Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cuando
un noticiero internacional como Euronews abre su boletín con los bombardeos de
Gaza para titular poco después "Macrofiestas en España", pese a las
noticias positivas de la victoria de Nadal en Roma y del Barça femenino en
Europa, habría que pensar en sus efectos. Recogíamos los titulares hace unos
días de la CNN, también reflejando el panorama de los botellones y demás actos
festivos callejeros. Sí, España llama la atención fuera por este comportamiento
que ya da titulares agresivos, como los agentes de Policía heridos por intentar
disolver un botellón, una nueva aportación léxica al lenguaje universal junto
con "fiesta", "siesta" y "guerrilla".
Hay en
el reportaje de RTVE.es, firmado por Álvaro Caballero, un aspecto que creo que
es determinante. Se nos dice a través de testimonios:
"Yo empecé a beber con 14 años, que era cuando se empezaba a trabajar. 'Ponle al chaval un vino con casera', decían, era lo más normal del mundo", recuerda Agustín, exalcohólico y abstemio desde hace 16 años. Ahora, a diferencia de lo que hacía él, ve que la gente joven "no sale a tomar algo, sale directamente a emborracharse, y cuanto más rápido mejor. En mi época eso no se hacía", señala.
Se trata de un cambio de tendencia que lleva años en marcha. España tenía antes una "cultura húmeda", como otros países del Mediterráneo, en la que se bebía poco -generalmente vino-, pero a diario. Ahora avanzamos hacia modelos como el de Reino Unido o los países nórdicos, donde se bebe poco entre semana y en los fines de semana se abusa del alcohol -sobre todo cerveza o destilados-.
Para Espelt, esto no es solo peor para la salud física, con un aumento de las intoxicaciones etílicas, sino que incrementa los problemas sociales: más accidentes de tráfico, más violencia, embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual, etc.*
Creo
que aquí está parte del núcleo del problema. Hace unos días citaba aquí algo
que había escuchado: "— ¡No me llames después de las 12 que ya estoy
pedo!" Creo que la frase concreta bien lo que se nos ha señalado. Del vino
acompañando la comida a su presencia absoluta, concentrada en el fin de semana;
de la casa al escenario social.
La
historia no enseña que tras el alcoholismo hay mucho de soledad, el darse a la
bebida como reflejo de una incapacidad comunicativa. Quizá lo que vemos nos
engaña y tras toda esa fiesta hay escondida mucha soledad, vacío y problemas reales
de comunicación.
Recuerdo que me alejé de mi grupo de amigos de adolescencia cuando empezaron a reunirse en lugares en los que solo se vendía cerveza. Pronto me resultó imposible seguir aquel ritmo de bebida y me acabé separando. Todo acababa en alcohol y el día que casi tuvimos un accidente de coche en plena Gran Vía decidí que era otro mi camino. Alguno murió de cirrosis pasados unos años. No había todavía botellón, pero los problemas se veían con claridad; el alcohol se iba convirtiendo en el centro de la vida de muchos.
Pasado el tiempo, lo que tenemos está adquiriendo proporciones difíciles de
controlar. El hecho de estar atrayendo participantes extranjeros al hilo de
este tipo de atracción es todavía más preocupante porque mientras sea negocio seguirá.
En La Vanguardia nos hablan de las protestas
de los vecinos de la Barceloneta, desbordados por las fiestas que se organizan
a sus puertas:
“En realidad –prosigue el representante de la
asociación de vecinos–, en lo que se refiere al incivismo, lamentablemente ya
estamos peor que en el año 2019, y sin tener apenas turistas... La verdad es
que la mayor parte de las personas que están llenando las playas estas noches
son extranjeras que residen en Barcelona, y no sólo estudiantes, también gente
más mayor. Nos cuesta mucho entender su comportamiento. Todo lo que pasa en las
playas tiene también consecuencias en las calles del barrio. Últimamente no
hacen únicamente lo que les da la gana, también se enfrentan a los vecinos del
barrio que les recriminan sus conductas. Entonces tiran botellas a los
balcones, llaman a los timbres, patean las puertas... Por ello creemos que unos
trabajos comunitarios no les vendrían mal. Al fin y al cabo nos encontramos
ante un problema de convivencia. Si es que, cuando la policía los echaba,
algunos se ponían a gritar ¡volveremos! y cosas así ¿es que tenemos que llevar
les a los sanitarios del hospital del Mar para que hablen con ellos? el
Ayuntamiento tiene que tomar la iniciativa”.**
Se ha
hablado mucho de la llegada a las juergas de Madrid desde diferentes puntos,
especialmente de Francia. Barcelona también lo padece en ese efecto llamada
producido por la necesidad de "reactivar la economía". Las "molestias"
para los vecinos —que no son nuevas ni por la pandemia— son "riqueza para
todo el mundo que se ha creado alrededor de la bebida y la forma social del
botellón.
Ya lo
vimos en años anteriores en los que se había generado en determinadas zonas costeras
de Cataluña el llamado "turismo de exceso", gente que viene a hacer
aquí lo que no le dejan en su país. El cliente siempre tiene razón; el turista
es el cliente principal. Hay que subordinarse a sus gustos y especializar la
economía de la zona para ellos. El listón es cada vez más bajo y el poder
económico de algunos de estos sectores es grande, también el poder político,
que ejercen a través de patronales y apoyos políticos en los ayuntamientos. Se
trata de convencer a la gente que es un mal necesario y un bien para todos.
Que el
botellón se haya convertido en el problema que es deja al descubierto lo
endeble de nuestra sociedad. Como se señalaba en RTVE.es, ha dejado de ser un
problema de soledad pasando a uno de soledad compartida. Es el reflejo de una
forma de decadencia —no hay que tenerle miedo a la palabra— algo que anida
entre las raíces y acaba pudriendo la vida de las personas.
En muchas ocasiones he escrito aquí que hemos explotado a nuestra propia juventud, a la generación siguiente, a través de la falta de futuro, de los millones de parados y precarios, de los infravalorados, a los que se les manipula vendiéndoles la idea de los "mejor preparados" cuando se les acaba utilizando para tareas en que la preparación les sobra. Los mejor preparados, sí, son los que se van de España a encontrar un futuro que aquí no se les da, alejándose de una sociedad cada día más dura y, a la vez, pagada de sí misma.
Son los efectos de las crisis económicas de la década del 2000 que se cebó en ellos. Víctimas del subempleo, de la precariedad, de la falta de vivienda por la especulación, etc. pero convertidos en motor malsano de una economía del ocio, de la fiesta, de la nocturnidad, etc. que les necesita y les desprecia. Los medios recogen hoy la generosa oferta de la patronal del ocio nocturno; quieren abrir para evitar que la gente esté en la calle por las noches. ¡Pero si los botellones ya estaban cuando no había coronavirus! La petición refleja bien lo que es la situación.
Lo malo
es que esto no se cura con la edad. No es un problema de juventud, sino social.
Las personas que han pasado por estos procesos quedan marcadas en su forma de
ver la vida y, como ocurre a menudo con el maltrato, los que salen repiten lo
que han tenido haciendo una sociedad cada vez más dura e implacable. Queremos
que consuman lo que tenemos, pero no que se produzca otra cosa. Son el motor
principal de nuestra economía húmeda.
En el
artículo firmado por Álvaro Caballero se señala:
En estas edades es fundamental la presión de
grupo, por lo que el principal consejo que dan desde el Centro Reina Sofía es
fomentar "la asertividad, el juicio crítico, el poder valorar por ti mismo
y decidir sin la presión de los demás, del qué dirán". Coincide Agustín,
que cree que el inicio en la bebida en estas edades se debe "a la falta de
madurez, que nos hace hacer lo que hace la manada".
Espelt muestra cómo la tecnología ha
agudizado el problema. Ahora, mediante mensajes de Whatsapp, los chavales se
dicen unos a los otros dónde están bebiendo y extienden la presión al campo
virtual.*
Los
consejos del Centro Reina Sofía suenan a broma, pues se hace todo lo contrario.
¿Queremos persona que digan que "no"? ¿Es una broma? ¡Son parte de
nuestro sistema económico que se ajusta a la demanda y la crea! Hemos tenido
campañas publicitarias diciendo"¡soy muy de bares!" o haciendo
apología del alcohol a través de músicos y personajes populares, los que
conectan con ellos.
Varias
veces al año la Ciudad Universitaria se ve asaltada por miles de jóvenes,
muchos de ellos menores, que vienen provistos de bolsas llenas de botellas de
vino o de refrescos para hacer combinados. Inundan el campus ante la vigilancia
cuidadosa de la Policía, cuyas instrucciones son evitar que deterioren la Plaza
de Medicina, la que tiene la estatua que representa la transmisión del
conocimiento. Los jóvenes son desviados a nuestra Facultad, inundando nuestro
espacio verde, el que rodea la Facultad. Hemos tenido que cerrar con verjas
todo el recinto para evitar convertirnos en el espacio consentido (y dirigido)
del botellón que se concentra allí para evitar que se haga en otras zonas de
Madrid.
Es el
día de la depresión anímica, de cruzarte con miles de personas que corren
ansiosas a encontrarse con otros a golpe, efectivamente, de teléfono, que se
buscan y localizan para crear ese grupo dentro del macro grupo. Es el día de
los que abren la trasera de sus coches, convertidos en puestos de venta del
alcohol para hacer el negocio ese día con los que se quedaron cortos en la
bebida. Es todo un sistema de abastecimiento perfectamente orquestado; un
sistema de comunicaciones que funciona a golpe de tuit o de cualquier otra red
social.
Los titulares de medio mundo hablan de las macro fiestas españolas. No han cesado en este tiempo; ha sido una economía en marcha, aunque redujera su funcionamiento a medio gas. Los políticos no se enfrentan a ella y la ignoran, pero saben que está ahí y que quien trate de reprimirla se enfrenta a la ira del grupo extenso.
Hay
mucha hipocresía en esto. Lo malo es que estamos creando una imagen exterior
que alejará a unos y atraerá a otros. Pero más allá de nuestra imagen, está
nuestra realidad, esa forma decadente —estado interior— en la que estamos sumidos,
del que no salimos. El que quiera hacerlo, tiene que vencer la
llamada del grupo, dejar atrás muchas cosas, romper lazos.
Pensar
que el problema de los botellones son los contagios no deja de ser una
hipocresía. El problema es previo, social, cultural, anímico. Refleja algo más que esa
"libertad" con la que se quiere enfocar por parte de algunos. En realidad, es lo
contrario. Es más que las molestias que causan, no se trata de hacerlo un poco más lejos o en otro lugar. No es cuestión de los jóvenes, sino del sistema que hemos montado durante décadas, lo que supone, y la falta de resistencia a su normalización. Es una consecuencia de nuestra visión, de nuestras decisiones, de nuestra ceguera y del beneficio de muchos.
Como en
España no se vive en ningún sitio. Eso dicen.
*
Álvaro Caballero "Del champán infantil al botellón: ¿por qué el alcohol es
omnipresente en nuestra sociedad?" RTVE.es 16/05/2021 https://www.rtve.es/noticias/20210516/champan-botellon-alcohol-omnipresente-sociedad/2089740.shtml
** Luis
Benvenuty "La Barceloneta pide cerrar la playa tras un nuevo récord de
desalojados" La Vanguardia 16/05/2021
https://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20210516/7458763/barceloneta-pide-cerrar-playa-nuevo-record-desalojados.html
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