Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Dedicado
a Luna y a Ebbaba
No es
una pregunta retórica, ¿cuándo dejamos de ser humanos? ¿Cuándo perdemos nuestra
humanidad? Hace unos días tuve que
explicar la diferencia entre "la humanidad", como el conjunto de los
seres humanos y "humanidad", la virtud que nos hace humanos. Nos
olvidamos de la diferencia entre el número, la cantidad, y la calidad. En estos
tiempos en que todos reclaman derechos, nos olvidamos de las obligaciones, del
esfuerzo por ser más humanos.
Ayer
hablábamos de las imágenes que nos mostraban a una voluntaria de la Cruz Roja,
a pie de playa, abrazando a un desconsolado y derrumbado subsahariano agotado
tras la travesía de la playa, un momento que es el final de una vida, de sueños
acumulados por la presión vivida, por lo que deja atrás. No son los metros
recorridos, sino los sueños acumulados los que se vienen abajo en un momento,
tras esos minutos en el agua.
El
abrazo representa, lejos de leyes y normas, de análisis estratégicos, de cualquier
otra dimensión, la desnudez de un drama. No son la Cruz Roja y un inmigrante;
son dos seres humanos viviendo un momento que les desborda a una por lo
inesperado —¡quién está preparado para esto!— y al otro porque lo ha perdido
todo —todo lo soñado— en ese recorrido que ha puesto a cero su vida, la ha
vaciado de golpe.
Me
levanto temprano y veo las noticias. Las imágenes en la que se encuentran todas
las dimensiones del drama, un drama que afecta a muchos, movido por el
maquiavelismo del reino de Marruecos, capaz de jugar con las vidas de las personas
de una manera infame e indigna de un país. A la pasividad de ayer, al animar a
que pasaran al otro lado de la valla, le siguen las muestras de la represión
brutal de hoy. Hoy, por lo visto, no toca pasar, algo que no entienden los que
lo intentan, con cuyos sueños y vidas se juega. Hoy toca recibir golpes.
Ebbaba
me dijo que la enviaban allí, que salía al día siguiente, que iba en camino. Charlamos
un rato. Hoy me llega un aviso al teléfono de que ya está publicado su primer
reportaje desde allí. Y va directamente a Luna, la joven de Cruz Roja que apareció intentando
consolar al joven. Y lo que nos cuenta —recogido por Ebbaba Hameida— es
desolador, en lo humano y en lo inhumano:
“Lloraba, le tendí la mano y me abrazó”,
describe el momento. “Se pegó a mí como una lapa. Ese abrazo fue su salvavidas”,
dice y vuelve a emocionarse. “Me hablaba en francés y enumeraba con los dedos
de la mano. Yo no entendía nada, pero estoy convencida de que estaba enumerando
los amigos que ha perdido en el camino”. Vuelve a hacer una pausa. No sabe
dónde está y si volverá a cruzar la frontera. Sin embargo, mientras atiende a
las personas que han llegado no puede evitar buscar su mirada entre la
muchedumbre.
“Lloraba, se le caía la baba todo el rato,
antes de abrazarme se estaba apedreando la cabeza. Se quería matar”, asegura.
"Sé que era de Senegal y tengo grabada su mirada perdida. Tenía los ojos
muy rojos".
Luna se encuentra abrumada por las reacciones
de su gesto. Ha recibido muchas muestras de agradecimiento, pero también
insultos y mensajes cargados de odio. Abre el móvil y nos los enseña. Lo
primero que le sale: “Se nota que te gustan las pollas grandes”, “qué harías si
te quedas sola con cuatro de ellos, seguro que te violan” o “nos lo venden como
un gesto de humanidad, pero él solo quiere papeles”. Va a denunciar en cuanto
se calmen las cosas.
“En las redes han visto que mi novio es
negro, no paran de insultarme y me dicen cosas horribles con comentarios
racistas”, dice. Este martes, 24 horas después del abrazo, ha pedido
públicamente en sus redes sociales que dejen de mandarle mensajes. Quiere estar
tranquila hasta reconciliarse con toda la impotencia que tiene dentro. No puede
soportar no recordar el nombre de aquel senegalés de ojos negros y grandes que
lloraba y gritaba auxilio. "Merecía más de un abrazo", asegura.*
Un
abrazo es lo que se podía dar allí, pero esa sensación de impotencia la
acompañará en su vida. Es la forma en que las personas conscientes sienten la
carga de las que no lo son.
Los
insultos, las amenazas, el odio acumulado nos muestran que hay un exceso de
maldad que nos deshumaniza, nos vuelve bestias disfrazadas deseosas de mostrar
lo peor que llevan dentro. Lo disfrazan de patriotismo, de legalidad, pero solo
son grandes palabras tras las que se esconden. Son racistas, xenófobos, crueles, inhumanos.
Llevan banderas de todos los colores que dicen sentir, pero están muertos,
humanamente muertos. Necesitan de este tipo de acontecimientos para desahogar
sus frustraciones y fantasías; en ellos se crecen, es la ocasión de lucirse. O eso
creen.
La
joven Luna ha recibido el apoyo de mucha gente, de los que han sabido leer el
abrazo como un gesto de solidaridad, que es lo contrario del egoísmo. Tratar de
convertir la solidaridad con el que sufre en debilidad es un enorme error de
percepción de la vida. Por encima de todo está la humanidad, después vendrá la
ley, pero si negamos el consuelo, si reprimimos el sentimiento de acercarnos al
que sufre dejamos de ser humanos y ya nada importa. Nos está cercando la inhumanidad. Se nos está comiendo poco a poco.
En un
programa visto estos días en algún canal, se nos explicaba que la
formación de los miembros de las SS requería de la continua exposición a la
muerte para superar las primeras "incomodidades" que surgían. Del
diario de un SS se recogía la "incomodidad" que sentía al ametrallar a
hombres, mujeres y niños. "Es normal", le habían dicho. "Lo mejor —les enseñaban— es repetirlo para ir
matando en ti ese sentimiento de incomodidad". Se trataba de superar la propia humanidad para
alcanzar esa tranquilidad deseada ante el dolor y la muerte del otro. Es la indiferencia. Se trata de que no te importen, mirarlos como objetos, como basura.
Estamos
expuestos cada día a imágenes que puede que anestesien a algunos; pero también
muchas de ellas nos revelan el sentido del drama captando ese momento en el que
nos sentimos uno frente a todo lo que nos separa. Luna estalla en llanto cuando tiene que contar lo que sintió. Le acongoja no saber dónde está ese senegalés, devuelto al otro lado de la valla. El vínculo creado en esos instantes no se romperá en la vida. Nos preocupamos por el otro; no es materia, es una persona.
La
imagen del buzo militar manteniendo en alto a un bebé en el agua nos muestra
que la exposición al drama no debe anestesiarnos, no debe buscar nuestra
insensibilidad, sino dejar fluir en nosotros el sentimiento solidario. Unos y
otros de los que están allí repiten lo mismo: "no estábamos preparados
para esto". Lo dice gente que ha visto mucho y que se ha conmovido por el
drama expuesto en toda su crudeza.
Que los
políticos jueguen a lo suyo. Pero no dejemos de ser humanos porque si dejamos
de serlo pronto será algo más que "un problema en la frontera" porque
lo llevaremos dentro, condicionando nuestras decisiones, nuestra vida
inmediata. Las personas que han mandado mensajes insultantes, amenazantes...
son zombis. Gritan e insultan, pero están muertos sin que lo sepan. Mataron su
humanidad, por más que sigan ruidosos entre los vivos. Se han ido sometiendo a un meticuloso programa de deshumanización selectiva. Y este es el resultado.
Me ha
emocionado el reportaje. Nos muestra lo que hay, lo que somos, para bien y para
mal. Me ha reconfortado saber que hay personas que no quieren dejar de serlo,
como Luna, que en vez de estar preocupada por todas estas cosas que nos cuentan
cada día como esenciales, dedica su vida a enfrentarse al dolor y al sufrimiento a pie de
playa. Nos dignifican y debemos agradecerlo. Me reconforta también leerlo y ver que se puede seguir contando para evitar que
perdamos la humanidad. Me reconforta saber que hay periodistas que lloran en su
regreso a casa, que no pierden su humanidad.
* Ebbaba Hameida "Un abrazo sin fronteras: "Sé que era de Senegal y tengo grabada su mirada perdida" RTVE.es 20/05/2021 https://www.rtve.es/noticias/20210519/abrazo-emotivo-frontera-ceuta-entrevista-cruz-roja/2091073.shtml
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