Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Pese al
tiempo que llevamos con esto de la pandemia, hay discusiones que no acaban de
resolverse. El empeño de unos de no encarar directamente el problema y de otros
por negarlo directamente hace que una y otra vez regresen. Me refiero en concreto
a lo que vuelve a ser titular de primera página digital de El País, "El
caso de Navarra: se cierra el interior de los bares y bajan los contagios".
Por motivos obvios, hay una especial resistencia a admitir que esto es claro y
no solo en Navarra, como apunta el titular. No hay "caso navarro".
Leemos en el inicio del artículo, firmado por Pablo Linde:
Abre el interior de la hostelería. Pasan dos
semanas. Suben los contagios. Cierra. Baja el número de nuevos casos. Hasta que
se vuelve a abrir. La curva epidemiológica de Navarra lleva desde el otoño
siguiendo este patrón, bailando al son de las restricciones en bares y
restaurantes, según un análisis de datos del propio Gobierno foral. Y, aunque
correlación no siempre implica causalidad, tanto las autoridades de la
comunidad como la evidencia científica muestran que, en este caso, es muy
posible que la haya.
Puede que la "correlación no siempre
implica causalidad", pero en estos casos es evidente que el problema está
en juntar a la gente en espacios cerrados, sean bares o seminarios sobre
antropología cultural. En los bares, a diferencia de los seminarios
antropológicos, hay que quitarse las mascarillas para beber y la gente habla y habla
porque para eso queda en un bar.
Los
recorridos que las cámaras de televisión hacen por los bares y terrazas nos
muestran el mismo panorama: mucha gente sin mascarilla delante de un vaso vacío
de cerveza o de una taza de café. Es un ejercicio de poca o nula prevención y
de aplicación tonta de las normas. La aplicación
tonta de las normas es seguirlas de forma que no evitas el problema real,
el contagio. Eso es lo que hace el que se pasa dos horas charlando con otros
delante de un vaso vacío. Se acoge a lo literal de la norma, que es retirarse
la mascarilla si está consumiendo. Pero somos más listos que nadie, un vaso
para tres horas de charla. Después dirá que no entiende cómo se ha contagiado si cumplió todas las normas. El
encargado del bar, harto de discutir y deseoso de recuperar lo perdido, dará
por bueno el cumplimiento aparente de las normas y dirá que se habrá contagiado
en otro sitio porque allí se han cumplido. Pero eso no es "cumplir",
solo es aparentar hacerlo porque no se evita el motivo de la norma, no
contagiarse.
Por eso
no tiene nada de particular el "caso navarro", más allá de
correlaciones y causalidades, como se señala en el artículo. Pero seguimos
discutiendo y pidiendo más datos, más expertos, más estudios.
Lo
realmente importante es lo que no se ha conseguido estadísticamente: que caiga
la cantidad de cumplidores de boquilla
y de negacionistas directos o indirectos.
Estos hacen recluta de miembros para sus tesis con el argumento de que nada está demostrado. Es el problema del
hartazgo y del aburrimiento de unos, que el negocio sea lo primero para otros,
y el fatalismo final del si lo pillo que me quiten lo bailado.
Las actitudes ante la pandemia y las posibilidades de contagio son determinantes y muestran el nivel de sentido ciudadano de los países. Nuestro mundo privilegiado carece de la capacidad de sacrificio (porque lo es) necesario y está acostumbrado a lograr lo que quiere sin muchos obstáculos. Los problemas, finalmente, se solucionan desde fuera y rápidamente.
Es el mercado: cada necesidad es una oportunidad que alguien ve para cubrirla. Lo vemos ahora con la polémica sobre las vacunas y la posibilidad de liberalizar las patentes. El argumento para no hacerlo es que si no hay un beneficio, las empresas no investigarían y sería contraproducente. ¿No es bastante motivación la supervivencia? Parece que no. La pandemia es natural; la codicia, humana. A cada uno lo suyo.
Eso va
a complicar bastante la cuestión de los países sin servicios suficientes de
hospitales, sin apenas UCI, países en los que florece el mercado negro de
oxígeno y respiradores. Se ha creado un turismo
de vacunación para ricos en países en los que la gente muere por la
ausencia de vacunas. Nos llegan noticias de robos de vacunas para venderlas o de
falsificadores de test necesarios para poder regresar a los países de origen.
Estas últimas son de nuestro país, donde algunos ven el negocio en el engaño.
Nosotros
somos muy independientes, decimos, no
como los asiáticos, que hacen siempre lo que les dicen, pobrecitos. Y así nos va. "Independencia", en este caso,
significa hacer lo que quiero o aparentar hacer lo que me piden mientras ignoro
lo crucial. Esto ha sido desde el principio que la seguridad de uno es la de
los demás y la de los demás la de uno; pero eso es demasiado para nuestro proverbial sentido individualista y nuestro agnosticismo institucional.
El
ingenio —¡eso sí es un valor!— ha sido pedir prestados perros para pasear, usar a los niños como
excusa para salir, ponerse el chándal y llevar una botellita en la mano para
hacer creer que haces deporte, cerrar a la hora indicada y dejar dentro al
personal hasta que quiera irse, alquilar pisos para fiestas y hasta fletar
autobuses para las fiestas fuera del casco urbano... Lo nuestro, sí, es la
picaresca.
La constante pregunta por los bares, a estas alturas, es ridícula o es realmente malintencionada.
Bares, museos, funerales, bodas o bautizos. No es el espacio en sí, sino cuántos, en qué condiciones y qué tipo de
actividad realizan. Pero no hay peor
sordo que el que no quiere oír, nos dice el refrán. Lo estamos
experimentando con creces con esto de la pandemia. Nos agarramos a lo que sea con tal de salirnos con la nuestra. No deja de ser deprimente que volvamos una y otra vez a los bares como problema. ¿Padecemos una especie de síndrome de abstinencia colectivo? ¿No podemos librarnos de la obsesión? Algunos espacios y han actividades han logrado vencer la tendencia y disciplinar a sus usuarios. Los bares parece que no, que si dicen seis, nosotros vamos doce; si dicen doce, veinticuatro.
Probablemente somos así siempre, pero esto amplifica todos nuestros defectos al mostrarlos al por mayor. Las virtudes, en cambio, se ven reducidas por el efecto óptico del peligro que los incumplimientos entrañan. ¿No se le ha ocurrido a nadie dar premios al cumplimiento de las normas, al respeto de las distancias, al restaurador consciente, al consumidor responsable...?
No deja de ser triste que en 2021, nuestras preocupaciones sean estas. Deberíamos reflexionar sobre esta situación en la que hemos caído, una consecuencia de nuestra debilidad productiva que se ha ido agrandando en el sector turístico, en la restauración. para sobrevivir en una Europa que necesita un "sur" para descansar, barato y poco competitivo en lo científico, en lo industrial, en lo tecnológico. El turismo nos ha deformado como país, ha dirigido nuestras fuerzas en un sentido que hoy percibimos como desequilibrio, fácilmente inestable, difícil de controlar bajo cualquier cambio.
El mareo interesado sobre los bares es un intento de mantener un sector que se ha visto perjudicado por la pandemia. Es un sector poderoso y se resiste a tanto tiempo. Pero la única forma de mantener cierta normalidad es el cumplimiento que evite que el virus se expanda. No hay duda que allí donde nos reunimos sin medidas se producen los contagios, de la clase al bar, del entierro al bautizo. De esto no hay ninguna duda por más que se siga sacando el tema. Quizá la culpa no la tengan los dueños, sino los clientes, pero, como decía el poeta Keats, "no se puede separar al bailarín de la danza". Nadie dice que la naturaleza sea justa.
Quizá sería una buena idea mostrar algo más que el mal ejemplo, pero este es el que acapara los titulares todos los días. Por cada cien mil cumplidores hay un bosé. ¡Vale ya de chupar cámara!
* Pablo
Linde "El caso de Navarra: se cierra el interior de los bares y bajan los
contagios" El País 8/05/2021
https://elpais.com/sociedad/2021-05-08/el-caso-de-navarra-se-cierran-interiores-y-bajan-los-contagios.html
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