Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
crisis de la pandemia está presionando sobre otros puntos débiles y haciéndolos
crecer en intensidad. Una crisis abre otras crisis hasta que estalla como
conflicto. Los espacios más frágiles, los más desprotegidos, son los que están siendo
sacudidos con más intensidad. Allí donde hay más presión, donde se juntan más
factores de estrés social, los conflictos acaban saltando de una forma u otra.
Estos se manifiestan de forma desesperada en una frontera, que es el lugar de
huida y hace que la gente, que tiene ya poco que perder, se lance a buscar
formas de vida dignas de tal nombre.
La
imagen en Ceuta de la sanitaria abrazando al inmigrante subsahariano en plena
crisis de llanto ha sido recogida por casi todos los medios. Es una imagen que
nos habla directamente sobre el drama humano y de la empatía, de la situación
límite que viven.
La
crisis de Ceuta, con la apertura de las
fronteras marroquíes, es lo contrario de la empatía. Es la instrumentalización de
las personas, de sus vidas; es una repulsiva indiferencia ante el dolor.
Junto a
la imagen señalada, hay otra causa de escándalo. Me refiero a las imágenes de
los policías marroquíes abriendo la verja y dándoles paso a todos, lanzándolos
hacia el mar. No les importan sus vidas o destinos, si cruzan o si quedan por
el camino. Son solo materia que
lanzar contra una frontera por la irritación de que España tenga a un político
saharaui en un hospital enfermo de COVID. Es lo que, cínicamente, las
autoridades marroquís han llamado "consecuencias", que traducido a la
realidad de los hechos quiere decir "indiferencia" ante la vida y el
dolor.
Esa
indiferencia ya no ha sido solo respecto a los subsaharianos retenidos como munición en la frontera. Se ha extendido
ahora a su propio pueblo, al que han lanzado contra la frontera en un gesto
despótico y dictatorial, una rabieta que demuestra el estilo despectivo
absolutista de la monarquía marroquí.
Es el
estilo Erdogan en Turquía, donde abre la frontera cuando quiere presionar sobre
Europa; donde juega con la desesperación de personas que huyen de las guerras
que hace poco por parar, intentando sacar la mejor tajada. Era el estilo del
derrocado Muamar el Gadafi en Libia cuando amenazaba a Europa con abrir las
fronteras y dejar pasar hacia Italia a miles de personas cuyas vidas le importaban
muy poco. Es el estilo, en fin, de estos dictadores —coronados o elegidos— cuyo
desprecio por la vida humana es manifiesto.
Marruecos
y Turquía reciben miles de millones para que mejoren la situación, algo que no
les interesa realmente. Las inversiones en las zonas acaban siendo gestionadas
por los corruptos del régimen que están interesados en recibir, pero no en
solucionar. Viven del problema y
quieren seguir haciéndolo.
Recuerdo
las disputas de los hijos de Gadafi, al levantarse las sanciones contra Libia,
repartiéndose las grandes empresas internacionales que se iban a instalar en el
país como si fueran regalos. Y lo eran, sus comisiones estaban en juego.
La cuestión peliaguda es cómo solucionar problemas con países corruptos y dictatoriales. Toda ayuda enviada la capitalizan para reforzar su poder. Por definición, no respetan al pueblo, al que solo temen en sus estallidos, como puso de manifiesto la Primavera Árabe, una ocasión desperdiciada para esos países y para el resto del mundo, que prefirió que siguieran bajo manos firmes por cuestiones de "seguridad". Solo algún país se libró del retroceso, avanzando algo, y la situación actual es todavía peor que cuando se sublevaron.
La
pandemia está actuando prácticamente sin control en muchas zonas del planeta produciendo
éxodos; se entremezcla con las acciones de grupos terroristas que campan a sus
anchas por un continente, desplazándose y sembrando muerte sin que nadie sea
capaz de frenarlos. El aislamiento ya no es posible en muchos espacios y la
estrategia debería ser la contraria. Pero estas crisis son muchas veces
utilizadas, como ocurre hoy con Marruecos, para conseguir sus fines y tapar sus
propias crisis redirigiendo la desesperación de la gente hacia otros puntos.
Lo
hecho por Marruecos es inaceptable. Lo es desde cualquier punto de vista,
político o humanitario. La respuesta que se dé por parte de España y la Unión
Europea, sobre cuya frontera han actuado, debe de ser otra que la de alimentar
sus arcas personales para asegurarse que mantienen cerrado el candado de la valla.
Hemos visto que la abren sin escrúpulos cuando les interesa.
En los países corruptos es difícil que la riqueza llegue al pueblo. Se pierde en manos de los poderosos, que siempre mostrarán que siendo dóciles pueden prosperar, mientras que se acumula la pobreza. Necesitan pobres, por decirlo claramente. Son estos los que emigran y acaban enviando dinero a sus familias para subsistir. Lo que hemos visto es un río de pobreza llegando al mar de la desesperación.
Ya es
dramática la situación desesperada de los inmigrantes para que se juegue, sin
asomo de vergüenza, con ellos. Ahora son víctimas dobles, de la miseria y del
juego político maquiavélico de Marruecos. Tratemos de evitar en lo posible que
sean ahora víctimas triples.
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