martes, 18 de mayo de 2021

La historia en colorines

Joaquín Mª Aguirre (UCM)



El régimen egipcio no tiene bastante con silenciar las voces críticas y opositoras, reduciendo al silencio, a la promoción turística o a la gloria del Presidente, regalo de la providencia al país. No tiene bastante con haber hecho que desaparezcan los periodistas que se la jugaban contando lo que pasaba o los corresponsales, cuyos medios recibían discretos avisos sobre la necesidad de relevar a los que eran demasiado "críticos" con el paradisiaco estado donde no existe la corrupción. 

Recordemos que ponerle cifra a la corrupción egipcia hizo dar con los huesos en la cárcel al Auditor Jefe del Estado, simplemente por hacer su trabajo. Recordemos cómo acabaron con sus huesos en la cárcel todos aquellos que osaron presentarse a las elecciones para la presidencia del país, todos en la cárcel y teniendo que buscar rápidamente un opositor de cartón entre los más fieles para hacer el paripé ante el mundo.

Los medios han sido reducidos a la nada política. Son una sucesión de fotos del presidente y sus ministros, con discursos uniformes, y el hallazgo continuo de momias y enterramientos, ciudades bajo la arena, etc. con los que tratan de atraer la atención internacional y algo más: que el Egipto antiguo tape al Egipto moderno. El caso más surrealista fue el organizado desfile del traslado de las momias del Museo de El Cairo a su nueva residencia. La mascarada nos mostraba a egipcios disfrazados, camiones camuflados de carrozas y un respeto reverencial por aquellos muertos de las viejas dinastías faraónicas, ahora receptores del respeto ante el espectáculo montado, una fantasía mezcla de Disney y de Cecil B. DeMille.



Pero el mundo egipcio de fantasía acaba de dar un paso más, tal como recoge en un excelente artículo de Marc Español en el diario El País, titulado "Egipto reescribe su sombría historia reciente en las series de televisión del Ramadán". El régimen de al-Sisi nos deja un ejemplo de libro sobre lo que es la propaganda y la reescritura orwelliana de la historia. No en vano el libro de George Orwell 1984 se convirtió en una posesión peligrosa en Egipto. El régimen nos acaba de dar un ejemplo sobre cómo actuar sobre la memoria colectiva, seleccionando, distorsionando y eliminando a voluntad los acontecimientos y representándolos unidos por una trama unitaria narrativa que sustituye lo ocurrido con las emociones de las ficciones "inspiradas en hechos reales".

El escándalo ha saltado allí donde puede, fuera de las fronteras. Son muchos los medios que consideran impresentable esta reescritura descarada de la historia, que por algo escriben siempre los vencedores. Pero hay ciertos límites al descaro que el gobierno egipcio ha hecho mal en traspasar, porque al igual que ha hecho "su" serie, los medios internacionales han sacado a la luz de nuevo las brutalidades ahora recogidas con justificaciones o convirtiéndolas en irreconocibles.

De esta forma lo que el régimen de al-Sisi pretende tapar y recolocar los recuerdos, se ve sometido a un fuego cruzado de acusaciones de manipulación y al refresco de los hechos, con matanzas incluidas.



La vallas publicitarias de las ciudades egipcias incitan a permanecer en casa "degustando" estas series, que siempre incluyen alguna que otra polémica, pero que este año han desbordado las discusiones habituales.

Nos cuenta Marc Español en el inicio de su crónica:

 

A lo largo del mes musulmán del Ramadán, durante el que las telenovelas viven su gran momento del año, una serie ha atraído especial atención ―y una dosis igual de polémica― en Egipto. El propio presidente del país, Abdelfatá al Sisi, le dedicó elogios en su recta final, y la icónica plaza de Tahrir de El Cairo se llegó a cerrar brevemente para tomar una foto de equipo, un honor reservado solo a grandes ocasiones de Estado.

La serie, llamada La elección, representa un ejercicio inédito de revisión histórica de la lucha antiterrorista en el país entre 2013, coincidiendo con el golpe de Estado de Al Sisi, y 2020, fiel a la narrativa del régimen. La descripción de la productora, vinculada a los servicios secretos del país, no deja espacio a la duda: “basada en hechos reales”, la telenovela “revela el verdadero heroísmo de las fuerzas de seguridad para proteger a nuestro país del terrorismo”.

“Nuestras fuentes para la precisión [de la serie] provienen del Ministerio del Interior y las demás fuentes que hemos obtenido de diferentes entidades de confianza en Egipto”, asegura Hossam Saleh, el jefe de operaciones del Grupo de Medios Egipcios, el conglomerado que posee la productora. “Para la información sobre los personajes, en la mayoría de casos conocimos a sus amigos, personas y familias, y los detalles vienen de ellos”, añade Saleh, que señala que la serie ha llevado un año de trabajo y ha llegado a millones de personas.

Que la serie fue una de las principales apuestas del año se desprende de la calidad de su producción, que contrasta con una historia y narrativa maniqueas, simples y masticadas para el gran público. Las fuerzas de seguridad aparecen siempre dispuestas a sacrificarse, exhiben una actitud heroica, son intuitivas, inteligentes, meticulosas, tienen sangre fría y derrochan valentía y cierta chulería para completar el prototipo de masculinidad. Frente a ellos se encuentran personas conducidas por su interés personal, cobardes, mentirosas, manipuladoras, drogadictas y con el cerebro lavado. El blanco principal son los miembros del movimiento islamista de los Hermanos Musulmanes, que aparecen demonizados y como el origen de cualquier grupo extremista.*

 


Transcurridos diez años de la Primavera Egipcia, lo que queda es un país transformado en esta opereta, en este cómic maniqueo con pretensiones de verdad histórica. Pero, como le enseñó el León a Hércules en la fábula de Esopo, el que hace las estatuas es el que da su visión del mundo. La estatua triunfante, valerosa, patriótica, etc. está escrita por los mismos que silencian muchas cosas, que han detenido a muchos que todavía no se sabe dónde están, que han hecho salir del país a periodistas, a académicos, que ha creado un imperio mediático entre los medios controlados directamente por la Inteligencia Egipcia o los ofrecidos como ofrenda por los amigos deseosos de aparecer como afines al poder adulándolo.

En todo este tipo de control de al-Sisi hemos visto crecer un "tradicionalismo" musulmán opuesto al de los islamistas, pero con los mismos resultados, eliminar a los "liberales", a los demócratas, que abogan por un Egipto menos dogmático e intransigente. Bajo la apariencia de defenderse de los Hermanos Musulmanes, el gobierno egipcio se ha construido sobre una imagen doble, virtuosa y piadosa. No en vano fue Sadat el que se le apareció en sueños, según su propia confesión, a al-Sisi para decirle que se hiciera cargo de mando del país como alternativa al caos, preconizado siempre por unos hipotéticos enemigos de Egipto desde el origen de los tiempos y que no cesan en tratar de destruirlo, de frenar su llamada a la grandeza, envidia de la humanidad, que se lo debe todo.



La construcción del nacionalismo egipcio es de gran interés, pues es efectivamente allí donde tiene lugar el nacimiento de las fuerzas en pugna, del nasserismo panárabe a los mismísimos Hermanos Musulmanes, fundados en los años 20 y en los que Nasser mismo se apoyó para conseguir emanciparse de los ingleses, más interesados en el canal que en las pirámides. Finalmente, Nasser engañaría a los Hermanos y comenzó una compleja lucha, de atentado en atentado, de encarcelamiento en encarcelamiento. Al-Sisi decidió crear un mix entre el piadoso Sadat y el moderno Nasser, que le sirve para todo menos para convencer a los que sufren su acoso. Detrás el enorme y oscuro tinglado del Ejército, auténtico amo de Egipto, llave del poder y garantía de permanencia.

La serie de Ramadán es un monumento a la figura de ese Ejército, de esa Policía convertida a los ojos del ciudadano en garantes ante la denunciada intención de destruir el Estado, concepto que a al-Sisi le gusta manejar en sus discursos. Los enemigos de Egipto (muchos y variados), nos dice, siempre están intrigando contra nosotros. Con ello se adula el ego de los egipcios, que viven en un complejo mundo, sobreviviendo los que pueden, acostumbrados a las vías intrincadas y paralelas para resolver problemas, siempre diciendo lo que tienen que decir para no molestar a los que les pueden complicar la vida.

Por lo que nos cuenta Marc Español, no hay tópico que no se añada al discurso televisivo, no hay detalle que no se haya añadido para hacer verosímil algo que muchos egipcios aceptarán gozosos, mientras que otros, en silencio, moverán las cabezas.



El Ejército no admite más discurso que el propio y eso es extensivo a todo el aparato de Seguridad del Estado, un aparato que no se renovó después de la dictadura, que no se renovó con los islamistas de Morsi y que sigue con esa sensación de impunidad y eternidad que le da ser el fabricante de las versiones oficiales, de sobrevivir a todos. El mismo al-Sisi era el encargado de la Inteligencia cuando se produjo la "auto caída" de Mubarak y era el siniestro ministro de Defensa cuando el Ejército derrocó a Morsi. Era el militar que prometió que tras el golpe Egipto no tendría un militar al frente. Una interesante trayectoria, desde luego.

Hace tiempo que no saltan a los medios historias sobre los métodos de la Policía egipcia, sobre la facilidad con que se tiran por las ventanas los detenidos o con la que mueren en las celdas las personas que entraron sanas. No es por falta de casos, sino más bien por falta de guionistas que acepten escribir estos argumentos basados de verdad en hechos reales.



No estaría mal hacer una serie para el próximo Ramadán con el secuestro, tortura, asesinato y abandono del cadáver en una carretera del estudiante italiano Giulio Regeni, solo culpable de escoger Egipto como lugar para realizar su tesis doctoral. Tampoco estaría mal una serie emotiva sobre la muerte, tiroteada en plena calle, de Shaimaa al-Sabbagh, la poeta de las flores, muerta por llevar unas flores para conmemorar a los caídos un 25 de enero, día de la Revolución. 

Ellos y muchos otros darían para series interesantes sobre los derechos humanos, sobre el deseo de libertad para todos los egipcios que tenían los que han sido encerrados y  se encuentran aislados entre la disputa de militares e islamistas, aplaudidos unos y otros por aquellos que quieren imponer su vida y pensamiento a los demás. Muchos son oprimidos voluntarios, con gusto, que besan sin rubor los retratos de su dominadores.



La burbuja del poder egipcio es cada vez más envolvente, cada vez quedan menos resquicios por los que entre la realidad. Con las redes vigiladas, las instituciones controladas, con los medios cerrados, silenciados o convertidos en propaganda, a Egipto solo le queda, efectivamente, sacar a las momias a la calle y llevarlas a sus nuevas sedes. Entre viajes, las series exitosas del Ramadán permiten aplaudir mucho de lo que se debería llorar.

Egipto ha entrado en una fase aguda de teatralidad. Al trajín de las momias  se suma ahora el de la historia reciente, lo que es tentar demasiado a la suerte.

 

 

* Marc Español "Egipto reescribe su sombría historia reciente en las series de televisión del Ramadán" El País 18/05/2021 https://elpais.com/internacional/2021-05-18/egipto-reescribe-su-sombria-historia-reciente-en-las-series-de-television-del-ramadan.html



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