lunes, 24 de mayo de 2021

El test de la pobreza

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



Del último reportaje realizado por Ebbaba Hameida en Ceuta, el que nos cuenta la vida de unos adolescente marroquíes viviendo en el bosque para evitar una devolución al otro lado de la valla, surge una pregunta por boca de uno de ellos: "¿La pobreza no se considera motivo suficiente para que nos acojan?"*

Las reacciones de estos días en España ante las imágenes de Ceuta y en parte Melilla funcionan como un test, uno de esos de "dígame qué ve usted aquí", una especie de Rorschard que ponen ante nosotros. La pregunta clave es, sí, ¿qué vemos allí? Y las respuestas no pueden ser más variopintas y desde muchas distancias diferentes, que van del egoísmo a la solidaridad, del belicismo a la comprensión humana, de la agresión al desastre humanitario.

La lectura de lo que vemos puede tener varias capas, desde luego. Podemos verlo a ras de calle y solidarizarnos con los que son utilizados y manipulados por el poder y podemos irritarnos por la desvergüenza y crueldad de las autoridades de Marruecos, que han demostrado el desprecio profundo y elitista que siente por su pueblo, al que no dudan en arrojar desde la desesperación a la muerte.



Quizá haya que hacer una lectura incómoda de todos los niveles. Hay lecturas humanitarias, políticas, económicas, belicistas. Cada una aporta algo y revela algo de la situación y de nosotros como sociedad, como país con unos dirigentes que se enfrentan también a desafíos que los retratan ante la propia ciudadanía.

Especialmente sensible es la cuestión de los menores. Los menores son menores sean de donde sean, no es cuestión de nacionalidad. Es cierto que la vida de los menores no es igual en cada país, lo que constituye una parte del problema de fondo. Muchos de ellos argumentan que tienen la responsabilidad de sus familias detrás, padres muertos o desaparecidos. Otros sienten que ya a su edad deben organizarse un futuro que no tienen, que se les niega en su país. Lo que queda claro es que no es una diversión, que uno no se juega la vida y deja atrás todo así porque sí.

Nos damos cuenta que la delgada frontera separa algo más que dos países vecinos, que hay otra frontera mucho más amplia que, en apenas unos metros, establece enormes distancias en muchas cosas, culturales y de desarrollo, de formas de ver la vida y lo que se puede esperar de ella. Sí, hay mucha distancia en unidades difíciles de medir, de establecer, pero que son más reales que los pocos metros que separan un país del otro. El mismo sol, el mismo clima, el mismo mar... pero enormes diferencias que se perciben a simple vista y que pueden convertirse en una obsesión, una tentación difícil de resistir.

En Estados Unidos, el año pasado, se escucharon peticiones para que los trabajadores de una empresa cárnica no salieran de la fábrica para así seguir produciendo sin contagiar a los de afuera. Muchos, como ocurría también aquí, vivían hacinados en cubículos en los que era imposible mantener higiene y distancia. Lo primero es la cosecha, la producción cárnica. Cualquier trabajador es reemplazable; hay cola para cada puesto libre. Los estragos de la pandemia entre los sectores económicamente más débiles han sido motivo de escándalo en los Estados Unidos. No ha sido el único país en donde han quedado en evidencia que la vida y la muerte dependen de tu situación económica.


Los países ricos suelen tener mala memoria. Se olvidan de lo que deben al trabajo de mucha gente que lo dejó todo, de una forma u otra, para bendecir ser explotados en otros lugares en los que deben dar las gracias.

Queremos temporeros, queremos inmigrantes que recojan nuestras frutas y verduras, que trabajen en nuestras construcciones, pero no queremos más. Bueno, sí, queremos que nos protejan de ellos. Queremos que se amontonen en barracones infectos, como los que quedaron en evidencia el año pasado, que cuando uno sufra un golpe de calor quede abandonado, muerto, frente a un Centro de Salud, como ocurrió en Murcia.



Y si alguien se solidariza con el que sufre, entonces se lanzan los ataques, los insultos, las campañas contra quien demuestra un poco de humanidad. Son traidores, depravados, viciosos.

Lo preocupante es que las crisis nos están haciendo olvidar que la pobreza no es un destino, algo que te ha tocado en un reparto de almas por países. Hemos perdido la memoria de cuando este país estaba lleno de miseria, de pobreza y que mucha gente tuvo que ir a limpiar retretes por el mundo. Nuestro mundo de ocio productivo y fantasía, de paraíso turístico, se ve endeble y, tras las bambalinas, nos damos cuenta que hay también miseria. "¡Allá cada uno con lo que le toca!", dicen algunos. Pero no sabes nunca cuándo te va a tocar y si la bolita de la mala suerte volverá a caer en tu número. Las crisis anteriores han vuelto muy egoístas a algunos. Hay quienes piden el pasaporte para dar comida; caridad selectiva y nacional, ¡que se muera el resto! Pero la pobreza, el dolor, el abandono... nos deben mover y conmover, están por encima de cualquier frontera. Si ves antes lo que nos separa que lo que nos une, no es un buen síntoma.

El reportaje de RTVE.es nos habla de mucha gente solidaria, de gente que les hace comidas, les prepara bocadillos. Suelen ser los más humildes, los que comparten lo que apenas tienen. A los que les sobra, en cambio, suelen ser más restrictivos.  

Sí, estamos aprendiendo mucho con la pandemia, mucho sobre nosotros mismos. ¡Deja tantas cosas al descubierto! Para bien y para mal. 

 


* Ebbaba Hameida "Escondidos en el monte de Ceuta para evitar las devoluciones: "Dile a mamá que me quedo aquí"" RTVE.es 23/05/2021 https://www.rtve.es/noticias/20210523/escondidos-monte-ceuta-para-evitar-devoluciones-dile-mama-quedo-aqui/2092361.shtml

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