Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
pregunta política ha pasado del "¿qué hacer?" al "¿a quién
responsabilizar?". Digo esto por constatación diaria y, especialmente,
porque hoy, día 7 de mayo, dos días después de las elecciones madrileñas,
faltan otros dos para el "9 de mayo", fin del "estado de
alarma". Hace unos minutos, en un programa televisivo, se decía que la "noche
del 9" podía convertirse en algo parecido a la de "fin de año",
evidentemente no la del pasado, si no una de las "de antes", sin que
nadie supiera qué hacer, cómo intervenir o hasta dónde se podía llegar. Y muchos
tienen esa idea, inquietos no ya por el día después sino por el momento cero,
el "reset".
Si la
pandemia sirve de algo positivo es para quitarnos alguna que otra venda de los
ojos. He dicho "positivo" con demasiada rapidez. Quizá, piensen
algunos, el que no ve, no sufre y se vive mejor en la ignorancia.
La
negativa del gobierno a prolongar el estado de alarma —cuya aceptación le costó
sangre, sudor y lágrimas— es acompañada por la negativa a crear algún tipo de
legislación unificada señalando que hay "herramientas suficientes".
Creo que este segundo factor es tan importante como el primero.
La
impresión que da lo que ocurre y los temores que levanta en todos es que el
gobierno interpreta que está asumiendo en solitario el coste político del
mantenimiento de las restricciones, que cuando los ciudadanos protestan y se
hartan de restricciones, como ha ocurrido en Madrid, algunos señalan con el
dedo a La Moncloa, no sé si con razón o sin ella. Tampoco importa que sea
cierto o no en esta política cínica y gestera que estamos practicando en un
escenario de Taifas, ¡que vaya por Dios! ha explotado inesperadamente por el
punto más complicado, el sanitario.
Hasta
el momento, la sanidad era solo cuestión de debate interno, problemas más
sindicales, cuestiones de plazas y de emplazamiento, de listas de espera, de
interinidades. Pero cada uno llevaba sus enfermedades y sus recursos sanitarios
con resignación. Si estabas sano, estupendo; si estabas enfermo, te aguantabas;
y si te morías esperando, la culpa la tenían localmente al estar transferidas
las competencias.
La pandemia ha dejado todas estas miserias al descubierto general, elevándola a causa nacional, europea y mundial, que son los tres focos de problemas y dificultades. De repente, un gobierno se mostraba incompetente y le estafaban vendiéndole falsas mascarillas o descubríamos que lo que necesitábamos urgentemente no lo teníamos, que las UCI no eran suficientes y que había que improvisar morgues en palacios de hielo; descubríamos que muchas de nuestras residencias de ancianos eran centros de concentración, donde morían sin saber qué hacer con ellos, porque cuando enfermaban los llevaban a la Seguridad Social; descubríamos que no tenían personal preparado para atenderles médicamente, e incluso que había delincuentes que se quedaban con su dinero o que los vejaban en vídeos que aparecían en las redes sociales.
Descubríamos que nuestras vidas dependían de 80 millones de turistas anuales, que si no vienen la gente se queda en la calle. Nuestra precaria y estacional economía quedaba a la vista de todos sin el consuelo de la temporada baja, bajísima; que la pandemia es cuando los alemanes e ingleses, franceses y suecos, se quedan a beberse su propia cerveza en casa y que el sol es un bien prescindible; descubrimos que los inmigrantes que ya no encuentran trabajo vuelven a sus países, que perdemos población, y los que llegan son los que no tienen más alternativa porque la muerte les amenaza seriamente en un África dejada a su terrible destino, que grupos armados la recorren matando hombres, mujeres y niños, periodistas o simplemente a los que pasaban por allí.
Ahora nos cuentan que piden vacunar a los que van a estar en contacto con ellos, que no quieren que ocurra como el año pasado, que llevan con ellos de finca en finca el virus. Quieren que los 30.000 que necesitan les trabajen, pero que no les contagien a sus 4.000 vecinos. Lo llaman "cortafuegos". Así lo han expresado a las autoridades. El piadoso titular de La Vanguardia evita señalar que no piden que vacunen a los temporeros, sino a los vecinos que estarán en contacto con ellos. Todavía, dicen, se resiente el turismo y la restauración de la "mala fama" causada por tanto temporero contagiado.
Puede que nos recuperemos de la pandemia, pero no sé si podremos recuperarnos de tanta miseria junta.
Es mucho descubrir de golpe. Pero está también el que no quiere verlo o prefiere olvidarlo volviendo a lo que siempre ha sido el mejor escape: la indiferencia en lo cotidiano, las rutinas, la celebración. Es el rito, la celebración, la certeza fatídica del de oca a oca. Eso va del café diario al fin de semana, de los sanfermines a las fallas. Como nos dicen los antropólogos, las fiestas marcan el tiempo y le dan forma. Nuestra forma es "festiva" por partida doble, marca nuestro ritmo de vida y es también trabajo. Sin festejar, nuestra economía no se mueve. Y si no se mueve la economía, la política se altera, se poner nerviosa, combativa y hace lo que mejor sabe hacer: echar la culpa, buscar responsabilidades, levantar el dedo índice acusador.
El
gobierno teme que este juego acusador se mantenga y, me imagino, tema que le
provoque un desgaste irrecuperable. Nuestro segundo escalón infernal, el
autonómico, ha aprendido a dar patadas a los problemas hacia arriba. Ellos son
los que solucionan lo que el poder central no resuelve. Cuando algo negativo se
produce —y ocurre todos los días— la culpa es del poder central que no saben,
no puede o no quiere. Eso es lo que le ha dado a Díaz Ayuso fuerza y votos.
¿"Libertad" frente al coronavirus? ¿Qué remedio es ese? ¡"Libertad"
frente al "gobierno opresor"!
Desde
esta perspectiva, que el gobierno central deje los problemas en manos de los
autonómicos tiene su sentido; irresponsable, pero sentido. En circunstancias
normales —¡todavía me acuerdo!— el gobierno tendría suficientes recursos para
sobrevivir a los ataques ordinarios. Pero con la pandemia, todo se ve afectado
y todos los dedos señalan al gobierno de Sánchez y Podemos. Es el gobierno que
tiene que dar la cara ante Europa. Los gobiernos autonómicos, por ejemplo, se
pueden marcar el farol desleal de decir que pueden irse por el mundo (Rusia,
por ejemplo) a comprar vacunas "si el gobierno central no se las
suministra" y otras lindezas.
Las
mejores recetas contra la pandemia tienen un primer nivel, que es el acuerdo general, la voluntad de cumplir y la transmisión efectiva al
ciudadano de lo que ocurre y de su responsabilidad ante los demás. No cumplimos ninguno de estos criterios.
¿Qué va
a pasar tras el 9 de mayo? Que pese a lo que crea el gobierno de Sánchez —que
irán de rodillas a mendigarle un estado de alarma—, seguirá siendo el
responsable; que los jueces no están dispuestos a jugar el papel que los
políticos les piden para cubrir su irresponsable sentido del desgaste; que los
ciudadanos temerosos y sensatos, tratarán de alejarse de los atrevidos e
insensatos; que el sector sanitario se declarará en rebeldía en el momento en
que no pueda atender a lo que les puede llegar si se cumplen las peores
expectativas.
El fin
del estado de alarma puede ser llamado cualquier cosa menos "normalidad".
Pese a ello, muchos advierten que hay mucha gente que lo va a entender así, que
es el chupinazo para hacer lo que un minuto antes estaba prohibido y ahora no
lo está, aunque represente exactamente el mismo peligro. Y es así porque nada
ha cambiado, al menos en lo que afecta a la enfermedad.
La
fecha del 9 de mayo se convierte en algo milenarista, un miedo al día siguiente. Tras ella puede acabarse
el mundo, piensan algunos. No he escuchado o leído a nadie optimista al
respecto. Creo que Pedro Sánchez ha
hecho una lectura errónea de la realidad, pero aquí nunca se equivoca nadie. No
va a poder ignorar los resultados, entre otras cosas, porque los problemas se
los va a reprochar Europa oficialmente y la ausencia de turismo
extraoficialmente. Siempre nos quedará ese turismo de borrachera e
irresponsable que viene a España a hacer lo que no le dejan hacer en su país.
Mientras traiga euros en el bolsillo, se le perdonará todo. Ya se sabe, son
jóvenes.
La pandemia, sí, ha dejado a la vista demasiadas cosas y será difícil, si no imposible, recuperar la inocencia. ¿Cómo será el paisaje tras el 9 de mayo? ¿Echaremos de menos la vida anterior el 9 de mayo? ¡Quién sabe!
Lo que es inconcebible e intolerable es precisamente la incertidumbre. Pero están todos muy preocupados por si se adelantan las elecciones en Andalucía. Lo primero es lo primero. Y no hay nada después.
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