacaciones. Pero todo depende de que Londres acceda a sacar a
España de su lista ámbar, al menos a los territorios que tienen una mejor situación
epidemiológica. Preocupa también la recomendación alemana de no viajar. Sin
esos dos mercados, peligra la campaña veraniega y, con ella, parte de la
recuperación económica.
El turismo español no se puede entender sin
los millones de británicos que llegan cada año (18 millones en 2019). Y menos
aún si a estos se le suman los que viajan desde Alemania (11 millones). Esta
dependencia de los dos grandes caladeros de turistas se ha convertido en una
preocupación: por un lado, el Gobierno británico ha dejado a España fuera de la
lista de países a los que viajar sin restricciones. Y por otro, Alemania
mantiene aún la recomendación de no viajar al exterior. Para complicar un poco
más las cosas, las imágenes del desmadre del fin de semana pasado, con fiestas
y aglomeraciones en las calles de las principales ciudades de España, no ayudan
a que otros países abran el grifo a la llegada de turistas.*
Descubrimos
con horror que para que el turista entre primero tiene que salir y que para que
esto se produzca le tienen que autorizar. Es decir: el primer caso de igualdad de la
competencia se viene abajo porque esta ya no se produce con las mismas condiciones, sino en función del estado atribuido al país de destino. A la
hora de tomar una decisión sobre dónde pasar sus vacaciones unos británicos
tienen que mirar dónde pueden ir, dónde el riesgo es menor y dónde le es menos
complicado el regreso. Los medios de cada país no dejan de informar sobre dónde es mejor ir o donde hay peligro.
Las
alegrías botelleras del fin del estado de alarma, que han dado la vuelta al
mundo, se vuelven contra los celebrantes dionisiacos espantando al personal. Lo
único que puede que aumente es el turismo nihilista, el que viene aquí a hacer
lo que no puede hacer en su país. Esto genera nuevas imágenes de desmadres y
excesos, que aumenta las restricciones, las prohibiciones y hace perder el
interés al turismo que busca la tranquilidad, el descanso y la salud.
¡Nuestro
gozo en un pozo!
Hay un
tercer factor: muchos países, pese a las presiones, van a optar por el turismo
local, que también tiene sus derechos en cada país. Todos tienen necesidad de
reactivar sus economías y evitar dos cosas: que se gaste el dinero fuera y que
se vuelve con el coronavirus en la maleta.
La
ingenuidad de la ministra solo es superada por la del presidente del gobierno,
que piensa que porque estemos vacunados, el mundo se arregla. La pandemia es
"pandemia" porque se ha extendido por todo el mundo y afecta a todos.
Un gobierno pensando que España es el ombligo del mundo es un despropósito. La
duda es si lo creen realmente o si simplemente tratan de transmitir
"sensaciones positivas", "brotes verdes", al personal.
La cuestión —les guste o no, se hayan enterado o no— es que el mundo ha cambiado. No "cambiado por unos meses", sino cambiado a secas. Ya no basta con jugar con palabras como la "nueva normalidad" o la "desescalada". Estamos en otra montaña.
Es
preocupante pensar en que nadie se plantea otros escenarios más allá del llanto
lastimero y hay muy pocas ideas o voluntades para reorganizar los pedazos y
hacer algo nuevo, abrir sectores que han quedado marginados. No marcamos nuestro
futuro, sino que lo dejamos en manos de especuladores que se van cuando no les
gusta el panorama. Tienen otros lugares con mejores condiciones para ellos, más
baratos y con menos trabas.
Se nos
han estado marchando de España personas muy valiosas, punteras en muchos
campos, porque lo que este país les ofrecía era cero. Hoy están asentados por
medio mundo a pleno rendimiento. Nosotros seguimos con un sector, el turístico,
que se basa en que nos lleguen 80 millones de turistas que es poco probable que
vuelvan de la misma forma que antes lo hacían. Tenemos un país con festivos
locales, autonómicos y nacionales para que nadie quede privado de sus fiestas,
de sus puentes o de sus "súper puentes" en donde hay que desplazarse,
comer, beber y celebrar por el bien de la economía local. Tenemos unos datos
oficiales de paro que no descienden nunca porque contratamos y despedimos según
los meses de temporada alta o baja. Tenemos una enorme economía sumergida, por
encima del 25%, según estimaciones, características de unos sectores de difícil
control y fácil tapado. Tenemos un descenso progresivo de los sueldos que
limita muchas cosas y crea importantes límites al desarrollo.
Pese a
todo esto, los sectores afectados por la falta de visitas, siguen teniendo un
enorme peso económico y político. De este último se habla menos y se debería
hablar más.
La
ministra puede luchar por conseguir liberar a británicos y alemanes. Es un
esfuerzo loable, pero la fe ciega que el gobierno tiene en las cosas no es la
misma que tienen otros, que puede que no están interesados en que esos ciudadanos
a los que tanto cuesta mantener a salvo vengan a enfermar a un país que celebra
con pasión reprimida el fin administrativo del estado de alarma.
Los políticos y empresario piensan que la población es como un fluido que se puede dirigir hacia un lugar u otro mediante sutiles (o no tanto) toques. Lo malo es que los políticos y empresario de otros países piensan lo mismo. Ninguno obtiene nada positivo con las salidas de sus nacionales. Por el contrario, tienen mucho que perder.
El siguiente titular en The New York Times apunta a un problema claro: reglas distintas para residentes y turistas. La estrategia se vuelve contra ti. No se puede dejar a los locales encerrados y dar libertad al turista sin que se piense que hay gato encerrado. Hay riesgo o no hay riesgo. Pero estas cosas que nos inventamos aquí del "si, pero no" no convencen fuera.
Hace unas semanas, nos preguntábamos aquí "si habría turistas para todos". La pregunta ahora es más dramática y simple: ¿habrá turistas? Algo caerá, dicen los optimistas. Pero los demás tienen también algo que decir.
* Hugo
Gutiérrez "Las restricciones británicas y alemanas a los viajes amenazan
la campaña de verano" El País 14/05/2021
https://elpais.com/economia/2021-05-14/las-restricciones-britanicas-y-alemanas-a-los-viajes-amenazan-la-campana-de-verano.html
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