jueves, 6 de mayo de 2021

El nuevo totalitarismo

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



La mayor parte de las distopías clásicas tienen al Estado como máximo peligro. Nos muestran, como hace Orwell, un estado todopoderoso enfrentado a ciudadanos rebeldes que descubren su deseo de libertad frente a las barreras que han levantado a su alrededor. Estos estados son poseedores de tecnologías que amplían su poder y fuerza represora.

Pero los tiempos han cambiado en la sociedad de la tecnología de redes y lo que se presentaba como una forma liberadora de las dependencias, ha acabado liberalizando las tecnologías represivas, no erradicándolas. Lejos de desaparecer, se comercializan, dando a cada uno, democráticamente, la posibilidad de erigirse en un modesto pero eficaz dictador.

Aquí comentamos el reciente uso de cámaras de vigilancia para grabar de forma oculta a las mujeres que orinaban en un callejón durante unas fiestas de pueblo; luego esas imágenes se subían a espacios web porno. El acoso, en sus variantes del escolar al sexual, ha encontrado en las redes sociales una nueva forma de mostrar el deseo de hacer el mal. Cada año aumenta el número de suicidios por esta causa; el acoso lleva a las personas al límite.

La CNN nos trae un reportaje sobre el programa de rastreo de imágenes PimEyes, firmado por Rachel Metz, con el título "Anyone can use this powerful facial-recognition tool — and that's a problem". Por de 29,99 dólares al mes como persona y con 299,99 dólares mensuales como empresa, adquirimos un programa que nos permite rastrear imágenes en la red para localizar las existentes de las personas buscadas. Nos dice Rachel Metz:

 

PimEyes' decision to make facial-recognition software available to the general public crosses a line that technology companies are typically unwilling to traverse, and opens up endless possibilities for how it can be used and abused.

Imagine a potential employer digging into your past, an abusive ex tracking you, or a random stranger snapping a photo of you in public and then finding you online. This is all possible through PimEyes: Though the website instructs users to search for themselves, it doesn't stop them from uploading photos of anyone. At the same time, it doesn't explicitly identify anyone by name, but as CNN Business discovered by using the site, that information may be just clicks away from images PimEyes pulls up.*

 


En estos párrafos se esconde una dura realidad, allí donde los estados no nos buscan estamos en manos de cualquiera que desee localizarnos, nuestro pasado y circunstancias puede ser reconstruido foto a foto —sea nuestra o realizadas por otros, de las que no tenemos constancia—, podemos en fin, ser fácilmente localizados.

En teoría, el programa se comercializa para localizar las propias imágenes, como señala Mertz, como una forma de rastrearnos para defendernos, pero lo cierto es que permite rastrear a cualquiera, dando una poderosa herramienta al delincuente, al acosador o expandiendo los controles de las empresas sobre sus empleados o sobre la competencia.

La búsqueda de imágenes es solo una parte. El número de rastreadores en nuestros ordenadores es inimaginable hasta que se comprueba con algún programa de limpieza.



Las asociaciones ciudadanas que nacieron en los años 90, al expandirse la Red, preocupadas por la defensa de la intimidad han tirado la toalla, probablemente porque el mismo efecto de la red haya hecho que deje de importar hasta que te conviertes en víctima de cualquier persona o grupo que te elige para acosarte, extorsionarte o despedirte.

Nuestra sociedad está dentro del problema, que se ha vuelto invisible o, si se prefiere, nos ha hecho insensibles a lo que significa realmente o a lo que puede derivar como problema.

Son cada vez más frecuentes las noticias en las que se nos dice que software diseñado para la vigilancia de gobiernos es "liberado" en versiones adaptadas o "light" para uso particular. Todo es ya mercado y el uso que cada uno le dé es cosa suya. Eso incluye a las armas o al software.


Uno recuerda con cierta nostalgia irónica aquello que se llamó "netiquette" que establecía las reglas del comportamiento de los primeros netizens, una primera forma "civilizada" de relacionarse con los otros que era necesario practicar para no ser recriminado. La deriva treinta años después es lo que hoy tenemos. Sí, los tiempos han cambiado en gran medida porque aquel mundo idealizado, libre de las barreras negativas de la sociedad exterior, era una utopía que duró poco, lo que tardo en convertirse en una nueva forma social que amplificaba lo bueno y lo malo.

Es muy preocupante la proliferación de este tipo de herramientas de control en manos de cualquiera. Allí donde temíamos a los estados y su deriva totalitaria con el uso de la tecnología, nos encontramos ahora con múltiples amenazas de personas convertidas en dictadores, en controladores de las vidas ajenas. Un software como el señalado favorece lo negativo y por cada caso positivo nos encontraremos con cientos negativos.



La falta de escrúpulos al crear este tipo de programas se traduce sobre todo en su liberalización mercantil. Lo hemos comparado con la venta de armas y no es simple retórica. Todo lo que hace daño es un arma y el daño causado por este programa y otros similares abre, como nos muestra el reportaje de la CNN, múltiples daños de los que el fabricante no se responsabiliza. Su única responsabilidad, como empresa, es rentabilizar sus inversiones. Es el mercado, nos dicen.

Allí donde hay dictaduras, el programa les facilita mucho las cosas. Una foto de un manifestante, por ejemplo, nos permite su localización. Donde reina la liberalidad, los dictadores son otros, muchos, lo que nos convierte a todos en víctimas posibles, sin capacidad de defensa o argumentación. Solo podemos pedir que no nos toque, porque las propias leyes acaban encogiéndose de hombros, como en el caso de las imágenes de las mujeres orinando tomadas en la calle. Aquí no hace falta ni hacer la foto. Una cualquiera es suficiente para encontrarnos, para reconstruir nuestra vida, pasada o presente.



Las administraciones, la empresas, la vida social nos lanzan a un mundo virtual que es cada vez más salvaje e intenso, que produce más información, que pasa a ser la parte visible de nuestra vida, el espacio hacia el que todo fluye y puede ser recogido y procesado con muchas y no siempre buenas intenciones. De empresas a partidos políticos, de la administración a los recicladores de datos para su tratamiento y venta, todos nos quieren conocer mejor. De los delitos se habla, pero de lo que hay debajo de la punta del iceberg, del verdadero negocio, se hace mucho menos.

La persona se ve cada vez más acosada por estas forma totalitarias que se relacionaban antes con los llamados estados policiales, pero que hoy están al alcance de cualquiera por un módico precio mensual. Al totalitarismo de los estados se suma esta múltiple amenaza, muy real, ante la que la Justicia se ve desbordada por la velocidad de sus evolución y por lo difuso de sus acciones.

Los políticos han puesto el grito en el cielo porque les han enviado cartas con balas y navajas en estos últimos días. Se quejan cuando se descubre que han sido hackeados, que sus conversaciones han sido captadas y difundidas. Es lógico que se asusten y enfaden, que lo denuncien, pero cada día ocurren miles de casos similares por todo el mundo que no salen a la luz. Lo peor es que lo vayamos considerando como parte de la normalidad y, peor todavía, que se considere un negocio honesto, como cualquier otro. El poder que se libera es una verdaderamente terrible cuando cae en malas manos.



Todos los indicadores de la vida cibernética durante la pandemia reflejan el aumento de delitos relacionados con la red. Una parte importante no se denuncian. Pero junto a esta preocupación por el aumento, deberíamos empezar a lidiar con este otro problema que no es ya el aumento del delito, sino la difuminación de sus márgenes, la posibilidad que empiece a formar parte de la vida "honesta", que la vigilancia y el control se conviertan en "aceptables", legales y cada vez más extendidas.

Ya no estamos ante la figura del delincuente informático, del hacker encapuchado. Estamos ante la figura del honesto empresario tecnológico que, sonriente, nos habla de las bondades de su producto y deja que usted se imagine libremente sus usos y aplicaciones. Unos los venden, otros los aplican. Reconocimiento facial, rastreo de ordenadores, controles de móviles, etc. Unos, nos dicen, lo hacen para "mejorar nuestra experiencia" otros, sencillamente, para controlarnos o hundirnos, como los acosadores o los rivales.

Mucho poder controlador y muy poco control sobre el poder.

 


* Rachel Metz "Anyone can use this powerful facial-recognition tool — and that's a problem" CNN 4/05/2021 https://edition.cnn.com/2021/05/04/tech/pimeyes-facial-recognition/index.html

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