miércoles, 12 de mayo de 2021

Liz Cheney o el difícil camino de regreso a la realidad

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



Hay mucho que reflexionar sobre la forma de hacer política, incluso sobre su sentido y finalidad, dentro de las democracias actuales. Es difícil encontrar en el planeta sistemas que se mantengan equilibrados, con un sentido de conjunto antepuesto a las diferencias. Hay diferencias entre debatir y combatir, entre el diálogo y el diálogo de sordos, entre la diferencia y la estigmatización.

Los problemas se producen porque estos métodos están funcionando, permiten llegar al poder, aunque sea a costa del desastre, de la destrucción o la erosión del sistema de convivencia. El poder parece ser el objetivo y no la mejora del sistema común o de la convivencia.

El ejemplo más claro lo hemos tenido en la crisis a la que Donald Trump sometió a la democracia norteamericana creando una brecha que tardará en décadas en cerrarse. El uso de la radicalización como estrategia divisiva le dio el éxito primero dentro del Partido Republicano y después le llevó a la Casa Blanca. Lo que hizo desde allí está en los libros de Historia y queda mucho por contar. Y lo que es peor, no ha cesado su negativa influencia, que sigue rigiendo parte de la vida política norteamericana a través de sus negaciones, en especial algo que todavía colea: el supuesto "robo" de las elecciones por parte de una conspiración demócrata, de la que nadie ha encontrado prueba alguna, ni los propios controladores de los estados republicanos donde el presidente perdió. Pero a Trump, según sus propias palabras, nadie podía ganarle en nada.

Trump es incapaz de aceptar un hecho en su contra y es incapaz de aceptar una verdad que no le favorezca. Por ello Trump niega y miente. El discurso de la toma de posesión de Joe Biden giró sobre la importancia de la verdad en la vida política y la necesidad de resaltar lo que une a las personas antes que en lo que las divide. Esto es especialmente importante si se ha elegido conscientemente el camino de crear obstáculo tanto a la verdad como a la unión.



The Washington Post nos trae hoy dos artículos con el caso de la senadora republicana Liz Cheney, a punto de ser masacrada por sus propios correligionarios por poner una línea roja a la gran mentira de Trump. Firme defensora de las políticas de Trump, hay un punto del que no se puede pasar.

Firmado por Jeff Flake, un republicano en activo en las cámaras hasta 2019, el primero de los artículos lleva por título "In today’s Republican Party, there is no greater offense than honesty". En él se señala:

 

Near the beginning of the document that made us free, our Declaration of Independence, Thomas Jefferson wrote: “We hold these truths to be self-evident.”

There you have it. From the very beginning of America, our freedom has been predicated on truth. For without a principled fidelity to truth and to shared facts, our democracy will not last.

On Wednesday, Rep. Liz Cheney (R-Wyo.) will most likely lose her leadership post within the House Republican Conference, not because she has been untruthful. Rather, she will lose her position because she is refusing to play her assigned role in propagating the “big lie” that the 2020 election was stolen from Donald Trump. Cheney is more dedicated to the long-term health of our constitutional system than she is to assuaging the former president’s shattered ego, and for her integrity she may well pay with her career.

No, this is not the plot of a movie set in an asylum. Ladies and gentlemen, this is your contemporary Republican Party, where today there is no greater offense than honesty.*

 


Definir al Partido Republicano como un manicomio va más allá de las metáforas. La negación de la realidad y la construcción y difusión de mentiras es como un cebo lanzado al agua, una forma de atraer a todos aquellos que lo quieran creer. Nunca habíamos aprendido tanto de la mentira hasta que Trump llegó al poder. Hasta el momento, los historiadores se cebaron en Richard Nixon, al que no se le perdonó el Watergate. Pero Trump ha sobrepasado todos los límites. Con todo, la gran diferencia es que todo el mundo recriminó a Nixon lo que hizo, una menudencia en comparación con lo que Trump ha hecho. Pero, sobre todo, el elemento diferencial es que Trump tiene una parte muy importante del país a su lado, abrazando las mentiras más infames y creando su propia burbuja de mentiras. El "Biden no es mi presidente" que sostienen los republicanos mina le democracia y eso lo puede ver quien quiere verlo. No siempre es el caso.

El problema de Cheney es ir contra la corriente de la falsedad que se ha adueñado del partido. Prefieren los votos que les lleven al poder antes que las verdades. El problema de Liz Cheney es que por mucho que mire no consigue ver la victoria de Trump que se ha manifestado como una especie de manifestación colectiva, como una forma de hipnosis generalizada.



Como mito, la mentira de Trump permite una serie de actos rituales, estos acaban convirtiéndose en una realidad alternativa que puede ser vivida al margen, reafirmada precisamente por todos esos rituales individuales y colectivos, solitarios y compartidos. Trump les ha enseñado que es mejor vivir en una mentira confortable que en una realidad desagradable y frustrante. Es el triunfo del "principio del placer" sobre el que gira el infantilismo narcisista de Trump, contagiado a los que se dejan seducir por él.

En el mismo diario, aparece con fecha de hoy un artículo sobre Cheney firmado por Robin Givhan, que  "Liz Cheney and the sad face of the Republican Party":

 

Cheney is a conservative congresswoman who mostly supported former president Donald Trump’s agenda on matters such as trade, immigration and the environment, and who voted against his impeachment in 2019. She empathized with the concerns of the “birthers.” But she has been at odds with her party, which is to say Trump himself, ever since Republican members and leadership started to deny the truth about the 2020 presidential election, the truth about the Jan. 6 insurrection at the U.S. Capitol and the truth about the former president’s culpability in the ongoing attempt by his supporters to undermine our democracy.

Cheney isn’t at odds with her Republican colleagues over policy positions, but over her refusal to parrot falsehoods — or at least speak around them like an obfuscating child. For this, they feel compelled to take her down a peg and remove her from her perch as a leader in a party that cannot seem to clear the low bar of acknowledging the reality of a fair election, and doing so without hedging.

[...]

“We Republicans need to stand for genuinely conservative principles, and steer away from the dangerous and anti-democratic Trump cult of personality,” Cheney wrote in a Washington Post essay. “History is watching. Our children are watching. We must be brave enough to defend the basic principles that underpin and protect our freedom and our democratic process. I am committed to doing that, no matter what the short-term political consequences might be.”


 

Las palabras de Cheney muestran un compromiso que probablemente se le tardará en reconocer. Es difícil que los que consideran que Trump es el poseedor privilegiado de los votos republicanos para las próximas elecciones le tengan alguna consideración. Lo más probable es que muchos tiren la toalla hartos de chocar contra un muro absurdo, irreconciliable con la realidad.

El último párrafo recogido es de la propia Liz Cheney avisando que dará la batalla. Los republicanos están pagando en sus propias carnes y neuronas el haber llevado a Trump a una posición dominante. Las posturas políticas de Trump son una cosa, pero el problema real proviene de sus exigencias mentales, por decirlo así. Trump exige muchas más cosas que la obediencia política; exige aceptar su realidad basada en falsedades, convertirla en principio rector de la vida, que debe doblegarse a su falsificación.




Es puro Orwell. El escrito de Jeff Flake comienza con unas líneas del escritor británico. No es casual, pues Trump es, más que un político, un implacable mesías seductor, un enrabietado Zeus en su particular Olimpo.

¿Saldrá algún día el partido de su control? Ya amenazó con el Partido Trump, con él como imagen, centro e ideología, un partido de religión personalista. El daño está hecho y lo importante es cuánto tiempo tardará el enfermo en recuperarse o si fallecerá.

Honestidad, tristeza, resistencia... son palabras que rodean hoy a Liz Cheney dentro de una caza despiadada por parte de Trump de todos los que reniegan de él. Su naturaleza sádica y vengativa, de la que presume, le hace disfrutar de estos momentos en los que se muestra como un gigante aplastando hormigas.

Tenemos que cuidar mucho la palabra "verdad" y tratar de no forzar las tintas de la "realidad", no sea que después nos cueste encontrar el camino de regreso y nos encontremos atrapados en la pesadilla. Hay cosas con las que no se debería jugar. 


 

* Jeff Flake "In today’s Republican Party, there is no greater offense than honesty" The Washington Post 11/05/2021 https://www.washingtonpost.com/opinions/2021/05/11/jeff-flake-liz-cheney-republican-party/

** Robin Givhan "Liz Cheney and the sad face of the Republican Party" The Washington Post 12/05/2021 https://www.washingtonpost.com/nation/2021/05/11/liz-cheney-sad-face-republican-party/

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